Déjate llevar

18:50 hs. - Salomé.

Casi las siete de la tarde y Fernando todavía no había regresado. Acababa de hablar con Damián y me había dicho que venía de camino con su compañero. Si Fernando llegaba tarde a esa reunión, yo no iba a poder hacer nada para evitar que mi novio lo sacara a patadas de casa. El último mensaje me lo había enviado haría unos 20 minutos, por lo que también sabía que no le había pasado nada malo. El idiota se estaba retrasando porque le daba la real gana.

Con lo bien que había salido mi encuentro con Zamira. Había podido solucionar el malentendido de la noche anterior. La falsa borrachera y la excusa de la discusión con Damián habían resultado ser un éxito. No era fanática de engañar a mi hermana, pero es que la situación así lo había requerido.

Por suerte, todo terminó bien y terminamos pasando una agradable tarde hablando de sus cosas, de mis cosas, y de tonterías en general.

Volviendo a lo importante, no podía quedarme quieta, iba de aquí para allá por toda la casa sin detenerme en ningún lugar. Ya ni siquiera estaba pendiente de la puerta, me preocupaba más tener lista una excusa creíble que pudiera decirle a Damián sobre la ausencia de Fernando.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Por fin! —grité e inmediatamente salí disparada hacia la puerta.

—A mí no me eches la culpa, ese ascensor de m****a tardó 10 minutos en bajar y volver a subir. ¡10 minutos!

—Pero si te dije mil veces que uses las escaleras, tonto.

—Las bolas. Estoy reventado.

—Pasa y péinate un poco, que no tardan en venir —la gomina se le había secado y tenía varios mechones levantados.

—Esperá. Primero esto —dijo acercándose a mí y agarrándome de la cintura. Acto seguido, me besó. Me tomó muy por sorpresa esa y tardé varios segundos en reaccionar. Segundos que su lengua recorrió mi boca a placer y segundos que aprovechó para manosear mi cuerpo como quiso.

—¡Fernando! —grité apartándolo de un empujón—. ¡¿Qué haces?! ¡¿Tú estás loco?! ¡Damián va a venir de un momento a otro!

—Este puede ser nuestro último momento a solas en mucho tiempo. Quiero aprovecharlo.

—No es momento para practicar ahora, ya te he dicho que están a punto de llegar. —dije jadeando y sin mucho convencimiento. Sí, eso solo había suficiente para calentarme.

—Un ratito más... —dijo. Y cogiéndome nuevamente por la cintura, me volvió a besar. Insisto en que que por más que lo intentara y pusiera de mi parte, no podía resistirme a su boca, era mucho más fuerte que yo. Así que aun sabiendo que Damián en cualquier momento atravesaría esa puerta, puse mi mano en su cara y correspondí a su beso. Ahora sí que nuestras lenguas jugaban la una con la otra, a la vez que sus manos volvían a recorrer mi cuerpo y las mías el suyo.

—Fer... —susurraba mientras intentaba desabrocharle el cinturón— Esto es una locura...

—Dejate llevar. Todo esto es parte de las prácticas...

—Tienes razón... Las prácticas son lo más importante.

—C-Claro... Tenés que practicar todo tipo de situaciones...

Entonces me arrodillé delante de él y, por primera vez desde que hubiéramos empezado con todo eso, fui yo la que tomó la iniciativa. Sabía perfectamente lo que estaba a punto de hacer, y la emoción me invadió, porque no podía creerme que fuera yo la que estuviera dando ese paso.

Él me miraba desde arriba entre expectante y ansioso, y yo estaba más o menos igual. Palpé varias veces el enorme bulto que se había formado en su entrepierna, quería recrearme y deleitarme con el momento. Pero los tiempos no me dejaban, estaba disputando una carrera a contrarreloj y tenía que darme prisa. Así que no lo pensé más y abrí su pantalón. Su miembro salió disparado del calzoncillo dándome un pequeño golpe en la barbilla, haciendo que se me escapara un pequeño grito que hizo reír a Fernando.

—Qué grande... —murmuré. En otras ocasiones, si bien no había puesto demasiada atención en observárselo, no me había provocado más excitación de la cuenta. Pero esa vez sí, y no sólo eso, también me impresionó. Supongo que tenerlo a unos centímetros de la cara y con los últimos rayos del sol del día iluminando todo el salón, habrá tenido algo que ver. Pero no podía perder tiempo en mirarlo, lo cogí con mi mano derecha y comencé a masturbarlo. Cada tanto miraba a la puerta y al móvil rezando para que no nos interrumpieran. Porque era eso, me preocupaba más que no nos interrumpieran que el peligro que suponía para mi pareja que Damián presenciara algo así. Algo estaba empezando a cambiar en mí.

—Dale, Salomé —me dijo de pronto. Estaba claro lo que quería, y yo no tenía ningún inconveniente en dárselo. Así que acerqué mi cara, y sin dudarlo dos veces, me metí su pene en la boca. Al hacerlo, instintivamente llevé una de las manos que tenía libre a mi entrepierna y empecé a frotarme. Fernando me sujetó la cabeza por ambos lados y comenzó a hacer presión forzándome a engullir cada vez más. Él también era consciente de que no teníamos mucho tiempo, seguramente por eso no estaba dispuesto a darme mi tiempo para aclimatarme a semejante barra de carne.

—Perdoname, princesa, pero tenemos que apurarnos un poquito. Ya son las siete pasadas —dijo con la voz entrecortada. Tenía razón. Le hice caso y abrí la boca un poco más (si se podía) para así poder tragarme hasta la mitad. La noche anterior me había costado menos trabajo llegar hasta ahí, pero es que juro que en ese momento estaba más grande. Intenté forzar y llegar un poco más lejos, pero era imposible. Las arcadas empezaron a aparecer y decidí detenerme. Fernando se dio cuenta que no podía y no me apuró más. Me acarició el pelo y me dijo que continuara como mejor me pareciera. Y así lo hice. Me ayudé con una mano y seguí succionando a mi ritmo.

—Ya casi, Salo... Si querés termino yo —me anunció de pronto. Pero no lo escuché, o más bien no lo quise escuchar. Fui aumentando la velocidad a medida que me iba llegando el orgasmo a mí también. Fernando me volvió a advertir dos veces más pero seguí sin hacerle caso. Me sentía demasiado bien realizando las dos tareas a la vez, no quería parar con ninguna de las dos por un irracional temor a que todo saliera mal.

Entonces sucedieron varias cosas a la vez: primero un espectacular orgasmo hizo que todo mi cuerpo se convulsionara. Luego, el inconfundible ruido del ascensor llegando a nuestra planta resonó por todo el salón, provocando que el placer que estaba sintiendo en ese momento se convirtiera en miedo. Pero luego llegó lo peor. Sin darme tiempo a apartarme y sin aviso previo, Fernando eyaculó dentro de mi boca. En ningún momento había detenido la felación, ni siquiera cuando llegué al climax, y con tantas emociones encontradas, me había olvidado de ello. Y no pude hacer nada, grandes chorros de semen me inundaron, incluso algunos salieron por mi nariz. La cantidad que había descargado era insana. Y me dio mucho asco, demasiado asco, e intenté sacármela de la boca inmediatamente, pero Fernando me sujetó fuertemente la cabeza con las dos manos y me susurró: —Idiota, ¿querés dejar todo esto hecho un desastre?

Y no me quedó más remedio que tragármelo todo.

Cuando terminó, yo salí corriendo al baño y Fernando a su habitación. Por suerte, no nos habíamos desvestido y tuvimos el tiempo justo para desaparecer de la escena del crimen.

—¿Hola? —se escuchó de pronto en el salón— Pasa, Andrés.

Había tenido mucha suerte, porque del ascensor a la puerta de mi casa no habían más de diez metros. No sé qué los había hecho tardar tanto. Pero fuera lo que fuera, le agradecí al cielo por haber hecho que ocurriera.

—¿Salomé? ¿Estás ahí? —dijo Damián golpeando dos veces la puerta del aseo.

—¡Sí! ¡Ya salgo! —respondí enseguida.

—Bueno, bueno. Estoy con Andrés. Te aviso, por las dudas.

—De acuerdo, Dami. No tardo.

—¿Fernando dónde está? —me preguntó al instante.

—¿A-Fernando? P-Pues debe estar en su su habitación —contesté con muchos nervios.

—¿Estás bien?

—Sí, es que me pillas en un mal momento.

—¡Oh! ¡Perdón! ¡Ya me voy! —salió espantado. Increíble que hubiera tenido que recurrir a eso para que no sospechara nada. Sentí mucha vergüenza en ese momento.

Quise tomarme unos minutos para recuperarme y tranquilizarme un poco. El cuerpo todavía me temblaba y mi respiración no se estabilizaba. Y tampoco es que mentalmente estuviera diez puntos, porque todavía no daba crédito a lo que acababa de hacer. Pero no tenía tiempo para ponerme a comerme la cabeza, en ese momento, seguramente ya se estaba llevando a cabo una reunión de la cual me interesaba mucho conocer el resultado.

Me di una ducha rápida, me volví a vestir lo más presentable que pude, ya que mi ropa todavía estaba un poco arrugada y con alguna que otra mancha de sudor, y salí al salón para presenciar la entrevista.

—¡Salomé! —me saludó mi novio levantándose y dándome un beso en la mejilla—. Ella es mi novia, Andrés. Salomé, él es el famoso Andrés Alutti.

—Encantada, Andrés —saludé cordialmente.

—Un placer, Salomé —respondió él.

—¿Quieren que les prepare un poco de café? Seguro que les va a venir bien para sobrellevar la noche —dije con toda la jovialidad que pude.

—¡Pues sí que nos vendría bien! ¿No te parece, Dami? —dijo Andrés.

—Muchas gracias, mi amor —me sonrió mi novio. Fernando miraba toda la escena con mucha atención.

Los tres se volvieron a sentar en el sofá y comenzaron a hablar sobre el piso, sobre su localización, sobre el precio del alquiler y algún que otro detalle más. Yo miraba todo desde la barra que separa la cocina del salón mientras preparaba el café.

Lo cierto es que ya había asimilado que Fernando tendría que irse, y me parecía lo mejor para él, no quería seguir involucrándolo en mis tonterías cuando él tenía problemas mucho más serios que de los que ocuparse.

O al menos eso creía, porque, ante mi sorpresa, de repente un nudo se empezó a formar en mi estómago. Inexplicablemente, mi respiración comenzó a agitarse y empecé a sentir como que me faltaba el aire. El nudo se iba haciendo más y más grande a medida que avanzaba la charla, tanto que empezó a afectar a la expresión de mi cara. Me di la vuelta y aspiré y suspiré varias veces, me sentía intranquila y ansiosa. No sabía lo que me estaba pasando. Intentaba que no se dieran cuenta de mi estado, pero me estaba costando horrores. En cualquier momento me iba a poner a llorar y seguía sin saber por qué.

Pero entonces me llegó un momento de iluminación. Saqué el móvil y simulé una llamada telefónica con mi hermana.

—¡Oh! ¡Hola, Zami! —dije con voz temblorosa— Dami, el café ya está, sólo falta servirlo —le avisé a mi novio disimulando todo lo que pude.

—Sí, mi amor, no te preocupes.

Por suerte no se dieron cuenta de nada y pude retirarme a mi cuarto sin llamar la atención. Me acosté en mi cama boca abajo y empecé a llorar. Liberé contra la almohada todas esas ansias y esa angustia que me estaban presionando el pecho. ¿Era porque Fernando se iba a ir? ¿Era por lo que había hecho antes con él? ¿Era por todos los problemas que estaba teniendo con Damián? No lo sabía, no sabía nada. Lo único que era seguro, era que algo estaba empezando a cambiar en mí.

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