CAPÍTULO 06

Seis años pasaron volando más rápido que una liebre con la cola en llamas. 

Mis tres cachorritos se habían convertido en alborotadas bolas de energía que me mantenían alerta. 

Pero hoy, su risa fue un eco distante mientras yo estaba de pie, hundido hasta las rodillas entre las hileras de vegetales en nuestro campo, con las manos manchadas de tierra y el sudor goteando por mi frente.

Si en eso me había convertido en una cultivadora y no me quejaba, disfrutaba del trabajo, sobre todo cuando se convirtió en la única manera de brindarle un futuro a mis hijos: Aaron, Wolf y Nova, dos niños, una niña. 

Un repentino zumbido en mi bolsillo rompió el ritmo de mi trabajo. 

Saqué el teléfono, una intrusión del mundo moderno en mis manos callosas y desgastadas por la naturaleza, y leí el mensaje que inclinaría mi mundo fuera de su eje.

Amber

Nuestro padre se está muriendo. Quiere verte con urgencia. 

Un mensaje de mi hermana Amber, la única persona con la que me mantenía en comunicación y quien me actualizaba con las noticias sobre la manada. 

La única que sabía sobre mi destino, pero desconocía sobre la existencia de mis hijos, ella solo sabía parte de la verdad. 

¡Rechazada! 

Por eso fui expulsada de la manada. 

Leí de nuevo el mensaje. 

Las palabras arañaron mi pecho, una mezcla de viejas cicatrices y heridas recientes abriéndose.

Había estado ausente la mayor parte de mi vida, sus deberes como Alfa siempre eclipsaban su papel como padre. 

Sin embargo, el vínculo, por tenue que fuera, me atraía.

—Mierda. —maldije en voz baja, el peso de la noticia me ancló en el lugar.

—¿Todo bien? —La voz de April atravesó mis pensamientos mientras se acercaba, con su propia canasta de verduras medio llena.

—Mi padre. —le dije, entregándole el teléfono. Sus cejas se fruncieron mientras leía el mensaje. —Él es... lo lamento Freya. Ve. —instó sin dudarlo, su resolución era tan sólida como los antiguos robles que rodeaban nuestra tierra. —Nosotros nos ocuparemos de los niños. Los cachorros... estarán bien con nosotros. 

—No estoy segura, tengo tanto tiempo sin verlo. 

April dejó su canasta de vegetales en el suelo y me abrazó. 

—Sé que quieres ir, podría ser la última vez que lo veas. 

—¿Está segura de quedarse con los niños? —pregunté, aunque sabía la respuesta. April y su familia amaban a mis hijos. 

—Absolutamente. —afirmó, su tono no admitía discusión. Deje mi cesta de verduras y corrí.

La casa de los padres de April apareció ante mí, sus ventanas brillando cálidamente en la oscuridad. No me detuve a pensar, empujé la puerta y entré. 

El aroma familiar de hogar me envolvió, pero no tenía tiempo para consuelo.

—¡Freya! ¿Qué pasa? —La madre de April me miró desde la cocina, sus ojos llenos de preguntas.

—Mi padre… —empecé, con la voz entrecortada, —está muy mal, quiere verme. Necesito cambiarme rápido. 

Subí las escaleras a toda prisa, sintiendo cada segundo como una eternidad. 

Mis manos temblaban mientras me quitaba la ropa sucia y desgarrada, recuerdos de la última transformación todavía frescos en mi piel. 

Encontré una muda de ropa limpia y la me vestí rápidamente, sintiendo la presión del tiempo en cada movimiento.

Mis trillizos estaban en la sala de estar, sus pequeñas figuras jugando inocentemente en el suelo. 

Me acerqué a ellos, mi corazón latiendo con fuerza por la preocupación y el amor. 

Me arrodillé a su lado y los abracé con fuerza, uno por uno.

—Escuchen, mis amores. —dije, esforzándome por mantener la voz firme, —tengo que salir por un par de días. Necesito que se porten bien mientras no estoy. ¿De acuerdo?

Aaron, siempre el más sensato, asintió con la seriedad de un adulto. 

Wolf, con sus ojos traviesos, me miró fijamente y dijo, —Prometemos portarnos bien, mamá.— Nova, la más pequeña, se abrazó a mí con fuerza, su carita enterrada en mi cuello.

—Te queremos, mamá, —susurró Nova, su voz suave como un suspiro.

—Yo también los quiero, mis ángeles. —respondí, sintiendo un nudo en la garganta. Besé sus frentes y me levanté, mirando sus caritas por última vez antes de salir.

Sería un viaje largo de diez horas en auto, así que estaría ausente por run par de días. 

—¿Ya te avisaste a…? 

—Le llamaré cuando vaya en camino…—la interrumpí. 

Con un último vistazo a la casa iluminada y los ecos de la risa de mis hijos resonando en mis oídos, me dirigí hacia el auto. 

Conduje rápidamente hacia la casa de mi padre, con el peso del mundo sobre mis hombros.

Con una última mirada a los campos que representaban gran parte de lo que me había convertido, le di la espalda y di un paso adelante, mis pies me llevaron hacia un pasado que durante mucho tiempo había pensado que había superado.

Estacioné el auto a una milla de distancia de la casa principal de la manada, mi corazón latía como un tambor en mi pecho. 

Hubo algo definitivo al cerrar esa puerta detrás de mí, un suave clic de metal que resonó con la gravedad de aquello hacia lo que estaba caminando. 

El aire estaba cargado del olor a pino y tierra húmeda, el perfume de la naturaleza que alguna vez le había resultado tan familiar.

—Maldición. —murmuré para mis adentros, el crujido de la grava bajo mis botas era un ritmo constante mientras los recuerdos volvían a fluir.

 Cada paso más cerca de la antigua mansión despertaba fantasmas del pasado, sus susurros llevados por el viento.

—Freya. —La voz llegó de repente, casi perdida entre el susurro de las hojas. 

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