Naomi Adler trabaja incansablemente para pagar el tratamiento de su madre. Su vida se ha convertido en una rutina agotadora y monótona. Sin embargo, una noche, su mejor amiga la convence de tomarse un descanso y salir a una discoteca para despejar su mente. Allí, Naomi se topa con Silas Marston. Un enigmático y misterioso mafioso con un oscuro secreto sobre su verdadera naturaleza. Sin saber lo peligroso que es, ella se deja llevar por el momento y termina pasando la noche con él. A pesar de que Silas es conocido por su frialdad con los demás, hay algo en Naomi que lo atrae profundamente, y no puede dejar de pensar en ella. Naomi retoma su vida cotidiana sin saber que su encuentro con Silas cambiará su vida para siempre, descubriendo un mundo en donde lo sobrenatural y lo real se entrelazan, y muchos secretos que saldrán a la luz, a la vez que trata de proteger a la pequeña vida que lleva en su vientre.
Leer másNaomi. —¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien.—Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja.Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y…Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa prot
Silas. Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos. —¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores. ¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión? Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver. —Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad. Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido. —Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada. Rodé los ojos, fastidiado. —Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre. Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa. Una mujer de cas
Naomi. Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia. ¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto. Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello. Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme… «Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente. Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista? —¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada. —¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza. ¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes? —Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró. Sonreí de lado, divertida. —¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa. Claro que lo había hecho, pero no iba a admit
Naomi. —¿Estás lista? —preguntó Malena, sonriente. Era de noche. —Diviértete, cariño —dijo mi madre, sentada en la mecedora. —No me agrada la idea de dejarte sola, ma…—La señora Karen está cada día mejor —Malena se puso detrás de mí y me hizo un corto masaje de hombros—. Relájate, necesitas conocer personas y encontrar el amor. —¿En una discoteca? —Alcé una ceja—. Lo que puedo encontrar es a un perro mujeriego que se acuesta con todas. —¡Naomi! —reprochó mamá. —Lo siento —me disculpé. Malena hundió ambas cejas. Sabía que estaba preocupada por mí, por mi futuro de soltera y adicta al trabajo. Me acostumbré, ¿qué más podía hacer? —No todos los que van a discotecas son así —bufó, retocando su maquillaje—. Ahora vamos, Karen dormirá tranquilamente sabiendo que te estás divirtiendo. Sus rulos me golpearon cuando pasó por mi lado para abrir la puerta principal. Tenía que esforzarme si quería pasarla bien esa noche. Resoplé. Llevarle la contraria no estaba en mis planes. —Si su
Silas. —¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad. Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo. Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo. —¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues. —Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien. —No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe. —¿Ahora llam
Naomi. —¡Naomi! ¡Apúrate y limpia este desastre! La gerente estaba más enojada que de costumbre. Busqué el trapeador, un bebé había vomitado en una de las mesas para clientes. Muchos se estaban quejando del olor. Lo hice lo más rápido que pude, quería evitar sermones, y eso que yo era cajera y no de limpieza. Una vez que terminé, la mamá del niño me agradeció y se disculpó por el desastre.La cafetería Rosas de Cristal era mi lugar de trabajo principal. También tenía otro de medio tiempo para cubrir los gastos de la casa y de mi madre. —¡¿Será que puedes ser más rápida?! Hay demasiados clientes en la caja —me regañó, haciendo una mueca de fastidio. Paulina Pérez, una mujer casada a la que su marido probablemente no le dio huevo anoche, tal vez ni siquiera le atraía su propia esposa, con lo descuidada que estaba. Ese cabello negro enroscado, como si no se hubiera peinado en días, no sonreía, tenía arrugas, entre otras imperfecciones que notaba por lo mal que me trataba. ¿Quién e