En un mundo desgarrado por las antiguas leyes de los hombres lobo, la joven Freya se ve envuelta en un torbellino de desgracia y deshonor cuando, en la noche que define su futuro, es cruelmente rechazada por Caleb, el hombre destinado a ser Rey Alfa. Su corazón se rompe, no solo por el rechazo, sino también por el secreto que crece dentro de ella: un embarazo que traerá al mundo a tres herederos de un linaje poderoso. Expulsada y condenada al ostracismo por su propia sangre, Freya encuentra refugio en la tribu Cañada de los Lobos, donde la compasión y el amor del Alfa Liam prometen un nuevo comienzo. Pero el pasado es una sombra que nunca se desvanece, y la enfermedad de su padre la llama de vuelta al hogar que una vez la repudió. La tragedia se cierne cuando Caleb, consumido por la venganza y el resentimiento, se enfrenta a la verdad de sus acciones. Caleb se verá obligado a elegir entre su deber y su corazón.
Leer másEl sol brillaba alto en el cielo mientras jugaba con mis hijos en el jardín. Aaron y Nova corrían entre las flores, riendo, mientras trataban de alcanzarse el uno al otro. Sus risas llenaban el aire de alegría, como un canto que resonaba en mi corazón. Wolf, por otro lado, se había sentado a la sombra de un árbol cercano, con la cabeza metida en uno de sus libros, su concentración absoluta, como siempre. A pesar de su seriedad, sabía que disfrutaba de la tranquilidad de estar rodeado de su familia.Me dejé llevar por el momento, relajándome bajo la luz cálida, observando a mis pequeños mientras Caleb no estaba. De pronto, el sonido de pasos fuertes y decididos rompió la armonía. Levanté la vista y allí estaba él, Caleb, llegando al jardín con esa energía que siempre lo rodeaba. En cuanto los niños lo vieron, soltaron risitas emocionadas y corrieron hacia él, envolviéndolo en abrazos con una ternura que hizo que mi corazón se hinchara de amor.—¡Papá! —gritó Aaron, con los brazos abi
Habían pasado seis largos meses desde la última batalla contra los humanos, y aunque las cicatrices aún eran visibles en nuestros corazones, la vida en el castillo había comenzado a recuperar algo de su ritmo habitual. Esta noche, el aire estaba cargado de una emoción especial, diferente a la tensión que había marcado nuestros días anteriores. Estábamos celebrando el séptimo cumpleaños de mis trillizos, Nova, Arron, y Wolf, que corrían por el salón con la energía desenfrenada de lobeznos, riendo y jugando entre ellos. Caleb y yo estábamos más unidos que nunca, un lazo forjado en la adversidad, y ahora rodeados de las risas de nuestros hijos y la calidez de nuestra manada, sentí una paz que hacía tiempo no experimentaba.La fiesta estaba en pleno apogeo. Xavier y América, los padres de Caleb, finalmente me habían aceptado por completo como su nuera, un gesto que significaba mucho más de lo que podían imaginar. Los últimos meses habían sido difíciles para ellos también, pero habíamos
Desde lo alto de la torre, el viento azotaba mi rostro mientras observaba la batalla que se desplegaba frente a mí. Caleb, con su natural liderazgo, ya había organizado a su ejército, su figura destacando entre los nuestros mientras daba órdenes con firmeza. "Quédate en el castillo," me había dicho, su voz grave y decidida. Pero el peso de su orden resonaba en mi pecho como un desafío. ¿Cómo podía simplemente esconderme mientras nuestra manada, nuestra familia, estaba siendo atacada?Mis hijos estaban a mi lado, sus ojos grandes y llenos de temor, aunque trataban de mostrarse valientes. Sabían que este no era un momento para el miedo, pero sus manos temblaban ligeramente al aferrarse a los barrotes de la ventana, observando el caos que se desataba bajo nosotros.—Quédense aquí —les dije, arrodillándome frente a ellos y acariciando sus rostros con suavidad—. No se muevan de este lugar. Volveré pronto, lo prometo.Los trillizos asintieron, aunque sus ojos reflejaban el mismo temor que y
La batalla rugía a nuestro alrededor, el sonido metálico de las espadas chocando, el rugido feroz de los lobos, y los gritos desgarradores de los cazadores se mezclaban en el aire. Pero de repente, todo se detuvo para mí cuando vi aquella luz resplandeciente al otro lado del campo. Una luz cegadora, imposible de ignorar. Mi corazón se hundió en el pecho. Freya. Mis hijos.El miedo me impulsó, cada músculo en mi cuerpo tensado por la desesperación. Sentí la adrenalina recorrer mis venas mientras me lanzaba a través de la espesa niebla que comenzaba a elevarse. El humo me envolvía, haciendo que cada paso se sintiera eterno, como si el destino estuviera jugando conmigo, retrasando mi llegada hacia ellos. Mi respiración se volvía más pesada, el aire impregnado del olor de la tierra quemada y el metal de la sangre derramada. Pero seguí corriendo, sin importar el dolor en mis piernas ni el ardor en mis pulmones.Debo llegar.Apenas podía ver entre las sombras y el humo, pero cuando logré
El viento susurraba a través de las hojas, como si el bosque mismo compartiera nuestra angustia. Desde nuestra posición detrás de los árboles, con la respiración contenida y los músculos tensos, observábamos cada movimiento de los cazadores. La fogata crepitaba en el centro del claro, sus llamas iluminando las sombras de aquellos hombres encapuchados que parecían estar preparando algo mucho más siniestro de lo que habíamos imaginado.Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras mis ojos no podían despegarse de los trillizos, encadenados y vulnerables a pocos metros de nosotros. Quería lanzarme hacia ellos, romper esas malditas cadenas, protegerlos de lo que fuera que esos humanos tenían planeado. Pero algo me detuvo: la visión de otros lobos. Había más prisioneros. Hombres lobo, como nosotros, capturados y dispuestos en un círculo cercano a la fogata. Sus cuerpos maltratados y debilitados por el encierro eran una imagen que me desgarró el alma.Caleb, a mi lado, observaba con oj
El aire denso y cargado de humedad envolvía cada rincón de la vieja casa, como si guardara en sus paredes los susurros de una historia olvidada. Caleb, Fray y yo entramos con cautela, sintiendo cada crujido bajo nuestros pies mientras nos acercábamos al centro de la sala. Allí, en la penumbra, un hombre de rostro curtido por los años y las batallas nos esperaba. Sus ojos oscuros y penetrantes se alzaron para encontrarse con los nuestros, conociendo de inmediato la urgencia que traíamos con nosotros.—Ustedes buscan a Giafranco —dijo, su voz rasposa, como si el tiempo y los secretos que guardaba hubiesen consumido la suavidad de su tono. No era una pregunta. Sabía lo que estábamos enfrentando sin necesidad de más explicaciones.Asentí, sintiendo cómo el miedo y la esperanza se entrelazaban en mi pecho. —Tiene a nuestros hijos —dije, intentando que mi voz no quebrara—. Los ha secuestrado, y no sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que…—Antes de que sea demasiado tarde —interrumpió el
***CALEB***Nos sentamos en la pequeña sala de la casa de Fray, un lugar que parecía sacado de una vida completamente ajena a la que habíamos conocido. Las paredes estaban decoradas con fotos familiares, una pequeña mesa de madera frente a nosotros, y el aroma a café recién hecho llenaba el aire. Observé en silencio cómo su esposa, Sandy, nos servía con una sonrisa amable, completamente ajena a la tormenta que se desataba en mi interior.Fray le agradeció con un gesto, su voz suave, casi normal, como si nuestra presencia aquí fuera solo una visita más. Pero para mí, nada de esto era normal. La traición que sentía en lo más profundo de mi ser me quemaba como un hierro al rojo vivo. Había sido su mejor amigo, su compañero de manada, y ahora lo encontraba viviendo entre humanos, abandonando todo lo que una vez fue.—¿Estos son los amigos de los que me hablaste? —preguntó Sandy, mirándonos con curiosidad mientras Britany, su pequeña hija, jugaba cerca.Fray asintió, su expresión tranquil
Caminé lentamente, con el corazón latiendo con fuerza en mis oídos. Cada paso que daba me acercaba más a la verdad que tanto temía enfrentar. Frente a la florería, las flores de colores vibrantes parecían insignificantes comparadas con el torbellino de emociones que sentía en mi interior. Allí estaba Fray, mi hermano, el que todos creíamos muerto, pero no solo estaba vivo, estaba... viviendo. Parecía tener una vida completamente ajena a la que habíamos dejado atrás. Y entonces, la vi.Una niña, no mayor de seis años, se acercó corriendo a él, con una risa inocente que resonaba en el aire. —¡Papá! —exclamó, abrazándose a su pierna como si fuera su mundo entero. Mis pies se clavaron en el suelo, incapaz de moverme. El impacto fue tan fuerte que me dejó sin aliento. Papá. Esa palabra resonaba en mi mente una y otra vez.Y entonces, una mujer apareció detrás de la niña. Su vientre prominente dejaba claro que estaba esperando otro hijo, y sin titubear, se inclinó para darle un suave beso e
Corría sin detenerme, mis patas golpeando la tierra húmeda mientras el viento aullaba en mis oídos. Mi instinto de madre me impulsaba más allá de cualquier límite, más allá del miedo y la desesperación. Cada vez que mis pensamientos se desviaban hacia mis hijos, el miedo me golpeaba con fuerza, pero sabía que no podía permitirme detenerme. Tenía que encontrarlos.Nos habíamos movilizado rápidamente tras la noticia de su desaparición, pero el castillo y sus alrededores no ofrecían ninguna pista. Fue entonces cuando lo supe, en lo más profundo de mi ser: mis hijos no estaban allí. Estaban más allá de nuestras tierras, más allá del reino de los hombres lobo. Estaban en el territorio de los humanos. Y eso solo podía significar una cosa: peligro.Mi lobo interior tomó el control, y me lancé hacia el bosque, corriendo con una velocidad que apenas podía controlar. Mi olfato agudo captaba rastros, fragmentos de su esencia, como si sus pequeñas presencias se desvanecieran lentamente en el vien