Naomi.
—¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien. —Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja. Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y… Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa protección maternal que solo ella podía darme. Sus ojos miel brillaron y se vieron un poco amarillos por los rayos del sol que se colaron por la ventana de la cocina. —Soy feliz siempre y cuando estés bien —murmuré, para calmarla y no entrar en detalles—. No necesito a un hombre. —Necesitarás el apoyo de alguien cuando yo no esté, cariño —Un nudo se formó en mi garganta—. No quiero que estés sola. Se me fue el hambre de pensarlo. Me levanté y limpié mi boca con un trapo reutilizable. Me ponía mal cada vez que mamá hablaba sobre su partida, era difícil aceptar que algún día iba a irse de mi lado. —La quimio te ayudará —dije, acomodando mis cosas en el bolso—. Así que deja de decir tonterías. Por mucho que me doliera hablarle así, era la única forma de hacerla cambiar de tema. Mi madre era joven, recién había cumplido sus cuarenta y cinco años, ¿y se iba a dejar ganar por la enfermedad? —Naomi… —Bajó la cabeza, como si quisiera decirme algo importante y difícil. Le di un beso en la mejilla en despedida. —Nos vemos más tarde. Le avisaré a Luisa que ya me voy. Salí de la casa. Me esforzaba cada día, porque mi objetivo era ver a mi madre sana y sin complicaciones. (...) —¿Por qué eres tan lenta, niña? —Paulina se asqueó, arrugó la nariz. Me empujó, haciéndome a un lado. Desde que el peliblanco me visitó el día anterior, ella se puso peor que de costumbre. Uff, ni siquiera recordaba el nombre del hombre con el que me acosté, vaya tonta. —¡Muévete, carajo! —exclamó. Me había quedado absorta en mis pensamientos. Ella se adueñó de la caja, había una cola gigante, así que me dispuse a limpiar las mesas para no ser regañada por no hacer nada. —Zorra estúpida… —susurré, apretando el trapo húmedo sobre el vidrio. Si pudiera conseguir un mejor trabajo, me iría sin dudarlo de ahí. Renunciaría, no sin antes insultar a Paulina y darle su merecido, así como ella se quejaba de mí todos los días. Una mano gruesa me agarró la muñeca, abrí los ojos. Fui jalada por toda la cafetería hasta que me sacaron, mi mente se quedó en blanco al ver su cabello, era él de nuevo. Detallé su ancha espalda, aunque tenía una chaqueta de cuero que la cubría. De nuevo, el simple agarre de su mano sobre la mía, me estremeció. Era una sensación placentera y hormigueante, como si varios mosquitos picaran mis mejillas. Nos detuvimos. —¡Oye! ¿Qué te pasa? —Reaccioné, soltándome. —Había mucha gente —Metió ambas manos en sus bolsillos—. ¿No vas a agradecerme por sacarte de ahí? Se nota que la vieja esa no te valora. De acuerdo, tuve que aguantar la risa porque le dijo vieja a Paulina. Carraspeé, retomando la seriedad. —Estoy trabajando, por si no lo notaste —Crucé mis brazos—. Y no quiero que me despidan, así que si me disculpas… Di media vuelta para regresar, pero el muy insistente me abrazó por detrás. Mi nariz percibió un aroma fresco a lavanda, fue como dar un respiro profundo en un jardín lleno de rocío. No podía creer que me estaba avergonzando por oler su perfume. Gracias a ese abrazo, recién noté nuestra diferencia de altura. Yo le llegaba por el cuello, así que su cabeza estaba sobre la mía, y sus dos brazos sobre mi pecho. —¡E-esto ya es acoso! —titubeé, nerviosa. ¡¿Estaba loco?! Y yo creí que era la loca. —¿No sientes algo especial? —susurró, cerca de mi oreja. Activó un cable dentro de mí que me recordó ciertos detalles de esa noche… como el hecho de que me hizo un oral. Ay, por Dios. Lo empujé con todas mis fuerzas para encararlo de nuevo. —¿S-sentir? ¿Te das cuenta de que esa pregunta se escucha mal? —inquirí, exasperada. Mi corazón no había latido tan rápido como en ese momento. Él esbozó una sonrisa divertida. —Tú eres la malpensada aquí. —¿M-malpensada? —No has dejado de titubear e insinuar cosas raras de mí —Se encogió de hombros. —¡¿Y qué esperas que piense si me abrazas por detrás como si nada?! —solté, con la voz atropellada. Él parecía divertirse con mi reacción, porque sus estúpidos hoyuelos se marcaban más que nunca. —Iré al grano. Necesito hablar contigo y comentarte ciertas cosas… —resopló, pasando la mano por su cabello hacia atrás—. Por eso vine hoy. —Loco. Pasé por su lado, pero me detuvo de nuevo. Agarró mi muñeca con cierta fuerza, dejándome aturdida. Su cara quedó muy, pero muy cerca de la mía, obvio él tuvo que inclinarse para poder alcanzarme. Esos ojos, por poco me sentí amenazada por ellos… —Es muy importante. —Lo siento, viejo demente, pero tengo que trabajar para sobrevivir —mascullé, mirándolo con determinación—. Tal vez no sepas lo que es eso, se nota que eres un hombre rico. Él parpadeó. Di en el blanco. —En primer lugar, no soy un viejo, tengo veintiocho años. Y en segundo, ¿lo de ser un hombre rico es un cumplido porque te di la mejor noche de tu vida? —Alzó una ceja con diversión y una pizca de pillería. Tensé tanto la mandíbula, que mis dientes chocaron porque ese hombre no se tomaba las cosas en serio. Solo fue una noche, nada más. —¡Naomi Adler! —La voz de Paulina me dio escalofríos. Venía hecha una furia—. ¡¿Crees que estás libre?! ¡Tus veinte minutos de almuerzo ya pasaron! El desconocido me hizo señas, dándome a entender que él se hacía cargo. Se acercó a Paulina, relajado y con aires de superioridad. —Lo siento, fue mi culpa —le dijo. Ella tenía el ceño totalmente fruncido, como si quisiera matar a alguien con la mirada y su malhumor. —¿Crees que dejaré que se salga con la suya? —refutó, entre dientes. —Acepte esto a cambio de mi pequeño tiempo con Naomi —susurró, apenas pude escucharlo. Enfoqué mis ojos en su mano, sacó un paquete lleno de billetes, fácilmente podían ser más de cien dólares en billetes de diez. Arrugué la frente, desconcertada. ¿La estaba comprando? Paulina, sorprendida, lo tomó fingiendo que no había pasado nada. Dejó salir una risa nerviosa. —¡Vaya! Tómate el tiempo que quieras con ella —Y así de fácil, volvió adentro. Rodé los ojos. —Muy bien, ¿en qué estábamos? —Para ti es fácil comprar a la gente y regalar el dinero porque no te hace falta —murmuré, decepcionada de algunas personas—. En cambio, yo me mato trabajando todos los días para poder comer y ayudar a mi madre. Uff, ¿por qué le estaba diciendo esas cosas a alguien que recién me conocía? Tal vez, me molestó tanto haberlo visto regalar su dinero. Él se quedó callado por un momento. —Naomi… —No hace falta que digas nada —Forcé una sonrisa—. Hasta aquí llegó nuestra conversación. Solo tuvimos una noche loca, no necesitas fingir que sientes algo lindo por mí. Tampoco soy una puta que coge con cualquiera. —Naomi, eso no fue… —Lo callé con un: shh. —Somos de mundos muy diferentes. Yo tengo que esforzarme para obtener lo que quiero, así que ya no me busques más —zanjé, regresando a la cafetería. Para mi sorpresa y alivio, él no me detuvo. Necesitaba apagar esa estúpida chispa que se encendía entre nosotros, porque mi prioridad era mi madre, no tenía tiempo para enamorarme.Silas. Pasaron varios días, y pude sentir el olor de Naomi más fuerte, así que decidí visitar su hogar y llevarle un ramo de flores variadas como disculpa. Habían muchas cosas que no sabía de ella, por eso me comporté como un idiota. Iba bajando las escaleras, cuando vi a Silvana con una sonrisa maliciosa. —No empieces, por favor —hablé. —Uy, hermanito, ¿a dónde tan romántico? ¿Por qué llevas ese ramo de flores? —interrogó, en un tono pícaro. —Iré al cementerio —mentí. Ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, incrédula. —¿Al cementerio? Nunca vas allí. ¿Se te murió algún conocido? —Pues ya ves que las personas pueden cambiar. —No mientas, Silas —proclamó, entrecerrando los ojos—. Últimamente andas extraño, ¿seguro que no ocultas nada? —¿Por qué lo haría? —resoplé, cansado de su voz—. Soy mayorcito, y tú igual. —Bien —masculló. Pasé por su lado, ella me hizo su peor cara de asco y la ignoré. Silvana podía ser una quisquillosa. Tuve suerte de que no siguió insistiendo. (
Naomi. —¡Naomi! ¡Apúrate y limpia este desastre! La gerente estaba más enojada que de costumbre. Busqué el trapeador, un bebé había vomitado en una de las mesas para clientes. Muchos se estaban quejando del olor. Lo hice lo más rápido que pude, quería evitar sermones, y eso que yo era cajera y no de limpieza. Una vez que terminé, la mamá del niño me agradeció y se disculpó por el desastre.La cafetería Rosas de Cristal era mi lugar de trabajo principal. También tenía otro de medio tiempo para cubrir los gastos de la casa y de mi madre. —¡¿Será que puedes ser más rápida?! Hay demasiados clientes en la caja —me regañó, haciendo una mueca de fastidio. Paulina Pérez, una mujer casada a la que su marido probablemente no le dio huevo anoche, tal vez ni siquiera le atraía su propia esposa, con lo descuidada que estaba. Ese cabello negro enroscado, como si no se hubiera peinado en días, no sonreía, tenía arrugas, entre otras imperfecciones que notaba por lo mal que me trataba. ¿Quién e
Silas. —¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad. Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo. Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo. —¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues. —Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien. —No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe. —¿Ahora llam
Naomi. —¿Estás lista? —preguntó Malena, sonriente. Era de noche. —Diviértete, cariño —dijo mi madre, sentada en la mecedora. —No me agrada la idea de dejarte sola, ma…—La señora Karen está cada día mejor —Malena se puso detrás de mí y me hizo un corto masaje de hombros—. Relájate, necesitas conocer personas y encontrar el amor. —¿En una discoteca? —Alcé una ceja—. Lo que puedo encontrar es a un perro mujeriego que se acuesta con todas. —¡Naomi! —reprochó mamá. —Lo siento —me disculpé. Malena hundió ambas cejas. Sabía que estaba preocupada por mí, por mi futuro de soltera y adicta al trabajo. Me acostumbré, ¿qué más podía hacer? —No todos los que van a discotecas son así —bufó, retocando su maquillaje—. Ahora vamos, Karen dormirá tranquilamente sabiendo que te estás divirtiendo. Sus rulos me golpearon cuando pasó por mi lado para abrir la puerta principal. Tenía que esforzarme si quería pasarla bien esa noche. Resoplé. Llevarle la contraria no estaba en mis planes. —Si su
Naomi. Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia. ¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto. Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello. Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme… «Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente. Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista? —¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada. —¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza. ¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes? —Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró. Sonreí de lado, divertida. —¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa. Claro que lo había hecho, pero no iba a admit
Silas. Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos. —¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores. ¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión? Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver. —Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad. Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido. —Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada. Rodé los ojos, fastidiado. —Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre. Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa. Una mujer de cas