Secretos

—¡Sí! —atiné a decir.

—¡Hasta que contestas! —respondió Dami—. ¡Llevo desde las ocho tratando de comunicarme contigo!

—Lo siento, Dami, tenía el móvil sin batería y no me di cuenta hasta recién...

—Creo que ya va siendo hora de que pongamos teléfono fijo...

—Es probable —dije riéndome—. En fin, ¿cómo estás? ¿Has dormido algo?

—La verdad es que muy poco. Ya sabes lo que me cuesta poder conciliar el sueño en casa ajena...

—¿Pero a qué hora terminaste?

—A las siete.

—¿Y ahora estás en la casa de tu compañero?

—Sí, estoy en el piso de Rabuffetti. Ahora iba a desayunar algo —dijo, haciéndome acordar que no había comido lo que me había preparado Fernando. Otro motivo más para sentirme todavía más mal conmigo misma.

—Ah... Dami, ¿hoy te voy a ver?

—Hoy entro a las tres, así que seguramente tenga que volver a quedarme toda la noche en la oficina.

—Entiendo... —dije con desánimo.

—Ya hemos superado el primer día, Ro, y voy a seguir necesitando de tu apoyo para superar el resto.

—Y sabes que cuentas con él hasta el final —le respondí tratando de levantar la cabeza.

—¡Por cierto! —saltó de golpe— Todavía no pude hablar con Alutti, el compañero que te dije que tiene pisos en alquiler, pero mañana lo hago sin falta. Así que dile a tu amigo que se puede quedar hasta que hable con él.

—Se lo diré, gracias por preocuparte tanto —dije, aunque no sabía si Fernando iba a aceptar quedarse siquiera un día más—.

—Lo hago por ti, cariño. Ahora dime, ¿tú cómo estás? ¿Cómo va esa pierna?

—Pues la verdad es que mucho mejor. Parece que mi cuerpo ya se ha acostumbrado a la escayola.

—Me alegra oír eso. Espero poder acompañarte al hospital el viernes, quiero estar ahí cuando te la quiten —dijo sin mucho convencimiento—. Bueno, Ro, te dejo. Rabuffetti está sirviendo el desayuno, y no quiero hacerle un feo. Te amo, mi vida.

—Yo también te amo. Nos vemos.

—Adiós.

Otra vez volvía a tener ganas de llorar, me estaban haciendo muy mal esas llamadas telefónicas, toda la felicidad que había sentido al levantarme se había esfumado en poco más de una hora. Pero no quería desmoronarme, quería mantenerme fuerte por Damián, ya que desde mi lugar, esa era la única forma en la que podía serle de ayuda.

Mientras me golpeaba las mejillas y me daba ánimo a mi misma, llamaron a la puerta: —¿Sí?

—¿Puedo pasar? —preguntó Fernando.

—Sí, pasa.

Luego de entrar, se quedó unos segundos de pie en la puerta como pensando lo que iba a decir. Amagó dos o tres veces y, por fin, se decidió a hablar:

—¿Sabés, Salomé? Cuando me rechazaste por primera vez, me destrozaste, me aplastaste el alma. Y no era por el rechazo en sí, sino por la forma. Me hiciste sentir como un pedazo de m****a, como que una basura como yo no se merecía a una chica como vos.

—Eso no es...

—Pará, no me interrumpas, por favor. Esa noche lloré como nunca había llorado en mi vida. Yo tenía creído que entre nosotros había algo especial, que no era una relación de amigos normal, porque hacíamos todo lo que hacían las parejas; íbamos por la calle tomados de la mano, nos abrazábamos cuando teníamos ganas de hacerlo, hasta había veces que te quedabas a dormir en mi casa a escondidas de tus padres. Por eso, yo creía que lo único que le faltaba a nuestra relación, era que uno de los dos se declarara, y creí que tenía que ser yo el que diera ese paso.

—Fernando...

—No terminé todavía. Al día siguiente de que me dejaras el orgullo por el piso, quise hacer como que nada había pasado, a pesar de todo, yo te seguía queriendo. Y cuando viniste y me perdiste perdón por tu reacción, y me diste las explicaciones de por qué lo habías hecho, aunque no lo creas, me sentí feliz, feliz porque las cosas podrían continuar siendo como siempre. Y bueno, ahí es donde me imagino que hizo aparición tu plan para sacarme de tu vida... ¿Pero viste? A pesar de tu trato frío y distante conmigo, al año siguiente me volví a declarar. Y ahora me siento como un reverendo pelotudo por haberlo hecho...

Yo de mientras escuchaba todo en silencio, cada palabra que pronunciaba era una lanza que se clavaba en mi pecho. Sabía que no iba a durar mucho tiempo más calmada, tenía ganas de llorar, y en cualquier momento iba a hacerlo.

—Pero... —prosiguió—. Ahora que te sinceraste conmigo, ahora que sé toda la verdad, siento paz en mi corazón. Durante años creí que nuestra amistad se había roto por mi culpa, y, si bien pude superarlo, estaba seguro de que esa herida nunca iba a terminar de sanar del todo.

—¿Fer? —dije al ver como se sentaba a mi lado.

—Pero vos tampoco tenés la culpa de nada, y tampoco tus papás. Vos hiciste lo que hubiese hecho cualquier chica educada de la misma forma que vos, y ellos lo único que querían era protegerte.

—Fer... —seguía diciendo. Estaba completamente en blanco, no me esperaba esa reacción para nada, y mucho menos la que vino después.

—¿Puedo abrazarte? —me preguntó con los ojos llenos de lágrimas. Era la primera vez desde que había llegado que lo tenía de frente y tan cerca de mí, y tras mirarlo fijamente unos segundos, encontré en esa mirada triste al Fernando con el que había compartido toda mi adolescencia.

—Está bien —le respondí.

Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento. Cuando pasó sus brazos por alrededor de mi cuello y pegó su cuerpo al mío, me invadió un hermoso sentimiento de nostalgia, lo que provocó que respondiera a su abrazo de forma instantánea. En ese momento, mi mente se trasladó a aquellos días que tan felizmente había pasado junto a él, y sentí como una pesada carga desaparecía en el proceso.

—No llores, bobo, que me vas a hacer llorar a mí también —le dije al notar como una lágrima caía en mi espalda.

—Perdoname, no puedo evitarlo, llevo muchos años esperando este momento.

Estuvimos como un minuto de esa manera. Fue él quien me soltó primero, y se alejó un poquito, me imagino que para que no me sintiera invadida. Luego dijo:

—¿Me perdonás?

—¿Perdonarte? ¡Pero si eres tú el que me tiene que perdonar a mí! ¡Es más, ni siquiera te he pedido perdón como se debe!

—No, yo no te tengo que perdonar nada, en serio. Ayer y hoy me comporté como un patán, te juzgué sin saber por todo lo que habías pasado, y te hice pasar un mal rato. Te digo que sos vos la que me tiene que perdonar a mí.

—Insisto en que no me tienes que pedir perdón por nada, pero si eso te deja más tranquilo, está bien, te perdono.

—Gracias, Salo —dijo con una sonrisa tierna.

—¡Pues bueno! ¿Entonces puedo dar por hecho que te vas a quedar hasta que estés bien?

—Si no es mucha molestia...

—¡Ninguna! ¡Ya mismo estás llamando al granjero para decirle que cambiaste de opinión!

—Con la ilusión que me daba jugar en el barro con los cerditos...

— Sí, seguro... —respondí, y ambos nos echamos a reír.

—En fin, hay un desayuno muriéndose de pena ahí afuera.

—¡El desayuno! ¿Ves como sí te tenía que pedir perdón por algo? Venga, vamos al salón.

—Vamos.

Aunque lo llevé con toda la naturalidad que pude, quedé anonadada con todo lo que acababa de pasar. Hacía sólo media hora ya había dado por hecho que Fernando se iría de mi vida para nunca más volver, pero la situación había dado un giro radical. ¿Por qué había cambiado de parecer tan repentinamente? Pero no quise ahondar más en el asunto, el pasado ya había quedado pisado.

Aunque no me molesté en aclararlo, estaba segura de que él sabía que mis condiciones seguían siendo las mismas más allá de ese abrazo. De todas formas no quise darle más vueltas al tema, ya iría viendo cómo iban transcurriendo los acontecimientos de ahí en más, total, si a Fernando se le daba por hacer algo que a mi me molestara, sólo tenía que volver a marcarle los puntos, y listo.

Esa tarde ya no volvimos a hablar del tema, los dos sabíamos que no valía la pena.

Finalmente, me comí las dichosas tostadas con mermelada, pero de almuerzo, ya se había hecho tarde y tampoco tenía demasiada hambre. Fernando se preparó algo aparte para él. La comida transcurrió con normalidad, hablamos de cosas triviales y nos echamos algunas risas. También le conté lo que me había dicho Damián sobre su compañero con pisos en alquiler, cosa que terminó de alegrarle el día, porque estaba muy preocupado con todo el asunto de su siguiente destino.

Cuando terminamos de fregar los platos, Fernando me preguntó si podía usar el cuarto libre que teníamos mientras se quedara en nuestra casa. Obviamente, le dije que sí. La noche anterior yo ya tenía pensando decirle que podía dormir ahí, pero con la discusión, se me había pasado completamente. Le di unas sábanas limpias y un par de toallas, me agradeció y me dijo que se iría a descansar un rato el cuerpo, que todavía le dolía bastante.

A eso de las cinco de la tarde, recibí un w******p de mi hermana:

"Nenaaa!!! Cómo estás??? Perdona por no haber ido a verte ayer, pero por la mañana me llamaron para una entrevista de trabajo y me cogió totalmente desprevenida, no tuve tiempo de avisarte. Pero la buena noticia es que me dieron el curro!!!! Sabes la cafetería de la pérgola rosa que hay a dos calles de aquí? Bueno, ahí. Sí, es de camarera el puesto, pero al menos pagan bien y me da para sobrevivir hasta que me llamen de Bélgica. En una hora llego y voy a verte!!! Prepárate porque el abrazo que te voy a dar va a ser antológico!! Te amo nena".

Aunque hacía dos días nada más que no la veía, que para nosotras eso era un mundo, me alegró mucho saber que estaba bien. Pero me perturbó la idea de que se encontrara con Fernando. A Zamira nunca le había caído bien, pero ya no porque lo que decían mis padres, sino porque no le gustaba él como persona. Nunca me dio una explicación lógica, siempre me decía que era pura intuición y que para ella eso era suficiente. Sobra decir que ella fue partícipe protagonista en mi alejamiento de él en mis dos últimos años de instituto. En cambio, por parte de Fernando... Él nunca me habló mal de ninguno de mis familiares, más bien porque nunca tuvo contacto con ninguno de ellos, porque si no, quién sabe...

"Ni hablar. No puedo dejar que Zami sepa nada de Fernando". Con eso ya decidido, respondí a su mensaje:

"Zami! ya me había pensado que te había pasado algo, la próxima vez avisa! Y sobre mí, pues estoy de maravilla, la pierna ya no me duele y ahora mismo siento la escayola como un estorbo nada más, a ver si el viernes ya me la quitan. Bueno, avísame cuando estés llegando, así me preparo, porque ahora estoy en la cama y bien cómoda que estoy jajaja. Y yo también te amo hermanita!".

Me tumbé en el sofá y esperé pacientemente la llegada de mi hermana.

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