Ganando Tiempo

00:00 hs. - Fernando.

—Bueh... Al menos gané un poco de tiempo.

Estaba sentado en el salón, solo, mi única compañía eran mis pensamientos y las voces de la televisión, a las cuales no les daba pelota. La verdad es que esa noche, por un buen rato, llegué a olvidarme de todos mis problemas. Sí, durante unas horas, sentí paz en mi alma. Me costaba reconocerlo, me gustaba sentir que tenía todo controlado y que yo mandaba sobre mis emociones, pero la verdad era que la situación me estaba superando. Por esa razón, la compañía de Salomé fue como un soplo de aire fresco para mí. Haber pasado el rato con ella me había hecho volver a aquellos días de adolescencia cuando estaba enamorado de ella.

"Será que al final no soy tan duro como creo ser", pensaba mientras cambiaba de canal, aunque sin buscar ningún canal en específico. Sí, porque había llegado a esa casa buscando techo gratis por una semana o dos, la idea era hacer mis trabajitos para poder pagarle a los negros, y una vez juntara lo suficiente, me iba a la m****a y listo. Pero, en realidad, los que se fueron a la m****a fueron mis planes. Ahora estaba encerrado en esas cuatro paredes, y la mujer de la que abusé física, mental y materialmente, se había convertido en mi único remedio para no volverme loco.

—Qué vida de m****a... Si yo ahora mismo podría estar en Nueva Zelanda cogiéndome unas lindas aborígenes maoríes...

De momento tenía menos de 72 horas para pensar en lo que iba a hacer. Había pasado una linda tarde-noche con Salomé, pero ya no tenía ninguna posibilidad de conquistarla. Desde aquella noche en que metí la pata, apenas habíamos hablado, y de no ser porque me hice la víctima como sólo yo sé, creo que no me hubiese vuelto a dirigir la palabra hasta que me hubiese ido. Por eso, la ridícula opción de enamorarla ya estaba completamente descartada.

"¿Y qué m****a hago?", seguía pensando inútilmente, sólo se me venían imposibles a la cabeza, además de alguna que otra atrocidad. Poco a poco me fui resignando a mi destino. Cada vez veía más real esa escena donde yo salía de ese departamento, encapuchado, con lentes de sol, y con la idea de salir del país inmediatamente.

—Conchudo y maldito karma...

Irremediablemente, empecé a pensar en la suerte de las personas, en esas pequeñas cosas que cambian y deciden el destino de uno. En los países asiáticos en los que había estado, se hablaba mucho del karma, esa energía o ley, llámenla como quieran, mística, que marca el futuro de la gente basándose en los actos realizados por cada uno a lo largo de su vida. "Cada uno recoge lo que siembra, ¿no?". No podía evitar pensar en eso, en que si esa 'norma' era verdad, entonces me esperaba mucho dolor y sufrimiento en los días venideros. "Quizás lo mejor sea empezar a limpiar un poco el karma, total, no pierdo nada portándome bien estos tres miserables días que me quedan en esta casa".

—Fer... —sentí que me llamaban. Era Salomé, que estaba en pijama y con la cara rojísima.

—¿Salomé? Pensé que te habías ido a dormir, ¿qué pasa? —le pregunté. No parecía estar muy bien, así que pensé que ese era un buen momento para empezar a practicar la limpieza del karma.

—De acuerdo... —dijo, y se quedó callada.

—¿De acuerdo qué?

—De acuerdo... Quiero que me ayudes a perder la vergüenza... Quiero practicar contigo.

Me quedé en blanco, con cara poker, como tratando de entender cada palabra de lo que me acababa de decir. Tenía mucho sueño y me había clavado dos vasitos de whisky. Pensé que capaz era mi imaginación que me estaba pelotudeando.

—¿Qué? —pregunté con el tono más idiota que me había salido en mi vida.

—Eh... Lo que hablamos la otra noche... Dijiste que podías hacerme perder la vergüenza... —contestó, pero sin mirarme a los ojos. Y yo no me lo podía creer, otra vez el cielo -o el infierno-, me estaba dando la oportunidad de poder salir del bardo en el que me había metido. "¡A la m****a el karma!".

—O sea que cambiaste de opinión —dije en un tono algo arrogante, intentando demostrarle seguridad, no quería que cambiara de opinión y diera la vuelta, porque se notaba que estaba muerta de la vergüenza y esa era una posibilidad.

—No... Sí... Bueno, es que han pasado algunas cosas... y... creo que tenías razón —su voz temblaba, le estaba costando mucho hablar.

—¿Qué cosas pasaron? —pregunté. Era esencial para mí saber eso, no porque me importara una m****a, si no para saber cómo proceder a partir de ahí.

—Ahora vuelvo —dijo, no sin antes dudar un poco, y salió disparada a su habitación. Volvió al rato con una carpeta llena de papeles, que me entregó estirando ambos brazos y con el ceño fruncido, cual nene triste dándole a su padre un juguete roto para que se lo arregle—. Las hojas amarillas, las que están detrás de las blancas, tienen las horas de trabajo de Damián, las acordadas y las extras.

—Ajá... —dije tratando de entender lo que carajo fuera que me estuviera diciendo. Me costaba leer, entre el sueño y los whiskitos, mi semblante era un poema. Pero, haciendo un poco de esfuerzo, pude mantener la mirada seria y entender un poco de qué se trataba todo—. Ya veo...

—¿Ya ves? ¿No tienes nada más para decir? ¡Damián no ha estado trabajando por la noche! —gritó.

—Es que a mí no me sorprende, Salomé, yo te dije lo que había... —en realidad, podía ser cualquiera el motivo por el cual no estaba viniendo a la casa. Capaz el jefe lo estaba explotando, o quizás no quería venir para sólo acostarse a dormir y al día siguiente tener que irse a primera hora, opción que me parecía más lógica, más teniendo en cuenta lo poco que le costaba a esta chica deprimirse. Pero igual no iba a ser yo el que se lo explicase...

—Es mi culpa... No lo he atendido como se merece, nunca he hecho el papel de mujer... Me la paso quejándome, y cuando las cosas no salen bien, me escondo en casa de mi hermana —decía mientras gestualizaba con las manos aireadamente. Justo después se tapó la cara y se quedó así un rato largo—. Dime algo, por favor...

—No hace falta que diga más nada, Ro, ahora lo que tenemos que hacer es actuar, y con rapidez, tenemos que aprovechar cada minutos que vayas a pasar con él a partir de ahora.

—¿Y si tiene a otra mujer? —preguntó de la nada. A mí no me convenía que pensara eso, esa situación podía acarrear celos, y de los celos al odio hay un solo paso. Quizás en otro momento me hubiese venido bien provocar una separación entre ellos, pero tal y como estaban las cosas, no tenía tiempo para perder. Les recuerdo que lo que buscaba yo no era un polvo, sino poder salvar mi vida.

—No creo... —dije pensativo, con la mano en la pera—. Si te quisiera engañar yo creo que ya lo habría hecho, y según estos papeles, estuvo respetando su horario oficial de trabajo antes de que lo 'esclavizaran', ¿no?

—Bueno, sí... Trabaja todos los días también, pero por las noches venía y cenaba conmigo.

—Sí, por eso, es absurdo pensar que tiene una amante...

Su expresión fue de alivio, pero después volvió a fruncir el ceño. Se sentó a mi lado y apoyó los codos en sus rodillas, dejando caer su cara sobre sus manos. Tenía que moverme y rápido, no podía dejar que le siguiera dando vueltas a las cosas y llegara a conclusiones poco favorables para mí. Así que me acerqué a ella y pasé un brazo por encima de su hombro y el otro por delante, y la apreté contra mí.

—¿Fernando? —dijo extrañada.

—Dejame a mí... Quedate así, haceme caso... —le respondí enseguida y tratando de transmitirle seguridad.

—Pero...

—Shh... No te muevas...

Y no se movió, sólo se limitó a cruzar los brazos para evitar que le rozara las tetas, pero se quedó completamente quieta. El ambiente no era el más indicado, la luz del salón estaba prendida y de fondo se escuchaban las voces de la teletienda. Había que solucionar eso, así que la solté un segundo para levantarme y apagar por lo menos la luz...

—Fer... ¿Podrías traerme la botella de mojito que hay en la nevera?

—Sí, claro... —le respondí. Perfecto, pensé, si quería acudir al alcohol es porque estaba segura de lo que quería hacer. No tardé ni un minuto en apagar la luz, poner un canal de música en la televisión e ir y volver con lo que me pidió.

—Gracias... —me dijo, acto seguido destapó la botella y se clavó un buen sorbo—. Siéntate, por favor.

No era que se estuviera tomando una botella de vodka puro, era alcohol más bien suave, pero si ella creía que la iba a ayudar a destaparse, por mi perfecto. Me senté a su lado y esperé a que dijera algo.

—¿Qué hago? —me preguntó después de darle otro trago a su bebida.

—Si querés yo te voy guiando... Sé lo que te cuesta todo esto...

—No... Así no voy a perder nunca la vergüenza... Sólo dime lo que tengo que hacer —dijo mirándome a los ojos por primera vez en toda la noche.

—Bueno, Salomé, no hace falta que te de un manual de instrucciones. Simplemente intentá aproximarte a mí, demostrame que tenés ganas de estar conmigo, nada más...

—Vale. Pero tú no me toques, por favor te lo pido.

Y tras dar otro buen sorbo de mojito y de suspirar varias veces, se acercó muy lentamente a mí, levantó una de mis manos y se la pasó por encima, luego puso una de las suyas en mi panza, y finalmente apoyó su pecho contra el mío, dejando su cabeza apoyada en mi hombro derecho. Estuvimos unos cinco minutos en esa posición, no quise decir ni una sola palabra, estaba rígida como una estátua, y no quería provocar una detonación que resultara en ella saliendo corriendo para su cuarto.

—Fer.. —dijo de pronto—. No sé si puedo hacer esto...

—Lo estás haciendo bien —le dije intentando tranquilizarla—. Pero esto no deja de ser un simple abrazo, así que no pasa nada si avanzás un poquito más...

—¿Y qué es avanzar un poquito más?

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