Auxilo

9:50 PM - POV Damián

— ¿Y ahora cómo se lo digo? —Me repetía a mí mismo una y otra vez mientras subía por el ascensor. Hacía unas horas mi jefe me había dicho que ese fin de semana tendría que hacer turno completo y horas extras, todo porque a último momento habían programado una reunión para ese lunes con un inversor muy importante del extranjero, y necesitaban que yo y mi grupo de trabajo dejáramos todo preparado para ese día.

Pedí, casi supliqué que por favor que me sustituyeran por Núñez, alegué que llevaba semanas planeando irme de viaje con mi novia. Pero al parecer no confiaban en su capacidad, ni en la de ningún otro, yo era el único en el que creían para llevar a cabo "un trabajo de semejante envergadura", según sus palabras.

"Lo siento, Damián, son órdenes de arriba. Te juro que si todo sale bien, seremos recompensados con creces". Con creces, sí, como si eso fuera a dejar contenta a Salomé. Y lo peor era que no sabía cuando iba a tener de nuevo un fin de semana entero libre.

Puse la llave en la cerradura, mis manos estaban empapadas en sudor, tenía un nudo en la garganta y el estómago me había empezado a doler, mi cara debía ser un poema en ese momento. Aunque yo sabía que no tenía la culpa de nada y que no dependía de mí tomar esa decisión, el asunto era si Salomé lo iba a entender de esa manera también.

Seguramente no hubiese estado tan preocupado si esa hubiese sido la primera vez que anulaba unos planes por culpa de mi trabajo.

Hacía poco menos de dos meses habíamos estado en una situación similar. Me habían dado un par de días libres y había decidido ir a pasarlos con Salomé a la ciudad de al lado. Había reservado en uno de los mejores restaurantes y también tenía planeado pagar por una suite en uno de los mejores hoteles, pero pocas horas antes de salir, recibí una llamada de mi jefe... A uno de mis compañeros se le había muerto el padre y necesitaban que alguien ocupara su lugar, y no me quedó más remedio que cancelar todos los planes. Ella fue muy comprensiva en el momento, me dijo que lo dejáramos para otro día, que igual se sentía un poco indispuesta. Esa semana prácticamente no la vi, se la pasó en la casa de su hermana, como pasaba cada vez que teníamos una discusión.

Centré mis pensamientos en ese momento, y abrí la puerta. Ella me recibió como siempre, con un abrazo, un beso, y la promesa de que esa noche iba a tener la cena de mi vida. "Soy una m****a", pensé, porque sabía que en pocos minutos iba a ser el responsable de que esa hermosa sonrisa se apagara. Pero no me quedaba otra, tenía que contárselo.

Decidí esperar hasta después de comer, no quería que se echara a perder la cena en la que tanto se había esforzado.

—Salo... tenemos que hablar de lo del sábado —le dije en tono serio.

—¿Qué pasa? —me preguntó a la vez que levantaba la cabeza lentamente y me clavaba una mirada tan seria y penetrante que en el acto provocó que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran.

—Pues... Mira... Esto...

—¡Dime qué pasa!

—¡Que Santiago me dijo que tengo que trabajar todo el fin de semana porque el lunes viene un inversor muy importante del extranjero y me necesitan a mí y a mi equipo para organizar la reunión y no quieren poner a otra persona porque soy el único en el que confían y quieren gastar hasta el último recurso para que todo salga bien! —Con los ojos cerrados y sin parar a respirar, se lo solté todo de golpe esperando que de esa manera se pusiera en mi lugar y me perdonara— ¡Pero te prometo que...

—¡Siempre dices lo mismo! ¡Estoy harta de tus promesas!

No me dio tiempo a nada más, se levantó, agarró sus cosas y pegó un portazo. Era la primera vez que se ponía de esa manera. Me dejó atónito, estupefacto, de piedra, no sabía de qué manera reaccionar, no sabía si ir tras ella, si gritarle desde ahí, si tirarme al suelo y suplicar su perdón... Pero finalmente decidí no hacer nada, porque supuse que se había ido con Zamira. Iba a dejarle algo de tiempo para que se desahogara con ella.

En ese momento me plantée por primera vez dejar el trabajo, hacer caso a los consejos de Salomé y mandar todo a la m****a. Yo no era idiota ni tampoco un necio, sabía que mi trabajo nos sacaba tiempo y era el principal obstáculo de nuestra relación. Pero el sueldo era muy bueno, y si me esforzaba lo suficiente, más pronto que tarde conseguiría un ascenso y lograría darle a mi novia la vida que se merecía.

Todo esto ya lo teníamos más que hablado. Ella siempre me decía que estaba dispuesta a sacrificar parte de nuestro nivel de vida por el bien de nuestra relación, pero yo siempre me mantuve firme con el asunte, así que finalmente quedamos en que lo haríamos a mi manera. Sin embargo, el tiempo fue haciendo todo más difícil, sabía que cada vez que salía de mi casa para ir a la oficina, nuestra relación se erosionaba un poquito más.

Pero ya era suficiente, era el momento de volver a hablarlo todo, de nosotros, de lo que quería ella, de lo que quería yo. Era el momento de poner todo sobre la mesa y decidir cómo proseguiríamos con nuestras vidas, porque así no podíamos seguir. Así que me levanté de la silla, y salí decidido hacia el piso de Zamira.

—¡Dami! ¡Qué sorpresa tú por aquí a estas horas! —me dijo ella tan risueña como siempre, cosa que me extrañó.

—¿Puedo hablar con Salomé? —pregunté sin más.

—¿Salomé? ¿Deberías estar aquí?

—Zamira, si se pusieron de acuerdo para tomarme el pelo, paren de una vez —dije más serio que nunca—. Déjame hablar con mi novia.

—¡Eh! ¡Para el carro! Salomé no está aquí. Vino por la tarde un rato, pero... —Y entonces hizo una pausa al ver mi cara de sorpresa— Espera, ¿dónde está mi hermana?

—Tranquila, voy a llamarla.

Y eso hice, la llamé una y otra vez, pero sin éxito. Zamira también lo intentó, pero tampoco hubo suerte. Así que sin perder ni un segundo más, salimos a buscarla.

Antes fui a buscar mi paraguas, estaba lloviendo como hacía mucho que no hacía. Enseguida me tranquilicé al ver que Salomé se había llevado el suyo. De todas formas, no tenía ni idea de a dónde podía haber ido, ni la más mínima, ya que Salomé rara vez salía de casa, no tenía un lugar favorito donde ir a pensar o a tomar el aire, ni tampoco una cafetería a la que fuera a hablar con amigas, es más, ni tenía amigas en la ciudad, estaba completamente despistado.

Zami se fue a la zona más iluminada de la ciudad, donde estaban los bares, los pubs y los sitios nocturnos de ese estilo, aunque sin mucha convicción, no creía que su hermana se sintiera cómoda en ese tipo de ambiente, pero no teníamos otra opción, había que separarse para aligerar la búsqueda. Así que yo fui por el lado menos transitado, la zona urbana, el camino que llevaba a las afueras de la ciudad.

Yo seguía igual de despistado, como había salido tan enojada y apostaría que llorando, podía haber ido a cualquier lugar. Mientras caminaba, mi preocupación iba en aumento, estaba todo demasiado oscuro y las últimas noticias que había óido sobre esa zona de noche no ayudaban a tranquilizarme. Pero de pronto me acordé de algo, cada vez que discutíamos, ya fuera de verdad o menos serio, Salomé siempre me decía lo mismo: "El día menos pensado me voy a volver con mi madre, entonces vas a llorar". No tuve que pensar más, miré mi reloj y vi que todavía me quedaba tiempo de llegar a la estación antes de que saliera el último tren, así que salí corriendo hacia allá como alma que llevaba el diablo.

Entonces, mientras el tren me sobrepasaba por mi derecha, vi algo. Un coche estaba estampado contra una farola, un poco más atrás, había una persona tirada en el asfalto cubierta por un paraguas rosa chillón que reconocí enseguida. La vida se me apagó durante unos instantes, era ella.

—¡¡¡Salomé!!! ¡¡¡Salomé!!! —gritaba mientras corría en su auxilio.

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