Excitadita

05:55 hs. - Damián.

Cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté pensar en Salomé. Y estoy seguro de que hubiese funcionado si la becaria no hubiese agarrado y llevado mi mano a su teta. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un apasionado beso y que mi fuerza de voluntad duró menos que la blusa de Clara cubriendo su cuerpo.

—Te voy a hacer mío, Dami...

Tras hacer manifiestas sus intenciones, se levantó de la silla y se colocó a mi lado. Yo todavía estaba sentado sobre la cama, en una posición de lo más incómoda, con el torso virado hacia un lado por consecuencia del beso que me acababa de dar con ella. Entonces, poniendo su mano en mi pecho, me fue empujando con suavidad hasta que quedé recostado por completo. Acto seguido, se montó a horcajadas sobre mí y, lentamente, fue bajando su cuerpo hasta que su cara quedó pegada a la mía.

—Tócame —me susurró al oído.

No sé por qué, pero esa petición me hizo recobrar la conciencia. «¿Qué m****a estás haciendo, Damián?» pensé al instante. Ahí caí en cuenta de que ya había ido demasiado lejos. No podía seguir con eso. Y con toda la delicadeza que pude, agarré a Clara de los hombros y la obligué a incorporarse. Luego hice lo propio yo también, quedando con la espalda apoyada en la pared y con ella todavía arriba mío. El golpe en la cabeza no me permitía actuar con más velocidad.

—Clara, no puedo hacer esto... —le dije mirándola a los ojos. Ella esbozó una pequeña sonrisa.

—Dami, yo no voy a obligarte a hacer nada que tú no quieras —me respondió acercando nuevamente su cara a la mía.

—Ya lo creo que no... Mira, eres muy guapa y probablemente hubiera ido contigo hasta el final si no tuviera novia, pero...

No me dejó terminar. De pronto, llevó las manos a su espalda y su sujetador cayó muerto encima de mi regazo. Quedé paralizado en el lugar. No me esperaba para nada esa jugada. Ella aprovechó ese momento de desconcierto y volvió a asaltar mi boca.

—¡Espera, Clara! ¡Te he dicho que no! —exclamé girando la cabeza para un costado.

Pero parecía no importarle lo que yo quisiera. Me sonrió pícaramente y luego estiró su torso hasta dejar sus pechos a la altura de mi rostro. Comenzó a reírse como una adolescente juguetona mientras se restregaba contra mi cara.

—Toma, chupa —me dijo sujetándose una teta con una mano y poniéndola a la altura de mi boca.

Cada cosa nueva que proponía me sorprendía más que la anterior. Y no sólo me sorprendían, sino que también me desarmaban. Me quedaba en blanco el tiempo suficiente como para que ella pudiera ir un paso más allá.

—Por favor... No... —dije intentando apartar sus perfectas mamas de mi cara.

—¡Uy! Tu boquita dice una cosa, pero parece que tu cuerpo opina todo lo contrario... —afirmó luego de dejarse caer por fin sobre mí.

Efectivamente, entre el beso y el frotamiento de sus tetas en mi cara, mi pene se había puesto como una barra de mármol. Joder, tendría que ser de piedra u homosexual para no ponerme cachondo en una situación así. Insisto en que Clara era un maldito monumento de mujer.

—Pórtate bien, Dami. Podemos pasarlo muy bien si te dejas llevar... —me susurró al oído nuevamente. Y comenzó a contonear su culito contra mi híper erecto pene. Mi fuerza de voluntad volvía a decaer.

—Clara... Te lo suplico...

Me estaba empezando a desesperar. De verdad que quería irme de ahí, pero mi cuerpo no me dejaba. Puede sonar a excusa, pero era la puta realidad. Y mis esperanzas de conseguir librarme se terminaron de extinguir cuando volvió a besarme y yo le correspondí. Dejé que me metiera la lengua hasta la campanilla. No hice nada para frenarla. Traté de pensar en Salomé con todas mis fuerzas, a ver si en un arranque de fidelidad reaccionaba de alguna manera, pero el tacto de su boca con la mía me resultó tan agradable que terminé por rendirme al placer.

Sé que no sirve como justificación, pero me sentía como un ser despreciable. Me besaba con Clara y al mismo tiempo me daba asco a mí mismo. Me sentía, sin exagerar, como un monstruo infiel sin ningún tipo de moral. Y no ayudaba nada que la cara de mi novia no dejara de dar vueltas en mi mente. Y mi desesperación iba en aumento porque ya no sabía qué hacer para remediarlo. Había hecho todo lo posible, pero ella había sabido frustrar todos mis intentos.

—Qué bien besas... —dijo separándose un momento y mirándome con lujuria. Luego reanudó el morreo.

—¿Por qué me haces esto? —le pregunté ya completamente resignado.

—Porque te deseo. Te deseo desde el primer momento en el que te vi. Y hoy vas a ser mío.

La determinación que mostraban sus ojos era una muestra más de que mi destino ya estaba escrito. Yo era un tío muy introvertido y Clara era de ese tipo de mujeres que sabía manejar al 100% a esa clase de hombres. Y entendí que era en vano seguir resistiéndome a algo que estaba totalmente fuera de mi control.

Sí, además, también era un cobarde.

—Haz lo que tengas que hacer y luego déjame dormir... —le dije finalmente.

—Uy, suenas como una quinceañera virgen que está a punto de ser violada. Vamos, Dami, sabes muy bien que quieres esto tanto como yo.

Tras decir esas palabras, se puso de pie y se terminó de quitar la ropa, quedando ya solamente con una braguita rosa. Luego me hizo volver a recostarme sobre la cama y se sentó a mi lado. Y dedicándome, una vez más, esa mirada pícara que ya era un usual en su bello rostro, metió su mano derecha dentro de mi pantalón hasta alcanzar mi duro miembro.

—Mira cómo tienes esto... Y encima quieres hacerme quedar como la mala de la película... —dijo riéndose.

No acoté, simplemente me dediqué a observarla con cara de póker. Supongo que no mostrarle ningún tipo de reacción me hacía sentir mejor conmigo mismo.

—Voy a quitarte esa carita de amargado, Dami.

Ya me podía imaginar cómo tenía planeado hacerlo, y mis sospechas se confirmaron cuando comenzó a desajustarme el cinturón y luego a desabotonarme el pantalón. Estuvo testeándome un rato, palpando todo el bulto por encima del calzoncillo, pero no tardó en "arremangarlo" y en liberar a mi hinchadísimo miembro de su prisión, que salió disparado con gran vigor, provocando que Clara pegara un grito de sorpresa fingido, que luego acompañó con una risita coqueta. Aunque yo sí estaba sorprendido, pero de lo gordo que estaba. Hacía mucho tiempo que no veía de esa manera a mis generosos 15 centímetros de carne. ¿O quizás eran 16 en ese momento?

Agarró mi pene nuevamente con la mano derecha y, muy despacio, empezó a masturbarme. Bueno, muy despacio al principio, porque a los dos minutos ya me estaba haciendo una paja de campeonato. Yo trataba de contenerme y de no demostrarle que me estaba gustando, pero es que la cabrona lo estaba haciendo tan bien que...

—¿Te gusta lo que Clarita te está haciendo? —dijo mordiéndose el labio inferior con sensualidad.

Algo dentro de mí estalló en ese momento, y no fue mi "amigo" precisamente. Me levanté de la cama y, agarrándola del brazo que tenía libre, la atraje hacia mí y le planté un beso en los morros que la dejó con los ojos abiertos. Pero no me entretuve mucho con su boca, antes me había quedado con las ganas de catar sus majestuosas ubres y esta vez ya no me iba a contener. Y vaya si no lo hice. Clara soltó una carcajada triunfante cuando comencé a chuparle las tetas. Ya se sabía ganadora y todo indicaba que las cosas iban a terminar transcurriendo como ella había querido desde un principio.

Así es, la tentación era demasiado grande y yo demasiado débil.

—Ven aquí... —dijo cogiendo una de mis manos y apoyándola en su entrepierna.

No lo dudé y metí la mano dentro de su braguita. Lo cierto es que yo era bastante torpe a la hora de manejarme en la intimidad femenina, por eso siempre trataba de evitarlo e ir directamente al grano con Salomé. Llámenlo vergüenza, o como quieran. Pero, esta vez, estaba tan cachondo que me importó una m****a no saber si estaba hurgando en los lugares correctos o no. Me hizo venir más arriba aún que Clara no se quejara. Es más, había echado la cabeza para atrás y había cerrado los ojos. La chica estaba disfrutándolo.

—No aguanto más... —me dijo de golpe—. Quiero sentirte dentro de mí.

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