Naomi.
Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia.
¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto.
Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello.
Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme…
«Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente.
Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista?
—¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada.
—¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza.
¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes?
—Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró.
Sonreí de lado, divertida.
—¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa.
Claro que lo había hecho, pero no iba a admitirlo.
La vergüenza que me caracterizaba desapareció, y eso que estaba completamente desnuda frente a alguien que conocí esa noche.
Él estaba viendo la parte más vulnerable de mí… y yo me sentí a gusto. Mis caderas anchas no ayudaban a mi delgado cuerpo.
Pero él… era una jodida escultura bien tallada. Su abdomen estaba tan marcado, que podría darle un puñetazo y lastimarme la mano.
—Seré tuyo esta noche… —Bajó la cabeza poco a poco, sin dejar de verme.
Chupó uno de mis pezones, era la primera vez que me hacían eso. Mis ex novios del pasado, solo querían meter y sacar, aburridos y desconsiderados, pero él…
Era diferente.
Yo estaba húmeda, chorreando en mi parte íntima, y aun así, hubo juego previo. Tal vez el alcohol me hizo disfrutar más el momento.
—O-oye… —Cerré los ojos, gozando de su lengua en mi pezón—. N-no hace falta… —Jadeé.
—Pero te gusta.
—¿Y-y eso qué?
Él rio.
—¿Alguna vez has llegado al orgasmo? —interrogó, pícaro.
—N-no…
—Perfecto —sonrió, como si hubiera aliviado a su corazón con mi respuesta.
Él bajó dando ligeros besos por mi vientre hasta que llegó a esa zona que no depilaba desde la semana pasada. ¿Qué iba a saber yo que me acostaría con alguien?
Menos mal que no parecía una selva…
—Ay, Dios…
Pasó su lengua por mis labios vaginales primero, provocando un espasmo en mis dos piernas. Me aferré a las sábanas, no tenía idea de que fueran tantas cosquillas.
—No soy Dios, lobita. Soy un demonio que te hará pasar la mejor noche de tu vida —soltó, metiendo su lengua adentro.
Mis ojos se fueron hacia atrás, y arqueé la espalda por no controlar las reacciones de mi cuerpo. Era un sinfín de sentimientos encontrados.
Gemí.
Una punzada de placer me invadió cuando dio leves lamidas en mi clítoris, ese botón que hacía estallar miles de corrientes eléctricas en cada mujer.
—¿L-lobita?
—Es tu nuevo apodo —sonrió, lamió su labio lleno de fluidos.
—Que asqueroso eres… —mentí, en realidad se veía sexy haciendo eso—. No creo que nos volvamos a ver después de esto, y posiblemente no recuerde nada en la mañana.
—Ajá —se mofó, subiendo.
Pasó su enorme lengua por todo mi vientre, apreté los labios, aguantando los gemidos porque ya estaba haciendo mucho ruido.
Llegó a mi boca, fue un apasionado beso, en dónde nuestras lenguas bailaron y las salivas se mezclaron. Su aliento era delicioso, olía a menta, y yo a cerveza.
Puse mis manos en su espalda cuando sentí su miembro prominente en mi entrada. No era virgen, pero seguro me dolería por el tiempo que había pasado desde la última vez.
—Sé gentil —pedí, nerviosa.
Él besó mi frente, fue extraño y adorable al mismo tiempo. No me conocía, me estaba tratando con cariño y se preocupaba por mi satisfacción.
Entró, poco a poco, yo aguanté y lo abracé para sentirme más tranquila. Mi mandíbula estaba tensa, porque era un incómodo dolor que pronto desapareció cuando estaba todo adentro.
—Ya está… —dijo, juntando su frente con la mía—. ¿Estás bien?
—¿Por qué te preocupas por mí? —pregunté, haciendo un puchero infantil.
—Pronto lo sabrás… —susurró, misterioso.
—¡No te hagas el…! —No me dejó hablar.
Sacó rápidamente su miembro para darme una embestida que me dejó sin aliento y babeando. Después, empezó con el acto, mientras yo no dejaba de gemir.
—Oh…
Era la gloria. Estábamos hechos el uno para el otro y no lo sabíamos, ¿por qué la conexión que sentí cuando lo vi, aumentó al penetrarme?
Era como si tuviéramos un hilo amarrado en nuestros corazones, yo era parte de un extremo, y él del otro. Raro, ¿no?
La cerveza sin dudas me afectó la cabeza.
—Eres mía, que no se te olvide —susurró, muy cerca de mi oreja.
Yo no estaba pensando, mi mente se centró tanto en el placer, que me dispuse a disfrutar de cada choque y embestida que me daba.
No tardé en llegar al orgasmo, pues el juego previo hizo su trabajo. Mis piernas quedaron entumecidas, y mi vientre se contrajo tanto que mordí mi labio. Yo me aferré hasta enterrar las uñas en su espalda, él supo que estaba a punto porque se pegó mucho a mí.
Grité, fue un gemido lleno de placer y agonía por disfrutar al máximo. Las cosquillas aumentaron, haciéndome girar los ojos y abrir la boca por haber tenido una sensación nueva que amé. Mi ritmo cardíaco se aceleró, sentí paz al final.
—Te dije que lo lograría —Mordió el lóbulo de mi oreja.
Él continuó, ya yo no podía ni hablar por el shock que se apoderó de mi cuerpo.
Ese hombre me hizo pasar la mejor noche de mi vida, y no tenía idea de lo que se avecinaba.
(...)
Desperté con un dolor de cabeza infernal, me sobé la frente y restregué mis ojos con calma. Busqué mi teléfono debajo de la almohada, no lo encontré.
Cuando por fin abrí los ojos, me asusté al notar que esa no era mi habitación. Estuve a punto de gritar cuando algo se movió a mi lado.
Me tapé la boca.
Un hombre de cabello blanco y pestañas largas estaba durmiendo junto a mí. Tragué saliva, porque estaba sin camisa y revisé debajo de las sábanas.
¡Ninguno de los dos tenía ropa!
—Ay, por Dios —susurré, levantándome con cuidado para no despertarlo.
Vi mi cartera encima de la mesita de noche y mis prendas en el suelo. Me vestí primero y busqué mi celular, tenía más de veinte llamadas pérdidas tanto de mi madre como de Malena.
Le mandé un mensaje a las dos, diciendo que estaba bien. Necesitaba salir de ese lugar antes de llamarlas. Al estar lista y con la mano en la perilla, me giré para ver al desconocido, seguía dormido…
Mi corazón dolió al saber que me iría, ¿por qué? ¿Por qué me afectaba dejarlo si no recordaba nada de lo que pasó?
Mordí mi labio y salí de allí.
Le marqué a mi madre primero.
—¿Naomi? Dime que estás bien, por favor…
—Perdóname, juro que no era mi intención preocuparte ni irme de la discoteca —dije, afligida por todo lo ocurrido—. Voy para la casa, allá te cuento mejor, ¿vale?
—Está bien, mi niña. Te espero aquí…
Colgué.
Salí del hotel, por suerte, no estaba lejos de casa y me bastó con pedir un taxi. Malena me avisó que también iría a casa de mi madre para regañarme por lo que hice.
Por mucho que tratara de recordar la noche anterior, no lo lograba. Muchos fragmentos borrosos llegaban a mi mente.
Pasaron los minutos y llegué a casa. Mamá estaba sentada en el mueble junto a Malena, me sorprendió lo rápido que llegó.
—¡Naomi! —Fue la primera en levantarse y abrazarme—. ¡Estábamos a punto de llamar a la policía! ¿Dónde estabas?.
Palpó mi rostro, asegurándose de que no estuviera lastimada.
—Es una larga historia…
—Te dejé sola por cinco minutos y desapareciste —murmuró, arqueando una ceja.
—Malena llegó aquí llorando y pidiendo disculpas —habló mamá, calmada—. ¿A dónde fuiste? ¿No te hicieron daño?
—Eh, verán —Me rasqué la nuca, nerviosa—. No recuerdo muy bien lo que hice anoche, pero desperté en la cama de un hotel con un hombre desconocido y sin ropa —solté, con la voz atropellada.
Ambas abrieron los ojos como platos.
—¡¿Usaste protección?! —exclamó Malena—. Ya te he dicho lo importante que es el preservativo. ¿Cómo crees que me acuesto con varios y no quedo embarazada? Además, también uso pastillas.
—¡Que no recuerdo nada! —mascullé, nerviosa—. Lamento haberlas preocupado. Y perdóname, mamá, te he fallado.
—Lo importante es que estás bien, cariño. Al menos no te hizo daño —dijo mi madre, con una sonrisa—. Me llamaron del hospital, han pospuesto la quimio, tenemos que ir dentro de dos semanas.
—¿Qué? ¿Por qué? Si la necesitas la próxima semana, es lógico, ¿no? —interrogué, confusa.
—Ya sabes cómo es el hospital con las personas que le pagan por partes… —murmuró, decaída.
—Malditos egoístas, solo piensan en ellos mismos y así quieren salvar vidas —bufó Malena, con una mano en la cintura—. Bueno, tengo que trabajar, así que nos vemos luego, chicas.
Se despidió de nosotras con un beso en la mejilla.
—Tranquila, mamá, estarás bien —sonreí.
—No estoy enojada contigo, ¿de acuerdo?
La abracé con fuerza. ¿Qué haría yo sin mi madre? Ella era el motivo por el cuál me esforzaba cada día en seguir adelante.
Silas. Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos. —¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores. ¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión? Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver. —Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad. Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido. —Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada. Rodé los ojos, fastidiado. —Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre. Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa. Una mujer de cas
Naomi. —¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien.—Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja.Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y…Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa prot
Silas. Pasaron varios días, y pude sentir el olor de Naomi más fuerte, así que decidí visitar su hogar y llevarle un ramo de flores variadas como disculpa. Habían muchas cosas que no sabía de ella, por eso me comporté como un idiota. Iba bajando las escaleras, cuando vi a Silvana con una sonrisa maliciosa. —No empieces, por favor —hablé. —Uy, hermanito, ¿a dónde tan romántico? ¿Por qué llevas ese ramo de flores? —interrogó, en un tono pícaro. —Iré al cementerio —mentí. Ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, incrédula. —¿Al cementerio? Nunca vas allí. ¿Se te murió algún conocido? —Pues ya ves que las personas pueden cambiar. —No mientas, Silas —proclamó, entrecerrando los ojos—. Últimamente andas extraño, ¿seguro que no ocultas nada? —¿Por qué lo haría? —resoplé, cansado de su voz—. Soy mayorcito, y tú igual. —Bien —masculló. Pasé por su lado, ella me hizo su peor cara de asco y la ignoré. Silvana podía ser una quisquillosa. Tuve suerte de que no siguió insistiendo. (
Naomi. Ya le habían puesto la quimio a mi madre, y al día siguiente, yo no dejaba de vomitar. Tuve que faltar a mis dos trabajos y avisar que me había enfermado. Ojalá que no me despidan… —¿Cómo estás? —Mamá entró a mi habitación, con dificultad. Yo debía cuidarla a ella, se esforzó en preparar una sopa de pollo, tenía la bandeja en la mano. Su piel estaba muy pálida, tan blanca como la nieve, y yo sentí náuseas al ver la comida. —E-es extraño, nunca me había pasado esto. También me duele un poco el estómago —dije, sentándome en la cama. —Yo te cuidaré hoy —Tosió. Tuvo que dejar la bandeja en la mesita de noche, porque su cuerpo se debilitó y yo me paré rápidamente para ayudarla a sentarse en su cama, ignoré el mareo. —Mamá, tienes que descansar. Ayer te hicieron la quimio, el reposo es vital para que mejores —murmuré, hundiendo las cejas—. ¿De acuerdo? Yo seguramente comí algo que me cayó mal. Ella estaba respirando por la boca, de forma lenta. Me hizo caso y se recostó sobr
Naomi. —Lamento tu pérdida, Naomi —La señora Luisa me abrazó y se alejó. Ni el maquillaje que me prestó Malena podía borrar la terrible expresión en mi rostro. Mis ojos, probablemente vacíos y sin color, asustaban a todos los presentes en el entierro. Su ataúd fue enterrado bajo tierra, y todos estábamos vestidos de negro, ¿quién diría que perdería lo más importante en mi vida de una forma tan inesperada y cruel? —Naomi… —Malena también estaba lamentable. Ojos hinchados y rojos. Puso la mano sobre mi hombro—. Parece que va a llover, ¿nos vamos? Todo había concluido, yo quería seguir llorando, pero no me salían más lágrimas de tanto que lo había hecho. Miré al cielo, el pronóstico sobre el clima que vimos en la mañana nos advirtió y llevábamos paraguas. Inhalé hondo. —Dame un minuto —Me acerqué a la tumba de mi madre, llena de las flores que le dejaron sus conocidos, y nosotras. La toqué, iba a extrañar sus sabias palabras, aunque me llevaba la contraria todos los días. Nunca
Naomi. De cierta forma, fue un alivio para mí haber renunciado al trabajo en la cafetería, y lo mejor es que Paulina obtendría su merecido. Ese mismo día, tuve que ir a mi trabajo de medio tiempo en el bar, tenía que caminar a casa a la hora de salida. Para mi suerte, las calles solían estar alumbradas y mi jefe me dejaba salir antes. Pero esa noche no fue así… Eran las nueve, recién guardé mis cosas en el bolso, el sudor recorría mi frente. Como hubo un evento, tuve que quedarme una hora más. —Puedes irte, Naomi. Nosotros nos ocupamos —habló mi jefe—. Lamento haberte hecho quedar hasta tarde. Prometo que será la primera y última vez. Sonreí. Por lo menos él no me regañó por haber faltado y entendió mi pérdida. —No se preocupe. Lo saludé con la mano y salí del bar. La oscuridad de la noche me abrumó, no se asomaba ni una pequeña parte de la luna. Me abracé a mí misma por el frío que sentí. Apreté los labios. Se me escapó un suspiro asustadizo cuando las luces de los postes
Silas. Al terminar el trabajo que me mandó el señor Mirchi, sentí una fuerte punzada en mi corazón y el olor de mi luna muy, pero muy cerca de mí. Supe que corría un grave peligro, porque ese hilo que unía nuestros corazones, empezó a quebrarse dentro de mi pecho. «Ayuda, por favor» escuché su voz en mi cabeza. Me quité los guantes y los tiré a la basura. Le avisé al señor Mirchi por mensaje de texto que me iría por un asunto urgente. Cumplí mi parte, matar al objetivo, que él se encargue de limpiar. —Maldición… —dije. Subí a mi auto, me guié por el olor dulce que desprendía Naomi. Si no había ido a visitarla, era por mi trabajo. Estuve tan ocupado, que ni siquiera encontré un hueco en mi agenda para verla. Ya sabía que estaba embarazada, porque su olor se mezclaba con otro… Me estacioné en la calle, vi un suéter tirado en la acera y lo llevé a mi nariz. Inhalé hondo, abriendo mis fosas nasales. Cerré mis ojos para concentrarme. Ella corrió, corrió hasta adentrarse en el espe
Naomi. Pasamos por mi casa y me llevé lo más que pude, tal vez me tocaría venderla si no iba a regresar. Guardé las fotos de mi madre y varias velas para hacerle un mini altar en casa de Silas. Ella me salvó, estaba segura de que lo mandó a él… Sonreí porque después de todo, no me dejó sola. Desde el cielo me cuidaba, ¿no? Tomé un baño rápido y le presté ropa a Silas. —¿Cómo me veo? —Dio una vuelta, simulando ser una mujer. Me reí. Mi camisa le quedaba tan ajustada, que parte de su abdomen era visible. Le tuve que prestar una falda enorme, porque sus anchas caderas no entraban en mis pantalones. —Te ves patético. —Eres muy sincera, ¿ya te lo han dicho? Aunque sé que eso no es lo que piensas realmente —Puso ambas manos sobre sus caderas. —¿Qué pienso según tú? —Mmh, sé que te encanto —Ladeó la sonrisa. Engreído. —Supongo que tienes el poder de leer mentes. —No, pero sí puedo saber qué es lo que sientes —comentó, pícaro—. Ahora mismo, tu corazón está confundido y feliz a l