Curiosidad

11:15 PM - POV Zamira

—Hijo de la grandísima puta. No sé quién se habrá creído que es el payaso ese, pero como me vuelva a insultar de esa forma, de la hostia que le voy a dar no se va a olvidar en la vida.

Acababa de volver del curro y tenía los nervios por las nubes. Mi jefe me acababa de proponer ser bailarina erótica en uno de sus clubes nocturnos. O sea, me acababan de ofrecer un trabajo de puta, a mí, una abogada recibida con matrícula de honor. Obviamente lo rechacé, de la manera más educada que pude, porque no quería perder el trabajo que ya tenía de camarera. Lamentablemente no me podía dar el lujo de quedarme en la calle, porque si no le habría metido la calva en la freidora al degenerado ese.

—Vaya m****a de país, en cualquier otro lugar ya estaría ejerciendo mi oficio, pero aquí tengo que prenderle velas a Satán para conseguir algo. Y encima los malditos belgas no responden a mis correos... ¡Qué asco, Dios! —iba gritando a los cuatro vientos mientras esperaba el maldito ascensor.

Tenía muchas ganas de desahogarme con mi hermana, aunque ella tampoco lo estaba pasando tan bien que digamos. Damián hacía días que no se pasaba por casa, su trabajo lo tenía completamente secuestrado, y eso tenía a Salomé en un estado de tristeza permanente. No había podido hablar mucho con ella, se había pasado esos días encerrada en su piso, y cuando iba a visitarla, me decía que no se sentía bien y excusas similares, y me cerraba la puerta en la cara. Igualmente, en ese momento yo la necesitaba, así que no me importaba lo que me fuera a decir, quería estar un rato con ella.

Salí del ascensor y caminé con decisión hasta su departamento. Pero cuando iba a tocar el timbre, escuché la voz de mi hermana del otro lado de la puerta. Podía oírla con claridad, estaba hablando demasiado alto:

—¿Encima? ¿Así? Espera... ¡No! ¡Espera! ¡Que esperes! —Escuché que decía. Aparentemente estaba con alguien, pero no había visto el coche de mi cuñado aparcado abajo. La curiosidad me invadió, así que pegué la oreja en la fría madera de la puerta y seguí escuchando lo que pasaba dentro—. No hace falta que seas tan bruto. Deja que me mueva yo sola, sólo dime si lo hago mal —.

Esas fueron la últimas palabras que se dijeron ahí dentro, lo siguiente que pude oír fueron abundantes gemidos de placer. Despegué la oreja de la puerta y me llevé las manos a la boca. No podía creerlo, mi hermana estaba follando en el salón, la angelical y pura Salomé estaba cabalgando a su macho en el salón de su casa. Y no tuve que pensar más, estaba claro que ese macho era Damián, que seguramente había encontrado un hueco en el trabajo y había venido a ver a toda prisa a su reina.

—Maldito Damián. Y parecía tonto cuando lo compramos. —murmuré.

El enfado se me pasó enseguida, ya no me acordaba de mis problemas, la alegría que tenía en ese momento superaba cualquier mal que pudiera haber en mi vida, y todo porque mi cuñadito había vuelto para darle una noche inolvidable a mi querida hermana. Sí, cuando ella era feliz, yo también lo era. Ya tenía ganas de que fuera el día siguiente para irrumpir en esa casa y abrazarlos a ambos con todas mis fuerzas.

Y así, mientras los sonidos del amor seguían saliendo del apartamento de Salomé y Damián, me di media vuelta y me metí en mi casa con una sonrisa de oreja a oreja.

11:15 AM - POV Salomé

"¿Qué hora es? Dios, es tardísimo, y tengo que hacer la colada y preparar el almuerzo. No se me suele pasar la hora de esta forma... En fin, va a ser mejor que me levante ya..."

"¿Eh? ¿Qué me pasa? ¿Qué es esta sensación de incomodidad? Me siento rara... ¿Serán los efectos secundarios de las pastillas? No creo... me tomé sólo una, no debería ser eso... A lo mejor es que dormí en una mala postura. Voy a sentarme y a estirar un poco a ver si se me pasa..."

"No, no lo entiendo... no es incomodidad... Me siento... ¡me siento genial!"

Me levanté de la cama, apoyé despacio la escayola en el suelo, y me estiré todo lo que pude. Me sentía como una pluma, como recién salida de un spá, como si me acabaran de dar el mejor masaje de toda mi vida. Sinceramente, nunca había comenzado un día con una sensación semejante. Y me extrañó, porque la noche anterior la había pasado bastante mal.

De pronto llamaron a la puerta: —¿Sí? —pregunté, lógicamente sabiendo quién era.

—Soy yo, Salomé, buenos días. ¿Ya te levantás? Ya sé que es un poquito tarde, pero te hice el desayuno.

—Eh... Sí, ya voy, gracias —respondí con un poco de sorpresa. Pensaba que Fernando estaría enfadado conmigo, pero al parecer me equivocaba.

—Bueno. Te espero en la cocina.

Me terminé de desperezar, agarré una toalla, y me dirigí al cuarto de baño para tomar una ducha. Todo esto saltando en una pata, el yeso no me pesaba nada, sentía que podía echar a volar en cualquier momento. No sabía por qué, pero estaba radiante.

Me cubrí la pierna escayolada con una bolsa de plástico, y me metí en la ducha. Me quedé un buen rato dejando que el agua fluyera por mi cara. En ese momento, me había olvidado de todos mis problemas, no quería acordarme de nada que pudiera alterar mi estado de felicidad, porque era eso lo que sentía, felicidad.

Cogí la esponja, y empecé a enjabonarme el cuerpo. Cuando pasé la mano por mi pecho, todo mi cuerpo se estremeció, volvía a sentir cosas extrañas. Yo siempre había tenido un cuerpo sensible, pero esa vez era diferente, nunca había temblado de esa manera sólo por rozarme un pezón. Intenté no darle demasiada importancia, seguía creyendo que todas esas sensaciones eran producto de los medicamentos que estaba tomando. Así que seguí lavándome, aunque evitando tocar lo menos posible esa zona. Pero cuando llegué a mi parte más íntima, volvíó a pasar. Al primer contacto, tuve miedo, me parecía haber sentido dolor, pero luego volví a tocar, y lo que sentía era diferente... ¿De verdad eran los efectos secundarios de los medicamentos? No sabía qué me estaba pasando. Lo mejor era ir y hablarlo con mi hermana más tarde.

Terminé de ducharme, y volví a mi habitación para vestirme. No quería hacer esperar más a Fernando, que el pobre se había tomado la molestia de prepararme el desayuno. Me había sorprendido mucho su actitud de antes, me lo esperaba enfadado, e incluso temí que ya no estuviera cuando me despertase. Pero nada más lejos de la realidad, Fernando estaba alegre, así que albergué la esperanza de poder hablar con él y solucionar lo de la noche anterior.

Cuando llegué al salón, estaba sentado en el sofá con su maleta delante de él. Todas mis esperanzas de hace un momento se habían desvanecido. Estaba preparado para irse.

—¡Buenos días! —me saludó— Ahí tenés el desayuno. Te preparé unas tostaditas con mermelada, y en el termo tenés café calentito —terminó de decir mientras se levantaba.

—Espera, Fernando... —me apuré a decirle— ¿Qué estás haciendo?

—Y... me voy, Salomé, te lo dije anoche. Pero no te preocupes —añadió enseguida—, hablé con un amigo que tiene una granja a 100 kilómetros de acá. Me dijo que en el establo tiene un cuartito y que me puedo quedar ahí hasta que encuentre algo mejor.

—¿A una granja? ¿En el estado en el que estás? Ni lo sueñes —salté espantada— De aquí no te vas hasta que no estés completamente recuperado.

—Lo siento, ya es tarde, me vienen a buscar en un rato. Mi amigo está acá en la ciudad y ya aprovecha para llevarme.

—Pues lo llamas y le dices que cambiaste de opinión —dije decidida— ¿Cómo voy a dejar que te vayas a dormir a una granja cuando apenas puedes caminar? ¡A una granja!

—Mirá...

—¡No! —lo interrumpí— ¿Por qué no esperas a que Damián hable con su compañero? Dijo que te iba a conseguir un sitio bararo para que te quedaras.

—No compliques las cosas, por favor. Podría haberme ido antes de que te despertaras, pero me pareció de mala educación irme sin despedirme y agradecerte. Además, no quería irme enojado con vos, porque, a pesar de todo, fuiste una amiga muy querida para mí. Así que vamos a dejarlo así... Te agradezco que me hayas abierto la puerta de tu casa, en serio, me ayudaste mucho, pero...

—¡No! —volví a interrumpirlo—. ¡Esto está mal! ¡No quiero que terminemos de esta manera! ¡Hablemos!

—¿Y de qué querés hablar? Creo que ayer las cosas quedaron bastante claras.

No sabía qué decir. No quería que Fernando se fuera, todavía estaba herido y podía pasarle cualquier cosa, y yo no quería eso. Tenía que convencerlo de que se quedara, pero siempre dejándole claro que las cosas no volverían nunca a ser como antes. ¿Pero cómo iba a conseguir eso? No quería lastimar sus sentimientos, y tampoco quería que creyera que me había olvidado los buenos momentos que había pasado con él. Sea como fuere, decidí empezar con la verdad.

—Fer, te voy a ser sincera —dije más calmada—. Cuando te veo, no veo al mismo chico que conocí en el instituto. Pero no es porque hayas cambiado para mal, todo lo contrario. El tema es que mi mente no logra asimilar que eres realmente tú. Ahora te veo más maduro, no sé, más varonil... Y no me siento con la confianza suficiente como para acercarme a ti de la misma manera que lo hacía antes...

—¿Y cómo me veías cuando estábamos en el instituto? —preguntó interesado.

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