Fernando

6:00 PM - POV Fernando

—Ah... ah... ah... ah... sí...

—Mirá la diferencia que hay cuando te liberás. Así es otra cosa, preciosa, jaja.

—Cierra la puta boca ya y no bajes el ritmo.

Por fin, y después de tanto intentarlo, la tenía en su cama matrimonial a cuatro patas gritando como una perra. No era lo mismo cogérmela en mi cuartucho de tres al cuarto que en la cama donde dormía con su marido todas las noches. También me la había empomado varias veces en la cocina, cuando su marido se duchaba, pero ahí se contenía demasiado y muchas veces ni me daba tiempo a acabar. Pero, sin duda alguna, el mejor polvo con ella fue en su baño, el cornudo de su marido había llegado temprano a casa ese día y a mí no me daba la gana volver a quedarme a medias, así que nos encerramos en el baño, puse la traba, y le seguí dando con todo, incluso 'Corneta' golpeó la puerta y le preguntó si estaba bien, porque por momentos se le escapaban gemidos a la yegua, fue un momento único.

—Ah, ah, ah, ah, ah, ah, Dios, sí, Dios, sí, sí, sí, me vengo, me vengo, me vengo.

—Parecés un loro, querida, jajaja. Yo también estoy por acabar, preparate.

—¡Que te ca-ah-ah-ah-lles, subnormah-ah-al!

—¡Ahí te va la descarga de hoy! ¡Buen provecho! ¡Aaaahhhhhh!

—¡Sííííí!

Y sí, acabamos a la vez, como en una película romántica, y ella a su libre expresión, gimiendo como una loba. Era la primera vez que nos pasaba, y ya hacían dos meses que le daba 'clases de guitarra' por la tarde, je. ¡Qué cogida! Sí, señor... Caímos rendidos, sin fuerzas, apenas podíamos respirar. No aguantamos y nos quedamos dormidos.

Lo primero que recuerdo después de todo eso, es que me desperté a las dos horas, más o menos, siendo arrastrado de la cama, con alguien agarrándome del cuello y estampándome la cara contra el suelo. Acto seguido empecé a recibir patadas en las costillas, fue ahí cuando mi mente empezó a asimilar lo que estaba pasando.

—¡Te voy a matar, hijo de la gran puta! —parecía enojado— ¡No sabes con quién te has metido!

—¡Detente, Rober, lo vas a matar de verdad! —girtaba Camila.

—¡Tú callate, maldita zorra, porque te voy a matar a ti también! ¡Los voy a matar a los dos!

—Momentito —intervine a duras penas—, no creo que matar a nadie sea algo que una persona sensata haría.

—¿Y encima te ríes de mí? —decía a la vez que me arreaba otra patada— ¡Yo confiaba en ti! ¡Te traté como a un amigo! ¡Como a un puto amigo!

En ese momento Camila se avalanzó sobre él y empezó a darle sopapos en la pelada.

—¡Suéltame, hija de puta! ¡Es el colmo que encima lo defiendas!

—¡Te estoy defendiendo a ti, retrasado mental! ¡¿Acaso quieres acabar en la cárcel?! ¡Hablemos esto como personas civilizadas!

Aproveché el momento, agarré el reloj de la mesita de luz y se lo estampé en la cara. Mientras se retorcía de dolor y su mujer gritaba como una histérica, levanté mi ropa y salí volando de esa casa, ya no pintaba nada ahí. Y mientras me iba pude escucharlo gritar:

—¡Pienso ir a buscarte! ¡Te encontraré y te mataré! ¡Sé dónde vives!

Claro. Un día, por razones obvias, Camila se inventó una excusa y vino a 'tomar las clases' a mi departamento, y ese día la vino a buscar el pelado. Es por eso que sabía dónde vivía.

Me vestí como pude y salí rajando para mi departamento. Cuando llegué, le dije al casero que me había surgido un problema y que me tenía que ir para siempre.

—¡¿Pero qué te pasó, argentino?! —así me llamaba el viejo Lorenzo.

—Nada, me pelée con un pelotudo en un bar.

—¡A saber qué le habrás hecho, jajaja! ¡Eres de lo que no hay, argentino de m****a!

—No fue nada, se enojó porque no le pagué una apuesta. —me inventé cualquier cosa.

—Pues vaya, sí que eres escoria de la buena, jajaja. Anda, dame las llaves. Si necesitas volver, ya sabes.

—Gracias, viejo choto —así lo llamaba yo a él—, siempre me estás ayudando. Cualquier cosa te llamo.

—Venga, sudaca, ¡que te vaya bien!

—Por cierto, viejo puto. Si viene un pelado enojado con pinta de guardia civil, decile que me fui bien a la m****a y que no pierda el tiempo en buscarme.

—¡Perfecto! ¡Jajajaja! —dijo el viejo antes de darse vuelta y meterse en su casa.

Era la verdad, el marido de la putita a la que me había estado cogiendo, era guardia civil, si hubiese querido, ese día hubiese sacado la pistola y me habría cagado a tiros. Es por eso que tenía que irme de esa casa, todavía era muy joven para morir.

Hacía un año que vivía en esa casucha, el viejo Lorenzo me cobraba poco alquiler y con los trabajitos que hacía me alcanzaba para pagarle y todavía me sobraba para comer como un rey. Pero bueno, ya no me podía quedar más ahí, ya iba a encontrar otro lugar. Así que entré, me lavé un poco, y empecé a hacer la valija. Lo único que tenía era ropa, todos los muebles eran del viejo, mi equipaje era ligero y podía moverme bien por ahí en un caso como este.

Salí y me tomé un taxi para el centro. De momento, la idea era irme a algún restaurante nocturno a pasar la noche, no tenía ganas de caminarme la ciudad a esa hora de la noche, y menos en el estado en el que estaba. Pero la saqué barata, el pelado me cagó a patadas y no parecía haberme roto nada. Me dolía todo el cuerpo, sí, y todavía me sangraba la cabeza, y no podía dar dos pasos seguidos sin quejarme, pero bueno, podría haber sido peor.

Mientras buscaba un restaurante, o un bar, o lo que fuera que estuviera abierto a estas horas, pasé por el Instituto donde hice la secundaria. Inmediatamente me acordé de Salomé, mi mejor amiga en ese entonces y durante casi toda mi vida de estudiante. Recuerdo que me empecé a juntar con ella solamente porque estaba buena, pero con el tiempo me fui encariñando, y terminamos siendo muy buenos amigos. Sin embargo, yo la llegué a querer mucho más que a una amiga, sí, estaba perdidamente enamorado, fue la única mujer por la que sufrí en toda mi puta vida.

Cuando teníamos 17 años me le declaré por primera vez, pero entró en pánico y salió corriendo, como si yo fuera un desconocido intentando violarla. Ese hecho me destrozó, llegué a mi casa y me puse a llorar como un maricón, porque no sentía como si me hubiese rechazado, cosa que ya me había pasado antes, sentía como que le había dado asco. Más adelante me enteré que sus padres eran unos cavernícolas, y que por eso Salomé era tan reservada en el tema. Poco días después me pidió perdón y me explicó que se sentía muy feliz por lo que yo sentía, pero que no podía corresponderme porque no estaba preparada todavía para tener novio. Está bien, la respeté y seguí siendo su amigo, pero la relación había cambiado y mucho, ya no me tenía la misma confianza de antes. Al año siguiente me le volví a declarar, esta vez no salió corriendo ni nada, pero me volvió a rechazar, volviendo a decir las mismas boludeces que me había dicho la primera vez. Y ya no volví a insistar más, entendí que lo de esa chica era cosa de familia, y que no iba a cambiar de la noche a la mañana. Otra opción era que no le gustara físicamente, pero eso era improbable, siempre fui un tipo lindo, rubio de ojos azules, alto, atlético, hoy en día todas las minitas se mueren por mí, y en ese entonces también, y ella no era la excepción, estoy seguro. En fin, ese año fue el último que pasamos juntos, ella cuando terminó el bachiller, se fue a la universidad, y yo me fui a dar una vuelta por el mundo con la herencia que me había dejado mi padrastro recientemente fallecido.

El año pasado, después de tres años sin saber nada de ella, me la encontré en el centro de la ciudad, yo estaba buscando trabajo y ella venía de la universidad. Casi me caigo de culo cuando la vi, si en el instituto ya era una belleza absoluta, ahora se había convertido en una diosa del universo. Había crecido un poco desde entonces, debía de medir entre 1.65 y 1.70, y seguía estando en un peso perfecto, no era una flaca raquítica, pero tampoco estaba gorda, era perfecta. Y esas tetas, dios santo, qué señor par de melones, el tamaño perfecto para su complexión, parecía que se mantenían erguidas por algún tipo de hechizo, o magia, o qué se yo, pero sin duda alguna, eran las tetas más lindas que había visto en mi vida. Todo eso añadido a esos ojazos color miel que tenía, acompañado por su precioso pelo negro medio ondulado o como m****a se diga. Cuando me vio ella a mí, me reconoció enseguida, vino corriendo y me dio un abrazo como nunca me lo había dado antes. Me acribilló a preguntas y después me contó parte de su vida actual; que tenía 23 años, que estaba a punto de terminar la carrera, y que estaba de novia con un tipo llamado Damián que había conocido en su primera año. Curioso, pensé en ese momento, se consiguió un macho tan solo un año después de haberme mandado a la m****a por segunda vez. Pero bueno, me alegré por ella, ya no sentía las mismas cosas que había sentido hacía tres años, aunque sí me enamoré de su cuerpo, señor mío... En fin, ese día me dio su número de teléfono y todo este año nos mantuvimos en contacto por medio de mensajes y correos electrónicos, así me enteré que se había ido a vivir con el infeliz ese que había conocido, y también que hacía poco menos de una semana había tenido un accidente.

Y entonces me puse a pensar: "quizás ella sea la solución a mis problemas, quizás me deje quedarme un tiempo en su casa hasta que consiga un lugar donde quedarme", sí, había dado en el clavo, si podía quedarme un tiempo en su casa, podría ahorrar lo suficiente para pagarle a esos hijos de puta. Pero no iba a ser cosa fácil, ya que la semana anterior había ido a visitarla al hospital, y cuando pregunté en la recepción por ella, un flaco, que finalmente terminó siendo su novio, se levantó de una silla y me preguntó quién era y qué quería. Le conté quién era y de qué conocía a su novia, que me había contado por mensaje lo que le había pasado y por eso había venido a visitarla. El asqueroso me respondió que Salomé estaba durmiendo y que no recibía visitas salvo de su familia, también me aclaró que no volviera otro día porque la respuesta iba a ser la misma. ¿Quién se creía que era el pelotudo ese? No le contesté mal, pero me di la vuelta y me fui a la m****a. Cuando estaba saliendo por la puerta, me encontré a su hermana Zamira, con la que nunca me había llevado bien. Por cierto, era otro monumento de mujer. Debía medir 1.75, pelirroja, teñida, claro, y de ojos verdes. Unas tetas más grandes que su hermana y un cuerpo que envidiaría cualquier Miss Universo, más ese culito que hipnotizaba a cualquiera que se lo quedara mirando. Me ignoró cuando me vio, de una manera bastante fría, o eso me pareció, porque la verdad que no sé si me reconoció, ni me importa. Volviendo al tema principal, no iba a ser fácil que el novio de Salomé me abiera las puertas de su casa, así que tenía que jugar todas mis cartas a que me las abriera ella misma.

Sólo me faltaba el dato más importante, saber dónde vivía. Entonces saqué el celular, y me puse a revisar mensaje por mensaje, que no eran muchos, eran unos veintitantos, no nos habíamos escrito mucho, esa confianza que habíamos tenido tiempo atrás ya no existía. Pero nada, no hubo éxito, en ningún mensaje me había dicho su dirección. Me estaba desesperando, se estaba haciendo tarde y el tiempo corría en mi contra, pero entonces lo recordé: ¡Claro! ¡El correo electrónico! Hacía unos meses, Salomé me había enviado un e-mail preguntándome si tenía alguno de los anuarios escolares de la secundaria. Cuando le respondí que sí, me envió otro correo preguntándome si se lo podía mandar, y me adjuntó ahí la dirección de su casa. Lo cierto es que nunca se lo envié, pero eso era lo de menos en ese momento. "Paso uno, conseguir la dirección de su casa: completado." Ahora sólo tenía que presentarme en mi estado actual, sangrando por la frente y caminando como DiCaprio en el Lobo de Wall Street, inventarme alguna historia y esperar clemencia de mis anfitriones.

Se me había hecho bastante tarde, eran casi las doce y media de la noche, y recién acababa de encontrar el edificio. Para mi fortuna, el portal estaba abierto, "Mamita, linda seguridad", pensé. Llamé al ascensor, que tardó años en llegar, que de no ser porque el departamento de Salomé estaba en el séptimo piso y porque no podía dar cinco pasos seguidos sin marearme, habría subido por las escaleras. Pero al final no hizo falta, el maldito ascensor llegó.

Finalmente llegué a su piso, caminé unos pasos al frente, giré a la izquierda, y ahí lo vi, el 7º C. Ya no podía echarme atrás, tenía que jugármela a todo o nada. Puse el dedo en el timbre y...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

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