CAPÍTULO 08

**CALEB**

Me encontraba delante de uno de los alfas más importantes de las tribus, Finn Grayson estaba en una cama, muriendo. 

Mi visita no solo era por conocer su estado de salud, sino que Ahora una de las hijas de Finn tenía que tomar mando, pero eran mujeres, ese era un gran obstáculo. 

—Mi padre me ha suplicado porque permita que alguna de sus hijas tome el mando de la manada, para que el legado Grayson no se dé por terminado, pero…

—Caleb. —susurró mi nombre—. Hazlo por Fray…—el nombre de mi mejor amigo rompió la frialdad en mi rostro, él fue como mi hermano y le prometí cuidar de su familia, ciertamente no había cumplido del todo, pero no podía hacerle esto a la familia de Fray. 

—Por eso estoy aquí. Debido a que esta tribu representa una fuerza importante para mi reino, una de sus hijas deberá casarse con mi hermano menor. 

—¿Matrimonio por conveniencia? —inquirió

—Es lo mejor para ambas partes. Mi hermano está dispuesto, solo hace falta que usted decida quién se casará con mi hermano. ESpero su respuesta lo antes posible. —Dije antes de despedirme y salir de aquella habitación. 

Entonces las vi: las hijas de Finn, esparcidas como hojas de otoño por el porche. Mis ojos encontraron a Freya, su melena roja ardiente en marcado contraste con los árboles de hoja perenne que rodeaban la granja de los Grayson. La última vez que la vi, ambos éramos personas diferentes, dos almas que aún no estaban marcadas por la pérdida y el deber. 

Sus penetrantes ojos verdes se encontraron con los míos y, por un momento fugaz, vislumbré el espíritu salvaje que una vez conocí, antes de que la vida nos convirtiera en extraños, el uno para el otro. Pero ahora ya no era una chiquilla, se había convertido en una mujer. 

Con un gesto que decía mucho, pero que no prometía nada, me di la vuelta, con el corazón apretado, mientras los recuerdos arañaban los límites de mi resolución. Me sacudí los fantasmas del pasado, recordándome a mí mismo que no había lugar para qué pasaría si en esta vida.

Después de cumplir mi propósito, no pensé que su padre fuera tan estricto y la desterrara, me sentí culpable por una par de semanas, pero ella hizo lo mismo conmigo, así que ahora podía decir que estábamos a mano. 

Al llegar al elegante auto negro estacionado en el camino de grava, vi a un guardia sosteniendo a un niño pequeño. Los ojos del niño estaban muy abiertos por la confusión y el miedo. —Lo encontré vagando cerca de la carretera. —explicó el guardia con brusquedad, con una postura protectora pero sin saber qué hacer con el niño.

—Hola, hombrecito. —dije, agachándome para estar a su nivel. —Soy Caleb. El Rey. —Su reacción fue inmediata; sus ojos se agrandaron con asombro, y prácticamente pude ver los engranajes girando en su joven mente, tratando de reconciliar al hombre que tenía delante con las leyendas susurradas entre los de nuestra especie.

—¿Rey?. —La voz del chico apenas era más que un susurro, y pareció retroceder por un segundo antes de que la curiosidad venciera y lo acercara más. 

—Así es. —afirmé con una suave sonrisa que se sentía extraña en mis labios, no acostumbrados a tales expresiones. 

—¿C-cómo te llamas? —Me aventuré, sabiendo lo importante que podría ser la conexión para un cachorro perdido.

Dudó y me miró con una mezcla de cautela y asombro. —Aaron. —murmuró finalmente, apretando un poco más la mano del guardia.

—Encantado de conocerte, Aaron. —respondí, ofreciéndole una mano para que la estrechara: un gesto del rey hacia su futuro súbdito, una promesa tácita de que no estaba solo en este vasto mundo boscoso.

Los niños nunca habían sido de mi agrado, pero este pequeño tenía una chispa qen su mirada, que me animaba a seguir esta conversación.

—Dime pequeño ¿Quiénes son tus padres?

—Perdone su majestad. —interrumpió el guardia—. Llevaré al niño a un refugio hasta encontrar a sus padres. 

Sentí un tirón en mi pierna y miré hacia abajo. Aaron, de cabellos enmarañados y ojos llenos de lágrimas, se aferraba con todas sus fuerzas a mi pierna. Sus manos temblaban mientras susurraba: —No quiero irme, por favor.

Me arrodillé para estar a su altura, la corona pesada en mi cabeza inclinándose ligeramente. —No te preocupes, pequeño. —le dije suavemente, tratando de calmar sus temores. Con un gesto, llamé a uno de mis guardias. —Toma los datos de este niño y trata de comunicarte con sus padres. Mientras tanto, se vendrá conmigo al castillo.

El guardia asintió y comenzó a hacer preguntas a Aaron, al escuchar que vendría conmigo, sus ojos se iluminaron y un grito de felicidad escapó de sus labios. —¡Voy con el rey Caleb! ¡Voy con el rey Caleb! —Su emoción era contagiosa y no pude evitar sonreír mientras lo alzaba en brazos.

Caminamos juntos hacia el castillo, con Aaron hablándome sin cesar sobre sus aventuras y sus sueños. Al llegar, lo llevé al comedor. Con los ojos abiertos como platos, pidió comida con entusiasmo. Ordené que le sirvieran lo que quisiera, y en poco tiempo, la mesa estuvo repleta de manjares.

Aaron comía con avidez, sus pequeñas manos tomando pedazos de pan y trozos de carne con una alegría desbordante. Me senté a su lado, observándolo mientras disfrutaba cada bocado. —Está delicioso, ¡gracias, rey Caleb! —dijo con la boca llena, una sonrisa sincera dibujada en su rostro.

Miraba al niño y no podía evitar reír al verlo, algo en su espíritu me causaba felicidad, algo extraño, puesto que no solía ser muy apegado a los niños, pero con él era distinto. 

Compartimos la comida en silencio por un momento, un sentimiento de paz y satisfacción llenando la gran sala del castillo. El calor de la chimenea se mezclaba con la risa de Aaron, creando una atmósfera acogedora y reconfortante. En ese instante, su felicidad era mi mayor recompensa, y su compañía una bendición inesperada.

De pronto uno de los guardias se acercó a mi oído. 

—Señor…su padre necesita hablar con usted con urgencia. 

—Gracias, enseguida me reúno con ellos. —miré hacia Aaron quien seguía saboreando cada uno los platillos—. Aaron, te quedarás en la mesa, tengo algunos asuntos importantes, pero no te olvides despedirte de mí cuando vengan tus padres. 

—Gracias señor Rey. 

Le di una última mirada aquel niño, no tenía idea si volvería a verlo, pero conocerlo alegro mi día, día llego de estrés y deberes por cumplir como rey Alfa.

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