Naomi.
—¡Naomi! ¡Apúrate y limpia este desastre!
La gerente estaba más enojada que de costumbre. Busqué el trapeador, un bebé había vomitado en una de las mesas para clientes. Muchos se estaban quejando del olor.
Lo hice lo más rápido que pude, quería evitar sermones, y eso que yo era cajera y no de limpieza. Una vez que terminé, la mamá del niño me agradeció y se disculpó por el desastre.
La cafetería Rosas de Cristal era mi lugar de trabajo principal. También tenía otro de medio tiempo para cubrir los gastos de la casa y de mi madre.
—¡¿Será que puedes ser más rápida?! Hay demasiados clientes en la caja —me regañó, haciendo una mueca de fastidio.
Paulina Pérez, una mujer casada a la que su marido probablemente no le dio huevo anoche, tal vez ni siquiera le atraía su propia esposa, con lo descuidada que estaba.
Ese cabello negro enroscado, como si no se hubiera peinado en días, no sonreía, tenía arrugas, entre otras imperfecciones que notaba por lo mal que me trataba.
¿Quién era yo para juzgar? Mis ojeras eran mi peor defecto. Esas seis horas de sueño me estaban afectando.
—Voy, señora.
—Mueve el culo que para eso te pago.
A veces me daban ganas de insultarla, pero no podía arriesgarme a perder mi trabajo, sería difícil conseguir otro. Fui a la caja, había una larga fila, así que suspiré.
—Buen día, señor, ¿qué desea ordenar? —Alcé el mentón.
Me intrigó mucho el cabello de ese hombre, era blanco, se veía muy joven para estar canoso. No me sorprendería que se lo haya pintado.
Me clavó esos azulados ojos, noté que tenía pestañas largas. Fue extraño, una sensación intimidante mejor dicho.
—Un café puro con azúcar —habló, su tono era grueso—. Y un par de galletas.
Cualquiera babearía por él, con lo sexy que le quedaba ese traje negro con corbata y las manos dentro de los bolsillos.
Inhalé hondo y facturé su orden. Fueron las únicas palabras que intercambiamos ese día.
¿Quién diría que el destino de verdad existía?
(...)
Trabajar de siete de la mañana a tres de la tarde, y luego de cuatro de la tarde a ocho de la noche, me estaba consumiendo. Apenas tenía veinticinco años y ya parecía una señora.
Regresé a casa después de terminar mi trabajo de medio tiempo en el bar, abrí la puerta y no vi a Luisa por ningún lado.
Era la vecina, solía pagarle cada semana por cuidar de mi madre cuando yo tenía que trabajar.
—¿Naomi? ¿Eres tú? —Escuché esa voz angelical que me calmaba cuando tenía un mal día.
Fui hacia la sala, mi mamá estaba sentada en la mecedora viendo televisión con hilo y agujas en mano.
Cáncer de mama, una enfermedad con la que estábamos luchando desde hace más de ocho meses y que no dejaba de crecer en mi madre. El tumor era bastante grande y complicado de tratar, lo descubrimos tarde.
Forcé la sonrisa.
—Mamá, tienes que descansar mucho. ¿Qué haces aquí en la sala? —Recogí unas toallas que estaban en el suelo—. ¿Y por qué Luisa no está aquí? ¿Ya comiste? Llegué un poco tarde hoy, habían muchos clientes en el bar.
Ella tenía una pañoleta en su cabeza, pues todo el cabello se le estaba cayendo y decidió raparse. Sus brillantes ojos color miel me vieron, nostálgica.
—Oh, tuvo que irse más temprano, y no te preocupes que ya comí. Recuerda que Luisa también tiene familia —comentó, tejiendo—. Tampoco es bueno que esté todo el día pendiente de mí.
A ella le encantaba tejer en su tiempo libre, ya parecía una abuelita. Sonreí más tranquila porque estaba bien, aunque Luisa se hubiera ido temprano.
—La próxima semana será tu siguiente sesión de quimioterapia —le recordé, a veces se le olvidaban o se hacía la tonta.
—Naomi, te he dicho muchas veces que me dejes así... no quiero que te esfuerces tanto por mí —expresó, arrugando la frente—. Quiero que te enfoques en ti.
—Lo hago porque no quiero perderte, mamá, eres mi mundo entero —resoplé—. Ahora, vamos a tu habitación que ya es tarde.
La ayudé a levantarse, dejó la prenda en la mesa y se puso de pie con dificultad. Las quimios la tenían muy mal, rezaba todas las noches para que aguantara...
Su cuerpo se veía cada vez más débil y eso me apretaba el corazón.
—Ay, hija mía. No te sientas presionada... tú también me preocupas mucho —Hundió las cejas, mirándome a los ojos—. Deberías empezar a buscar un hombre y formar una familia, me haría muy feliz irme y saber que no estarás sola.
Negué con la cabeza, divertida ante su comentario.
—Lo siento, mamá, pero mi prioridad actualmente es usted, así que ya vamos a la cama —reí—. Además, un hombre puede abandonarme, mi madre no.
—Uff, sé sincera y dime ya que eres lesbiana.
Abrí los ojos, estupefacta. La sinceridad de mamá podía superar límites.
—¡Mamá! Por Dios, ¿qué cosas dices?
Ella rio con dificultad.
—Es que hace años que no me presentas a un noviecito.
Tenía razón.
La última vez que estuve con un hombre fue hace como... unos cinco años. Me centré tanto en trabajar para ahorrar y pagar una buena universidad, aunque el cáncer de mi madre nos golpeó duro a las dos.
Ya no me importaban los estudios, solo ayudarla a sobrevivir para estar juntas las dos, como siempre. Éramos un equipo.
—Ya, ya, es hora de dormir —la regañé—. Mañana será otro día.
Se acostó en su cama con mi ayuda, la arropé porque solía darle frío en la madrugada. Había una sola habitación en la casa, ella dormía en una cama individual y yo en otra, así me sentía más aliviada por estar al pendiente.
—Mañana estás libre, ¿no? —preguntó.
—Sí.
—Diviértete, hija. Sé que Malena ha querido salir contigo en cada día libre que tienes —soltó, con una sonrisa enternecedora.
—¿Malena vino a visitarte?
—Oh, viene muy seguido.
—Ella sabe que no tengo tiempo...
Bajé la cabeza.
Malena era mi única amiga, nos conocimos en la secundaria y vivíamos en el mismo barrio. Ella se llevaba de maravilla con mamá.
—Claro que tienes tiempo. Por ejemplo, mañana —Me vio con picardía.
—¿Estás obligándome a salir? —Alcé una ceja, divertida.
—Así es. Y como tu madre, te lo ordeno —Asintió.
Justamente, Malena me estaba llamando. Supuse que había acordado algo con mi madre para sacarme de casa, era su costumbre.
—Es ella —le dije, alejándome para contestar—. ¿Hola?
—¡Naomi! Mañana será un gran día, ¿no lo crees? —habló, con entusiasmo en su tono—. Me enteré de que estás libre. ¿Por qué no salimos en la noche? ¡Te enseñaré un lugar que te encantará!
Inhalé hondo.
—Lo siento, pero... —Vi a mi madre, ella hizo una mueca de enojo y cruzó los brazos.
¿Debía aceptar? Si no lo hacía, estaba segura de que mamá me trataría con frialdad durante varios días y no soportaba estar así.
Suspiré.
—¿A dónde iremos? —pregunté, derrotada.
Las dos me habían ganado esa vez. Tuve que rendirme.
—¡No puedo creerlo! ¿De verdad vendrás conmigo? —interrogó, conmocionada.
—Así es.
Pude escuchar el aplauso ligero de mi madre. ¿Para qué tener enemigos si ya estaba ella?
—¡Genial! Pasaré por tu casa mañana a las seis de la tarde. Ponte tu atuendo más sexy porque iremos a cazar hombres con mucho dinero —proclamó.
—¿Hombres? —Fruncí el ceño.
—Es broma. Iremos a bailar y distraer la mente, ¿vale? Prometo que estaré contigo en todo momento —alegó, con la voz chillona por la emoción.
—¿Me llevarás a un club nocturno?
Mi mamá abrió la boca al escucharme.
—Algo así. Una discoteca común y corriente, un poco de bebida, un poco de baile, nada puede salir mal si estás conmigo —corrigió.
—De acuerdo, Malena. Nos vemos mañana.
—¡Buenas noches, Naomi! —Y colgó.
—No sabes lo feliz que me hace saber que has aceptado su invitación por fin, hija —comentó mamá, con los ojos brillosos.
—Tal vez tengas razón y necesito olvidarme un rato del trabajo. Además, Paulina cada día está más insoportable —bufé, quitándome los zapatos.
—Y no lo dudo —Se echó a reír—. Desde que trabajas ahí, esa mujer solo es un dolor de cabeza para ti.
—El peor dolor de cabeza.
Mi madre era como mi mejor amiga. Podía contarle cada cosa que pasaba en mi vida, y no me regañaba o juzgaba. Ella fue padre y madre a la vez, ya que el imbécil ese la abandonó estando embarazada de mí y nunca supe de él.
Silas. —¿Debo ir? —pregunté, con fastidio—. Es la discoteca más barata y cutre de la ciudad. Moví el hielo de mi bebida. Estaba tan tranquilo en el comedor de la mansión, hasta que vi a mi hermana entrando para recordarme mi trabajo. Ese cabello rubio era idéntico al de nuestros padres. Su mirada me penetró, se cruzó de brazos por mi pregunta. Soltó un suspiro exasperado, determinando su impaciencia conmigo. —¿Es necesario recordárselo al señor “yo puedo con todo” ? —se mofó, entornó los ojos, casi chasqueó los dientes—. Eres el líder, actúa como tal, eso es lo que papá espera de ti. Bueno, lo que toda la organización espera de ti. No la cagues. —Gracias, hermanita, a mí también me encanta que seas mi mano derecha. No sabes cuánto —sonreí de lado, con una punzada en mi sien—. Es que nos llevamos tan bien. —No iré contigo, para que sepas. Saldré con unos amigos —comentó, acercándose a la mesa para agarrar una manzana—. Espero que puedas con todo solo, querido jefe. —¿Ahora llam
Naomi. —¿Estás lista? —preguntó Malena, sonriente. Era de noche. —Diviértete, cariño —dijo mi madre, sentada en la mecedora. —No me agrada la idea de dejarte sola, ma…—La señora Karen está cada día mejor —Malena se puso detrás de mí y me hizo un corto masaje de hombros—. Relájate, necesitas conocer personas y encontrar el amor. —¿En una discoteca? —Alcé una ceja—. Lo que puedo encontrar es a un perro mujeriego que se acuesta con todas. —¡Naomi! —reprochó mamá. —Lo siento —me disculpé. Malena hundió ambas cejas. Sabía que estaba preocupada por mí, por mi futuro de soltera y adicta al trabajo. Me acostumbré, ¿qué más podía hacer? —No todos los que van a discotecas son así —bufó, retocando su maquillaje—. Ahora vamos, Karen dormirá tranquilamente sabiendo que te estás divirtiendo. Sus rulos me golpearon cuando pasó por mi lado para abrir la puerta principal. Tenía que esforzarme si quería pasarla bien esa noche. Resoplé. Llevarle la contraria no estaba en mis planes. —Si su
Naomi. Terminamos en una habitación de hotel, capaz Malena me estaba buscando preocupada y yo no le di importancia. ¿Me estaba besando con un apuesto desconocido? Sí, por supuesto. Él me cargó, mis piernas rodearon sus caderas y cuando menos me di cuenta, estábamos desnudos sobre la cama matrimonial. Giré mi rostro cuando el hombre empezó a besar mi cuello. Eran besos delicados, como si quisiera cuidarme… «Loca del demonio, él solo quiere cogerte» habló mi mente. Por la ventana, se asomaba una radiante luna llena. ¿Quién diría que me haría suya y tendría una agradable vista? —¿Estás segura de esto? —preguntó, dejándome anonadada. —¿Q-qué? —balbuceé, con torpeza. ¿Cómo iba a preguntar semejante estupidez cuando ya ambos estábamos desnudos y calientes? —Es que estás ebria, no quiero que luego te arrepientas… —murmuró. Sonreí de lado, divertida. —¿Crees que me emborraché con dos cervezas? —inquirí, arrugando la frente con ofensa. Claro que lo había hecho, pero no iba a admit
Silas. Llegué cinco minutos tarde al desayuno en familia. El comedor estaba en silencio, solo se escuchaba el sonido de los cubiertos cuando golpeaban los platos. —¿No piensas decir nada? —habló papá, viéndome con esos ojos juzgadores. ¿Qué iba a saber yo que aparecería mi mate segundos después de haber terminado la reunión? Lástima que en la mañana se fue sin despedirse… seguramente ella piensa que no nos volveremos a ver. —Lo tengo todo controlado. La reunión fue un éxito y completaré mi trabajo en dos semanas —informé, llevé un bocado a mi boca con tranquilidad. Silvana dejó el cubierto de lado, haciendo ruido. —Papi, ¿Silas no quedó en darte cada detalle anoche? Porque no respondió las llamadas que le hicimos —aseveró, molestándome con su cínica mirada. Rodé los ojos, fastidiado. —Silvana, tu hermano ya está mayorcito y sabe lo que hace —defendió mi madre. Por lo menos ella, por mucho que adoraba a mi hermana, también me solía defender de la mocosa esa. Una mujer de cas
Naomi. —¿Qué te preocupa? —preguntó mi madre. Estábamos desayunando, pronto empezaría mi jornada laboral y tenía que apurarme para no llegar tarde. Tragué el bocado que masticaba. —¿Por qué lo dices? Estoy bien.—Te conozco, Naomi. Yo te parí —Alzó una ceja.Era imposible ocultarle las cosas a mi madre, esa mujer tenía el poder de leer las mentes, o por lo menos la mía. Suspiré, en derrota. —¿Recuerdas al desconocido con el que amanecí? —Bajé el tono, me daba vergüenza. Ella sonrió. —Por supuesto. —Apareció ayer en la cafetería —Me mordí el labio, nerviosa—. Me reconoció, y yo tardé en reconocerlo… y… y…Me trabé, tosí al sentir que me ahogué con mi propia saliva. Bebí un sorbo de agua, mamá me ayudó dando leves palmadas en mi espalda. —Tranquila, chica, no es el fin del mundo. ¿Es guapo? ¿Crees que puedan llegar a tener algo? —interrogó, pícara. —¡Mamá! —El calor subió a mis mejillas. —Quiero que seas feliz, hija —Comprimió la sonrisa, mirándome fijo, brindándome esa prot
Silas. Pasaron varios días, y pude sentir el olor de Naomi más fuerte, así que decidí visitar su hogar y llevarle un ramo de flores variadas como disculpa. Habían muchas cosas que no sabía de ella, por eso me comporté como un idiota. Iba bajando las escaleras, cuando vi a Silvana con una sonrisa maliciosa. —No empieces, por favor —hablé. —Uy, hermanito, ¿a dónde tan romántico? ¿Por qué llevas ese ramo de flores? —interrogó, en un tono pícaro. —Iré al cementerio —mentí. Ella entornó los ojos y se cruzó de brazos, incrédula. —¿Al cementerio? Nunca vas allí. ¿Se te murió algún conocido? —Pues ya ves que las personas pueden cambiar. —No mientas, Silas —proclamó, entrecerrando los ojos—. Últimamente andas extraño, ¿seguro que no ocultas nada? —¿Por qué lo haría? —resoplé, cansado de su voz—. Soy mayorcito, y tú igual. —Bien —masculló. Pasé por su lado, ella me hizo su peor cara de asco y la ignoré. Silvana podía ser una quisquillosa. Tuve suerte de que no siguió insistiendo. (