Nelly, una mujer exuberante y llena de carisma, ha navegado toda su vida contra la corriente de los estándares de belleza impuestos. Su figura curvilínea, lejos de ser una carga, es parte esencial de su identidad. Sin embargo, la sociedad, con sus prejuicios arraigados, la ha obligado a enfrentar constantes desafíos y sin opción, decide convertirte en una mujer rebelde usando eso como una coraza. Cuando la obligan a casarse con Adrián Cisneros, un exitoso CEO conocido por su frialdad y calculadora inteligencia, la vida de Nelly da un giro inesperado. Adrián, detrás de su fachada de hombre de negocios impasible, esconde un pasado lleno de heridas y una profunda soledad. Su matrimonio, forjado por conveniencia, se convierte en un terreno fértil para el conflicto y la incomprensión. A medida que conviven, Nelly y Adrián descubren que sus diferencias son más superficiales de lo que imaginaban. Nelly, con su optimismo innato y su capacidad para encontrar belleza en lo cotidiano, comienza a derretir el hielo que rodea a Adrián. Él, a su vez, se siente atraído por la autenticidad y la fuerza de Nelly. Juntos, deberán enfrentarse a los prejuicios de la sociedad, a las expectativas de sus familias y a sus propios miedos internos. A medida que se conocen más profundamente, ambos aprenderán a amar más allá de los estereotipos y a construir una relación basada en el respeto, la confianza y la comprensión mutua.
Leer másEl verano comenzaba a rendirse ante los primeros atisbos del otoño. Las hojas de los árboles se tornaban lentamente en tonos ocres, dorados y rojizos, cubriendo los senderos del jardín como si la naturaleza tejiera una alfombra para dar paso a una nueva estación. Una brisa suave y fresca se deslizaba entre las cortinas entreabiertas de la habitación, llevando consigo el aroma de tierra húmeda, ese perfume inconfundible que siempre llega justo antes de un gran cambio.La casa entera parecía respirar con tranquilidad, como si el tiempo mismo supiera que algo importante estaba por suceder. Los relojes colgaban sus minutos con parsimonia, los muebles crujían suavemente como si susurraran secretos entre sí, y la luz tenue del atardecer teñía las paredes con un resplandor cálido.Nelly ya tenía el vientre bajo, prominente y tenso como una luna llena. Su andar se había vuelto pausado, casi ceremonial. Cada paso era un pequeño acto de resistencia, de amor, de entrega. Caminaba con lentitud, c
El sol de la mañana se filtraba a través de los grandes ventanales del estudio, tiñendo el ambiente de una calidez dorada. Una brisa suave, artificial, pero constante, jugaba con las cortinas blancas que colgaban como nubes en los extremos del set. Todo estaba dispuesto con un gusto impecable: un fondo minimalista, toques florales en tonos marfil y crema, y una alfombra mullida donde comenzaría la magia.Nelly se encontraba de pie, frente al espejo del camerino, mientras una estilista ajustaba los últimos detalles del vestido blanco que abrazaba con dulzura su vientre inmenso. El escote caía con suavidad por sus hombros y la tela de seda se deslizaba como agua sobre sus curvas más pronunciadas. Su rostro irradiaba esa luz única que solo da el embarazo, pero también un leve rubor se asomaba por la emoción del momento.—¿Estás lista, mi vida? —preguntó Adrián desde la puerta, con una sonrisa ladeada y el cabello aún húmedo, rebelde y perfectamente imperfecto.Nelly giró lentamente, con
Los días pasaban con una lentitud dolorosa, como si el tiempo se hubiese confabulado con la tristeza para arrastrar cada hora. El sol salía y se ocultaba sin entusiasmo, su luz apenas lograba calentar el jardín de la casa Cisneros, donde las flores marchitas parecían inclinarse bajo el peso de la melancolía.A pesar de la aparente paz del hogar —las flores frescas que adornaban el jarrón de la sala, el suave crujido de la madera bajo los pasos de Nelly, el murmullo casi imperceptible de la música clásica que Adrián dejaba sonar desde su despacho—, ella vagaba por la casa como un fantasma. Llevaba días sin maquillarse, con la piel pálida, los ojos hinchados por las lágrimas silenciosas, y la mirada perdida más allá de las paredes.Se sentaba en el sofá, con las piernas encogidas como una niña asustada, su bata de algodón cubriéndole el cuerpo pero no el alma. Acariciaba con lentitud su vientre, redondo y firme bajo la tela, como si buscará consuelo en ese nuevo corazón que latía dentro
Días después.La noche había caído suave, casi indulgente, sobre la casa Cisneros. La brisa de abril susurraba entre los árboles del jardín, llevando consigo el aroma dulce de las flores nocturnas. Las luces cálidas que colgaban entre las vigas del techo titilaban como luciérnagas doradas, creando un aura acogedora dentro del comedor principal.Allí, entre el murmullo del fuego encendido en la chimenea y el tintinear elegante de los cubiertos, se reunía una familia que intentaba, poco a poco, volver a sentirse completa. Los candelabros de cristal lanzaban destellos dorados sobre la mesa vestida con manteles de lino blanco, platos de porcelana decorados con detalles dorados, y servilletas dobladas con precisión casi ceremonial. El aire estaba impregnado de aromas reconfortantes: pan recién horneado con romero, carne cocida lentamente en vino tinto, vegetales glaseados con miel de trufa y especias que se fundían en una sinfonía cálida y envolvente.Nelly, con un vestido largo color salm
Los siguientes días fueron de preparativos frenéticos, cargados de emoción y esperanza. Nelly se movía por la casa como una llama viva, infatigable, arrastrando consigo la energía renovada que la maternidad y el amor le inyectaban. Coordinaba flores, tonos de telas, luces tenues, música instrumental y cada pequeño detalle con la precisión de alguien que entendía que no era solo una fiesta: era un símbolo de renacimiento.El jardín interior fue el lugar elegido. Un espacio encantador rodeado de árboles frondosos que lanzaban sombras juguetonas sobre el suelo de piedra blanca. Las hojas susurraban entre sí con la brisa templada, como si estuvieran al tanto del milagro que se celebraría allí.—Nada de tristeza —le dijo Nelly a Lucía, mientras ajustaban una guirnalda de luces entre dos ramas de jacarandá—. Esta fiesta no es solo por el bebé. Es por Alan. Por su regreso. Por la vida.Lucía asintió y la abrazó, sintiendo el temblor que Nelly intentaba disimular. Bajo esa sonrisa luminosa, a
La luz del mediodía se filtraba a través de las cortinas de lino, dibujando siluetas suaves en las paredes color crema. Un viento tibio entraba por la ventana entornada, haciendo que las cortinas se movieran con un vaivén lento, casi hipnótico. El perfume de los rosales del jardín se colaba con delicadeza en la casa, mezclándose con el aroma del pan recién horneado y el café que burbujeaba en la cafetera de la cocina.La casa Cisneros estaba más viva que de costumbre. En la cocina, se escuchaban las risas de las empleadas mientras pelaban manzanas para una tarta. El eco de los pasos de Adrián resonaba desde el estudio, acompasados, con la firmeza de quien busca distraerse sin lograrlo del todo. En el salón, el murmullo lejano de la televisión se mezclaba con el zumbido casi imperceptible del aire acondicionado.Pero en la habitación al fondo del pasillo, aún reinaba un silencio espeso… hasta que Nelly abrió de golpe esa puerta que era más un muro.—¡Alan Cisneros, eres un desgraciado!
El reloj marcaba las tres de la tarde. Afuera, el sol caía a plomo sobre los jardines de la residencia Cisneros, y los árboles parecían derretirse bajo el peso del calor. El canto de las chicharras era insistente, casi ensordecedor, como si la naturaleza también protestara por algo. Pero dentro de la casa, todo era opresión.Las cortinas gruesas cubrían por completo las ventanas, filtrando la luz en haces tenues, dorados y tristes. El aire olía a encierro, a medicinas mezcladas con madera antigua, a una esperanza que se estaba marchitando. Se sentía denso, como si se pudiera cortar con un cuchillo. Una pesadez invisible flotaba en el ambiente, acumulándose en cada esquina, como si la casa respirara con dificultad.Alan llevaba días encerrado. No respondía. No hablaba. No gritaba. Y eso era lo más alarmante. Solo el silencio. El tipo de silencio que devora, que se adhiere al alma como una telaraña pegajosa. El tipo de silencio que anuncia que algo dentro se está muriendo.Ni siquiera e
El cielo estaba gris, cubierto por nubes que amenazaban con una lluvia lenta y persistente. El viento sacudía las copas de los árboles, haciendo crujir las ramas más altas como susurros rotos entre hojas secas. A lo lejos, un trueno apagado retumbó con pereza, como si la tormenta también estuviera cansada de llorar.Dentro de la casa Cisneros, un silencio espeso se apoderaba de cada rincón, apenas roto por el lejano tic-tac del reloj de pared, que marcaba con precisión cruel el paso del tiempo, y el murmullo sordo de una televisión encendida en la sala. Las luces estaban tenues, filtradas por cortinas cerradas que daban al ambiente un tono apagado, casi ceniciento.Alan estaba en la habitación del fondo. Nelly había insistido en mantener la casa con la menor cantidad de ruido posible, por si él deseaba descansar, pero lo cierto, era que el silencio también era un recordatorio de todo lo que había cambiado. Antes, los pasillos resonaban con las risas de los hermanos, con las bromas, co
La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la lámpara de lectura que parpadeaba suavemente junto a la cama. El monitor cardíaco emitía un leve pitido constante, monótono, como un metrónomo de calma forzada. El leve zumbido del aire acondicionado contrastaba con el silencio espeso que envolvía el lugar como una manta invisible.Alan despertó lentamente. Su conciencia emergió del letargo como si estuviera nadando en una corriente densa. Lo primero que sintió fue el cosquilleo en las yemas de los dedos, un hormigueo tibio que le pareció ajeno. Luego, el roce áspero de la sábana contra sus antebrazos. Respiró hondo. El aire estaba cargado con el inconfundible olor del alcohol médico, del látex, de lo estéril.Pero desde la cintura hacia abajo… no había nada.Era como si su cuerpo se hubiese esfumado a partir de ese punto. Intentó mover los dedos de los pies. Uno. Dos. Tres intentos. Nada. La nada más absoluta. Un vacío que se extendía como una sombra helada desde sus caderas.