El aire denso y cargado de humedad envolvía cada rincón de la vieja casa, como si guardara en sus paredes los susurros de una historia olvidada. Caleb, Fray y yo entramos con cautela, sintiendo cada crujido bajo nuestros pies mientras nos acercábamos al centro de la sala. Allí, en la penumbra, un hombre de rostro curtido por los años y las batallas nos esperaba. Sus ojos oscuros y penetrantes se alzaron para encontrarse con los nuestros, conociendo de inmediato la urgencia que traíamos con nosotros.—Ustedes buscan a Giafranco —dijo, su voz rasposa, como si el tiempo y los secretos que guardaba hubiesen consumido la suavidad de su tono. No era una pregunta. Sabía lo que estábamos enfrentando sin necesidad de más explicaciones.Asentí, sintiendo cómo el miedo y la esperanza se entrelazaban en mi pecho. —Tiene a nuestros hijos —dije, intentando que mi voz no quebrara—. Los ha secuestrado, y no sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que…—Antes de que sea demasiado tarde —interrumpió el
El viento susurraba a través de las hojas, como si el bosque mismo compartiera nuestra angustia. Desde nuestra posición detrás de los árboles, con la respiración contenida y los músculos tensos, observábamos cada movimiento de los cazadores. La fogata crepitaba en el centro del claro, sus llamas iluminando las sombras de aquellos hombres encapuchados que parecían estar preparando algo mucho más siniestro de lo que habíamos imaginado.Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras mis ojos no podían despegarse de los trillizos, encadenados y vulnerables a pocos metros de nosotros. Quería lanzarme hacia ellos, romper esas malditas cadenas, protegerlos de lo que fuera que esos humanos tenían planeado. Pero algo me detuvo: la visión de otros lobos. Había más prisioneros. Hombres lobo, como nosotros, capturados y dispuestos en un círculo cercano a la fogata. Sus cuerpos maltratados y debilitados por el encierro eran una imagen que me desgarró el alma.Caleb, a mi lado, observaba con oj
La batalla rugía a nuestro alrededor, el sonido metálico de las espadas chocando, el rugido feroz de los lobos, y los gritos desgarradores de los cazadores se mezclaban en el aire. Pero de repente, todo se detuvo para mí cuando vi aquella luz resplandeciente al otro lado del campo. Una luz cegadora, imposible de ignorar. Mi corazón se hundió en el pecho. Freya. Mis hijos.El miedo me impulsó, cada músculo en mi cuerpo tensado por la desesperación. Sentí la adrenalina recorrer mis venas mientras me lanzaba a través de la espesa niebla que comenzaba a elevarse. El humo me envolvía, haciendo que cada paso se sintiera eterno, como si el destino estuviera jugando conmigo, retrasando mi llegada hacia ellos. Mi respiración se volvía más pesada, el aire impregnado del olor de la tierra quemada y el metal de la sangre derramada. Pero seguí corriendo, sin importar el dolor en mis piernas ni el ardor en mis pulmones.Debo llegar.Apenas podía ver entre las sombras y el humo, pero cuando logré
Desde lo alto de la torre, el viento azotaba mi rostro mientras observaba la batalla que se desplegaba frente a mí. Caleb, con su natural liderazgo, ya había organizado a su ejército, su figura destacando entre los nuestros mientras daba órdenes con firmeza. "Quédate en el castillo," me había dicho, su voz grave y decidida. Pero el peso de su orden resonaba en mi pecho como un desafío. ¿Cómo podía simplemente esconderme mientras nuestra manada, nuestra familia, estaba siendo atacada?Mis hijos estaban a mi lado, sus ojos grandes y llenos de temor, aunque trataban de mostrarse valientes. Sabían que este no era un momento para el miedo, pero sus manos temblaban ligeramente al aferrarse a los barrotes de la ventana, observando el caos que se desataba bajo nosotros.—Quédense aquí —les dije, arrodillándome frente a ellos y acariciando sus rostros con suavidad—. No se muevan de este lugar. Volveré pronto, lo prometo.Los trillizos asintieron, aunque sus ojos reflejaban el mismo temor que y
Habían pasado seis largos meses desde la última batalla contra los humanos, y aunque las cicatrices aún eran visibles en nuestros corazones, la vida en el castillo había comenzado a recuperar algo de su ritmo habitual. Esta noche, el aire estaba cargado de una emoción especial, diferente a la tensión que había marcado nuestros días anteriores. Estábamos celebrando el séptimo cumpleaños de mis trillizos, Nova, Arron, y Wolf, que corrían por el salón con la energía desenfrenada de lobeznos, riendo y jugando entre ellos. Caleb y yo estábamos más unidos que nunca, un lazo forjado en la adversidad, y ahora rodeados de las risas de nuestros hijos y la calidez de nuestra manada, sentí una paz que hacía tiempo no experimentaba.La fiesta estaba en pleno apogeo. Xavier y América, los padres de Caleb, finalmente me habían aceptado por completo como su nuera, un gesto que significaba mucho más de lo que podían imaginar. Los últimos meses habían sido difíciles para ellos también, pero habíamos
El sol brillaba alto en el cielo mientras jugaba con mis hijos en el jardín. Aaron y Nova corrían entre las flores, riendo, mientras trataban de alcanzarse el uno al otro. Sus risas llenaban el aire de alegría, como un canto que resonaba en mi corazón. Wolf, por otro lado, se había sentado a la sombra de un árbol cercano, con la cabeza metida en uno de sus libros, su concentración absoluta, como siempre. A pesar de su seriedad, sabía que disfrutaba de la tranquilidad de estar rodeado de su familia.Me dejé llevar por el momento, relajándome bajo la luz cálida, observando a mis pequeños mientras Caleb no estaba. De pronto, el sonido de pasos fuertes y decididos rompió la armonía. Levanté la vista y allí estaba él, Caleb, llegando al jardín con esa energía que siempre lo rodeaba. En cuanto los niños lo vieron, soltaron risitas emocionadas y corrieron hacia él, envolviéndolo en abrazos con una ternura que hizo que mi corazón se hinchara de amor.—¡Papá! —gritó Aaron, con los brazos abi
**Freya**—Hoy es el gran día. —suspiré a mí misma. La noche de apareamiento era un ritual anual para todas las tribus de los hombres lobo. Un evento que se llevaba a cabo una vez por año, el momento de recibir la marca de tu compañero. En nuestras costumbres existen tres marcas: La primera es la de nacimiento. Cada bebé recibía la marca de su padre y lo designaba como parte de su tribu. La segunda, la marca de apareamiento, era una noche en que hombres y mujeres en su forma lobuna corrían por el bosque tratando de encontrar una pareja y cuando lo hacían unían sus cuerpos y el compañero masculino marca a su compañera, declarándola como suya. Y por último, la marca de la muerte, solo podía hacerlo uno de los ancianos de su tribu. —Freya. —retumba una voz detrás de mí, cargada de preocupación. Es mi padre, Finn Grayson, el Alfa de la tribu Arroyo Nocturno, el hombre que ha visto más años y batallas que cualquier lobo. Su presencia es como una roca; Sólido, inamovible, pero no ex
La anticipación en el aire es tan espesa que puedo saborearla, como un sabor metálico que se enrosca alrededor de mi lengua. Mis pies están plantados firmemente en el suelo del bosque, los dedos de los pies curvados dentro de mis botas, agarrando la tierra como si fuera a escaparse de mí. Los bosques están vivos esta noche; Cada susurro, cada susurro del viento se siente como un secreto que pasa de hoja en hoja.A mi alrededor, puedo sentir la tensión en el aire, palpable como la electricidad antes de una tormenta. Las otras chicas, todas ellas como yo, están reunidas en silencio, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y nerviosismo.Es el momento del ritual de apareamiento, una tradición ancestral que marca el destino de cada uno de nosotros. Los hombres, también presentes en la penumbra, observan con atención, ansiosos por encontrar a su compañera. Se siente como si el bosque entero contuviera la respiración, como si el universo mismo estuviera esperando el resultado de e