El reloj marcaba las cinco con dieciocho minutos. El aire dentro de la mansión estaba tibio, perfumado con la fragancia tenue de las flores que adornaban el recibidor. A lo lejos, el canto agudo de un mirlo se colaba por los ventanales entreabiertos del salón principal. Nelly cerró el libro con un suspiro, dejando escapar el leve olor a papel envejecido y tinta.No había logrado leer más de una página.Sus pensamientos, lejos de calmarse, se agitaban con más fuerza que antes. La visita repentina de Alan había removido algo en su interior, algo que aún no lograba nombrar, pero que la inquietaba. Se frotó los brazos desnudos, como si quisiera quitarse de encima una sensación pegajosa, incómoda.El café caliente que le había preparado la cocinera la esperaba en la bandeja de porcelana, aún humeante. Decidió que el encierro de las paredes ya no le servía. Tomó la taza con ambas manos, sintiendo el calor atravesar la cerámica hasta sus palmas, y caminó hacia el jardín.El aire exterior est
La discusión cesó, Adrián con un suspiró de resignación salió dejando a Alan solo, con una opresión en su pecho. Le dolía saber que para su hermano, él era una amenaza. Pero no iba a descansar hasta obtener si perdón y hacerle entender que Karina no merecía que ellos estuviesen peleados.Adrián entró en la habitación y el silencio fue lo primero que lo recibió. Caminó hasta el centro, con el ceño fruncido, mirando alrededor. Las cortinas ondeaban levemente por la brisa nocturna, la lámpara de la mesita seguía encendida y una novela a medio leer descansaba sobre la colcha perfectamente tendida. Pero ella… no estaba.—¿Nelly? —llamó, aunque su voz ya se había teñido de preocupación.Abrió la puerta del baño. Nada. Se asomó al balcón. Nadie. Solo el murmullo distante de los árboles meciéndose en la noche.Bajó con paso firme por las escaleras, recorrió el pasillo hasta la cocina, donde una de las chicas del servicio limpiaba la encimera.—¿Has visto a Nelly? —preguntó, intentando que no
El rugido del motor de la camioneta rompía el silencio de la madrugada mientras la mansión se dibujaba imponente entre la niebla ligera del amanecer. Las farolas encendidas lanzaban sombras largas sobre el camino empedrado, y el chirrido de las llantas al frenar fue apenas superado por los gritos de Nelly dentro del vehículo.Alan, quién era el conductor no se cansaba de reír y tener por Nelly, viendo la paciente que tenía Adrián en ese momento con ese monumento de mujer haciendo pataletas.—¡No me toques! ¡Eres un imbécil, Adrián! ¡Eres un maldito cavernícola! —soltó ella, pataleando con fuerza mientras él abría la puerta y la tomaba en brazos.—Sigue gritando —gruñó él, con la mandíbula apretada—. Así despiertas a toda la ciudad.—¡Ojalá! ¡Quiero que todos vean el idiota que eres!La sujetaba con firmeza, como si su fuerza bastara para contener el torbellino de furia, dolor y alcohol que era Nelly esa noche. Sus tacones cayeron uno a uno en el camino de entrada, golpeando las baldo
El sol apenas comenzaba a asomarse por las colinas cuando la mansión Cisneros despertó con un murmullo extraño. No era el trinar habitual de las aves, ni el crujido de la madera antigua al calentarse con los primeros rayos. Era algo más… como una electricidad contenida en el aire, un preludio del caos.En la sala principal, el mármol relucía con el reflejo dorado del amanecer que se colaba entre las cortinas abiertas. El aroma a café recién hecho competía con la tensión que flotaba en el ambiente. Y en medio de todo, Alan sentado con una pierna cruzada, revisaba su celular con una sonrisa burlona.—Mmm… bueno, esto sí que es una portada de infarto —murmuró mientras deslizaba el dedo por la pantalla, claramente se apreciaba Nelly golpeado a un hombre, en otra donde Alan lo golpeaba y seguida Nelly, siendo cargada como costal de papas.El portón se cerró con un leve rechinar a lo lejos. Alan supo que se venía algo grande con esas noticias.Desde la cocina llegaban sonidos de tazas coloc
El motor del auto negro ya estaba encendido, vibrando con un ronroneo elegante en la cochera techada de la mansión Cisneros. El chofer esperaba, serio, junto a la puerta trasera abierta. Adrián avanzaba hacia él con pasos firmes, pero pesados, como quien arrastra más que el cansancio de una noche sin dormir. Llevaba un traje gris oscuro, impecable, aunque aún sin corbata; la camisa blanca apenas abotonada dejaba ver la tensión en su cuello, y los puños de las mangas colgaban desordenadamente. Iba revisando el teléfono, los dedos inquietos sobre la pantalla, hasta que una voz lo hizo detenerse en seco.—¿Tan temprano y ya con esa cara de funeral?Alan apareció desde el lateral, con un café en la mano y unas gafas oscuras que ocultaban sus ojeras pero no su sonrisa socarrona. Sin pedir permiso, se adelantó y se metió en el auto, pero no en el asiento trasero: ocupó el lugar del pasajero delantero, girándose para mirar a su hermano con descaro.—Vamos, súbete. Yo te llevo.Adrián lo miró
Adrián soltó el aire que no se había dado cuenta de que retenía, un suspiro pesado que se perdió en el silencio tenso de la habitación. El reloj antiguo colgado en la pared marcaba las once con su tic-tac insistente, como una cuenta regresiva que solo añadía presión a sus pensamientos ya desordenados.Alan, sin mirarlo, cruzó la estancia con pasos pausados, casi felinos, y se dejó caer en una de las butacas de piel junto a la gran ventana de cristal templado. El sol de la mañana se filtraba perezosamente por entre las cortinas, tiñendo el cuero oscuro de un tono cálido y suave. Su expresión, sin embargo, desentonaba con la atmósfera tranquila: una media sonrisa ladeada y ojos entrecerrados como si estuviera disfrutando de un mal chiste.—¿No crees que todo esto es como muy extraño? —preguntó Alan con voz baja, casi casual, pero cargada de intención.Adrián frunció el ceño, aún de pie, como si su cuerpo se negara a relajarse. Tenía la camisa desabotonada en el cuello, las mangas arrema
En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba “hermoso”. A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una ton
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales era lo único que rompía el silencio en la lujosa oficina de Adrián Cisneros. La luz tenue de la lámpara de escritorio proyectaba sombras alargadas en las paredes, dándole a la habitación un aire sombrío, casi lúgubre. Él estaba sentado en su imponente silla de cuero, la mirada fija en la pantalla del ordenador, pero su mente estaba lejos… atrapada en un pasado que nunca lo soltaba del todo.Creció en una casa grande, pero fría. No fría por el clima, sino por la ausencia de calidez. Su padre, Eduardo Cisneros, era un hombre de negocios duro, implacable. Un hombre que medía el valor de las personas por su utilidad. Su madre, Patricia, había sido una presencia casi fantasmagórica, sumisa a los deseos de su esposo, siempre con la mirada perdida y las palabras atrapadas en la garganta.Una cena cualquiera, años atrás…—Los hombres no se quiebran, Adrián —gruñó Eduardo, dejando su copa de vino sobre la mesa con un golpe seco.Adrián, de apenas