Silas.
—¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad.
Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo.
Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo.
—¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues.
—Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien.
—No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe.
—¿Ahora llamas amigos a los tipos con los que te acuestas? —inquirí, fingiendo sorpresa—. Eso es nuevo.
Ella me lanzó la manzana mordida, la esquivé con facilidad y solté una carcajada. Se cabreaba con facilidad.
Silvana Marston, la niña mimada de papi y mami, a ella la trataban mucho mejor que a mí. Yo, al ser el heredero, tuve una educación en casa estricta que duró años.
¿Un abrazo de papá y mamá? Todo eso se lo llevó Silvana. Éramos lo contrario a “uña y mugre”. Nunca estábamos de acuerdo.
—Imbécil. Deberías conseguir esposa de una buena vez, papá no te esperará toda la vida —masculló, sacudiendo sus manos—. Y sabes lo que pasará si yo tengo al heredero primero —sonrió, con malicia.
Incliné ambas cejas, mirándola de manera juzgadora. Su inmadurez mental era clara para nuestros padres, por eso decidieron dejarme a cargo y no a ella. Silvana no tenía preparación para ser líder y alfa a la vez.
—Tener un bastardo con un hombre cualquiera no te traerá nada bueno, Silvana —reí, para molestarla—. Serás la decepción de la familia si sucede así.
Nos queríamos, a nuestra manera. Aunque ella siempre deseó ser superior a mí, en cuestiones de título. Nunca lo logró, ¿no le bastaba con ser la favorita de papá?
Me sacó el dedo grosero.
—Solo haz el trabajo de esta noche y ya —pidió, sentándose lo más lejos de mí—. Por cierto, ¿nada con tu mate? Ya tienes veintiocho años, me sorprende que no haya aparecido a estas alturas.
—Silvana, prefiero no hablar de eso —dije, revisando mi celular—. La diosa sabe cuándo es el momento.
—¿Por qué? —Apoyó el mentón sobre su puño—. No sabes cuánto ha rogado mamá para que aparezca tu chica, o mi chico. ¿Cuál crees que aparecerá primero? —Alzó una ceja, divertida—. Yo tengo más probabilidades de éxito.
—La mía, sin dudas.
—Qué egocéntrico.
—Eres igual a mí. ¿Se te olvida que somos hermanos?
—Soy cinco años más joven que tú, mi mate tiene más probabilidades de aparecer —alegó, encogida de hombros—. Acéptalo, capaz la tuya jamás llegue.
—¿Papá no te explicó con quién debo reunirme esta noche para el trabajo? —cuestioné, cambiando de tema.
Ella apretó los dientes y forzó una sonrisa, odiaba que hiciera eso. Inhaló hondo, calmando su respiración, antes de ponerse de mal humor.
—El señor Mirchi, ya sabes, ese que te pide justamente a ti que hagas de sicario —comentó, jugando con un mechón de su cabello—. Lo bueno es que sus pagos son absurdamente buenos, ¿no te parece?
—Es porque adoran cómo trabajo —dije, con aires de grandeza. Ella hizo una mueca de asco.
—Lástima que a mí no me dejen hacer nada sola a menos que vaya contigo. Como si yo no pudiera —resopló, rodando los ojos
Quise molestarla un poco.
—Por eso eres la hija de mami y papi —me burlé.
—Ya cállate, imbécil.
—Yo también te quiero, hermanita —Arrugué la boca.
Ella se levantó, dispuesta a marcharse. Silvana era caprichosa, ambiciosa y sifrina. Se preocupaba por cómo la veían los demás, y le encantaba dar órdenes al saber que era la hija de un linaje tan poderoso como los Marston.
Era una tortura tenerla de consejera, no servía para eso, pues se quejaba de cada cosa que hacíamos a la hora de trabajar. Lástima que no podía cambiar su puesto, papá me obligó a tenerla a mi lado.
—Me voy. Recuerda avisarle a papá cómo concluyes la reunión, ¿vale? —alegó, acomodándose el cabello.
—Lo sé, tampoco soy un novato.
—Bien.
Ir a una discoteca de un barrio pobre no era lo mío, aunque esos eran los mejores lugares para tener reuniones con mis socios más cercanos.
El señor Mirchi, un hombre que solo me contrataba a mí para hacer sus trabajos sucios, incluso cuando papá era el líder y yo su ayudante…
Inhalé hondo.
—Silas —Esa voz ronca y autoritaria me hizo tragar saliva—. ¿Qué haces aquí? Deberías estar preparando todo para tu reunión con el señor Mirchi.
—Silvana me acaba de avisar recientemente.
Alcé el mentón, él estaba de pie en el umbral de la puerta. Ese traje formal negro lo hacía ver imponente, todo lo contrario a mí. Cada vez que me veía al espejo, deseaba que los demás me percibieran como a mi padre.
Tal vez sí lo hacían, porque me esforzaba en actuar como un líder a los que todos debían temer.
Esos ojos azulados eran parecidos a los míos, aunque un poco más turbios como el océano de noche. Su cabello rubio estaba todo hacia atrás. ¿De dónde saqué el cabello blanco? Ni idea.
—Recuerda no tener distracciones después de la reunión. Avísame de inmediato cuando termines —proclamó, con una postura firme—. No quiero tener que discutir contigo.
—El señor Mirchi primero me explica los detalles del trabajo, luego me da la hora y fecha… —murmuré—. Así que la reunión será rápida, no te preocupes.
—Lo sé, simplemente te estoy avisando. Mañana desayunamos en familia a las ocho de la mañana, no vayas a estar ausente, por favor —informó, sin una pizca de amabilidad.
No recordaba cuándo fue la última vez que vi una sonrisa en su boca.
Lo más probable era que mamá haya tenido la idea, porque conociendo a papá, él no haría algo así para estar “todos juntos”.
—Sí, padre.
—¿A dónde fue tu hermana? —preguntó—. Necesito decirle unas cosas importantes para aumentar su desempeño.
—Saldrá con sus amigos, posiblemente esté en su habitación arreglándose —resoplé, más calmado.
—De acuerdo.
Y sin decir más nada, se fue.
Cada vez que lo veía, un sentimiento de inferioridad se apoderaba de mi cuerpo. Aunque yo fuera el líder de la mafia y estuviera a cargo de todo, él seguía teniendo esa autoridad sobre mí.
Suspiré.
Tenía que prepararme si quería llegar a tiempo a esa estúpida discoteca. Fui directo a mi habitación, saludando a la mayoría de sirvientes que me topé en el camino.
Al entrar, lo primero que hice fue quitarme la camisa para darme un baño, y me vi en el amplio espejo pegado a la pared.
—Peliblanco, vaya detalle —bufé.
El único problema era que esa noche había luna llena. Tenía que hacer todo lo posible para evitar el contacto visual, o me volvería un tonto por ella. Era mi naturaleza, la de todos nosotros, si la veíamos directamente, perderíamos nuestra conciencia y nos volveríamos criaturas salvajes. Silvana era la única en la familia que sabía controlarlo, y yo, bueno, lo estaba logrando.
En días normales sin luna llena, era más fácil controlar nuestra transformación y ser conscientes de lo que somos.
Deseaba que apareciera mi luna, cada mes, cada año…
Era un sentimiento punzante, porque mi futuro como líder dependía de que tuviera un heredero, que mi poder y sangre corriera por sus venas.
¿Cuánto más tenía que esperar?
Naomi. —¿Estás lista? —preguntó Malena, sonriente. Era de noche. —Diviértete, cariño —dijo mi madre, sentada en la mecedora. —No me agrada la idea de dejarte sola, ma…—La señora Karen está cada día mejor —Malena se puso detrás de mí y me hizo un corto masaje de hombros—. Relájate, necesitas conocer personas y encontrar el amor. —¿En una discoteca? —Alcé una ceja—. Lo que puedo encontrar es a un perro mujeriego que se acuesta con todas. —¡Naomi! —reprochó mamá. —Lo siento —me disculpé. Malena hundió ambas cejas. Sabía que estaba preocupada por mí, por mi futuro de soltera y adicta al trabajo. Me acostumbré, ¿qué más podía hacer? —No todos los que van a discotecas son así —bufó, retocando su maquillaje—. Ahora vamos, Karen dormirá tranquilamente sabiendo que te estás divirtiendo. Sus rulos me golpearon cuando pasó por mi lado para abrir la puerta principal. Tenía que esforzarme si quería pasarla bien esa noche. Resoplé. Llevarle la contraria no estaba en mis planes. —Si su
Naomi. Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia. ¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto. Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello. Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme… «Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente. Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista? —¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada. —¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza. ¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes? —Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró. Sonreí de lado, divertida. —¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa. Claro que lo había hecho, pero no iba a admit
Silas. Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos. —¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores. ¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión? Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver. —Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad. Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido. —Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada. Rodé los ojos, fastidiado. —Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre. Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa. Una mujer de cas
Naomi. —¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien.—Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja.Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y…Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa prot
Silas. Pasaron varios días, y pude sentir el olor de Naomi más fuerte, así que decidí visitar su hogar y llevarle un ramo de flores variadas como disculpa. Habían muchas cosas que no sabía de ella, por eso me comporté como un idiota. Iba bajando las escaleras, cuando vi a Silvana con una sonrisa maliciosa. —No empieces, por favor —hablé. —Uy, hermanito, ¿a dónde tan romántico? ¿Por qué llevas ese ramo de flores? —interrogó, en un tono pícaro. —Iré al cementerio —mentí. Ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, incrédula. —¿Al cementerio? Nunca vas allí. ¿Se te murió algún conocido? —Pues ya ves que las personas pueden cambiar. —No mientas, Silas —proclamó, entrecerrando los ojos—. Últimamente andas extraño, ¿seguro que no ocultas nada? —¿Por qué lo haría? —resoplé, cansado de su voz—. Soy mayorcito, y tú igual. —Bien —masculló. Pasé por su lado, ella me hizo su peor cara de asco y la ignoré. Silvana podía ser una quisquillosa. Tuve suerte de que no siguió insistiendo. (
Naomi. Ya le habían puesto la quimio a mi madre, y al día siguiente, yo no dejaba de vomitar. Tuve que faltar a mis dos trabajos y avisar que me había enfermado. Ojalá que no me despidan… —¿Cómo estás? —Mamá entró a mi habitación, con dificultad. Yo debía cuidarla a ella, se esforzó en preparar una sopa de pollo, tenía la bandeja en la mano. Su piel estaba muy pálida, tan blanca como la nieve, y yo sentí náuseas al ver la comida. —E-es extraño, nunca me había pasado esto. También me duele un poco el estómago —dije, sentándome en la cama. —Yo te cuidaré hoy —Tosió. Tuvo que dejar la bandeja en la mesita de noche, porque su cuerpo se debilitó y yo me paré rápidamente para ayudarla a sentarse en su cama, ignoré el mareo. —Mamá, tienes que descansar. Ayer te hicieron la quimio, el reposo es vital para que mejores —murmuré, hundiendo las cejas—. ¿De acuerdo? Yo seguramente comí algo que me cayó mal. Ella estaba respirando por la boca, de forma lenta. Me hizo caso y se recostó sobr
Naomi. —Lamento tu pérdida, Naomi —La señora Luisa me abrazó y se alejó. Ni el maquillaje que me prestó Malena podía borrar la terrible expresión en mi rostro. Mis ojos, probablemente vacíos y sin color, asustaban a todos los presentes en el entierro. Su ataúd fue enterrado bajo tierra, y todos estábamos vestidos de negro, ¿quién diría que perdería lo más importante en mi vida de una forma tan inesperada y cruel? —Naomi… —Malena también estaba lamentable. Ojos hinchados y rojos. Puso la mano sobre mi hombro—. Parece que va a llover, ¿nos vamos? Todo había concluido, yo quería seguir llorando, pero no me salían más lágrimas de tanto que lo había hecho. Miré al cielo, el pronóstico sobre el clima que vimos en la mañana nos advirtió y llevábamos paraguas. Inhalé hondo. —Dame un minuto —Me acerqué a la tumba de mi madre, llena de las flores que le dejaron sus conocidos, y nosotras. La toqué, iba a extrañar sus sabias palabras, aunque me llevaba la contraria todos los días. Nunca
Naomi. De cierta forma, fue un alivio para mí haber renunciado al trabajo en la cafetería, y lo mejor es que Paulina obtendría su merecido. Ese mismo día, tuve que ir a mi trabajo de medio tiempo en el bar, tenía que caminar a casa a la hora de salida. Para mi suerte, las calles solían estar alumbradas y mi jefe me dejaba salir antes. Pero esa noche no fue así… Eran las nueve, recién guardé mis cosas en el bolso, el sudor recorría mi frente. Como hubo un evento, tuve que quedarme una hora más. —Puedes irte, Naomi. Nosotros nos ocupamos —habló mi jefe—. Lamento haberte hecho quedar hasta tarde. Prometo que será la primera y última vez. Sonreí. Por lo menos él no me regañó por haber faltado y entendió mi pérdida. —No se preocupe. Lo saludé con la mano y salí del bar. La oscuridad de la noche me abrumó, no se asomaba ni una pequeña parte de la luna. Me abracé a mí misma por el frío que sentí. Apreté los labios. Se me escapó un suspiro asustadizo cuando las luces de los postes