Capítulo 2: Presión

Silas.  

—¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad. 

Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo. 

Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo. 

—¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues. 

—Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien. 

—No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe. 

—¿Ahora llamas amigos a los tipos con los que te acuestas? —inquirí, fingiendo sorpresa—. Eso es nuevo. 

Ella me lanzó la manzana mordida, la esquivé con facilidad y solté una carcajada. Se cabreaba con facilidad. 

Silvana Marston, la niña mimada de papi y mami, a ella la trataban mucho mejor que a mí. Yo, al ser el heredero, tuve una educación en casa estricta que duró años. 

¿Un abrazo de papá y mamá? Todo eso se lo llevó Silvana. Éramos lo contrario a “uña y mugre”. Nunca estábamos de acuerdo. 

—Imbécil. Deberías conseguir esposa de una buena vez, papá no te esperará toda la vida —masculló, sacudiendo sus manos—. Y sabes lo que pasará si yo tengo al heredero primero —sonrió, con malicia. 

Incliné ambas cejas, mirándola de manera juzgadora. Su inmadurez mental era clara para nuestros padres, por eso decidieron dejarme a cargo y no a ella. Silvana no tenía preparación para ser líder y alfa a la vez. 

—Tener un bastardo con un hombre cualquiera no te traerá nada bueno, Silvana —reí, para molestarla—. Serás la decepción de la familia si sucede así. 

Nos queríamos, a nuestra manera. Aunque ella siempre deseó ser superior a mí, en cuestiones de título. Nunca lo logró, ¿no le bastaba con ser la favorita de papá? 

Me sacó el dedo grosero. 

—Solo haz el trabajo de esta noche y ya —pidió, sentándose lo más lejos de mí—. Por cierto, ¿nada con tu mate? Ya tienes veintiocho años, me sorprende que no haya aparecido a estas alturas. 

—Silvana, prefiero no hablar de eso —dije, revisando mi celular—. La diosa sabe cuándo es el momento. 

—¿Por qué? —Apoyó el mentón sobre su puño—. No sabes cuánto ha rogado mamá para que aparezca tu chica, o mi chico. ¿Cuál crees que aparecerá primero? —Alzó una ceja, divertida—. Yo tengo más probabilidades de éxito. 

—La mía, sin dudas. 

—Qué egocéntrico. 

—Eres igual a mí. ¿Se te olvida que somos hermanos? 

—Soy cinco años más joven que tú, mi mate tiene más probabilidades de aparecer —alegó, encogida de hombros—. Acéptalo, capaz la tuya jamás llegue. 

—¿Papá no te explicó con quién debo reunirme esta noche para el trabajo? —cuestioné, cambiando de tema. 

Ella apretó los dientes y forzó una sonrisa, odiaba que hiciera eso. Inhaló hondo, calmando su respiración, antes de ponerse de mal humor. 

—El señor Mirchi, ya sabes, ese que te pide justamente a ti que hagas de sicario —comentó, jugando con un mechón de su cabello—. Lo bueno es que sus pagos son absurdamente buenos, ¿no te parece? 

—Es porque adoran cómo trabajo —dije, con aires de grandeza. Ella hizo una mueca de asco. 

—Lástima que a mí no me dejen hacer nada sola a menos que vaya contigo. Como si yo no pudiera —resopló, rodando los ojos

Quise molestarla un poco. 

—Por eso eres la hija de mami y papi —me burlé. 

—Ya cállate, imbécil. 

—Yo también te quiero, hermanita —Arrugué la boca. 

Ella se levantó, dispuesta a marcharse. Silvana era caprichosa, ambiciosa y sifrina. Se preocupaba por cómo la veían los demás, y le encantaba dar órdenes al saber que era la hija de un linaje tan poderoso como los Marston. 

Era una tortura tenerla de consejera, no servía para eso, pues se quejaba de cada cosa que hacíamos a la hora de trabajar. Lástima que no podía cambiar su puesto, papá me obligó a tenerla a mi lado. 

—Me voy. Recuerda avisarle a papá cómo concluyes la reunión, ¿vale? —alegó, acomodándose el cabello. 

—Lo sé, tampoco soy un novato. 

—Bien. 

Ir a una discoteca de un barrio pobre no era lo mío, aunque esos eran los mejores lugares para tener reuniones con mis socios más cercanos. 

El señor Mirchi, un hombre que solo me contrataba a mí para hacer sus trabajos sucios, incluso cuando papá era el líder y yo su ayudante… 

Inhalé hondo. 

—Silas —Esa voz ronca y autoritaria me hizo tragar saliva—. ¿Qué haces aquí? Deberías estar preparando todo para tu reunión con el señor Mirchi. 

—Silvana me acaba de avisar recientemente. 

Alcé el mentón, él estaba de pie en el umbral de la puerta. Ese traje formal negro lo hacía ver imponente, todo lo contrario a mí. Cada vez que me veía al espejo, deseaba que los demás me percibieran como a mi padre. 

Tal vez sí lo hacían, porque me esforzaba en actuar como un líder a los que todos debían temer. 

Esos ojos azulados eran parecidos a los míos, aunque un poco más turbios como el océano de noche. Su cabello rubio estaba todo hacia atrás. ¿De dónde saqué el cabello blanco? Ni idea. 

—Recuerda no tener distracciones después de la reunión. Avísame de inmediato cuando termines —proclamó, con una postura firme—. No quiero tener que discutir contigo. 

—El señor Mirchi primero me explica los detalles del trabajo, luego me da la hora y fecha… —murmuré—. Así que la reunión será rápida, no te preocupes.

—Lo sé, simplemente te estoy avisando. Mañana desayunamos en familia a las ocho de la mañana, no vayas a estar ausente, por favor —informó, sin una pizca de amabilidad. 

No recordaba cuándo fue la última vez que vi una sonrisa en su boca. 

Lo más probable era que mamá haya tenido la idea, porque conociendo a papá, él no haría algo así para estar “todos juntos”.

—Sí, padre. 

—¿A dónde fue tu hermana? —preguntó—. Necesito decirle unas cosas importantes para aumentar su desempeño. 

—Saldrá con sus amigos, posiblemente esté en su habitación arreglándose —resoplé, más calmado. 

—De acuerdo. 

Y sin decir más nada, se fue. 

Cada vez que lo veía, un sentimiento de inferioridad se apoderaba de mi cuerpo. Aunque yo fuera el líder de la mafia y estuviera a cargo de todo, él seguía teniendo esa autoridad sobre mí. 

Suspiré. 

Tenía que prepararme si quería llegar a tiempo a esa estúpida discoteca. Fui directo a mi habitación, saludando a la mayoría de sirvientes que me topé en el camino. 

Al entrar, lo primero que hice fue quitarme la camisa para darme un baño, y me vi en el amplio espejo pegado a la pared. 

—Peliblanco, vaya detalle —bufé. 

El único problema era que esa noche había luna llena. Tenía que hacer todo lo posible para evitar el contacto visual, o me volvería un tonto por ella. Era mi naturaleza, la de todos nosotros, si la veíamos directamente, perderíamos nuestra conciencia y nos volveríamos criaturas salvajes. Silvana era la única en la familia que sabía controlarlo, y yo, bueno, lo estaba logrando. 

En días normales sin luna llena, era más fácil controlar nuestra transformación y ser conscientes de lo que somos. 

Deseaba que apareciera mi luna, cada mes, cada año… 

Era un sentimiento punzante, porque mi futuro como líder dependía de que tuviera un heredero, que mi poder y sangre corriera por sus venas. 

¿Cuánto más tenía que esperar? 

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