CAPÍTULO 07

—Freya. —La voz llegó de repente, casi perdida entre el susurro de las hojas. 

Mis hermanas Amber y Seraphina me envolvieron en sus brazos antes de que pudiera reaccionar, su abrazo era cálido pero sofocante.

—Te extrañé.  —corearon, sus voces, una armonía de afecto genuino. Ya no eran niñas, estaban convertidas en unas mujeres hermosas. 

—También las extrañé. —logré decir, pero no pude mirarlos a los ojos. No sabían, no podían saber, acerca de los tres pequeños secretos que había mantenido ocultos todos estos años. —Quiero vers sus ojos. —les solicité. 

Amber y Seraphine cerraron sus ojos por unos instantes y al abrirlos tenían un resplando rojo. 

—Estoy orgullosa de ustedes. —dije con una sonrisa en mi rostro, eran alfas como mi padre y como yo. 

Ser un alfa, Beta u Omega se definía a los dieciséis años en cada hombre y mujer lobo. 

No siempre si descendías de un alfa serías un alfa. Podrías ser un Beta o un Omega. 

Besé sus mejillas y volví a abrazarlas. 

—Ahora llévenme con mi padre. 

—El rey está con nuestro padre. —anunció Amber. 

—¿El rey Xavier? 

—No. —Respondió Seraphine—. El rey ahora es Caleb. 

Caleb, el nuevo Rey Alfa. La idea hizo que un escalofrío recorriera mi espalda a pesar del calor del sol de la tarde que se filtraba entre los árboles.

Mis hermanas, a mi lado, compartían mi nerviosismo, sus rostros pálidos reflejando la preocupación que todas sentíamos. 

Entonces, la puerta se abrió lentamente, y Caleb apareció en el umbral.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi tan de cerca. 

Era un joven entonces, aún no marcado por la responsabilidad y el peso de la corona. Pero ahora, mientras salía de la habitación de su padre, había algo diferente en él. 

Una mezcla de autoridad y tristeza en su expresión, una madurez que lo hacía parecer más imponente.

Caleb giró la cabeza ligeramente y sus ojos se encontraron con los míos. 

Por un momento, el mundo se detuvo. 

Su mirada era penetrante, llena de una intensidad que me hizo sentir expuesta. 

Recordé al joven que había sido, pero ahora era un hombre, un rey. 

Su mandíbula más definida, su porte más seguro, y una belleza que parecía haberse acentuado con los años.

Sus ojos se movieron brevemente hacia mis hermanas antes de volver a mí. 

Un leve asentimiento, casi imperceptible, y luego siguió su camino por el corredor, sus pasos resonando en el silencio. 

Me quedé allí, observando cómo se alejaba, sintiendo un torbellino de emociones en mi pecho.

—Freya —susurró una de mis hermanas, rompiendo el hechizo. —¿Estás bien?

Asentí lentamente, aún mirando el lugar donde Caleb había desaparecido. 

—Sí, estoy bien. —mentí, aunque mi mente seguía atrapada en la intensidad de ese breve encuentro. 

Caleb, el nuevo rey, había cambiado tanto.

Mientras subíamos las escaleras, escuché murmullos de los otros miembros de la manada reunidos alrededor. 

Caleb el rey, se había ido y con él todos sus escoltas. 

La puerta se abrió para revelarla: Sophia, la esposa de mi padre, su rostro era una máscara de practicada serenidad. Ofreció una sonrisa con los labios apretados que nunca llegó a sus fríos ojos. —Freya. —saludó, con voz suave como la seda, pero igual de sofocante.

—Madrastra. —respondí asintiendo, dejando que el apodo saliera de mi lengua. Su sonrisa vaciló por un segundo, una grieta en su fachada, pero se recuperó rápidamente.

—Tu padre ha estado preguntando por ti. —dijo, abriendo el camino con una gracia que parecía fuera de lugar en la escarpada naturaleza.

Sophia se puso de pie y con gesto le siguieron Amber y Seraphine. 

La habitación estaba en penumbra, iluminada por las velas parpadeantes que proyectaban sombras danzantes sobre los rasgos marchitos de mi padre. 

Yacía allí, una sombra del poderoso Alfa que alguna vez fue, con la respiración entrecortada.

—¿Freya? —Su voz era débil, apenas un susurro, pero me sacó el aire de los pulmones.

—Oye, papá. —dije entrecortadamente, arrodillándome a su lado y tomando su mano. 

Era frío, frágil, muy diferente del fuerte agarre que una vez me lanzó por los aires y me atrapó con una risa.

—Tu cachorro... quiero verlo. —respiró, sus ojos brillaron con una chispa de vida que no había visto en años. 

Sentí tristeza, hace años él me sacó de la casa, quizá no quería hacerlo, pero su lealtad a sus viejas costumbres le impidieron que me quedara en casa. 

—Eres abuelo, papá. De tres niños, son trillizos. —corregí suavemente, la realidad de la situación pesaba en mi lengua.

—Trillizos… —repitió, con una pequeña sonrisa jugando en sus labios. —Fuerte... como su madre. —me dio una sonrisa débil—. Quiero…quiero verlos.

—¿Quieres conocer a tus nietos? —Pregunté, aunque el nudo en mi garganta hacía que las palabras fueran difíciles de pronunciar y las lágrimas resguardar. 

Mi padre, un hombre fuerte, ahora estaba en una cama con el semblante débil, el alfa imponente que fue en sus buenos tiempos, se estaba desvaneciendo sobre la cama. 

—Más que nada. —Susurró, y en ese momento, no vi al Alfa, ni a la figura distante de mi infancia, sino a un hombre que enfrentaba su mortalidad con un feroz anhelo de conectarse con su familia.

—Son tres: Wolf, Nova y Aaron. —dije, la primera lágrima se deslizó. —Él tiene tus ojos. 

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