**CALEB**
La observé a través del denso follaje, mis ojos, siguiendo cada mechón de cabello ardiente que enmarcaba el rostro decidido de Freya Grayson.
Ella no se dio cuenta de mi presencia, solo otra sombra entre los árboles, pero eso me sentaba bien.
Hubo un tiempo en el que habría hecho cualquier cosa porque uno de esos penetrantes ojos verdes mirara en mi dirección.
Pero eso fue antes de que ella me jodiera.
—¿Envenenar las verduras, Caleb? —Su voz de hace años resonó en mi cabeza, mezclada con acusaciones.
Esa mentira me había costado todo: mi libertad, mi orgullo y, lo más importante, Fray.
El recuerdo de sus palabras avivó las brasas del resentimiento que ardían en mi pecho hasta convertirlas en un fuego rugiente.
—Maldita seas, Freya. —murmuré en voz baja, apretando la mandíbula hasta que pensé que se me iban a romper los dientes.
—Es hora de igualar el marcador. —gruñí, el sonido era bajo y peligroso, incluso para mis propios oídos.
El lobo dentro de mí se agitó, ansiando venganza.
Necesitaba un plan, uno cruel y astuto que la golpeara donde más le dolía.
—Cuida tu espalda, Freya. —susurré, mi mirada nunca la abandonó mientras ella se movía con gracia por el bosque, sin darse cuenta de que el cazador se había convertido en la presa. —Me quitaste todo. Ahora es mi turno.
La luna era una guadaña brillante en el cielo, cortando la oscuridad mientras observaba la transformación de Freya.
Sus huesos se agrietaron y se reformaron, sus gritos de agonía armonizaban con la sinfonía nocturna del bosque.
Ella era un fuego, un fuego salvaje e indómito, con cabello como hojas de otoño y ojos que reflejaban los bosques en los que cazábamos.
Yo la había elegido, la había arrancado del tejido ordinario de la humanidad y la había arrojado a nuestro mundo antiguo.
El poder fluyó de mí, encendiendo sus venas, convirtiendo la carne en piel, la mujer en lobo.
Mi pecho se hinchó de orgullo al verla, el miembro más nuevo de mi especie, elegante incluso en su dolor. Pero por su culpa me enviaron al peor sufrimiento.
—Mía. —declaré, la palabra, un gruñido resonando desde lo más profundo de mi garganta. Pero era una mentira envuelta, en verdad, una afirmación engañosa.
Se levantó con piernas inestables, su nueva forma elegante y poderosa bajo el brillo de la luna.
Nuestras miradas se cruzaron y leí la incertidumbre allí, la silenciosa súplica de aceptación.
En nuestra forma lobuna la hice mía, este fue el momento, el rito de iniciación fundamental en el que debería haberla marcado, haber reclamado su alma como irrevocablemente mía.
Pero no lo hice.
En lugar de eso, me di la vuelta, dejándola sin marcar, sin ser tocada por el vínculo final.
La escuché gemir, un sonido de confusión y dolor que habría tirado de mi corazón, si todavía creyera que tal debilidad latía dentro de mí.
—Freya. —dije, el nombre sabía a ceniza en mi boca.
Me alejé.
Sus ojos verdes buscaron los míos, el rechazo era claro como la marca que me negaba a otorgarle.
En la sociedad de los lobos, esto era un grave insulto, pero mis razones estaban arraigadas en un terreno más oscuro que el mero desdén.
El triunfo me recorrió, amargo y dulce como la sangre, porque le había quitado algo precioso (su virginidad, su confianza) y no le había dado nada a cambio.
Fue una crueldad calculada, un movimiento diseñado para afirmar el dominio y recordarles a todos, incluyéndome a mí, que Caleb Darkwood no cedió ante nadie.
Vi el destello de desafío brillar dentro de ella, las brasas de su fuerte espíritu, negándose a extinguirse.
Puede que ahora estuviera herida, destrozada por mi traición, pero reconocí la lucha que aún ardía en su interior.
Freya Grayson era una oveja; ella era una niña tonta, y sin mi marca ella quedaría destrozada, ningún hombre lobo iba a tomarla, no después de saber que ya no era pura.
En cuanto a mí, me retiré a las sombras, mi victoria vacía, los susurros del bosque haciendo eco de su dolor.
Este era mi mundo, un lugar donde gobernaba la fuerza y los corazones eran moneda de cambio que era mejor no gastar.
Había ganado, sí, pero ¿a qué precio?
**Freya**El bosque susurraba a mi alrededor mientras me apoyaba en un pino áspero, mi corazón golpeaba contra mis costillas como un pájaro enjaulado desesperado por escapar. Un mes. Eso fue todo lo que hizo falta para que mi vida se descarrilara. Un mes desde aquella noche, bajo la luna llena, cuando mi cuerpo cantó con salvaje necesidad e imprudencia. Un mes desde que tomé una decisión que ahora tenía consecuencias creciendo dentro de mí.—Mierda. —murmuré, presionando mi mano sobre mi estómago, sintiendo el temblor en mis dedos. El bosque se sentía demasiado cerca, las sombras demasiado profundas, como si guardaran secretos que reflejaban el mío, un secreto que arañaba mis entrañas con miedo y vergüenza.Le había mentido a papá todos los días desde entonces. —No, todavía no lo he encontrado. —decía cada vez que me miraba con esos ojos inquisitivos y preocupados. El Alfa, mi padre, merecía la verdad, pero ¿qué se suponía que debía decirle? ¿Que su hija, Freya Grayson, supues
Los bosques susurraban secretos a mi alrededor mientras caminaba penosamente entre la maleza, cada paso cargado con el conocimiento de lo que se avecinaba. Mi corazón golpeaba contra mis costillas como una bestia enjaulada buscando libertad, una libertad que estaba a punto de perder. El olor a tierra húmeda y flores silvestres no hizo nada para calmar la agitación interior. Desde que Sophia descubrió mi secreto, no pude darle la cara a mi padre. —Freya. —la voz de mi padre atravesó el murmullo del bosque, mezclada con una pena que casi me dobla las rodillas. Finn Grayson estaba allí, su figura imponente incluso entre los árboles centenarios, el dolor grabado en las líneas de su rostro.—Padre. —comencé, mi voz apenas era más que un susurro, pero él levantó una mano para silenciarme.—Sophia me lo ha contado todo. —dijo, mientras el peso de su estatus alfa me oprimía. —Tu condición... pone a la manada en una posición difícil. —Lo sé. —respondí, las palabras se atascaron en mi garg
Seis años pasaron volando más rápido que una liebre con la cola en llamas. Mis tres cachorritos se habían convertido en alborotadas bolas de energía que me mantenían alerta. Pero hoy, su risa fue un eco distante mientras yo estaba de pie, hundido hasta las rodillas entre las hileras de vegetales en nuestro campo, con las manos manchadas de tierra y el sudor goteando por mi frente.Si en eso me había convertido en una cultivadora y no me quejaba, disfrutaba del trabajo, sobre todo cuando se convirtió en la única manera de brindarle un futuro a mis hijos: Aaron, Wolf y Nova, dos niños, una niña. Un repentino zumbido en mi bolsillo rompió el ritmo de mi trabajo. Saqué el teléfono, una intrusión del mundo moderno en mis manos callosas y desgastadas por la naturaleza, y leí el mensaje que inclinaría mi mundo fuera de su eje.AmberNuestro padre se está muriendo. Quiere verte con urgencia. Un mensaje de mi hermana Amber, la única persona con la que me mantenía en comunicación y quien me
—Freya. —La voz llegó de repente, casi perdida entre el susurro de las hojas. Mis hermanas Amber y Seraphina me envolvieron en sus brazos antes de que pudiera reaccionar, su abrazo era cálido pero sofocante.—Te extrañé. —corearon, sus voces, una armonía de afecto genuino. Ya no eran niñas, estaban convertidas en unas mujeres hermosas. —También las extrañé. —logré decir, pero no pude mirarlos a los ojos. No sabían, no podían saber, acerca de los tres pequeños secretos que había mantenido ocultos todos estos años. —Quiero vers sus ojos. —les solicité. Amber y Seraphine cerraron sus ojos por unos instantes y al abrirlos tenían un resplando rojo. —Estoy orgullosa de ustedes. —dije con una sonrisa en mi rostro, eran alfas como mi padre y como yo. Ser un alfa, Beta u Omega se definía a los dieciséis años en cada hombre y mujer lobo. No siempre si descendías de un alfa serías un alfa. Podrías ser un Beta o un Omega. Besé sus mejillas y volví a abrazarlas. —Ahora llévenme con mi pad
**CALEB**Me encontraba delante de uno de los alfas más importantes de las tribus, Finn Grayson estaba en una cama, muriendo. Mi visita no solo era por conocer su estado de salud, sino que Ahora una de las hijas de Finn tenía que tomar mando, pero eran mujeres, ese era un gran obstáculo. —Mi padre me ha suplicado porque permita que alguna de sus hijas tome el mando de la manada, para que el legado Grayson no se dé por terminado, pero…—Caleb. —susurró mi nombre—. Hazlo por Fray…—el nombre de mi mejor amigo rompió la frialdad en mi rostro, él fue como mi hermano y le prometí cuidar de su familia, ciertamente no había cumplido del todo, pero no podía hacerle esto a la familia de Fray. —Por eso estoy aquí. Debido a que esta tribu representa una fuerza importante para mi reino, una de sus hijas deberá casarse con mi hermano menor. —¿Matrimonio por conveniencia? —inquirió—Es lo mejor para ambas partes. Mi hermano está dispuesto, solo hace falta que usted decida quién se casará con mi
**Freya**Sentí la tensión crujir como estática en el aire, de esas que presagian una tormenta. La familia Grayson estábamos reunidas en la habitación de mi padre. Su mirada recorrió a cada una de sus hijas y por último se detuvo en Sophia, mi madrastra. —Familia Grayson —resonó la voz de mi padre, resonando en la habitación—, siempre han sido lo más importante para mí, como también la manada. Quiero anunciar una unión que asegurará la fuerza y la prosperidad de nuestro linaje. —Hizo una pausa y sus ojos se encontraron brevemente con los míos. Me preparé. —Amber Grayson se casará con Aidan Darkwood, hermano de nuestro rey Caleb, para proporcionarle un alfa a nuestra manada. Una voz clara atravesó los muros de la habitación: la voz clara y desafiante de la propia Amber. —¡No! —ella gritó—. No seré intercambiado como algunos... ¡algún premio para apuntalar alianzas!Mi pecho se hinchó de orgullo por su coraje, incluso cuando mi estómago se retorció al saber la tormenta de mierda q
El bosque era mi refugio, el lugar donde podía escapar de las expectativas asfixiantes de la manada y del peso de la corona que me esperaba. Mientras caminaba entre la maleza, mis botas se hundían en la tierra blanda, el persistente olor a pino y musgo llenó mis fosas nasales, ahuyentando momentáneamente el hedor de la política y el deber.No podía quitarme de encima la imagen de los penetrantes ojos verdes de Freya de hoy. Habían brillado con esa misma independencia feroz que había llegado a admirar y a la vez resentir. Ella ya no era la chica que solía seguirme a todas partes, su cabello rojizo era un faro ardiente de su enamoramiento juvenil. Ahora, ella se erguía como una mujer, su estatura imponente, su mirada inflexible, ya no buscaba mi atención sino que exigía respeto por derecho propio. Este cambio me carcomía, como si una parte de nuestro pasado se hubiera escapado sin mi permiso.—Maldita sea. —murmuré en voz baja, pasando una mano por mi cabello. Mis pasos se volvieron má
**FREYA**Saqué mi teléfono por centésima vez, comprobando si había alguna llamada perdida antes de marcar el número de April.—April, soy Freya. —dije en el momento en que se conectó la línea, tratando de mantener la urgencia fuera de mi voz—. Necesito que traigas a los niños. Es hora de que conozcan a toda la familia. Hubo una pausa embarazosa al otro lado de la línea, y luego llegó la voz de April, tensa. —Freya, tengo malas noticias: Aaron ha desaparecido. Pero no te asustes, lo encontramos. Liam y yo vamos a recogerlo y traerlo a casa. Una ola de alivio me invadió, rápidamente reemplazada por el familiar destello de ansiedad.—April, ¿pero cómo? —Él esta bien, te lo juro. —intervino en la línea. —Muy bien, mantente a salvo, ¿de acuerdo? Y date prisa. —Lo haré. Nos vemos pronto. —Colgó, dejándome sola con mis pensamientos otra vez.Aarón era un niño travieso e inteligente y no me extrañaba que April no pudiera tener control de los tres. Me volví hacia la casa y mis oídos ca