¿Enamorado?

19:30 hs. - Damián.

Ahí estaba yo, sentado en el sofá mediando entre mi compañero de trabajo de siempre y un amigo de mi novia que no hacía ni dos semanas que sabía que existía. El objetivo era que Andrés, mi colega, le alquilara un piso a Fernando, el amigote de Salomé.

Al principio todo iba bien, mi compañero había mostrado buena predisposición hasta para aceptar venir a mi casa para tener una entrevista con el interesado. Pero, me dio la impresión de que al conocerlo, como que no le gustó mucho lo que vio. Y peor fue cuando Fernando le dijo que no tenía un empleo fijo, pero que iba a poder pagarle con una buena cantidad de dinero que tenía guardada.

—¿Podemos hablar un momento a solas, Dami? —dijo de pronto— Es sólo un momento, chico.

—Sí, por mí no hay problema —respondió Fernando.

Salimos al corredor un momento, y ahí fue cuando Andrés blanqueó mis dudas.

—No sé, eh... Sin ánimos de ofender, pero no me inspira mucha confianza.

—Si es por lo de que no tiene trabajo, puedes creer en lo que dijo, ya ha estado moviéndose por la ciudad buscando, y...

—No es eso, Dami... Es él... Ya sabes que no soy de juzgar a la gente, pero es que... No sé...

—Bueno, Andrés, ¿por qué no vas directamente al grano?

—No nos apresuremos, no te estoy diciendo que no le voy a alquilar el piso. Pero necesito que me des una semana más al menos, para hablarlo con mi mujer.

—¡¿Una semana?! —exclamé tratando de contenerme. Ya le había explicado como era la situación, pero parecía no importarle mucho.

—Bueno, cuatro o cinco días. ¿Hay algún problema?

—Ya te lo expliqué, Andrés, quiero sacármelo de encima cuanto antes...

—¿Es que cómo quieres que no dude si hablas de esa manera? Parece que el tipo fuera un asesino serial...

—No es eso, ¿pero a ti te gustaría tener a una persona viviendo del cuento en tu casa?

—Son unos días nada más... Te juro que el miércoles o jueves te tengo una resolución.

—¿Pero por qué tanto tiempo? ¿No puede ser mañana o pasado?

—Mi mujer no vuelve hasta el lunes.

—¡Entonces el lunes!

—Pero es que no la veo hasta el miércoles o el jueves —no había manera.

—Dios mío...

—Lo siento, Damián. Pero si le alquilo el piso a este chico y a mi mujer resulta no agradarle, voy a meterme en un problema.

—¡De acuerdo!

Volvimos a entrar y le explicamos a Fernando la situación. Andrés no quiso ser tan directo y sólo le dijo que su mujer tenía la última palabra, que ella mandaba y blablabla. El amigo de Salomé no se lo tomó a mal, es más, me pareció que la noticia le agradó y todo. "Normal", pensé, "vivir gratis y que te lo paguen todo debe ser el no va más".

—Bueno, señores, ha sido un placer. La semana que viene te hago saber por Damián cómo sale todo, ¿de acuerdo?

—Sí, sí. Muchas gracias por todo y perdón por las molestias —respondió Fernando.

—A más ver, caballeros.

"Me cago en mi vida".

Apenas se hubo ido Andrés, y sin cruzar ni una palabra con el amiguito de mi novia, crucé el pasilló rapidamente y fui a buscar a Salomé.

—¿Mi Reina? —murmuré una vez abrí la puerta. Pero no respondió. Y era difícil que pudiera hacerlo. Salomé estaba acostada boca abajo en la cama, con la cara apoyada en la almohada y virada para el lado que estaba yo. Dormía como un bebé. Con una mirada que emanaba tanta paz que me dieron ganas de recostarme junto a ella y descansar a su lado para siempre.

Me senté a su lado y me quedé observándola un buen rato. Mi novia era preciosa. Me sentía el hombre más afortunado del mundo al tenerla, aunque a la vez me maldecía a mí mismo por todos los sinsabores que tenía que estar pasando por culpa mía y de mi trabajo. Pero sabía que todo eso era temporal, que dentro de muy poco todo volvería a la normalidad y regresaríamos a ser la pareja feliz que habíamos sido en los inicios de nuestra relación.

Acariciándole la cara, me di cuenta de que tenía la nariz un poco enrojecida y la zona alrededor de los ojos con la misma tonalidad. Parecía que había estado llorando. Que se había quedado dormida llorando. Me extrañó, la verdad, porque antes la había visto risueña y enérgica.

"¿Acaso ha tenido una pelea con su hermana?", pensé. Pero no me cuadraba, ellas no eran de discutir mucho. También sopesé la posibilidad de que hubiera recibido una mala noticia.

Tenía la tentación de despertarla para que me lo contara ella, pero la tranquilidad que desprendía su rostro me hizo desechar esa opción. Así que decidí dejarla descansar, ya tendríamos más ocasiones de pasar tiempo juntos.

Cuando me iba a levantar, de pronto sentí que algo se subía en mi regazo. Era la gata de Salomé, Luna. Se refrotó unas cuantas veces contra mí estómago y luego se acostó en el lugar. Era la primera vez que un gato era cariñoso conmigo, y era la primera vez que no estornudaba al tener uno cerca, cuando mi alergia a esos series odiosos siempre había sido extremadamente pronunciada. Pero esta vez no, la gatita no me produjo ni un mísero picor de nariz. La acaricié un par de veces y tampoco sentí nada. No pude evitar sonreír, era como si el destino me estuviese jugando una broma o algo.

Estaba muy cómodo y contento, pero ya me tenía que ir. Cogí a Luna muy despacito y la dejé al lado de Ro. La imagen de las dos durmiendo una al lado de la otra me despertó una felicidad inmensa. Le di un beso en la frente a mi reina, la acomodé para que estuviera más cómoda y las dejé ahí a ambas en los brazos de Morfeo. Antes de irme, metí un par de mudas de ropa en una mochila y dejé una notita en la mesita de luz despidiéndome de Salomé.

—¿Podemos hablar un minuto? —le dije a Fernando una vez en el salón.

—Sí, claro —respondió él.

—¿Tú sabes si le ha pasado algo a Salomé? ¿Si ha discutido con su hermana o algo?

—Ehmm... No que yo sepa. ¿Por?

—No, por nada —dije todavía dudando. No quería darle más confianza de la que debía a ese tipo, pero creí que a lo mejor Salomé le había contado algo que a mí no. "Vaya tontería", pensé después. Mi novia me solía contar absolutamente todos sus problemas. Salvo cuando esos problemas tenían que ver conmigo, cosa que no parecía ser en este caso.

—Por cierto, Damián. Te agradezco mucho que me estés dejando quedar aquí y que encima me estés ayudando a conseguir piso. Si tú quieres, yo podría pagarte algo por las molestias...

—No —lo interrumpí—. Por lo que sé, tú eres una persona importante para Salomé, por eso te estoy dejando quedar en mi casa. Y no pienso cobrarte un duro, no sería correcto. Lo único que te digo, es que tu estancia aquí se acaba en el momento en el que tengas las llaves del piso de Andrés en la mano, ¿de acuerdo? No quiero sonar maleducado, pero prefiero decirte las cosas como son —le dije con toda la seriedad que pude. Quería dejar las cosas claras, porque su estadía ya se había alargado mucho más de lo que habíamos acordado, y tampoco era cuestión de que me viera la cara de idiota.

—Te entiendo perfectamente —respondió—. Y te repito, muchas gracias por todo.

—Muy bien. Buenas noches —me despedí.

No me iba tranquilo. Todavía no sabía qué le había sucedido a Salomé. Además me había quedado con las ganas de pasar tiempo con ella. Pero en fin, ya cada vez quedaban menos días de suplicio.

Mientras esperaba el ascensor, el dulce rostro de Salomé durmiendo se apoderaba de mis pensamientos.

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