Capitulo 64

El reloj marcaba las tres de la tarde. Afuera, el sol caía a plomo sobre los jardines de la residencia Cisneros, y los árboles parecían derretirse bajo el peso del calor. El canto de las chicharras era insistente, casi ensordecedor, como si la naturaleza también protestara por algo. Pero dentro de la casa, todo era opresión.

Las cortinas gruesas cubrían por completo las ventanas, filtrando la luz en haces tenues, dorados y tristes. El aire olía a encierro, a medicinas mezcladas con madera antigua, a una esperanza que se estaba marchitando. Se sentía denso, como si se pudiera cortar con un cuchillo. Una pesadez invisible flotaba en el ambiente, acumulándose en cada esquina, como si la casa respirara con dificultad.

Alan llevaba días encerrado. No respondía. No hablaba. No gritaba. Y eso era lo más alarmante. Solo el silencio. El tipo de silencio que devora, que se adhiere al alma como una telaraña pegajosa. El tipo de silencio que anuncia que algo dentro se está muriendo.

Ni siquiera e
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