—Freya. —La voz llegó de repente, casi perdida entre el susurro de las hojas.
Mis hermanas Amber y Seraphina me envolvieron en sus brazos antes de que pudiera reaccionar, su abrazo era cálido pero sofocante.
—Te extrañé. —corearon, sus voces, una armonía de afecto genuino. Ya no eran niñas, estaban convertidas en unas mujeres hermosas.
—También las extrañé. —logré decir, pero no pude mirarlos a los ojos. No sabían, no podían saber, acerca de los tres pequeños secretos que había mantenido ocultos todos estos años. —Quiero vers sus ojos. —les solicité.
Amber y Seraphine cerraron sus ojos por unos instantes y al abrirlos tenían un resplando rojo.
—Estoy orgullosa de ustedes. —dije con una sonrisa en mi rostro, eran alfas como mi padre y como yo.
Ser un alfa, Beta u Omega se definía a los dieciséis años en cada hombre y mujer lobo.
No siempre si descendías de un alfa serías un alfa. Podrías ser un Beta o un Omega.
Besé sus mejillas y volví a abrazarlas.
—Ahora llévenme con mi padre.
—El rey está con nuestro padre. —anunció Amber.
—¿El rey Xavier?
—No. —Respondió Seraphine—. El rey ahora es Caleb.
Caleb, el nuevo Rey Alfa. La idea hizo que un escalofrío recorriera mi espalda a pesar del calor del sol de la tarde que se filtraba entre los árboles.
Mis hermanas, a mi lado, compartían mi nerviosismo, sus rostros pálidos reflejando la preocupación que todas sentíamos.
Entonces, la puerta se abrió lentamente, y Caleb apareció en el umbral.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi tan de cerca.
Era un joven entonces, aún no marcado por la responsabilidad y el peso de la corona. Pero ahora, mientras salía de la habitación de su padre, había algo diferente en él.
Una mezcla de autoridad y tristeza en su expresión, una madurez que lo hacía parecer más imponente.
Caleb giró la cabeza ligeramente y sus ojos se encontraron con los míos.
Por un momento, el mundo se detuvo.
Su mirada era penetrante, llena de una intensidad que me hizo sentir expuesta.
Recordé al joven que había sido, pero ahora era un hombre, un rey.
Su mandíbula más definida, su porte más seguro, y una belleza que parecía haberse acentuado con los años.
Sus ojos se movieron brevemente hacia mis hermanas antes de volver a mí.
Un leve asentimiento, casi imperceptible, y luego siguió su camino por el corredor, sus pasos resonando en el silencio.
Me quedé allí, observando cómo se alejaba, sintiendo un torbellino de emociones en mi pecho.
—Freya —susurró una de mis hermanas, rompiendo el hechizo. —¿Estás bien?
Asentí lentamente, aún mirando el lugar donde Caleb había desaparecido.
—Sí, estoy bien. —mentí, aunque mi mente seguía atrapada en la intensidad de ese breve encuentro.
Caleb, el nuevo rey, había cambiado tanto.
Mientras subíamos las escaleras, escuché murmullos de los otros miembros de la manada reunidos alrededor.
Caleb el rey, se había ido y con él todos sus escoltas.
La puerta se abrió para revelarla: Sophia, la esposa de mi padre, su rostro era una máscara de practicada serenidad. Ofreció una sonrisa con los labios apretados que nunca llegó a sus fríos ojos. —Freya. —saludó, con voz suave como la seda, pero igual de sofocante.
—Madrastra. —respondí asintiendo, dejando que el apodo saliera de mi lengua. Su sonrisa vaciló por un segundo, una grieta en su fachada, pero se recuperó rápidamente.
—Tu padre ha estado preguntando por ti. —dijo, abriendo el camino con una gracia que parecía fuera de lugar en la escarpada naturaleza.
Sophia se puso de pie y con gesto le siguieron Amber y Seraphine.
La habitación estaba en penumbra, iluminada por las velas parpadeantes que proyectaban sombras danzantes sobre los rasgos marchitos de mi padre.
Yacía allí, una sombra del poderoso Alfa que alguna vez fue, con la respiración entrecortada.
—¿Freya? —Su voz era débil, apenas un susurro, pero me sacó el aire de los pulmones.
—Oye, papá. —dije entrecortadamente, arrodillándome a su lado y tomando su mano.
Era frío, frágil, muy diferente del fuerte agarre que una vez me lanzó por los aires y me atrapó con una risa.
—Tu cachorro... quiero verlo. —respiró, sus ojos brillaron con una chispa de vida que no había visto en años.
Sentí tristeza, hace años él me sacó de la casa, quizá no quería hacerlo, pero su lealtad a sus viejas costumbres le impidieron que me quedara en casa.
—Eres abuelo, papá. De tres niños, son trillizos. —corregí suavemente, la realidad de la situación pesaba en mi lengua.
—Trillizos… —repitió, con una pequeña sonrisa jugando en sus labios. —Fuerte... como su madre. —me dio una sonrisa débil—. Quiero…quiero verlos.
—¿Quieres conocer a tus nietos? —Pregunté, aunque el nudo en mi garganta hacía que las palabras fueran difíciles de pronunciar y las lágrimas resguardar.
Mi padre, un hombre fuerte, ahora estaba en una cama con el semblante débil, el alfa imponente que fue en sus buenos tiempos, se estaba desvaneciendo sobre la cama.
—Más que nada. —Susurró, y en ese momento, no vi al Alfa, ni a la figura distante de mi infancia, sino a un hombre que enfrentaba su mortalidad con un feroz anhelo de conectarse con su familia.
—Son tres: Wolf, Nova y Aaron. —dije, la primera lágrima se deslizó. —Él tiene tus ojos.
**CALEB**Me encontraba delante de uno de los alfas más importantes de las tribus, Finn Grayson estaba en una cama, muriendo. Mi visita no solo era por conocer su estado de salud, sino que Ahora una de las hijas de Finn tenía que tomar mando, pero eran mujeres, ese era un gran obstáculo. —Mi padre me ha suplicado porque permita que alguna de sus hijas tome el mando de la manada, para que el legado Grayson no se dé por terminado, pero…—Caleb. —susurró mi nombre—. Hazlo por Fray…—el nombre de mi mejor amigo rompió la frialdad en mi rostro, él fue como mi hermano y le prometí cuidar de su familia, ciertamente no había cumplido del todo, pero no podía hacerle esto a la familia de Fray. —Por eso estoy aquí. Debido a que esta tribu representa una fuerza importante para mi reino, una de sus hijas deberá casarse con mi hermano menor. —¿Matrimonio por conveniencia? —inquirió—Es lo mejor para ambas partes. Mi hermano está dispuesto, solo hace falta que usted decida quién se casará con mi
**Freya**Sentí la tensión crujir como estática en el aire, de esas que presagian una tormenta. La familia Grayson estábamos reunidas en la habitación de mi padre. Su mirada recorrió a cada una de sus hijas y por último se detuvo en Sophia, mi madrastra. —Familia Grayson —resonó la voz de mi padre, resonando en la habitación—, siempre han sido lo más importante para mí, como también la manada. Quiero anunciar una unión que asegurará la fuerza y la prosperidad de nuestro linaje. —Hizo una pausa y sus ojos se encontraron brevemente con los míos. Me preparé. —Amber Grayson se casará con Aidan Darkwood, hermano de nuestro rey Caleb, para proporcionarle un alfa a nuestra manada. Una voz clara atravesó los muros de la habitación: la voz clara y desafiante de la propia Amber. —¡No! —ella gritó—. No seré intercambiado como algunos... ¡algún premio para apuntalar alianzas!Mi pecho se hinchó de orgullo por su coraje, incluso cuando mi estómago se retorció al saber la tormenta de mierda q
El bosque era mi refugio, el lugar donde podía escapar de las expectativas asfixiantes de la manada y del peso de la corona que me esperaba. Mientras caminaba entre la maleza, mis botas se hundían en la tierra blanda, el persistente olor a pino y musgo llenó mis fosas nasales, ahuyentando momentáneamente el hedor de la política y el deber.No podía quitarme de encima la imagen de los penetrantes ojos verdes de Freya de hoy. Habían brillado con esa misma independencia feroz que había llegado a admirar y a la vez resentir. Ella ya no era la chica que solía seguirme a todas partes, su cabello rojizo era un faro ardiente de su enamoramiento juvenil. Ahora, ella se erguía como una mujer, su estatura imponente, su mirada inflexible, ya no buscaba mi atención sino que exigía respeto por derecho propio. Este cambio me carcomía, como si una parte de nuestro pasado se hubiera escapado sin mi permiso.—Maldita sea. —murmuré en voz baja, pasando una mano por mi cabello. Mis pasos se volvieron má
**FREYA**Saqué mi teléfono por centésima vez, comprobando si había alguna llamada perdida antes de marcar el número de April.—April, soy Freya. —dije en el momento en que se conectó la línea, tratando de mantener la urgencia fuera de mi voz—. Necesito que traigas a los niños. Es hora de que conozcan a toda la familia. Hubo una pausa embarazosa al otro lado de la línea, y luego llegó la voz de April, tensa. —Freya, tengo malas noticias: Aaron ha desaparecido. Pero no te asustes, lo encontramos. Liam y yo vamos a recogerlo y traerlo a casa. Una ola de alivio me invadió, rápidamente reemplazada por el familiar destello de ansiedad.—April, ¿pero cómo? —Él esta bien, te lo juro. —intervino en la línea. —Muy bien, mantente a salvo, ¿de acuerdo? Y date prisa. —Lo haré. Nos vemos pronto. —Colgó, dejándome sola con mis pensamientos otra vez.Aarón era un niño travieso e inteligente y no me extrañaba que April no pudiera tener control de los tres. Me volví hacia la casa y mis oídos ca
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, una mezcla de nervios y emoción. Los árboles parecían observar, como centinelas, mientras navegábamos por el sendero familiar.—¿Estás seguro de que le agradaremos al abuelo? —La pequeña voz de Nova rompió el silencio, su mano agarrando la mía con una intensidad que contradecía sus seis años.—El abuelo te va a amar —le aseguré, devolviéndole el apretón—. Todos ustedes. Wolf y Aaron, caminaban delante, con su energía juvenil apenas contenida mientras saltaban como cachorros ansiosos.Llegamos al claro y lo vi de inmediato: Finn Grayson, mi padre, erguido y orgulloso en el umbral de su puerta. Su mirada penetrante encontró la mía y, por un momento, el tiempo pareció suspendido.—Freya —dijo suavemente, mientras conducía a los niños al porche. Los trillizos dudaron, y luego simultáneamente corrieron hacia sus brazos que esperaban.—¡Abuelo! —corearon y vi cómo las lágrimas brotaban de sus ojos. No el estoico Alfa que siempre había conocido, sino
Mientras el pesado pergamino de la carta del rey se arrugaba en mi puño, la rabia que hervía en mis venas amenazaba con desbordarse. —Esto es una mierda. —Arrojé el documento ofensivo sobre la mesa del comedor, donde se deslizó por la madera pulida como una hoja atrapada en una tempestad.—Cuida tus palabras, Freya. —reprendió mi padre suavemente desde la cabecera de la mesa, su mirada penetrante sostenía la mía como si intentara calmar la tormenta dentro de mí.—¿Mi lenguaje? ¿Eso es lo que te preocupa? —Mi voz se elevó, incrédula—. ¡Nos están arrebatando a Amber un mes antes! ¿Para qué? ¿Para que pueda disfrazarse y aprender a hacer una reverencia?—Freya, debemos honrar la petición del rey. Es el camino de nuestra manada. La alianza...—comenzó mi padre, sus palabras mesuradas pero firmes.—¡No importa la alianza! —Escupí, alejándome de la mesa tan abruptamente que mi silla se cayó con estrépito. El sonido resonó en la habitación de techos altos, reflejando el caos que estallaba en
Las imponentes agujas del castillo de la familia Darkwood perforaban el cielo, una silueta formidable contra el crepúsculo que se acercaba. La mano de mi hermana Amber agarró la mía mientras nos acercábamos a las gigantescas puertas de roble, nuestros pasos resonaban al unísono en el camino adoquinado. Como fortaleza del Rey Alfa, el castillo respiraba un aire de poder antiguo, un testimonio de siglos de herencia y dominio de los hombres lobo.—Freya Grayson —dijo una voz, fría y mesurada. Las puertas se abrieron sin hacer ruido, revelando a Aurora Silvermoon, sus ojos azul hielo me evaluaron con una curiosidad apenas disimulada.—No esperaba verte, solo esperaba a…—Su mirada se desvió hacia Amber, esperando una explicación.—Ella es mi hermana —respondió secamente Amber, manteniendo mi tono neutral—. Ella se quedará conmigo antes del matrimonio.—Por supuesto —dijo Aurora, sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Bienvenidos al Castillo Darkwood. —¿Tú?...—mis
**FREYA**El ala este del castillo se alzaba ante nosotros, sus antiguas piedras susurraban secretos de épocas pasadas. Los ojos grises de Aidan reflejaron la luz de la tarde cuando se encontraron con los míos, con una suave calidez en su mirada.—Ámber, Freya —comenzó, la cadencia de su voz armonizaba con el susurro de las hojas que nos rodeaban—, mi hermano ha decidido concedernos una casa en esta ala. Es nuestra para llamarla hogar. Podía sentir la mano de Amber apretarse alrededor de la mía, su emoción apenas contenida como un cachorro al borde de su primera cacería. Pero mi propio corazón latía con fuerza por una razón diferente. La noticia fue bienvenida, pero había verdades que aún no había revelado.—Dale las gracias a tu hermano. —mencionó Amber, esbozando una sonrisa que no llegó a su ojos. —Hay algo que necesito preguntar. —hable—. ¿Estaría bien si trajera a una amiga y a tres niños para que se quedaran con nosotros?Su respuesta llegó sin dudarlo, un testimonio de su nat