CAPÍTULO 10

El bosque era mi refugio, el lugar donde podía escapar de las expectativas asfixiantes de la manada y del peso de la corona que me esperaba. Mientras caminaba entre la maleza, mis botas se hundían en la tierra blanda, el persistente olor a pino y musgo llenó mis fosas nasales, ahuyentando momentáneamente el hedor de la política y el deber.

No podía quitarme de encima la imagen de los penetrantes ojos verdes de Freya de hoy. Habían brillado con esa misma independencia feroz que había llegado a admirar y a la vez resentir.

Ella ya no era la chica que solía seguirme a todas partes, su cabello rojizo era un faro ardiente de su enamoramiento juvenil. Ahora, ella se erguía como una mujer, su estatura imponente, su mirada inflexible, ya no buscaba mi atención sino que exigía respeto por derecho propio. Este cambio me carcomía, como si una parte de nuestro pasado se hubiera escapado sin mi permiso.

—Maldita sea. —murmuré en voz baja, pasando una mano por mi cabello. Mis pasos se volvieron má
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