El cielo estaba gris, cubierto por nubes que amenazaban con una lluvia lenta y persistente. El viento sacudía las copas de los árboles, haciendo crujir las ramas más altas como susurros rotos entre hojas secas. A lo lejos, un trueno apagado retumbó con pereza, como si la tormenta también estuviera cansada de llorar.Dentro de la casa Cisneros, un silencio espeso se apoderaba de cada rincón, apenas roto por el lejano tic-tac del reloj de pared, que marcaba con precisión cruel el paso del tiempo, y el murmullo sordo de una televisión encendida en la sala. Las luces estaban tenues, filtradas por cortinas cerradas que daban al ambiente un tono apagado, casi ceniciento.Alan estaba en la habitación del fondo. Nelly había insistido en mantener la casa con la menor cantidad de ruido posible, por si él deseaba descansar, pero lo cierto, era que el silencio también era un recordatorio de todo lo que había cambiado. Antes, los pasillos resonaban con las risas de los hermanos, con las bromas, co
El reloj marcaba las tres de la tarde. Afuera, el sol caía a plomo sobre los jardines de la residencia Cisneros, y los árboles parecían derretirse bajo el peso del calor. El canto de las chicharras era insistente, casi ensordecedor, como si la naturaleza también protestara por algo. Pero dentro de la casa, todo era opresión.Las cortinas gruesas cubrían por completo las ventanas, filtrando la luz en haces tenues, dorados y tristes. El aire olía a encierro, a medicinas mezcladas con madera antigua, a una esperanza que se estaba marchitando. Se sentía denso, como si se pudiera cortar con un cuchillo. Una pesadez invisible flotaba en el ambiente, acumulándose en cada esquina, como si la casa respirara con dificultad.Alan llevaba días encerrado. No respondía. No hablaba. No gritaba. Y eso era lo más alarmante. Solo el silencio. El tipo de silencio que devora, que se adhiere al alma como una telaraña pegajosa. El tipo de silencio que anuncia que algo dentro se está muriendo.Ni siquiera e
La luz del mediodía se filtraba a través de las cortinas de lino, dibujando siluetas suaves en las paredes color crema. Un viento tibio entraba por la ventana entornada, haciendo que las cortinas se movieran con un vaivén lento, casi hipnótico. El perfume de los rosales del jardín se colaba con delicadeza en la casa, mezclándose con el aroma del pan recién horneado y el café que burbujeaba en la cafetera de la cocina.La casa Cisneros estaba más viva que de costumbre. En la cocina, se escuchaban las risas de las empleadas mientras pelaban manzanas para una tarta. El eco de los pasos de Adrián resonaba desde el estudio, acompasados, con la firmeza de quien busca distraerse sin lograrlo del todo. En el salón, el murmullo lejano de la televisión se mezclaba con el zumbido casi imperceptible del aire acondicionado.Pero en la habitación al fondo del pasillo, aún reinaba un silencio espeso… hasta que Nelly abrió de golpe esa puerta que era más un muro.—¡Alan Cisneros, eres un desgraciado!
Los siguientes días fueron de preparativos frenéticos, cargados de emoción y esperanza. Nelly se movía por la casa como una llama viva, infatigable, arrastrando consigo la energía renovada que la maternidad y el amor le inyectaban. Coordinaba flores, tonos de telas, luces tenues, música instrumental y cada pequeño detalle con la precisión de alguien que entendía que no era solo una fiesta: era un símbolo de renacimiento.El jardín interior fue el lugar elegido. Un espacio encantador rodeado de árboles frondosos que lanzaban sombras juguetonas sobre el suelo de piedra blanca. Las hojas susurraban entre sí con la brisa templada, como si estuvieran al tanto del milagro que se celebraría allí.—Nada de tristeza —le dijo Nelly a Lucía, mientras ajustaban una guirnalda de luces entre dos ramas de jacarandá—. Esta fiesta no es solo por el bebé. Es por Alan. Por su regreso. Por la vida.Lucía asintió y la abrazó, sintiendo el temblor que Nelly intentaba disimular. Bajo esa sonrisa luminosa, a
En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba “hermoso”. A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una ton
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales era lo único que rompía el silencio en la lujosa oficina de Adrián Cisneros. La luz tenue de la lámpara de escritorio proyectaba sombras alargadas en las paredes, dándole a la habitación un aire sombrío, casi lúgubre. Él estaba sentado en su imponente silla de cuero, la mirada fija en la pantalla del ordenador, pero su mente estaba lejos… atrapada en un pasado que nunca lo soltaba del todo.Creció en una casa grande, pero fría. No fría por el clima, sino por la ausencia de calidez. Su padre, Eduardo Cisneros, era un hombre de negocios duro, implacable. Un hombre que medía el valor de las personas por su utilidad. Su madre, Patricia, había sido una presencia casi fantasmagórica, sumisa a los deseos de su esposo, siempre con la mirada perdida y las palabras atrapadas en la garganta.Una cena cualquiera, años atrás…—Los hombres no se quiebran, Adrián —gruñó Eduardo, dejando su copa de vino sobre la mesa con un golpe seco.Adrián, de apenas
El restaurante privado en el último piso del hotel más exclusivo de la ciudad estaba diseñado para impresionar. Luces tenues, una vista panorámica de la metrópoli iluminada y un ambiente tan refinado que parecía sofocante. Nelly se ajustó el escote de su vestido rojo, cruzando las piernas con despreocupación mientras tamborileaba los dedos contra la mesa de madera oscura.No estaba nerviosa. Estaba furiosa.La habían obligado a estar allí, a encontrarse con un hombre que solo conocía por los medios y que, según su madre, era “una oportunidad que no podía desaprovechar”.Como si ella fuera un negocio.Levantó la copa de vino blanco y bebió un sorbo justo cuando la puerta de la sala privada se abrió.Adrián Cisneros entró sin prisa, con la seguridad de alguien que está acostumbrado a que el mundo se acomode a su voluntad. Su traje negro impecable parecía hecho para complementar su porte rígido y su expresión impasible. Nelly lo escaneó sin ninguna vergüenza, se podía decir que sería muy
La fiesta de compromiso había sido todo un éxito, aunque Nelly tuvo que soportar las críticas sobre su cuerpo. Como siempre, decidió ser una mujer segura de sí misma y no prestar atención a nada.Y justo en ese momento, ya habían pasado los días y la gran boda, preparada en poco tiempo, estaba llevándose a cabo.El sonido del tacón de Nelly resonó en el lujoso pasillo de mármol mientras su madre le arreglaba el velo con manos temblorosas. No era una boda soñada, no había emoción en su corazón, solo una fría sensación de resignación. La tela del vestido, suave y fría contra su piel, se sentía como un sudario. El aroma a flores, dulce e intrusivo, la mareaba.Al otro lado de la puerta, Adrián Cisneros se ajustaba el reloj con su habitual gesto indiferente. Para él, este matrimonio no era más que un contrato que le permitiría mantener la empresa en pie y en sus manos, como se lo prometió a su madre. No tenía intención de enamorarse, ni de ceder un solo espacio de su vida para alguien com