Besos Suaves

15:00 hs. - Damián.

—¡Una buena ducha en casita! ¡Cuánto necesitaba esto! —exclamé con felicidad y alivio—. Uy... tengo hambre... ¡Salomé!

—¡Dime! —gritó desde la habitación, lugar al que me dirigí.

—¿Tú ya has comido? Me imagino que sí, pero... —me detuve al ver que todavía seguía acostada en la cama jugando con el gato—.

—Apenas di bocado hoy, la verdad...

—¿Ah, sí? ¡Genial entonces! ¡Vamos a almorzar algo! ¿Qué te parece si vamos a molestar a tu hermana? —le propuse, recordando que Zamira trabajaba en una cafetería cercana.

—Me parece una idea estupenda. Yo ya voy, espérame afuera, que me voy a cambiar —me dijo.

—¿Otra vez? —pregunté extrañado.

—Sí... Es que... no me gusta mucho este conjunto... ¡No tardo nada! —respondió, aunque me pareció que sin mucho convencimiento, pero no le di mayor importancia.

—Está bien. ¿Has hablado ya con tu amigo?

—Sí... Él se queda con Luna... —me respondió con un tono apagado.

—¿Te pasa algo, Salomé? —pregunté preocupado.

—¿Eh? No... Es que mientras te esperaba vi una noticia triste en la tele y me afligí un poco, eso es todo. —me dijo dedicándome una linda sonrisa al final.

—Ah, vale... Pues... te espero afuera, ¿de acuerdo?

—Sí. No tardo.

No la entendía para nada... Hacía media hora tenía una sonrisa de oreja a oreja y ahora estaba más apagada que yo cuando perdía el Barcelona. Nuevamente, decidí no darle mayor importancia, no eran momentos para ponerme a analizar a Salomé, lo que tenía que hacer era actuar, hacer que esa tarde se lo pasara bien.

—¿Pero no te ibas a cambiar? —pregunté cuando salió de la habitación, todavía llevaba la misma ropa puesta.

—Es que al final no encontré nada mejor, je. Bueno, ¿vamos? —me contestó un poco más risueña que antes.

—Sí, vamos.

Salimos de casa y nos dirigimos caminando a donde trabajaba Zamira, una cafetería llamada "Pure Fantasy" que estaba a unos diez minutos de nuestro piso. Con el pasar de los minutos, Salomé se fue animando cada vez más, sobre todo cuando se encontró con su hermana. Nunca dejaba de sorprenderme la relación que tenían esas dos, lo felices que eran estando juntas, la alegría que destilaban... Había llegado al punto que no podía imaginarme un mundo donde las dos estuviesen separadas.

—¿Y? ¿Qué les ha parecido? ¿Qué les he parecido? Jiji —preguntó mi cuñada.

—¡Este lugar es genial! ¡Me encanta el uniforme! —respondió mi novia. Zamira iba vestida con una falda abierta por un costado color verde agua y una camisa del mismo color, y por encima tenía un delantal color rosa con algunos detalles amarillos y lilas. Vamos, que combinaba perfectamente con el lugar, cuyas paredes también eras rosas y el suelo blanco y amarillo.

—Quizás es todo... un poco-demasiado colorido, ¿no? —opiné yo.

—Tú lo que pasa es que eres un soso. Los colorines por todas partes son los que hacen que el sitio resalte —me regañó Zami.

—No, si ya lo veo que resaltan... Pero en serio, Zami, me alegro que estés contenta... Te lo merecías.

—Gracias, Dami. Sé que el trabajo no es la gran cosa, pero no me pagan mal y además me gusta... Aunque sigue siendo temporal, porque cuando me llamen de Bélgica, me doy el piro, jeje —nos contó. A Salomé le cambió la expresión inmediatamente, no le gustaba nada la idea de que su hermanita se fuera a vivir a otro país—. ¡No pongas esa cara, tontita! Si me llaman de Bélgica, ya te dije que ustedes dos se vienen conmigo, aunque tenga que llevarme a este de los pelos.

—Ya veremos cuando llegue el momento, por ahora preocúpate de que Charlie tenga un trayecto seguro por la fábrica de chocolate.

—¡Ja-ja! ¡Qué gracioso eres! —me respondió, y los tres echamos a reír—. Bueno, se terminó el descanso. A ver si vienen mañana también, que esto a estas horas está muerto y me aburro un huevo.

—Dami va a estar muy ocupado toda esta semana y la siguiente, va a ser difícil. Pero te juro que mañana por la noche me paso por tu casa.

—Está bien, nena. Y tú, que no me entere yo que mi hermana está desatendida, ¿eh? —me increpó.

—Haré todo lo que esté en mis manos, mi señora —le respondí haciéndole una media reverencia.

—Así me gusta. Bueno, cuídense chicos.

Salimos del "Pure Fantasy" y me dirigí con Salomé a la estación de trenes.

—¿Adónde vamos? —me preguntó.

—Se me antojó ir a la playa —le respondí con una sonrisa.

—¿A la playa? Pero no traje bañador ni nada...

—No te preocupes, ya lo compramos todo cuando lleguemos allí.

—¿Estás seguro? Es media hora de ida y otra media hora de vuelta, ¿eh?

—Recién son las cuatro, tenemos tiempo de sobra.

—Bueno... ¡Vamos entonces! —finalizó. La idea la había cogido totalmente por sorpresa, estaba seguro. Pero también sabía que le había encantado.

Aproximadamente cuarenta minutos después, estábamos comprando nuestros trajes de baño y algunos accesorios para estar cómodos en la arena. Ahora sí que Salomé estaba completamente animada, me llevaba de la mano de un lado para otro y no dejaba de sonreír ni un solo segundo. Imagínense el nivel de felicidad que tenía yo en ese momento.

Recorrimos lo largo de la playa hasta que encontramos una zona vacía, porque sabía que a Salomé no le gustaba que la vieran en bañador, que, por cierto, había elegido uno bastante lindo, de dos piezas y de lunares rojos. El mío sin embargo era un pantalón corto del montón color azul, je. Elegimos una zona que estaba rodeada de unas rocas muy altas por todos lados, menos por donde entramos, obviamente, y montamos nuestro chiringuito ahí. Cuando terminamos, fuimos a jugar al agua. Hicimos carreras de nado, jugamos con una pelota hinchable, practicamos lucha libre acuática, hicimos de todo... Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto, y ella era un mar de risas y también de mimos, porque aprovechaba cada roce para abrazarme y darme besos en la cara.

Cuando nos cansamos del agua, que, por cierto, estaba bastante fría, nos tumbamos en la arena y nos pusimos a tomar el sol. Estuvimos acostados el uno al lado del otro hablando de tonterías y trivialidades durante cerca de quince minutos, después nos quedamos callados mientras observábamos el horizonte.

De repente, Salomé se pega a mí y me abraza, dejando su cabeza apoyada en mi pecho. Primero me pareció un acto natural en ella, pero cuando levantó su pierna dejándola caer prácticamente en mi entrepierna, me empecé a poner un poco nervioso. Lo que hizo después me descolocó aún más, ya que comenzó a restregar sus pechos contra mi cuerpo, pero de una forma deliberada... Me di cuenta de que Salomé estaba juguetona, no era idiota, pero me pareció raro porque ella no era de tomar la iniciativa...

—Salomé. —la llamé, y esperé a que levantara la cabeza. Cuando lo hizo, lentamente acerqué mi cara a la suya y la besé. Fue un beso suave, el típico beso que se dan dos personas que se aman. Yo le acariciaba la cara y la miraba fijamente a los ojos, me parecía una escena hermoa. Pero entonces Salomé me devolvió el beso y redobló la apuesta, me abrazó por la nuca y me apretó contra ella. Sus labios prácticamente se comían a los míos, era el beso más apasionado que nos habíamos dado nunca. En la puta vida me hubiese esperado esa reacción de mi muñequita de porcelana, a la que yo solía trata con delicadeza por miedo a que se enfadara, pero cuando la vi tan desatada, no pude evitar liberarme yo también. Por eso, lo siguiente que hice fue ponerla boca arriba sobre la arena y subirme encima de ella. Ahí fue cuando metí la mano por debajo de la parte alta de su bikini y restregué todo mi paquete contra su vientre, todo esto sin dejar de besarla un segundo. Ella mientras tanto seguía abrazada a mí, no me soltaba ni un segundo... Y entonces llegué a mi límite...

—Salo, quiero hacerlo... —dije muy agitado.

—¿Eh? Espera... ¿ya? ¿Tan rápido? —me respondió, pero no entendí lo que quiso decir con eso.

—¿Tan rápido? ¿Qué dices?

—Quiero seguir así un rato más... Sigue besándome...

—¿Para qué? No sé si voy a poder seguir aguantándome, Salo... Además, mira la hora que es... —era verdad, el tren de vuelta pasaba en media hora.

—No sé... ¿Has traído preservativos?

—No... Pero yo controlo, no te preocupes por eso.

—No, Dami... Los dos sabemos que no controlas... —ahí tenía razón ella.

—¿Entonces qué? ¿Lo dejamos así? ¿Sin más? —dije mientras me incorporaba.

—¿No podemos simplemente seguir besándonos? —respondió ella sentándose también.

—Sí que podemos, princesa... Pero esto de aquí duele bastante... —le dije señalándome al bulto que tenía entre las piernas.

—No te muevas, quédate así como estás —me pidió mientras se levantaba y se sentaba encima mío. Lo siguiente que hizo fue empezar a restregar su entrepierna contra mi paquete.

—¿Salomé? —salté sorprendido, pero me calló inmediatamente con un beso. Me tenía sujeto por el cuello y sus caderas se movían a una velocidad endiablaba. Entonces decidí participar yo también. Agarré su culo con ambas manos y la ayudé a moverse más rápido si se podía. Salomé gemía muy alto, prácticamente gritaba, y si bien yo estaba en la gloria, me dio un poco de miedo que pudiéramos llamar la atención de quienes estuviesen por la zona a esas horas, así que decidí que era hora de terminar—. Salo... No puedo más, voy a ensuciar el pantalón...

—No... espera... por favor... —decía entre suspiros. Pero yo no tenía ganas de dejar toda mi ropa perdida... Así que la bajé de encima mío, me bajé el bañador, y me corrí en la arena.

Había sido todo demasiado surrealista, yo no tenía ni idea de que Salomé tenía un lado tan fogoso como ese. Me dio mucha rabia no poder continuar un rato más, pero entre que no quería perder el tren y que tampoco quería volver a casa hecho un Cristo, lastimosamente tuve que apresurar las cosas...

—Lo siento... —atiné a decir al verla tirada en la arena con cara de desconcierto. No me respondió, simplemente recogió todas sus cosas y se fue directo a las duchas que había ahí en la playa. No sabía por qué estaba enfadada, pero tampoco tenía tiempo de pensarlo, que todavía teníamos que llegar a la estación. Recogí mis cosas yo también y fui tras ella.

En el viaje de vuelta a casa no dijimos nada. Yo seguía sin entender su enfado, y al no hacerlo, me fui cabreando yo también, porque yo había hecho ese pequeño viaje por ella, y así me lo pagaba, con indiferencia. Cuando llegamos a casa, yo me di una última ducha, me cambié, y me fui directamente al trabajo... Ella, por su parte, se encerró en la habitación desde que llegamos y ni "adiós" se molestó en decirme.

—Pues vale... —sólo pude decir al salir por la puerta.

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