Naomi.
—¿Estás lista? —preguntó Malena, sonriente.
Era de noche.
—Diviértete, cariño —dijo mi madre, sentada en la mecedora.
—No me agrada la idea de dejarte sola, ma…
—La señora Karen está cada día mejor —Malena se puso detrás de mí y me hizo un corto masaje de hombros—. Relájate, necesitas conocer personas y encontrar el amor.
—¿En una discoteca? —Alcé una ceja—. Lo que puedo encontrar es a un perro mujeriego que se acuesta con todas.
—¡Naomi! —reprochó mamá.
—Lo siento —me disculpé.
Malena hundió ambas cejas. Sabía que estaba preocupada por mí, por mi futuro de soltera y adicta al trabajo. Me acostumbré, ¿qué más podía hacer?
—No todos los que van a discotecas son así —bufó, retocando su maquillaje—. Ahora vamos, Karen dormirá tranquilamente sabiendo que te estás divirtiendo.
Sus rulos me golpearon cuando pasó por mi lado para abrir la puerta principal. Tenía que esforzarme si quería pasarla bien esa noche.
Resoplé.
Llevarle la contraria no estaba en mis planes.
—Si sucede algo, me llamas, mamá —pedí—. Tendré el celular conmigo todo el tiempo y estaré pendiente de ti.
—Ve, hija, yo estaré excelente —Amplió la sonrisa—. No hará falta que revises el celular. Tú solo pásala bien.
A veces mamá se comportaba como mi peor enemiga. Le di un beso en la mejilla de despedida y salí de la casa con mi querida y para nada manipuladora amiga.
Tuvimos que pedir un taxi porque ninguna de las dos tenía un auto. La pobreza nos respiraba en la nuca.
(...)
Al llegar, mis oídos se sintieron incómodos por el alto volumen de la música. Yo no sabía bailar, pero Malena me invitó a la pista, casi me arrastró.
—Vamos, mueve un poco ese cuerpo —gritó para que pudiera oírla—. Estás preciosa, amiga. No dudes de tu belleza.
—¡Seguro que parezco un gusano!
Ella soltó una carcajada que me lo confirmó. Asintió, así que me avergoncé un poco. Por suerte, ningún hombre nos estaba prestando atención.
—¡Estás conmigo, Naomi! ¡Yo te protegeré esta noche! —Elevó sus brazos, pegándose a mi cuerpo.
Sonreí.
A pesar de que éramos polos totalmente opuestos, Malena fue la única que nunca me abandonó después de la secundaria. Ella estaba loca, sí, era una perra, también, pero nos quería tanto a mí como a mi madre, eso lo apreciaba un montón.
Le seguí el ritmo, aunque no sabía cómo. Mis brazos se movían a la par de los suyos, con torpeza, y mis piernas cansadas de tanto trabajar, temblaban con cada paso.
Malena no dejaba de ver algo por encima de mi hombro. Se pegó mucho más a mí, con la intención de hablarme al oído y disimular.
—No te asustes, pero hay un apuesto hombre que no deja de verte —Se mordió el labio—. Está buenísimo, Naomi. Y esa mirada… me derrito.
Se abanicaba el rostro con su mano como una dramática. Entorné los ojos, pensé que estaba bromeando, hasta que me giré disimuladamente, sin levantar sospechas.
Mis ojos se conectaron con los suyos. Fue extraño, un poderoso escalofrío me recorrió el cuerpo y mi corazón se aceleró de golpe.
Jamás había sentido una conexión tan fuerte por mirar a una persona. Era como si… estuviera hechizada por él. Una especie de encantamiento que me hacía sentir atraída.
—¿Ves? Te dejó sin habla —se burló Malena.
Mi boca estaba entreabierta, casi balbuceé. No podía describir con exactitud la corriente eléctrica que azotó mi piel.
—N-no es nada. Seguro es uno de esos hombres que quieren acostarse con todas —carraspeé, en mi defensa—. No le des importancia.
Necesitaba ignorarlo y sacarlo de mi mente. El tipo tenía gorro, no le pude distinguir el cabello y empecé a sentirme incómoda porque no apartaba la vista. Mi respiración estaba agitada, no sabía si por el baile, o por lo que sintió mi cuerpo al verlo.
—¡Malena! —Un hombre joven se acercó a nosotras.
Se veía enérgico y alegre por su amplia sonrisa. Besó la mejilla de mi amiga. Deduje que se conocían.
—Pedro, no pensaba encontrarte otra vez aquí —Ella pasó su dedo por el pecho del hombre—. Te ves bastante guapo hoy
Apreté los labios, seguro era uno de sus tantos ligues, así que rodé los ojos. Malena mordió su labio inferior.
—Iré a la barra, mis pies no soportan esto —avisé.
Noté de inmediato que estaba demás en esa conversación, además, la química que desprendían ambos me hacía vomitar arcoíris.
—Te busco al rato, ¡no te vayas a ningún lado! —ordenó mi amiga.
Yo asentí.
Caminé en dirección a la barra y me senté con tranquilidad. Sobé mi nuca, me dolía un poco. Le pedí cerveza al barman, necesitaba despejar la mente, porque el hombre de hace rato logró alterarme.
—Genial, me quedé sola como una tonta en una discoteca de m****a con un trabajo de m****a, con unos gastos… —murmuré para mí, pensarlo me sofocaba.
—¿Gastos de m****a? —Una voz masculina a mi lado me tomó por sorpresa—. ¿Y por qué vienes si no quieres?
Tragué saliva.
Al ver de quién se trataba, mi corazón latió con más rapidez porque era el hombre de hace un rato. Estaba vestido de negro y tenía un gorro elegante que cubría toda su cabeza.
Pude detallar el color de sus ojos, esas penetrantes iris azules me hicieron titubear, de alguna forma, creí haberlas visto antes en algún lado...
—¿Q-qué?
—Si no querías venir, ¿qué haces aquí? —sonrió de lado.
Por Dios, me iba a dar un orgasmo mental de solo ver esos hoyuelos. ¿Qué demonios me pasaba con ese desconocido?
Inhalé hondo, estaba alterada y solo me habló. Yo interactuaba a diario con muchas personas, ¿por qué me estaba costando hablarle…?
—¿El ratón te comió la lengua? —bromeó.
—N-no te conozco, ¿o sí?
Bebí un trago, los nervios me estaban matando.
—Ahora mismo nos estamos conociendo.
Creído.
Bebí otro trago.
Tal vez con unos cuantos encima podría hablar con fluidez y sin trabarme.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquirí.
—Soy bueno escuchando.
—¿Por qué me estabas viendo hace un rato? —Fui al grano.
Él se tomó unos segundos para responder. Yo detallé esa mandíbula y nariz perfecta, no tenía ninguna imperfección, ¿qué le pasaba?
—Bueno, me pareció que ya te había visto antes —comentó, divertido.
—No lo creo.
Terminé mi primera cerveza, y cuando iba a pagar la siguiente, el desconocido me agarró la muñeca. Lo miré, incrédula por su acción.
Yo no toleraba el alcohol, perdía los estribos demasiado rápido, y supuse que ya me estaba afectando, porque ese simple tacto generó miles de mariposas en mi estómago.
Era un extraño y yo ya estaba fantaseando.
—Yo invito —dijo, pidiendo dos cervezas.
—Ah…
Supuse que me diría o haría algo más.
«Trágame tierra» pensé.
—No estés nerviosa, no soy ningún criminal —expresó, al ver mi mano temblorosa.
—No estaba pensando eso…
—Deja me presento.
Se quitó el gorro y su cabello blanco como la nieve, me dejó con la boca abierta. Recordé haberlo visto en mi trabajo, y haber pensado en lo loco que estaba para haberse teñido el cabello de ese color.
—Soy Silas Marston, un placer —Agarró mi mano y la besó con delicadeza.
Me derretí, tenía que admitirlo.
¿El alcohol empezaba a hacer efecto? Porque sus labios rosados se veían muy atractivos. Deseaba probarlos, y así como lo manifesté, mi cuerpo actuó por su cuenta.
Me incliné un poco para llegar a su altura, él abrió los ojos por la sorpresa, y mi boca se unió a la suya, provocando chispas por todo mi cuerpo.
Era extraño, sentí que ya lo conocía de toda la vida. Mi boca fue hecha especialmente para unirse a la suya.
¿Qué carajos estaba haciendo? Ni yo misma lo sabía.
Actué por impulso y él no me rechazó. Al contrario, metió su lengua y me agarró de la cintura cuando me levanté para tener una mejor posición.
No tenía idea de que esa noche cometería una locura que le daría un drástico giro a mi vida.
Naomi. Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia. ¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto. Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello. Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme… «Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente. Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista? —¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada. —¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza. ¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes? —Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró. Sonreí de lado, divertida. —¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa. Claro que lo había hecho, pero no iba a admit
Silas. Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos. —¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores. ¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión? Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver. —Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad. Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido. —Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada. Rodé los ojos, fastidiado. —Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre. Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa. Una mujer de cas
Naomi. —¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien.—Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja.Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y…Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa prot
Silas. Pasaron varios días, y pude sentir el olor de Naomi más fuerte, así que decidí visitar su hogar y llevarle un ramo de flores variadas como disculpa. Habían muchas cosas que no sabía de ella, por eso me comporté como un idiota. Iba bajando las escaleras, cuando vi a Silvana con una sonrisa maliciosa. —No empieces, por favor —hablé. —Uy, hermanito, ¿a dónde tan romántico? ¿Por qué llevas ese ramo de flores? —interrogó, en un tono pícaro. —Iré al cementerio —mentí. Ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, incrédula. —¿Al cementerio? Nunca vas allí. ¿Se te murió algún conocido? —Pues ya ves que las personas pueden cambiar. —No mientas, Silas —proclamó, entrecerrando los ojos—. Últimamente andas extraño, ¿seguro que no ocultas nada? —¿Por qué lo haría? —resoplé, cansado de su voz—. Soy mayorcito, y tú igual. —Bien —masculló. Pasé por su lado, ella me hizo su peor cara de asco y la ignoré. Silvana podía ser una quisquillosa. Tuve suerte de que no siguió insistiendo. (
Naomi. —¡Naomi! ¡Apúrate y limpia este desastre! La gerente estaba más enojada que de costumbre. Busqué el trapeador, un bebé había vomitado en una de las mesas para clientes. Muchos se estaban quejando del olor. Lo hice lo más rápido que pude, quería evitar sermones, y eso que yo era cajera y no de limpieza. Una vez que terminé, la mamá del niño me agradeció y se disculpó por el desastre.La cafetería Rosas de Cristal era mi lugar de trabajo principal. También tenía otro de medio tiempo para cubrir los gastos de la casa y de mi madre. —¡¿Será que puedes ser más rápida?! Hay demasiados clientes en la caja —me regañó, haciendo una mueca de fastidio. Paulina Pérez, una mujer casada a la que su marido probablemente no le dio huevo anoche, tal vez ni siquiera le atraía su propia esposa, con lo descuidada que estaba. Ese cabello negro enroscado, como si no se hubiera peinado en días, no sonreía, tenía arrugas, entre otras imperfecciones que notaba por lo mal que me trataba. ¿Quién e
Silas. —¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad. Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo. Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo. —¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues. —Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien. —No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe. —¿Ahora llam