Naomi. Ya le habían puesto la quimio a mi madre, y al día siguiente, yo no dejaba de vomitar. Tuve que faltar a mis dos trabajos y avisar que me había enfermado. Ojalá que no me despidan… —¿Cómo estás? —Mamá entró a mi habitación, con dificultad. Yo debía cuidarla a ella, se esforzó en preparar una sopa de pollo, tenía la bandeja en la mano. Su piel estaba muy pálida, tan blanca como la nieve, y yo sentí náuseas al ver la comida. —E-es extraño, nunca me había pasado esto. También me duele un poco el estómago —dije, sentándome en la cama. —Yo te cuidaré hoy —Tosió. Tuvo que dejar la bandeja en la mesita de noche, porque su cuerpo se debilitó y yo me paré rápidamente para ayudarla a sentarse en su cama, ignoré el mareo. —Mamá, tienes que descansar. Ayer te hicieron la quimio, el reposo es vital para que mejores —murmuré, hundiendo las cejas—. ¿De acuerdo? Yo seguramente comí algo que me cayó mal. Ella estaba respirando por la boca, de forma lenta. Me hizo caso y se recostó sobr
Naomi. —Lamento tu pérdida, Naomi —La señora Luisa me abrazó y se alejó. Ni el maquillaje que me prestó Malena podía borrar la terrible expresión en mi rostro. Mis ojos, probablemente vacíos y sin color, asustaban a todos los presentes en el entierro. Su ataúd fue enterrado bajo tierra, y todos estábamos vestidos de negro, ¿quién diría que perdería lo más importante en mi vida de una forma tan inesperada y cruel? —Naomi… —Malena también estaba lamentable. Ojos hinchados y rojos. Puso la mano sobre mi hombro—. Parece que va a llover, ¿nos vamos? Todo había concluido, yo quería seguir llorando, pero no me salían más lágrimas de tanto que lo había hecho. Miré al cielo, el pronóstico sobre el clima que vimos en la mañana nos advirtió y llevábamos paraguas. Inhalé hondo. —Dame un minuto —Me acerqué a la tumba de mi madre, llena de las flores que le dejaron sus conocidos, y nosotras. La toqué, iba a extrañar sus sabias palabras, aunque me llevaba la contraria todos los días. Nunca
Naomi. De cierta forma, fue un alivio para mí haber renunciado al trabajo en la cafetería, y lo mejor es que Paulina obtendría su merecido. Ese mismo día, tuve que ir a mi trabajo de medio tiempo en el bar, tenía que caminar a casa a la hora de salida. Para mi suerte, las calles solían estar alumbradas y mi jefe me dejaba salir antes. Pero esa noche no fue así… Eran las nueve, recién guardé mis cosas en el bolso, el sudor recorría mi frente. Como hubo un evento, tuve que quedarme una hora más. —Puedes irte, Naomi. Nosotros nos ocupamos —habló mi jefe—. Lamento haberte hecho quedar hasta tarde. Prometo que será la primera y última vez. Sonreí. Por lo menos él no me regañó por haber faltado y entendió mi pérdida. —No se preocupe. Lo saludé con la mano y salí del bar. La oscuridad de la noche me abrumó, no se asomaba ni una pequeña parte de la luna. Me abracé a mí misma por el frío que sentí. Apreté los labios. Se me escapó un suspiro asustadizo cuando las luces de los postes
Silas. Al terminar el trabajo que me mandó el señor Mirchi, sentí una fuerte punzada en mi corazón y el olor de mi luna muy, pero muy cerca de mí. Supe que corría un grave peligro, porque ese hilo que unía nuestros corazones, empezó a quebrarse dentro de mi pecho. «Ayuda, por favor» escuché su voz en mi cabeza. Me quité los guantes y los tiré a la basura. Le avisé al señor Mirchi por mensaje de texto que me iría por un asunto urgente. Cumplí mi parte, matar al objetivo, que él se encargue de limpiar. —Maldición… —dije. Subí a mi auto, me guié por el olor dulce que desprendía Naomi. Si no había ido a visitarla, era por mi trabajo. Estuve tan ocupado, que ni siquiera encontré un hueco en mi agenda para verla. Ya sabía que estaba embarazada, porque su olor se mezclaba con otro… Me estacioné en la calle, vi un suéter tirado en la acera y lo llevé a mi nariz. Inhalé hondo, abriendo mis fosas nasales. Cerré mis ojos para concentrarme. Ella corrió, corrió hasta adentrarse en el espe
Naomi. Pasamos por mi casa y me llevé lo más que pude, tal vez me tocaría venderla si no iba a regresar. Guardé las fotos de mi madre y varias velas para hacerle un mini altar en casa de Silas. Ella me salvó, estaba segura de que lo mandó a él… Sonreí porque después de todo, no me dejó sola. Desde el cielo me cuidaba, ¿no? Tomé un baño rápido y le presté ropa a Silas. —¿Cómo me veo? —Dio una vuelta, simulando ser una mujer. Me reí. Mi camisa le quedaba tan ajustada, que parte de su abdomen era visible. Le tuve que prestar una falda enorme, porque sus anchas caderas no entraban en mis pantalones. —Te ves patético. —Eres muy sincera, ¿ya te lo han dicho? Aunque sé que eso no es lo que piensas realmente —Puso ambas manos sobre sus caderas. —¿Qué pienso según tú? —Mmh, sé que te encanto —Ladeó la sonrisa. Engreído. —Supongo que tienes el poder de leer mentes. —No, pero sí puedo saber qué es lo que sientes —comentó, pícaro—. Ahora mismo, tu corazón está confundido y feliz a l
Naomi. —¿Quieres decir que estamos conectados? —pregunté, incrédula—. ¿Literalmente? Me mordí una uña. Era difícil comprender, porque hasta hace poco, yo vivía en un mundo normal, sin saber de la existencia de ciertas criaturas. ¿Estaba soñando? —Sé muy sincera conmigo. ¿No sientes una especie de conexión cada vez que me ves o estoy cerca? —indagó, apoyando los codos sobre sus piernas—. Por favor, no te juzgaré. Es importante que me digas la verdad sin tener vergüenza. —¿Q-quieres que me confiese? —Tragué saliva. Estaba aturdida. Era demasiada información que procesar en tan poco tiempo. —No de esa forma. Es normal que sientas que tu corazón me pertenece, y que causo en ti lo que los humanos llaman “enamoramiento” —comentó, con serenidad. Se veía bastante calmado pese al tema serio que estábamos tratando. Si mi madre estuviera junto a mí, ¿qué pensaría sobre Silas? Bueno, en vida, no dejaba de emparejarme con él. Su deseo se volvió realidad. —Está bien —solté, derrotada—. Es
Silas. Unos días después, Naomi evitaba salir de su habitación y por fin tuve la oportunidad de hablar con mi hermana. —¿Ahora eres la señorita “muy ocupada”? —Me crucé de brazos, pegado a la pared de la sala. —Qué gracioso, Silas. Estoy evitando tener que ver a tu supuesta luna, ¿no es obvio? —Rodó los ojos, cambiando de canal en la televisión. —Créeme, si yo pudiera, le enseñaría por mi cuenta —bufé—. Lamentablemente, papá no aceptará ninguna orden mía hasta que nazca mi hijo. —¿Y si resulta ser niña? —Será una loba muy fuerte, entonces, superándote incluso a ti, hermanita —bromeé. Ella tensó la mandíbula y dejó de verme para concentrarse en la televisión. Movía el pie repetidas veces, estresada. —Sólo quería dejarte en claro que no molestes a Naomi. Ella es buena chica, date el tiempo de conocerla —expresé, soltando un suspiro al final. Se mofó. —No creo que pueda llevarme bien con una humana, pero si te hace sentir mejor, lo intentaré. No quiero que papá me vea como una
Naomi. Después de que Silas se fuera, me puse frente a la mesita con el altar de mi madre. Le encendí una vela y miré su foto, esa sonrisa todavía me transmitía la misma paz como cuando estaba viva. Abrieron la puerta de golpe, causándome un susto estremecedor. Me giré y vi a esa rubia de brazos cruzados y cara de culo. —Ven conmigo —ordenó. Le hice caso, lo menos que deseaba era tener problemas con ella. Apreté los labios, siguiéndola fuera de la habitación. Me guió por un largo pasillo desconocido, lleno de cuadros con fotos de la familia. Al final, abrió otra puerta de madera y resultó ser una simple oficina donde los colores rojo y negro se mezclaban.—Bonito lugar —dije, explorando con mis ojos. —No intentes caerme bien —bufó. —No te pareces mucho a Silas. Ella se detuvo, alzó una ceja con ofensa y colocó una mano en su cintura. Sus tacones sonaban hasta que llegó justo frente a mí. Sonrió de lado, de forma maliciosa. —La idea de trabajar contigo no me agrada, pero tamp