La fiesta de compromiso había sido todo un éxito, aunque Nelly tuvo que soportar las críticas sobre su cuerpo. Como siempre, decidió ser una mujer segura de sí misma y no prestar atención a nada.
Y justo en ese momento, ya habían pasado los días y la gran boda, preparada en poco tiempo, estaba llevándose a cabo. El sonido del tacón de Nelly resonó en el lujoso pasillo de mármol mientras su madre le arreglaba el velo con manos temblorosas. No era una boda soñada, no había emoción en su corazón, solo una fría sensación de resignación. La tela del vestido, suave y fría contra su piel, se sentía como un sudario. El aroma a flores, dulce e intrusivo, la mareaba. Al otro lado de la puerta, Adrián Cisneros se ajustaba el reloj con su habitual gesto indiferente. Para él, este matrimonio no era más que un contrato que le permitiría mantener la empresa en pie y en sus manos, como se lo prometió a su madre. No tenía intención de enamorarse, ni de ceder un solo espacio de su vida para alguien como Nelly. La rigidez del traje se sentía como una segunda piel, ahogándolo. El nudo de la corbata apretaba su garganta, haciéndole sentir que se asfixiaba. Dos mundos estaban a punto de colisionar. Lo que ninguno de los dos sabía era que, en esa aparente imposición, encontrarían el desafío más grande de sus vidas: aprender a amar sin condiciones. El murmullo de los invitados se deslizaba entre las paredes doradas del lujoso salón. Las cámaras destellaban como estrellas fugaces, capturando cada instante de la boda que, a los ojos del mundo, era el evento del año. A los ojos de Nelly, era una farsa. Una obra teatral sin emociones verdaderas. El vestido blanco ceñía su cuerpo con perfección, obra de un diseñador que su madre había elegido con esmero. Cada perla bordada, cada encaje delicado, parecía una ironía pesada. Un disfraz de princesa para un cuento en el que no creía. La tela pesada del vestido la hacía sentir atrapada, como si llevara una armadura en lugar de un vestido. Adrián estaba de pie junto al altar, impecable en su traje negro. Demasiado perfecto. Demasiado inmutable. Su expresión era una máscara de indiferencia absoluta. Mientras ella caminaba hacia él, sostenida por la presión invisible de su familia, se preguntó si dentro de ese hombre había algo que no estuviera hecho de piedra. Su mirada era fría, distante, como si ella fuera un objeto más en el salón. Cuando llegó a su lado, él apenas giró la cabeza para mirarla. —Te ves bien —dijo en un tono tan carente de emoción que bien podría haber comentado el clima. Nelly sonrió con dulzura fingida... y le apretó los dedos con fuerza al tomar su mano. —Tú estás... exactamente como esperaba. Él no reaccionó. Pero ella sintió cómo su mandíbula se tensaba apenas un milímetro. El sacerdote comenzó a hablar, pero las palabras se perdieron en un zumbido lejano. Nelly solo escuchaba su propio corazón, golpeando con rabia y resignación al mismo tiempo. Eso es real. Un contrato disfrazado de votos, un intercambio sin amor. —Adrián Cisneros, ¿aceptas a Nelly Arriaga como tu esposa? Él sostuvo su mirada, con esa frialdad que le hervía la sangre. —Sí. No hubo titubeo. Ni emoción. Como si simplemente estuviera firmando un acuerdo comercial. —Nelly, ¿aceptas a Adrián como tu esposo? Ella quiso gritar. Reírse en la cara de todos los hipócritas que estaban allí celebrando la unión de dos desconocidos. Pero en su lugar, respiró hondo y, con la misma frialdad, respondió. —Sí. El anillo se deslizó en su dedo, tan ligero y a la vez tan pesado como una cadena invisible. El metal frío contra su piel le recordó la frialdad de su futuro esposo. —Puede besar a la novia. Un murmullo expectante recorrió la sala. Las cámaras se alzaron. El momento que todos esperaban. Adrián no dudó. Se inclinó hacia ella con la precisión de alguien que ejecuta un movimiento ensayado. Sus labios rozaron los de Nelly con frialdad, una presión calculada, sin pasión. Pero Nelly no era de las que se dejaban humillar. Si iban a jugar a ser la pareja perfecta, ella también sabía fingir y haría todo lo posible para molestar a su esposo. Sin previo aviso, enredó sus dedos en la solapa de su traje y profundizó el beso, obligándolo a reaccionar. Adrián sintió un sinfín de emociones que reprimió inmediatamente, aun así correspondió el beso hasta ambos separarse algo agitados. El sabor de sus labios era dulce, a pesar del champán. Nelly limpió los labios de Adrián con una sonrisa de triunfo. Los flashes explotaron a su alrededor mientras el público suspiraba con deleite. Desde afuera, parecía el beso de dos amantes atrapados en la emoción del momento. Desde dentro, era una guerra de voluntades. Nelly pudo ver la sombra de algo en los ojos de Adrián. ¿Gusto? ¿Sorpresa? ¿O quizá el más mínimo destello de vulnerabilidad? Él se acercó al oído de su esposa. —No juegues conmigo —susurró amenazante, su voz ronca y baja. Ella sonrió. —Entonces no subestimes a tu esposa. Y con ese desafío silencioso entre ellos, la farsa estaba oficialmente sellada. Saliendo tomados de la mano, recibiendo pétalos de rosas sobre ellos, otros felicitándolos mientras se adentraban al auto que los llevaría a la fiesta. El salón de fiestas del hotel, ahora transformado en un escenario de celebración, bullía con la energía de los invitados. La música en vivo llenaba el aire con melodías románticas, mientras las luces de cristal centelleaban sobre las mesas elegantemente dispuestas. El aroma de la comida exquisita se mezclaba con el perfume de los invitados, creando una atmósfera embriagadora. Nelly y Adrián, ahora marido y mujer ante los ojos del mundo, se encontraban en el centro de la pista de baile, rodeados por la multitud expectante. La música suave los envolvía mientras se movían al compás, sus cuerpos rozándose en una danza de formalidad. Pero la tensión entre ellos era palpable, como una corriente eléctrica que recorría el espacio entre sus pieles. Sus miradas se mantenían fijas, sus rostros impasibles, pero sus corazones latían con una intensidad contenida. Mientras giraban lentamente, Nelly se acercó al oído de Adrián, su voz apenas un susurro que se mezclaba con la música. —Te haré la vida imposible, Adrián —le dijo con una sonrisa dulce que no llegaba a sus ojos—. Hasta que me pidas el divorcio. Adrián la miró con frialdad, sus ojos grises brillando con una determinación silenciosa. —No caeré en tu juego tan fácilmente, Nelly —respondió con voz baja, su aliento rozando la piel de ella—. No esperes que te dedique tiempo. Este es solo un matrimonio de conveniencia. Nelly se separó un poco de él, su mirada desafiante. —Estaré detrás de ti siempre, Adrián —le dijo con una sonrisa enigmática—. Como una sombra. Adrián la observó en silencio por un momento, su expresión indescifrable. Luego, volvió a tomarla en sus brazos y continuaron bailando, la tensión entre ellos creciendo con cada compás. La música llegó a su fin y los aplausos resonaron en el salón. Nelly y Adrián se separaron, manteniendo una distancia prudente entre ellos. —Fue un baile... interesante —dijo Nelly con sarcasmo. —Sin duda —respondió Adrián con ironía. Ambos se dirigieron a su mesa, donde sus familias los esperaban con sonrisas de satisfacción. Los invitados aplaudieron y felicitaron a la pareja. Nelly y Adrián se separaron, agradeciendo a los presentes con sonrisas fingidas. —Ha sido una boda maravillosa —dijo una invitada a Nelly—. Les deseo mucha felicidad. —Muchas gracias —respondió Nelly con amabilidad. —Son la pareja perfecta —comentó otro invitado a Adrián—. Les deseo lo mejor. —Gracias —respondió Adrián con cortesía. —Felicidades, amiga. —No te unas a los hipócritas —le reclamó Nelly mientras la abrazaba. —Deberías hacer las paces con ese hombre —insinuó su amiga. Nelly le regaló una mirada fulminante que hizo reír a su amiga. La fiesta continuó hasta altas horas de la noche. Nelly y Adrián se mantuvieron distantes, evitando cualquier contacto innecesario. Al final de la noche, cuando los invitados comenzaron a retirarse, Nelly y Adrián se encontraron solos en el salón de baile. —Es hora de irnos —dijo Adrián, con voz cansada. Nelly asintió sin decir nada. La verdad es que estaba algo cansada. Ambos salieron del salón de baile y se dirigieron a la limusina que los esperaba en la entrada del hotel. Gracias por leer mis historias, Dejen un comentario qué tal les parece esta historia. Sígueme para más historias 🤗En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba “hermoso”. A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una ton
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales era lo único que rompía el silencio en la lujosa oficina de Adrián Cisneros. La luz tenue de la lámpara de escritorio proyectaba sombras alargadas en las paredes, dándole a la habitación un aire sombrío, casi lúgubre. Él estaba sentado en su imponente silla de cuero, la mirada fija en la pantalla del ordenador, pero su mente estaba lejos… atrapada en un pasado que nunca lo soltaba del todo.Creció en una casa grande, pero fría. No fría por el clima, sino por la ausencia de calidez. Su padre, Eduardo Cisneros, era un hombre de negocios duro, implacable. Un hombre que medía el valor de las personas por su utilidad. Su madre, Patricia, había sido una presencia casi fantasmagórica, sumisa a los deseos de su esposo, siempre con la mirada perdida y las palabras atrapadas en la garganta.Una cena cualquiera, años atrás…—Los hombres no se quiebran, Adrián —gruñó Eduardo, dejando su copa de vino sobre la mesa con un golpe seco.Adrián, de apenas
El restaurante privado en el último piso del hotel más exclusivo de la ciudad estaba diseñado para impresionar. Luces tenues, una vista panorámica de la metrópoli iluminada y un ambiente tan refinado que parecía sofocante. Nelly se ajustó el escote de su vestido rojo, cruzando las piernas con despreocupación mientras tamborileaba los dedos contra la mesa de madera oscura.No estaba nerviosa. Estaba furiosa.La habían obligado a estar allí, a encontrarse con un hombre que solo conocía por los medios y que, según su madre, era “una oportunidad que no podía desaprovechar”.Como si ella fuera un negocio.Levantó la copa de vino blanco y bebió un sorbo justo cuando la puerta de la sala privada se abrió.Adrián Cisneros entró sin prisa, con la seguridad de alguien que está acostumbrado a que el mundo se acomode a su voluntad. Su traje negro impecable parecía hecho para complementar su porte rígido y su expresión impasible. Nelly lo escaneó sin ninguna vergüenza, se podía decir que sería muy