Ricos Gemidos

—Acariciame... Dame un poco más de tu calor... Tu objetivo es que yo me dé cuenta de que tenés ganas de 'tema'...

Mi parte la tenía clarísima, pero no sabía si ella iba a ser capaz de cumplir la suya. Sin embargo, Salomé volvió a hacer algo que no me esperaba. Muy torpemente, se incorporó un poco, y pasó su pierna derecha por encima de mi pierna izquierda. Luego me abrazó con la mano que, hasta ese momento, había tenido atrapada entre nuestros cuerpos, y se apretó contra mí. Esta vez su cara quedó enfrentada con mi cuello, y pude notar como su respiración se iba acelerando cada vez más.

—¿Así está bien? —me preguntó. Por supuesto que estaba bien, el 99% de los hombres, incluido su novio, ya habrían captado sus intenciones y se la habrían llevado a la catrera a empotrarla como dios manda. Pero yo no era su pareja, y no me convenía que la cosa terminara ahí, tenía que seguir incitándola a que avanzara más.

—Cualquiera ya habría entendido perfectamente lo que querés, Salo, pero no Damián... Vos sos una chica que derrocha inocencia, Salomé, alguien que te conociera bien nunca tomaría esto como una insinuación, así que tenés que ir un poquito más allá...

—Espera un momento —dijo soltándome de golpe—. Se supone que todo esto es para que yo pierda la vergüenza, no para enseñarme a seducir a mi propio novio.

—Vamos a ver... —respondí—. El primer paso es que pierdas la vergüenza, sí, pero tus problemas no se acaban ahí...

—¿Qué quieres decir con eso? —me preguntó ya levantando un poco la voz.

—Vamos, Salomé, si el sexo con vos fuera tan bueno, a Damián le chuparían un huevo las restricciones morales y la influencia de tus padres, se te abalanzaría como un gato en celo cada vez que te viera...

—¡Eso no fue lo que me dijiste la última vez! —gritó.

—Porque quedamos en dejarlo ahí... Me dijiste que no querías escuchar nada más, por eso me callé —argumenté.

—No...

—A ver, decime, ¿cuánto duran tus relaciones sexuales con Damián? ¿Qué hacen en los preliminares? ¿En cuántas posiciones lo hicieron ya? —pregunté con agresividad. Tenía que ponerla contra la espada y la pared, esta era mi oportunidad.

—¡¿Pero todo eso qué tiene que ver?! —volvió a gritarme.

—No hace falta que me respondas, ya lo hago yo por vos. Tus relaciones con tu novio no duran más de diez minutos desde que te das cuenta que está caliente hasta que uno de los dos se corre, los juegos previos no existen para ustedes, van directamente a lo que van, y, seguramente, todavía no han pasado del misionero. ¿Tengo razón o no tengo razón? —solté de golpe y sin darle tiempo a replicarme. La verdad es que no hacía falta ser un genio para darse cuenta de todo eso, cualquiera que hubiese escuchado los relatos de Salomé lo hubiese deducido también.

—Sí que hay juegos previos... —contestó por fin, después de estar varios segundos pensando qué decir—. Nos damos besitos y nos tocamos hasta que ya no aguantamos más...

—Bueh... Esos no son juegos previos, Salomé...

—Entonces no sé lo que son "tus juegos previos"...

—¿Alguna vez se la chupaste a Damián? ¿O alguna vez te chupó él a vos?

—¡¿Qué?! —gritó nuevamente.

—¿Sí o no? —respondí yo con la misma prepotencia con la que me estaba manejando esa noche.

—Yo... Yo... —titubeó—. Yo no podría hacer algo como eso... y Damián tampoco.

—Bueno, esas son las cosas que mantienen encendida la llama de la pasión en una pareja, Salomé. El sexo es una de las cosas más importantes en una relación, y cuando se vuelve aburrido y monótono, las cosas tienden a complicarse, que es justamente lo que les está pasando ahora —me estaba maravillando a mí mismo, esa verborrea la hubiesen firmado los grandes oradores de la historia.

No me respondió, simplemente se quedó sentada mirando a la nada. Volvíamos a estar como al principio, con Salomé sentada en un extremo del sofá y yo esperando a que se decidiera de una vez a actuar. Pero esta vez no podía tomar la iniciativa yo, le había dejado una propuesta picando y tenía que esperar a que ella hiciera un movimiento. Y eso fue justamente lo que pasó...

Se levantó, se tomó en dos largos tragos lo que quedaba en la botella, y se paró frente a mí. No me canso de repetirlo, qué belleza de mujer... Esa remerita ajustada rosa y ese pantaloncito del mismo color... me volvían loquísimo... y más teniéndola justo delante de mí dispuesta a hacer dios sabía qué...

—Insisto. No quiero que me toques —me ordenó. Entonces, luego de darme un empujoncito para que me apoyara en el respaldar del sofá, se subió a horacajadas encima de mí, dejando mi gordo bulto pegado a su culo.

—Sos consciente de que no soy de piedra, ¿no? Yo no voy a tocarte ni un pelo, pero no puedo evitar que mi 'amiguito' se despierte... —le dije. Quería asegurarme de que no se asustara cuando notara mi erección. Al principio hizo el amague de levantarse, con cara de susto incluida, pero al final se quedó en la misma posición, aunque ahora había levantado un poquito el culo para evitar la fricción.

—Te agradecería que fueras capaz de controlarte, Fer. Si ya de por sí esto me está costando un mundo, imagínate lo que sería contigo excitado... —dijo para mi sorpresa. Yo sabía que prácticamente no tenía experiencia con hombres, pero de ahí a decir la pelotudez que acababa de decir... Evidentemente no era consciente del cuerpazo que tenía.

—¿Qué vas a hacer? —le pregunté.

—Tú déjame a mí... —me respondió con sorpresiva seguridad.

Entonces se inclinó hacia adelante, apoyó sus manos contra mi pecho y se quedó así un rato. Luego levantó la cabeza, y pasó ambos brazos por detrás de la mía, dejando nuestras caras la una en frente de la otra. En ese momento lo vi claro, pensé que me iba a besar, estaba muy sorprendio porque no me esperaba que fuera a avanzar tan rápido. Aunque no fue así... Viró su cara un poquito a la derecha, se inclinó un poco más, y empezó a darme suaves besitos en el cuello. No dije nada, pero eran besitos secos y prácticamente inexistente, parecía que estaba tratando de picarme más que de besarme. E hice bien en callarme, porque con el pasar de los segundos fue tomando confianza, dándome besos cada vez más húmedos y destensando su cuerpo. Incluso dejó caer su culo sobre mi entrepierna... Yo no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar sin tocarla...

—Salomé... lo estás haciendo bien, pero ya es hora de avanzar...

—¿Qué? —dijo, como saliendo de un trance—. Ah... ¿Te gustó?

—Sí, vas bien, pero como te digo, tenés que progresar. Si estás mucho tiempo haciendo lo mismo puede resultar agotador para ambos —argumenté. La escena no podía ser más erótica, con ella sentada encima mío, sus dos tetas restregándose contra mi pecho, y hablándome a diez centímetros de la cara.

—¿Q-Qué más puedo hacer entonces? —me preguntó. Su voz ya no sonaba tan clara, se notaban los efectos del alcohol. Era mi momento.

—Besame. —le pedí. Tenía que jugármela, la boludez de perder la vergüenza ya no servía para nada y menos en su estado.

—¿Cómo? —respondió.

—Lo que escuchaste. Confiá en mí, dejate llevar...

—No sé, Fernando, no quiero que esto se nos vaya de las manos... —me contestó.

—No te olvides que yo hago esto para ayudarte, y que vos lo hacés por el bien de tu relación...

—Sí, pero es que... tengo miedo de que si seguimos... ya no pueda mantener el control —su voz ya prácticamente era inaudible, era mucho menos que un susurro. Agarré su cara y la puse delante de la mía, y sujetándola suavemente, fui acercándola hacia mí.

—Shh... Ya te dije que no voy a hacer nada que vos no quieras, así que quedate tranquila.

—Pero... Damián... Él no...

—Shh... Dejate llevar...

Y sucedió, nuestros labios se juntaron por fin, lo que tanto había anhelado en mi adolescencia acababa de ocurrir. Pero no me iba a dejar llevar por mis instintos, sabía que un movimiento en falso, y echaría a perder todo lo que tanto trabajo me había costado conseguir, así que dejé que ella marcara el ritmo de la situación.

Pero el beso no terminaba de concretarse como tal, eran más bien piquitos lentos que duraban entre tres y cuatro segundos cada uno. Ella no separaba los labios, no dejaba que ni una gota de su saliva saliera de su boca, tampoco movía su cuerpo, estaba demasiado rígida. Por eso, cuando vi que la cosa no avanzaba, entreabrí un poco los labios yo y empecé a hacer presión sobre su boca, provocando que su cuerpo se estremeciera, como si le acabaran de dar un susto, pero ella no se separó de mí, ni abrió los ojos en ningún momento. Me di cuenta de que su confianza ya la tenía ganada, y al saber que no iba a oponer resistencia, con mucha delicadeza y despacito, fui mostrándole los pasos a seguir para que el beso fuera completo. Ya tenía las riendas de la situación, y, poco a poco, ella se fue soltando y yo fui aumentando el ritmo del beso. Al cabo de unos segundos, ya nos estábamos besando como correspondía, sin lengua, eso sí, no me pareció el momento para llegar tan lejos.

La fogosidad del beso fue aumentando y traspasándose a otras zonas de nuestros cuerpos. A esa altura, yo ya la tenía para abrir nueces, y ella ya me agarraba la cara mientras nos comíamos la boca. Aproveché ese momento para empezar a utilizar mis manos, que hasta ese momento, habían estado de adorno. Lo primero que hice, fue acariciar su espalda, acción que la tomó por sorpresa, porque nuevamente dio un brinco a la vez que soltaba un gemido de sorpresa. Pero, de nuevo, tampoco dejó de besarme. A esa altura ya era evidente que ella ya no quería dar marcha atrás, así que me fui atreviendo cada vez a más cosas. Lentamente fui bajando las manos hasta situarlas en sus caderas, y, muy despacio y a un ritmo progresivo, empecé a marcarle un movimiento de delante para atrás sobre mi abdomen. Al cabo de unos minutos, nos encontrábamos besándonos apasionadamente con ella encima mío moviendo su cuerpo por sí sola.

—Espera, Fernando, espera... —dijo de golpe.

—¿Qué pasa? —le pregunté extrañado.

—Ahora vuelvo, no te vayas —me dijo mientras se levantaba.

Me horroricé cuando se fue, pero después me di cuenta de que me había pedido que no me fuera. Mi mayor temor era que se le bajara la calentura...

—Ya está. Perdóname.

Los ojos se me abrieron como platos. Había vuelto con el mismo camisón rosa que tenía puesto la noche que llegué a esa casa. No tenía ni la más puta idea de por qué se lo había puesto, capaz era para estar más cómoda, o no, no me importaba un carajo. Ahora sí que había perdido el control sobre mí, ni siquiera la dejé sentarse, me levanté yo del sofá, la agarré de la cintura, y la volví a besar. Ella me devolvió el beso y también me abrazó. Ya no había nada que me pudiera detener esa noche, bajé mis manos hasta ese terrible culo que ella tenía y lo apreté con todas mis fuerzas. Esta vez no hubo respingo ni nada, se dejó hacer como una campeona, y masajeé ese par de nalgas como me dio la gana. Ella mientras tanto se apretaba cada vez más contra mí, no sé si para sentir mejor el bulto que tenía entre las patas, o porque la calentura que tenía actuaba por ella. Sea como fuere, terminamos sentados en la misma posición de antes, sólo que esta vez mi falo erecto chocaba directamente con su entrepierna. Se movía muy rápido encima mío y parecía que quería aumentar la velocidad, cosa que parecía difícil, pero quise complacerla y yo también empecé a mover mis caderas. La idea no le gustó mucho, al parecer porque el contacto ya era muy fuerte, e nmediatamente intentó colocarse en una posición donde mi paquete no chocara directamente contra su conchita.

—Salo —la detuve—. Dejate llevar, no te preocupes por nada. Te juro que cuando yo vea que pueda pasar algo que vos no quieras, vamos a parar, te lo prometo. Ahora sólo dejate llevar.

Me miró unos segundos a lo ojos, y finalmente asintió. Le había dicho la verdad, iba a llegar un momento en el que tendría que parar, porque si me la llegaba a coger esa noche, al día siguiente se iba a despertar con remordimientos de consciencia muy graves y seguramente yo me tendría que mandar a mudar. Pero había muchas cosas que todavía podía hacer sin llegar a empomármela.

Volví a poner mis manos en su culo, y lo presioné hacia mí para que mi verga chocara contra ella, y me aseguré de que esta vez no se pudiera liberar del contacto. Ahora no nos besábamos, ella seguía mirándome fijamente a los ojos, expectante, como esperando a que le dijera qué era lo siguiente que tenía que hacer. Y así lo hice, le pedí que moviera su cadera al ritmo que le estaba marcando. Y me hizo caso. Yo de mientras levanté un poco su camisón, quitando uno de los dos obstáculos que habían entre su piel y la mía, el otro era la bombachita blanca que llevaba puesta. Tenía unas ganas terribles de liberar mi pene y frotarlo directamente contra ella, pero sabía que eso iba a ser demasiado para ella. Aun así, lo que estábamos haciendo en ese momento era una sesión de masturbación mútua en toda regla, su conchita se estaba restregando contra mi pene y lo único que impedía el contacto directo era mi pantaloncito y su ropa interior. Su respiración agitada era lo único que se escuchaba en ese momento, se mordía los labios para no gritar. Pero yo quería escucharla disfrutar, no me importaba que no estuviera acostumbrada a disfrutar del sexo, por eso decidí que ya era hora de ver y palpar de una vez sus tetas. Puse mis manos en sus hombros, y mientras la miraba a los ojos, empecé a bajar los tirantes de su camisón. Al principio apretó un poco los brazos contra su cuerpo para no dejar caer la tela, pero finalmente se rindió ante mi insistencia y se concentró en seguir moviéndose. Ahí estaban, esplendorosos ante mí, dos grandes melones que desafiaban a la gravedad, que no se sabía cómo hacían para sostenerse en un torso tan delgado. Sin duda alguna, el mejor par de tetas que había visto en mi puta vida. Sobra decir que lo primero que hice fue llevármelas a la boca, no me contuve ni una pizca, lamí y ensalibé cada centímetro de su pecho mientras ella, ahora sí, gemía cada vez más fuerte.

Yo ya estaba a punto de llegar a mi límite. Ella seguía moviéndose a una velocidad endiablada, me tenía abrazado de manera que no pudiera separar mi cara de sus tetas. Tenía la cabeza echada para atrás y ya no contenía sus gemidos. Pero de pronto se detuvo...

—No puedo más, ya no tengo fuerzas... —me dijo mientras se dejaba caer sobre mí torso.

—No te preocupes, yo me encargo del resto —la tranquilicé.

Me levanté con ella encima y la coloqué boca arriba en el sofá. La besé de nuevo y me dejé caer sobre ella. Separé sus piernas, metí mi mano izquierda en su braguita y empecé a masturbarla. Ella me abrazaba y me acariciaba sin dejar de besarme, alternaba besos con suspiros e intentaba mover su pelvis igual que antes. Sin dejar de jugar con mis dedos dentro de ella, fui bajando por su torso muy despacio, besando cada parte por la que pasaba, hasta que me detuve en su chochito. La miré a los ojos, esperando su reacción, y cuando noté que esperaba ansiosa a que procediera, ya no me contuve más. Moví la telita blanca de su ropa interior a un costado, y enterré mi boca en su conchita. Era increíble, no habían pasado ni tres días desde la última vez que había hecho lo mismo, y ya estaba hundido en su entrepierna de nuevo, con la única diferencia que ahora sí era consentido. De todas formas, no pude recrearme mucho tiempo más. A los pocos segundos de que le metiera la lengua, sus gemidos fueron transformándose en gritos, y mientras arqueaba su cuerpo a más no poder, me acabó en la boca como nunca antes había visto hacerlo a otra mujer. Me hice a un lado como acto reflejo, y sus fluidos cayeron manchando todo el sofá. Yo me incorporé y me senté con la pija todavía bien dura, asunto que iba a tener que solucionar por mi cuenta nuevamente, porque Salomé se había quedado profundamente dormida.

La llevé a su cuarto, le saqué la ropa interior empapada, y busqué por los cajones una muda limpia. Tras asegurarme que estaba todo en orden, salí disparado al baño para terminar lo que había empezado.

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