Plan: Completado

01:50 AM - POV Fernando.

"Paso dos, conseguir que me abran la puerta de su casa: completado".

06:50 AM - POV Damián.

Me levanté a las 6:30, media hora más temprano de lo habitual, porque antes de ir a trabajar quería hablar con Fernando. Sabía bien por donde iban a venir los tiros, y por más que Salomé pataleara, esta vez no iba a ceder, no me importaba cuál fuera su situación, en mi casa no se iba a poder quedar. Tenía que estar en la oficina a las ocho, así que tenía tiempo de sobra para dejarles las cosas bien claras a ambos.

Salomé ya estaba despierta, se encontraba sentada en la cama leyendo un libro.

—Buenos días —la saludé.

—Hola —contestó ella sin más.

Sin darle importancia a su frío saludo, me levanté y me fui directamente al baño para asearme. Cuando volví, ella ya estaba en la silla de ruedas, vestida, esperándome.

—No deberías hacer eso. Ya estoy yo aquí para ayudarte —dije mientras empezaba a vestirme.

—No te preocupes, puedo hacerlo sola perfectamente. —me respondió con desgana.

—Bueno, pero no hagas esfuerzos innecesarios. Ya que a mí no me haces caso, al menos deberías hacérselo al médico.

—A ti te hago caso siempre, al que no hago caso es al animal sin corazón de ayer.

—Desde ya te digo que tu amigo aquí no se va a quedar —dije, ignorando su ataque.

—Ya lo sé —respondió sin quejarse—. Al menos no para siempre, pero sí hasta que se recupere. No puede ir a ningún lado en ese estado.

—Yo creo que debería ir al hospital, seguro que le dan una cama. Yo lo puedo llevar.

—¿No viste la cara que puso ayer cuando se lo mencioné? Estaba aterrado, Damián.

—Bueno, eso no es problema nuestro —respondí tratando de cerrar el asunto.

—De verdad, Damián, no sabía que fueras así...

—¿Así cómo? —respondí contrariado—. Salomé, por favor, estoy diciendo de llevarlo al hospital, no a la horca.

—¡Por favor tú, Damián! ¡Casi lo matan! ¡¿Cómo pretendes dejarlo tirado después de lo que le pasó?! —respondió ella conteniendo la voz.

—¡Pero si no lo conozco de nada! —respondí, apretando los dientes yo también para no gritar— ¡¿Cómo sé yo que no se lo inventó todo para conseguir techo y comida gratis?!

—¡Yo sí lo conozco! ¡Fue mi único amigo durante todo el instituto! ¡Él no haría algo como eso! ¡¿No viste cómo le caían las lágrimas mientras nos contaba?! —dijo ya alzando bastante la voz— En serio, Damián, sinceramente, no te reconozco. Pero haz lo que quieras.

No le contesté, sabía que no tenía sentido, no iba a cambiar de opinión, así que todo indicaba que el que iba a tener que ceder era yo, porque, o lo hacía, o iba a tener que sobrevivir una semana, o más, a base de comida recalentada y noches solitarias viendo las películas de American Pie. Además, ya estaba bastante harto de pelearme con Salomé, por fin nos habíamos puesto de acuerdo con todo el tema de mi trabajo, no tenía ganas de que llegara un nuevo obstáculo a jodernos la vida. Aunque en este caso, ese obstáculo tenía que quedarse para que eso no sucediera.

Y así fue que, después de cinco minutos sentado en la cama pensando en silencio, decidí que lo dejaría quedarse hasta que se recuperase. Si Salomé confiaba tanto en él, no tenía ningún motivo para no hacerlo yo también. Total, serían sólo un par de días como mucho.

—Bueno, vamos —le dije a Salomé, que ni se molestó en contestarme.

Salimos del cuarto, yo, por supuesto, llevándola a ella en la silla de ruedas, y nos dispusimos a ir al salón, donde nos esperaba nuestro inesperado invitado. Me frenó cuando pasamos por el baño, y por sí sola, se levantó y se metió dentro, cerrándome la puerta en la cara. Me quedé esperándola, no quería ir solo al encuentro de Fernando, quería que Salomé escuchara también lo que iba a decir. Cinco minutos después, abrió la puerta y, por sí sola nuevamente, se sentó en la silla.

Cuando llegamos al salón, vimos que Fernando ya estaba despierto. Estaba sentado en el sofá con las manos en las rodillas, daba la impresión de que llevaba tiempo esperándonos. Lo cierto es que me lo esperaba dormido, me pareció bastante acertado por su parte levantarse antes que sus anfitriones.

Le dimos los buenos días y yo me senté a su lado, y sin darme tiempo a siquiera comenzar, empezó hablando él.

—Les agradezco que me hayan dejado pasar la noche acá. Hicieron mucho más de lo que hubiese hecho cualquiera —empezó diciendo.

—Mira, Fernando, la cosa es que...

—Sí, ya sé. —me interrumpió— No pretendo ser ninguna molestia, pero si me dan tiempo hasta esta tarde, yo...

—Espera —esta vez lo interrumpí yo—. Puedes quedarte hasta que estés mejor, no estás en condiciones de irte a caminar la ciudad. Pero cuando te recuperes, te vas, ¿de acuerdo?. Hoy voy a hablar con un compañero que tiene unos pisos en alquiler, voy a ver si te puede hacer precio —finalicé ante la sorpresa de Salomé.

—¿En serio? —dijo el también sorprendido Fernando— ¿En serio no es ninguna molestia?

—Que no, tranquilo. Además, yo tengo que trabajar toda la semana y a Salomé le va a venir bien que alguien le eche una mano en casa.

—¡Gracias! ¡En serio! ¡Muchas gracias! ¡No sé cómo te lo voy a agradecer!

Ya no estaba tan chulo como la noche anterior, ahora parecía un tipo respetuoso y agradecido, ya no me daba tanto asco.

—Bueno, yo me voy a trabajar. Voy a tratar de volver temprano, cualquier cosa avio —dije mientras me dirigía hacia la puerta, pero Salomé se levantó de la silla de ruedas y se lanzó hacia mí, dándome un abrazo que casi me tira al suelo.

—¡Gracias, Dami! ¡Te amo con locura! —decía sin despegarse de mí.

—Yo también te amo, boba. ¡Y te dije que dejes de sobreesforzarte! —respondí riéndome— Bueno, Fernando, te la encargo. Por favor, cuida eso, que no se esfuerce demasiado...

—¡Entendido! —dijo casi militarmente.

Y, de esa manera, Fernando entró en nuestras vidas.

18:00 PM - POV Salomé.

—¿Todavía te acuerdas de eso? Increíble.

—¿Cómo no me voy a acordar? Todavía tengo pesadillas con la paliza que me dio mi viejo.

—¡Lo peor es que al final descubrieron que no habías sido tú!

—¡Sí! ¡Pero la de lengua todavía se debe estar sacando el chicle del pelo!

—¡No volvió nunca más después de ese día!

Nos habíamos pasado la mañana riéndonos como tontos, estuvimos horas y horas hablando de los viejos tiempos, cada anécdota que recordábamos era un viaje instantáneo al pasado, a aquellos días en los que fuimos los mejores amigos.

No podía creer que estuviese hablando con Fernando tan familiarmente de nuevo, cuando perdí el contacto con él, creí que nunca más iba a volver a verlo.

Nos conocimos a los 12 años, cuando recién empezábamos la secundaria. Al principio yo era una niña muy tímida, venía de las afueras de la ciudad y no conocía a nadie, además, los chicos me daban mucho miedo y las chicas se reían de mí por eso, así que no tenía amigos, las primeras semanas fueron bastante duras para mí. No se podía llamar bullying lo que sufría, porque no era el blanco de las burlas de nadie, pero la realidad era que me hacían sentir bastante sola.

Todos los días durante el recreo, me sentaba en un banco del patio a comer mi almuerzo, siempre alejada de todo el mundo, pero un día apareció él...

"¿Por qué estás siempre sola?", fue lo primero que me dijo. Yo sabía quién era, sabía que era un chico argentino de mi clase, y era de los que más miedo me daba, porque era de los más problemáticos.

Esa vez no le di tiempo a que me preguntara nada más, salí corriendo y me encerré en el baño de chicas. En ese momento, di por hecho que el patio ya no era un lugar seguro. Pero a pesar de mi poco interés en socializar con él, siguió insistiendo, en cada intermedio de clases venía a mi mesa e intentaba entablar conversación conmigo, aunque mi respuesta era siempre la misma, el silencio, y si veía la oportunidad, salía corriendo para cualquier lado.

Poco a poco, fui cediendo ante su insistencia, al ver que no se rendía, empecé a responder a algunas de sus preguntas, todas las veces con monosílabos, eso sí, pero para él parecía ser suficiente, ya que se alejaba con una sonrisa de oreja a oreja cada vez que conseguía que yo le dijera algo.

Y así fue como empecé a hablar con Fernando, como mi vida de estudiante dio un giro radical, y como lentamente, pero a paso seguro, se fue convirtiendo en mi mejor amigo.

Las demás amistades fueron llegando solas. Como me veían tan comunicativa con Fernando, el resto de la clase también empezó a hablar conmigo, incluidas las chicas. No tardé mucho en convertirme en una persona más o menos 'popular'.

De esa manera empezó mi adolescencia. Fernando y yo nos hicimos íntimos, inseparables, no íbamos a ningún lado el uno sin el otro, y nos contábamos todo, era como mi alma gemela. Obviamente, también hacíamos cosas con otros chicos, pero nosotros dos éramos siempre el centro de todos los planes, los demás sabían que no podrían contar con uno si faltaba el otro, fue gracias a eso que nos ganamos el apodo de "La Parejita". Apodo que no tardó en llegar a oídos de mis padres...

"Mira, Salomé, a partir de ahora te vas a encontrar con otro tipo de jovencitos muy diferentes a los que había en primaria. Y esos jovencitos, por más buenos que parezcan por fuera, por más buenas intenciones que tú creas que tengan, sólo se van a acercar a ti por una cosa... Y tú ya sabes a lo que me refiero". Me dijo mi padre cuando terminé sexto de primaria.

Como ya he contado antes, mi educación fue bastante 'chapada a la antigua', mis padres no estaban dispuestos a permitir que ningún 'niñato degenerado' fuera a mancillar a su pequeña antes de tiempo. Por ese motivo, el verano antes de empezar la secundaria, fui, por decirlo de alguna forma, sometida a un entrenamiento mental intensivo anti-hombres. Y fue así como surgió mi miedo al género opuesto...

La operación 'a mi niña no' duró toda la secundaria, aunque cuando empecé a hacer amigos y a analizar a las personas por mi propia cuenta, dejé de hacer caso a las cosas que me decían. Igualmente, ellos nunca dejaron de aconsejarme, pero sí llegó un momento en el que dejaron de atosigarme, aunque eso fue sólo hasta que descubrieron la existencia de Fernando.

Sí, tardaron más o menos unos tres años en saber de él, pero no fue por mí, yo no quería que supieran que tenía un amigo íntimo, y me había cuidado mucho de no mencionarlo nunca. La culpa fue de Zamira, que una tarde me vio caminando con él de la mano por el parque, y enseguida fue a contárselo a mis padres. Ese día, me resumieron en tan solo una hora todo lo que habían intentado inculcarme a lo largo de toda mi vida.

Lo primero que hice fue aclarar que tan solo era un amigo y que no se preocuparan por nada, pero sirvió de muy poco, a partir de ese momento se pusieron alerta y toda la confianza que me tenían se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, también se acabaron mis días de libertad, los de salir por las tardes a donde quisiera, y mi toque de queda se redujo de las 9 de la noche a las 7 de la tarde.

"Salomé, yo soy hombre y sé de lo que te hablo. A esa edad nuestras hormonas están muy revolucionadas y sólo pensamos en el sexo, y ese amigo tuyo no es la excepción. Así que, por favor, ten mucho cuidado", fue lo último que me dijo mi padre esa noche. Yo entendía bien que lo decía por mi bien, pero no entraba en mi cabeza que Fernando pudiera ser de esa forma, yo sentía que podía confiar en él, que nunca intentaría sobrepasarse conmigo, Fernando era como ese hermano que nunca tuve.

—Che, Salo —preguntó sacándome de mi ensimismamiento—, ¿tu novio trabaja siempre hasta tan tarde?

—No siempre... Su horario oficial es de 8:00 AM a 4:00 PM, a veces cambia y lo hacen trabajar por la tarde, pero —hice un silencio—, esta semana pasaron muchas cosas en la empresa, y parece que los empleados van a tener que hacer más de una hora extra.

—¿Y eso está permitido? —preguntó extrañado.

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