Ganando Confianzas

01:25 hs. - Damián.

—Ey, Cristian, ¿me vas a contar qué pasó con la nueva o no?

—¿Me dejas cagar tranquilo? Ahora salgo.

Me encontré con él en el baño de caballeros, como siempre, ya que era el único lugar en el que podíamos hablar sin que nos molestaran. Santiago nos tenía de un lado para otro, y ese día parecía estar más nervioso de lo habitual. Lau no se quedaba atrás tampoco, apenas nos daba respiro a mi equipo y a mí. Recién pude librarme cuando me dijo que tenía que atender unos asuntos en el piso de abajo.

—¿Qué quieres, Damián? —me preguntó Cristian mientras se encendía un cigarro.

—No te hagas el inocente conmigo. Antes vi perfectamente cómo tonteabas con Jéssica.

—Sí. ¿Y qué pasa?

—No, no pasa nada. Sólo pregunto.

—No hay mucho que contar... La niñata se cierra demasiado.

—¿Y lo de hoy qué? ¿Qué hiciste para que se levantara así?

—Te juro que no hice nada. Le pregunté varias veces cómo estaba y tonterías de ese estilo. Pero nada más.

—¿Estás seguro? Me pareció ver que la tocabas por abajo de la mesa...

—¡No! ¿Te crees que voy por ahí manoseando a chiquillas de 20 años sin su consentimiento?

—No. Es que me había dado esa impresión. ¿Y piensas seguir insistiendo?

—Por supuesto. Una vez me gane su confianza lo demás viene solo.

—Ganarte su confianza, ja. Curioso viniendo de ti, que sueles ir directamente al grano.

—Vamos a ver, no puedo ir por ahí entrándole a las mujeres de los compañeros como si no me importara una m****a nada. Después te queda la fama de roba-novias y ya no te la quita ni dios.

—¿Y desde cuando te molesta lo que los demás piensen de ti?

—Hombre, una cosa es que no me importe lo que digan de mí y otra muy distinta es que me guste que todo el mundo me de vuelta la cara.

—Sí... Bueno. ¿Y cómo vas a ganarte su confianza?

—Con paciencia y mucha discreción, amigo, con paciencia y mucha discreción —dijo antes de salir del baño.

Cada vez que terminaba de hablar con Cristian, me preguntaba por qué razón me llevaba bien con él. Era todo lo contrario a mí: arrogante, egoísta, mujeriego... No era la clase de persona con la que yo me solía juntar, y mucho menos la clase de persona a la que solía admirar. Pero este tipo tenía algo, no sé qué, que hacía que le cayera bien a todo el mundo. Tampoco me iba mucho eso de ir animando a mis amigos a que se fijaran en las novias de los demás. No sabía ni yo por qué le estaba siguiendo el juego con todo el temita de la chica nueva.

Salí del aseo y me encontré prácticamente de frente con Alejandra.

—Hola, Alejandra —la saludé con una sonrisa.

—Ah, hola —dijo de manera fría. Llevaba consigo una pila de papeles y un bolso colgado de su hombro.

—Veo que no te está teniendo piedad —comenté mientras caminaba a su lado.

—No, no la está teniendo. Y en condiciones normales no me molestaría, pero lleva como media hora encerrado en su oficina con Laura. Qué fácil que es encasquetarle todo a los peones —decía con cierto enfado.

—¿Con Laura? Qué raro, creí que se había ido al piso de abajo.

—Pues no, está con Santiago. Oye, Dami, perdón si te molesto, ¿pero podrías llevar esto a mi mesa? Todavía tengo que fotocopiar todo lo de aquí adentro —me pidió mientras me mostraba el contenido del bolso que traía consigo.

—Sin problemas.

—Muchas gracias. Luego nos vemos —se despidió antes de alejarse refunfuñando y maldiciendo.

Menos de dos mil hojas no habría en esa pila. No me extrañaba que la mujer estuviera enfadada, debía de haber sido un coñazo tener que fotocopiar todo eso. Pero bueno, no era mi problema, y además tenía cierta curiosidad, que no prisa, por saber por qué Lau se había reunido con Santiago a escondidas. Aprovecharía la oportunidad a ver si lo averiguaba, aunque fuera de reojo. Ojo, no sospechaba nada raro, ni siquiera se me había venido a la mente, lo que pasaba era que ella me había dicho que a lo mejor conseguía que Santiago nos diera un poco de tranquilidad por las noches, y eso me tenía expectante.

La parte de la planta en la que yo trabajaba era un espacio muy amplio lleno de mesas y separaciones por todos lados. Al final de todo había un pasillo con dos puertas, una llevaba a los aseos de la oficina, y la restante a otro a pasillo un poco más pequeño en el que se encontraban las entradas a los despachos de Santiago y su secretaria, que estaban uno al lado del otro. Justamente ahí me dirigí yo. Una vez dentro, dejé los papeles en la mesa de Alejandra y pegué la oreja a la pared a ver si se escuchaba algo.

—¿Qué haces? —dijo de pronto una voz detrás de mí. Era Clara, una becaria de veintipocos años que venía de vez en cuando, especialmente cuando a Santiago lo sobrepasaba el trabajo.

—¿Eh? Pues... buscando zonas huecas. El jefe me pidió que le colgara unos cuadros y... —dije mientras daba pequeños golpes a la pared.

—Oh, ¿en serio? —me contestó poniendo una cara que dejaba bien claro que mi excusa no había colado—. ¿Sabe Alejandra que estás aquí?

—¡Sí! ¡Por supuesto! Ella misma me pidió que dejara estos papeles aquí.

—¿Pero no habías venido a colgar cuadros? —preguntó de nuevo con cierta altanería.

—También, también vine a colgar cuadros, y como me pillaba de paso, Alejandra me pidió que trajera los papeles —respondí con una sonrisa desafiante. Yo no me iba a dejar intimidar.

—Ah, mira tú qué casualidad. ¿Y bien? ¿Dónde están los cuadros? ¿Y el martillo? ¿Y los clavos? —insistió la niñata.

—Los tengo que ir a buscar. Te dije que estaba revisando la pared, porque si clavo en una parte hueca el cuadro se puede caer, ¿sabes?

—Bien, entonces no te molestará que se lo pregunte a Santiago, ¿no? —dijo mientras volvía abrir la puerta.

—¡No! ¡Espera! —dije frenándola—. Hay que ver, eh... Sí, puse la oreja para escuchar, ¿y qué?

—¡Tranquilo, tranquilo!—dijo justo antes de echarse a reír. Me estaba poniendo de los nervios la chiquilla—. ¿Puedo saber qué intentas averiguar? A lo mejor puedo ayudarte...

—No, gracias. Tú sigue a lo tuyo —le respondí sin reparo.

—Oye, esa no es forma de hablarle a alguien que te acaba de pillar espiando a tu jefe —me contestó con un tono juguetón.

—No estaba espiando a mi jefe, para empezar.

—Ah, ¿no? ¿Entonces a la persona que está con él?

—No me refiero a... Oye, ¿por qué no continúas con lo que fuera que estuvieras haciendo? —le dije ya cansado.

—Es que... lo que estaba haciendo... y esto que quede entre nosotros... era vigilar y evitar que nadie interrumpiera a Santiago —dijo a la vez que soltaba una risita traviesa—. ¿Sabes que si no le informo que estás aquí puedo meterme en un buen lío?

—A ver... —dije intentando mantener la calma—. ¿Qué quieres de mí?

—¿Yo? ¡Me ofendes! —exageró el tono— ¡Yo sólo intento hacer mi trabajo tal y como me dicen que lo haga!

En ese momento, se escuchó un fuerte grito proveniente de al lado, un grito de mujer. Era la voz de Lau, que hubiese reconocido entre un millón de personas. No duró ni un segundo, parecía que había sido ahogado voluntariamente. Clara y yo nos quedamos mirándonos en silencio, como esperando a que se escuchara algo más. Entonces ella se rió.

—¿Qué te causa tanta gracia? —pregunté molesto y susurrando.

—Oye, estás siendo muy maleducado conmigo, ¿sabes? —dijo también en voz baja.

—Bueno, como sea. A estas alturas ya deben saber que aquí hay más de una persona, así que haz lo que quieras.

—No te creas. A mí me parece que están demasiado concentrados en lo suyo —volvió a decir entre risas. A mí no me parecía tan gracioso como a ella. Si bien todo era muy sospechoso, no había nada que indicara eso que estaba intentando insinuar.

—Mira... Eh, Clara, ¿no?

—¡Te sabes mi nombre! Oh, lo siento, yo el tuyo no lo sé.

—Sea lo que sea que esté pasando ahí adentro, te puedo asegurar que no es lo que tú te piensas.

—¿Y qué es lo que yo me pienso? —respondió llevándose un dedo a la boca y acercándose un poco a mí. Hasta ese momento había mantenido la distancia. Yo sabía que intentaba jugar conmigo, pero no le iba a dar ese gusto.

—Déjalo así. Me voy, que tengo trabajo que hacer. ¿Puedo pasar?

—Oye... —dijo sin moverse ni un milímetro—. ¿Eres una especie de acosador o algo?

—¿Qué?

—Sí, de la mujer esa que está ahí dentro... ¿Cómo se llamaba? Lola... Layla...

—Laura —le aclaré.

—Eso, Laura. Pues te encuentro aquí intentando espiarla, y luego cuando parece evidente lo que está pasando ahí adentro, me intentas convencer, así tipo amigo despechado, que ella nunca haría algo así, y yo que sé.

—Eh, eh, eh, eh. Te equivocas completamente. Lau es mi jefa y la conozco...

—¿"Lau"? Ya veo... —volvió a reírse.

—Estamos perdiendo el tiempo... Vamos a hacer como que nunca hemos tenido esta conversación, ¿te parece bien? —le pedí amablemente. No quería meterme en un lío con mis jefes por culpa de ella.

—No me quedo con la consciencia tranquila si dejo escapar a un acosador peligroso... —dijo acercándose todavía más.

—¡Yo no soy ningún acosador peligroso! —yo ya apretaba los dientes. Ahora no sabía cómo sacármela de encima sin tener que terminar sentado frente a Santiago y Lau como un adolescente al que habían atrapado haciendo lo que no debía.

—¿Desde cuándo te gusta "Lau"? —preguntó mientras jugaba con mi corbata.

—En serio, Clara, ya basta de tomarme el pelo. Tengo novia y esta tontería puede terminar mal...

—¡Ya sé! ¡No diré nada si mañana me invitas a almorzar! Santiago me pidió que venga toda esta semana, y...

—No... A mí no me vas a chantajear... Venga, hasta lue... ¡¿A dónde m****a vas?! —grité cuando la vi salir en dirección a la puerta de al lado—. ¡Está bien! Mañana te pago el almuerzo.

—¡No! Mañana me invitas a almorzar que no es lo mismo. Tú y yo, yo y tú. Juntos —exclamó con un falso enfado propio de una niña de nueve años.

—Que sí, que vale. ¿Me puedo ir ya?

—¡A las 2 en punto de la tarde te espero en recepción! ¡Y trae coche!

—De acuerdo... —dije con resignación.

—Por cierto... —dijo volviendo a acercarse hasta quedarse a un palmo de mí. La verdad es que la niñata imponía. Sólo era una bellecita recién entrada en la edad adulta, pero se notaba que sabía cómo intimidar a un hombre introvertido como yo. Sabía que buscaba ponerme nervioso. Recorría mi pecho con su dedo índice y hablaba pausadamente y de forme muy coqueta— No es la primera vez que "Lau" y el jefe tienen una reunión como esta. El día que la vi por primera vez aquí, se encerraron como dos horas durante la mañana. Así que no creo que esté tan equivocada como tú dices, eh... ¡No me has dicho tu nombre todavía!

—Soy Damián, y te diría que es un placer, pero te estaría mintiendo. Y te repito, no hay nada entre Laura y Santiago fuera de lo estrictamente profesional. Y te voy a pedir por favor que no vayas por ahí repitiendo eso porq...

—¡Yo soy Clara! ¡Un placer, Damián! —me interrumpió con un descaro digno de una bofetada con toda la mano abierta—. Deberías irte ahora antes de que salga el jefe. No quiero que se enfade conmigo. ¡Mañana nos vemos!

No me dejó decir nada más. Me sacó a empujones del despacho de Alejandra y me cerró la puerta en la cara. Si bien era mejor así, porque eran más de las 2 de la mañana y había estado perdiendo mucho el tiempo, no me quedé tranquilo. No conocía a esa chica de nada y no sabía si iba a mantener la boca cerrada. Pero en fin, no me quedaba otra más que confiar en que no hiciera ni dijera nada que no debiera.

Lau apareció media hora después y se puso a trabajar con toda normalidad, sin dar ningún signo de que algo no estuviera bien. No pude evitar analizar su aspecto. La estúpida niñata me había metido ideas raras en la cabeza y mi estúpida mente estaba reaccionando. Pero todo parecía estar en orden, estaba tan guapa y arreglada como siempre. Me había metido en un dilema innecesario por querer meter las narices en donde no debía.

—Yo me voy ya, Dami. Tengo que terminar de preparar unas cosas para mañana y prefiero hacerlo tranquila en casa. No te molesta, ¿verdad? —me dijo casi en tono de súplica.

—¡No! Para nada, Lu. Yo me encargo del resto aquí —le respondí desde mi silla.

—¡Eres un ángel! Te lo agradezco mucho —dijo muy risueña. Y cuando se agachó para darme un abrazo, sucedió un cúmulo de cosas que me dejaron descolocado. Primero, reconocí el olor con el que estaba impregnada su ropa, era el perfume con el que solía "bañarse" Santiago. Luego, al darle la típica palmadita amistosa en la espalda, noté que no llevaba sujetador y que estaba más sudada de los habitual. Y por último, de su bolso, que lo tenía colgado en el hombro, cayó una pequeña y arrugada prenda de ropa interior rosa que dio a parar en mi rodilla. La recogí para devolvérsela y noté que todavía estaba húmeda...

—Lu... Se te cayó esto... —dije entregándosela con toda la naturalidad posible.

—¡Ahhh! —gritó mientras me la arrebataba de un violento manotazo—. ¡H-Hasta mañana!

—Santo cielo... —murmuré mientras me quedaba viendo estupefacto cómo salía de la planta.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP