Silas.
Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos.
—¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores.
¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión?
Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver.
—Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad.
Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido.
—Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada.
Rodé los ojos, fastidiado.
—Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre.
Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa.
Una mujer de casi cincuenta años, cabello rubio y por encima de los hombros, lo único diferente y normal era su color de ojos; café. Las expresiones en su rostro marcaban las arrugas de sus años de experiencia en la vida.
—¿A dónde fuiste después de la reunión? Es lo que me gustaría saber —preguntó mi viejo.
No importaba qué tan mayor fuera, mi padre estaba detrás de mí para asegurarse de que no cometiera ningún error.
—Seguro tuvo una orgía —bromeó mi hermanita, con la boca llena.
—¡Silvana! —la regañó mi madre.
—Estuve con una mujer, es todo —respondí—. No tengo porqué dar más explicaciones.
Removí la ensalada, se me estaba quitando el hambre de tanto hablar sobre mí. Lo que hacía no tenía que importarles, ya no era ningún adolescente para que me estuvieran mandando.
Todo cambiaría cuando tuviera un heredero, eso me convertiría en la máxima autoridad y sin opciones de perder mi cargo, incluso superando a mi padre.
Ya no tendría que estar recibiendo sus órdenes ni preocupándome por nada.
—Procura que no vuelva a pasar —sentenció.
—Maximiliano, él solo está disfrutando de su juventud… tal vez su mate… —Mamá no terminó, arrugó la frente con preocupación.
—Estoy bien, mamá.
Todavía no podía contarles sobre su aparición, no estarían de acuerdo al saber que se trataba de una humana. Además, tenía que asegurarme de haberla dejado embarazada, y conocerla un poco…
Esa mujer, ni siquiera me dijo su nombre y se fue sin dejar una nota. Sonreí al recordar el dulce aroma de su piel. Ese cabello negro igual carbón, me volvió completamente loco cuando mi nariz lo olfateó.
Estaba agradecido con la diosa Luna por habernos emparejado.
—Bueno, yo estoy segura de que pronto aparecerá el mío —expresó Silvana, con los ojos brillosos—. Es una corazonada la que tengo. Si llego a tener el heredero primero, ¿seré la reina de todo, papi?
—Si eso sucede, tendrás que aplicar a un entrenamiento especial, no es así de fácil, Silvana —le respondió. Aguanté la risa al ver su cara de decepción—. Lo mejor es que tu hermano lo consiga primero, él ya está preparado.
Silvana me lanzó una mirada asesina y me sacó el dedo grosero. Yo amplié la sonrisa, aun así, tenía que conseguir a mi cachorro si quería estar por encima de papá.
—Iré a mi habitación, tengo cosas que hacer —bufó, levantándose.
—Silvana, no hemos terminado —Mamá hundió las cejas, ella era la que más deseaba vernos unidos—. Por favor…
La mocosa de mi hermana se quedó parada, pensando en lo que haría como si fuera el centro de todo.
—Lo siento, mamá, será para la próxima —Y se fue.
—La tienen muy consentida, por eso actúa así —comenté, calmado.
—Está en su etapa de rebeldía, hay que esperar que se le pase —defendió papá, juntando ambas manos sobre la mesa.
—Esa etapa le sucedió a los dieciséis —Fruncí el ceño, indignado.
—Silas, por favor, terminemos de desayunar —reprochó, acomodando su corbata.
Inhalé hondo, lo mejor era no empezar una discusión.
(...)
Unos días después, me guié por el olor de mi querida luna. Estaba pensando en cómo explicarle la situación sin asustarla.
Entré a la cafetería que visité una vez, recordé que ahí fue cuando la vi por primera vez. Sonreí, ella estaba en la caja, atendiendo a un cliente.
La observé un rato, con las manos en los bolsillos y disfrutando del olor que desprendía esa mujer. Activaba todos mis sentidos, quería protegerla y hacerla mía todos los días.
En dos semanas sabría la verdad, si ella estaba embarazada o no… todavía no podía oler a nuestro pequeño retoño.
—¡Naomi! ¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡Ayúdame, inútil! —Una vieja horrenda le gritó a alguien.
Ella estaba tratando de cargar una caja con varios sacos de harina. ¿Cuántos kilos eran? Ninguna mujer sin entrenamiento podría levantar tanto peso sin quebrarse la columna.
Mi mujer, que todavía no sabía que lo era, atendió su llamado.
—¿Naomi? —murmuré.
Se llamaba Naomi.
La pelinegra se disculpó con la gerente, pude distinguir que su camisa estaba estampada con la palabra “gerente Paulina”.
Mis sentidos del olfato, oído y vista eran superiores al de los humanos.
—Estoy atendiendo la caja… —murmuró Naomi, sin ninguna expresión—. ¿No hay ningún hombre hoy?
—¡Mueve esta puta caja al almacén! No hay hombres que nos ayuden hoy. Deja de hacer preguntas estúpidas si llevas toda la mañana aquí —le gritó, no le importaba armar un alboroto.
Naomi asintió, se le notaba la melancolía en su expresión. También podía percibir sus emociones al estar muy cerca de ella. Me sorprendió que no se hubiera dado cuenta de mi presencia, aunque la conexión que teníamos era más fuerte para mí, ya que ella era humana y no comprendía.
Cuando vi que no podía levantar la caja, me acerqué para ayudar. No soportaría verla con una lesión en la columna o en las manos.
—Yo las ayudo —dije.
Cargué la caja sobre mi hombro derecho, ambas abrieron los ojos porque no me esperaban.
—Muchas gracias, señor —Naomi hizo una reverencia rápida y volvió a su puesto.
Supuse que no me reconocía, llevaba mi gorro favorito, muchos se acercaban a mí para preguntarme si mi cabello estaba teñido.
—Oh, vaya… —La gerente se avergonzó—. Por aquí está el almacén.
La seguí hasta un pequeño cuarto donde guardaban todos los materiales. Dejé la caja a un lado y me sacudí las manos.
Ella… ¿acaso esa señora estaba sonrojada?
La miré extrañado.
—Muchas gracias, guapo —Me guiñó el ojo—. Quisiste ayudar a una damisela en apuros, ¿no?
Puse mi mano en forma de pared cuando se me acercó de forma “coqueta”.
—Claramente quise ayudar a la cajera, no a usted. Además, ¿su esposo no se enojará si se entera de que usted está coqueteando con un hombre joven? —Alcé la ceja, divertido.
Ella chasqueó sus dientes. No tenía idea de que tuviera esposo, pero al parecer lo adiviné gracias a mi instinto.
—Sal de aquí.
—Con gusto —Hice una reverencia burlona y me fui del almacén.
No había fila para comprar, así que aproveché. Me quité el gorro al llegar al mostrador, y Naomi se quedó perpleja.
—Hola, lobita —sonreí, mordiéndome el labio.
—¿Q-qué haces aquí? —balbuceó.
Miró en todas direcciones para no ser vista por su jefa, se aseguró de susurrar también.
—Veo que me recuerdas, eso me alegra —dije, emocionado por interactuar con ella. Ya parecía un niño—. Aunque me rompiste el corazón, ¿sabes? Ni una nota me dejaste.
Abrió la boca, como si la hubiera ofendido.
—¿Disculpa? ¡Somos desconocidos! —habló en voz baja, nerviosa.
—Pero… —Me apoyé sobre el mostrador, pícaro—. Hicimos el amor como si nos conociéramos.
Me tapó la boca, sus mejillas tomaron un color rojizo. Era fácil de leer si actuaba como una adolescente enamorada. Quitó las manos al ver que la gerente salió del almacén.
—Escucha, te seré muy sincera —Su mirada seria solo la hizo ver adorable—. No tolero el alcohol. Estaba ebria, y no recuerdo nada de lo que hicimos… e-es todo.
Me lo imaginé. Crucé mis brazos, pensativo. ¿Cómo podría acercarme a ella sin que me viera como un pervertido?
Tal vez tendría que visitarla a diario…
—¿Quieres que te lo recuerde? —indagué, burlón.
—¡N-no, gracias! Ya creo saber…
—¡Naomi Adler! —exclamó la gerente—. ¡Deja de ligar y trabaja!
—Ya la oíste —murmuró, decaída.
Me preguntaba por qué tenía que soportar ese maltrato por parte de su jefa, ella no se lo merecía. Sus ojeras marcadas me daban a entender que sufría, y se esforzaba por cada cosa que hacía.
—Eres muy valiente, Naomi. No deberías dejar que te traten así —Acaricié su mejilla suavemente en un descuido suyo, fue solo un segundo.
Luego, di un paso hacia atrás para marcharme.
—¿C-cómo sabes mi nombre? —titubeó.
—Es un secreto —Le guiñé el ojo—. Vendré mañana.
Me di la vuelta, caminando hacia la salida.
—¡Oye! ¡No!
Ignoré sus llamados. Yo sabía que en el fondo ella quería seguir viéndome, porque nuestra conexión era genuina.
Naomi. —¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien.—Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja.Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y…Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa prot
Silas. Pasaron varios días, y pude sentir el olor de Naomi más fuerte, así que decidí visitar su hogar y llevarle un ramo de flores variadas como disculpa. Habían muchas cosas que no sabía de ella, por eso me comporté como un idiota. Iba bajando las escaleras, cuando vi a Silvana con una sonrisa maliciosa. —No empieces, por favor —hablé. —Uy, hermanito, ¿a dónde tan romántico? ¿Por qué llevas ese ramo de flores? —interrogó, en un tono pícaro. —Iré al cementerio —mentí. Ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, incrédula. —¿Al cementerio? Nunca vas allí. ¿Se te murió algún conocido? —Pues ya ves que las personas pueden cambiar. —No mientas, Silas —proclamó, entrecerrando los ojos—. Últimamente andas extraño, ¿seguro que no ocultas nada? —¿Por qué lo haría? —resoplé, cansado de su voz—. Soy mayorcito, y tú igual. —Bien —masculló. Pasé por su lado, ella me hizo su peor cara de asco y la ignoré. Silvana podía ser una quisquillosa. Tuve suerte de que no siguió insistiendo. (
Naomi. —¡Naomi! ¡Apúrate y limpia este desastre! La gerente estaba más enojada que de costumbre. Busqué el trapeador, un bebé había vomitado en una de las mesas para clientes. Muchos se estaban quejando del olor. Lo hice lo más rápido que pude, quería evitar sermones, y eso que yo era cajera y no de limpieza. Una vez que terminé, la mamá del niño me agradeció y se disculpó por el desastre.La cafetería Rosas de Cristal era mi lugar de trabajo principal. También tenía otro de medio tiempo para cubrir los gastos de la casa y de mi madre. —¡¿Será que puedes ser más rápida?! Hay demasiados clientes en la caja —me regañó, haciendo una mueca de fastidio. Paulina Pérez, una mujer casada a la que su marido probablemente no le dio huevo anoche, tal vez ni siquiera le atraía su propia esposa, con lo descuidada que estaba. Ese cabello negro enroscado, como si no se hubiera peinado en días, no sonreía, tenía arrugas, entre otras imperfecciones que notaba por lo mal que me trataba. ¿Quién e
Silas. —¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad. Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo. Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo. —¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues. —Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien. —No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe. —¿Ahora llam
Naomi. —¿Estás lista? —preguntó Malena, sonriente. Era de noche. —Diviértete, cariño —dijo mi madre, sentada en la mecedora. —No me agrada la idea de dejarte sola, ma…—La señora Karen está cada día mejor —Malena se puso detrás de mí y me hizo un corto masaje de hombros—. Relájate, necesitas conocer personas y encontrar el amor. —¿En una discoteca? —Alcé una ceja—. Lo que puedo encontrar es a un perro mujeriego que se acuesta con todas. —¡Naomi! —reprochó mamá. —Lo siento —me disculpé. Malena hundió ambas cejas. Sabía que estaba preocupada por mí, por mi futuro de soltera y adicta al trabajo. Me acostumbré, ¿qué más podía hacer? —No todos los que van a discotecas son así —bufó, retocando su maquillaje—. Ahora vamos, Karen dormirá tranquilamente sabiendo que te estás divirtiendo. Sus rulos me golpearon cuando pasó por mi lado para abrir la puerta principal. Tenía que esforzarme si quería pasarla bien esa noche. Resoplé. Llevarle la contraria no estaba en mis planes. —Si su
Naomi. Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia. ¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto. Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello. Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme… «Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente. Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista? —¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada. —¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza. ¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes? —Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró. Sonreí de lado, divertida. —¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa. Claro que lo había hecho, pero no iba a admit