Escenas Tóxicas

04:30 hs. - Damián.

Toda la noche trabajando. Toda la noche encerrado en esa maldita oficina. Hacía una hora que se habían ido todos y yo era el único que quedaba. Santiago me había pedido que terminara de pasar unos archivos a ordenador y no me había podido negar. Lo peor era que ese trabajo se suponía que lo tenía que hacer Lau, y mis últimas conversaciones con Clara no me hacían pensar muy bien de mi jefa.

Terminé a las 4:45 de la mañana, aproximadamente. Recogí todas mis cosas y me dispuse a irme. Me pareció que era demasiado tarde como para irme a la casa de mi compañero, donde me estaba quedando. Y tampoco quería ir a la mía, porque si iba sólo a dormir, Salomé se pondría triste cuando me fuera temprano apenas me levantara. Así que decidí quedarme a pasar la noche en la empresa.

Nadie lo sabía, pero en mis tiempo de jefe de equipo, me había hecho una copia de las llaves de uno de los cuartitos que estaban dedicados al personal de limpieza que en una época tenían permitido usar para amenizar las largas jornadas de trabajo.

El habitáculo quedaba al final del pasillo principal de la planta, bajando una pequeña tanda de escaleras y cruzando otro pasillo con unas cuantas puertas, y justo al lado, estaba la salida de emergencias que llevaba directamente al aparcamiento. Así que, al día siguiente, iba a poder salir por ahí sin que nadie me viera. Eran unos cuantos pisos hasta abajo del todo, pero bueno, era lo que había.

Recogí mis cosas y salí de las oficinas en camino al cuartito, pensando en tirarme en la cama que había ahí apenas las viera, y dormir mis cinco horitas como un tronco.

En el camino no me crucé a nadie, por suerte. No había un alma en la empresa a esa hora, salvo la seguridad privada y cuatro infelices como yo que tenían que quedarse a cumplir con las demandas de sus jefes.

Cuando llegué a mi destino, puse la llave en la puerta del pasillito que me llevaba a donde iba, pero no pude abrirla, porque no estaba cerrada. Me extrañé, lógicamente, porque ese lugar no lo solía usar nadie, y las señoras de la limpieza solamente trabajaban de noche. Me preocupé también, porque no quería que nadie me fuera a arruinar el plan de pasar la noche allí.

Sea como fuere, abrí la puerta y di temeroso unos cuantos pasos al frente. No se oía nada, sólo los típicos sonidos de la noche que entraban por la ventana que se encontraba al final.

Me tranquilicé al ver que mis planes seguían vivos. La felicidad se reflejó en mi cara y me dirigí con decisión y alegría a la puerta que tenía colgado el cartelito de "Pnal. de Limpieza"

¿Qué pasó luego? Que abrí la puerta, giré la cabeza a la izquierda, y vi acostado en donde se suponía que iba a dormir yo, a Santiago. Sí, mi jefe estaba desnudo, cubierto de cintura para abajo con una sábana blanca, y durmiendo plácidamente en el catre en donde tenía planeado descansar unas horitas. Justo al lado, diversas prendas de ropa de distinto género, decoraban el suelo.

Hasta ahí llegan mis recuerdos, porque cuando me quise dar la vuelta para salir cagando hostias de ahí, sentí un golpe muy fuerte en la cabeza, e instantáneamente perdí el conocimiento.

05:45 hs. - Damián.

—¡Dami! ¡Por fin despiertas! —dijo Salomé.

—Vaya susto nos has dado, tontito —dijo Zamira al lado suyo.

—Lo importante es que está bien —volvió a decir mi novia.

—¿Dónde estoy? —pregunté.

—Pues en tu casa, ¿dónde vas a estar? —respondió mi cuñada.

—Estaba en la oficina, y...

—Perdiste el conocimiento, sí. Pero te han traído directamente aquí cuando te encontraron.

—¡Damián, campeón! —sonó una voz grave y ronca. Era Santiago.

—¿Santi?

—¡Es lamentable lo que te ha pasado! ¡Pero no te preocupes! ¡Ya lo he hablado con los de arriba y tienes un mes enterito de vacaciones! —dijo muy alegre.

—¡¿No es maravilloso, mi amor?! ¡Por fin vamos a poder pasar tiempo juntos!

—¡Vamos a hacer un brindis! ¡Voy a por unas copas! —festejó Zami.

—Esperen un momento —interrumpí todo de golpe— ¿Y Fernando?

—Fernando se ha ido, mi cielo —respondió muy alegre Salomé.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir?

—Sí, ha cogido todas sus cosas y se ha ido para siempre. Sin decir adiós ni nada.

—Qué raro...

—Bueno, eso ya no importa. Lo importante aquí es que por fin vamos a poder llevar la vida que siempre soñamos.

—¡Brindemos de una vez!

—¡Sí! ¡Vamos!

—¡Fiesta!

—¡Wooooo!

—¡Dami! ¡Dami!

—¡Sí! ¡Brindemos!

—¡Dami! ¡Reacciona!

—¿Clara?

Abrí los ojos muy despacio, la cabeza me dolía horrores. Reconocí el techo blanco y descuidado del lugar, estaba en el mismo cuartito donde había perdido el conocimiento. Me puse triste y me decepcioné cuando no vi a Salomé a mi lado. Muchas veces el despertar de un sueño puede ser una de las cosas más crueles que pueden pasarle a uno en la vida.

Intenté incorporarme pero alguien me detuvo. Era Clara, que me miraba con cara de preocupación.

—¡No, Dami! Un golpe en la cabeza es cosa seria —me dijo.

—¿Un golpe en la cabeza? —pregunté extrañado. Fue ahí cuando me toqué la coronilla y pegué un grito de dolor que seguro habrá resonado en todo el edificio—. ¿Me puedes decir qué coño me ha pasado?

—Mejor esperemos a que te recuperes un poco porq...

—No. Dime qué me acaba de suceder —insistí.

—Quería esperar un poco, pero en fin, si te pones tan cabezota... Dami, atrapaste a Santiago y Lau con las manos en la masa.

—¿Qué? —respondí. Entonces recordé la imagen de mi jefe desnudo en la cama. Lo que no me acordaba era haber visto a Lau...

—Lo que oyes. Lau fue la que te golpeó. Creo que fue con un jarrón, porque hay uno roto ahí en la entrada —me incorporé un poco para confirmar lo que decía, pero no vi nada.

—Ahí no hay nada...

—Es que estamos en la habitación de al lado. Lau te trajo aquí ella sola y luego le pidió a Santiago que la lleve a su casa.

—¿Santiago me vio? Oye, espera un momento, ¿tú por qué estás aquí y cómo sabes todo lo que pasó? —estaba tan grogui que no me había dado cuenta de eso.

—Lau entró en pánico cuando te golpeó y me llamó por teléfono. Tal y como te dije, ella ya sabía que yo sabía lo de su relación Santiago, por eso decidió llamarme a mí. Cuando llegué ya estabas aquí, y me pidió que me quedara contigo y te cuidara.

—Santo cielo... ¿Qué me va a pasar ahora? Seguro me van a echar a la calle...

—No necesariamente. Santiago no te vio, él seguía durmiendo como un koala cuando llegué. Yo me encerré contigo aquí, y fue ahí cuando Lau lo despertó y le pidió que la llevara a casa.

—Dios mío... —dije volviéndome a recostar. La verdad es que la cabeza me dolía mucho— Perdóname, Clara... No es que no te crea, pero me resulta muy difícil pensar que Laura haya sido capaz de golpearme de esa manera... ¡Podría haberme matado!

—Pues créelo, Dami... Ya te dije que es una situación muy difícil para ella...

—Es que no entiendo por qué... ¿Acaso Santiago la está obligando? Porque si es así, yo...

—¡No! —me interrumpió de forma brusca—. Mira, Dami... Te suplico, te ruego que no le digas a nadie lo que pasó aquí. Si Lau se llega a enterar que te conté todo esto, nos van a echar a los dos, y yo necesito de verdad que me den una buena nota por este trabajo —su mirada derrochaba preocupación sincera. Pero el asunto era demasiado grave como para dejarlo pasar. Iba a tener que hablar con Lau sí o sí.

—Lo siento, Clara, pero estoy hay que hablarlo. Lo que pasí aquí no es algo para tomarse a la ligera.

—Damián, por favor te lo pido... No lo hagas... Lau me dijo cosas muy feas para que no abra la boca. Tengo mucho miedo —me volvió a suplicar. Y esta vez se puso a llorar. Se dejó caer sobre mi panza y comenzó a sollozar en silencio. Yo no sabía qué hacer.

—Clara, espera, no llores... —le dije dándole unas palmaditas en la espalda, pero fue en vano. No daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Por favor, Damián. Si mis padres se llegan a enterar que me involucré en una situación así, yo... yo... —y volvió a estallar en llanto.

—No llores, por favor... —le dije intentando incorporarla—. Es que no es tan fácil lo que me pides... ¿Cómo pretendes que conviva ahora con una persona que estuvo a punto de matarme? Porque lo que hacemos aquí es convivir, pasamos horas y horas juntos. Y además es mi jefa, ¿cómo quieres que confíe en ella si ha hecho lo que ha hecho?

—No sé... Pero, por favor, no digas nada... Por favor —siguió suplicando, no había manera de que entrara en razón. Cuando me dejó por fin sentarme en la cama, se tiró a mi cuello, dándome un abrazo sin parar en ningún instante de llorar.

—Clara... —intenté calmarla, pero ya no sabía que decirle.

Estuvo un rato considerable abrazada a mí llorando. Ya sé que no era momento para ponerme a pensar en algo así, pero es que sus pechos apretados contra mí, me hacían imaginarme cosas que no debía. No eran tan grandes y perfectos como los de mi Salomé, pero es que estos tampoco se quedaban atrás. También la suavidad de su pelo rozando mi cara me hacía sentir muy bien. Clara, sin duda alguna, era una belleza por la que cualquier hombre hubiese matado. Incluso yo si no hubiese tenido novia en ese momento.

Inconscientemente, la apreté más contra mi cuerpo, y fue entonces cuando puse mi atención en su perfume.

—Clara —dije entonces—. ¿Por qué hueles al perfume de Santiago?

—¿Qué? —dijo dejando de llorar de golpe.

—Es que tienes impregnado el olor de Santiago por todos lados. Reconocería ese perfume a kilómetros.

—¿Eh? Pues, no sé... Es un perfume que cogí hoy del baño de mi casa. Tenía mucha prisa, y...

—Pues es el mismo perfume que usa Santiago. No te pega nada, perdona que te diga.

—Oh, jaja... Lo tendré en cuenta —rió por fin la chica.

—Bueno, por fin has dejado de llorar.

—Sí... Entonces... ¿no le vas a decir nada a Lau? —dijo poniéndome ojitos.

—Vamos a hacer una cosa... Déjame ver cómo transcurren las cosas unos días. Si veo que son insostenibles, entonces vendré directamente a ti a decirte lo que haré. Si todo continúa como siempre, entonces no le diré nada. ¿Te parece bien?

—Vale... de acuerdo... —dijo todavía haciendo algunos pucheritos y secándose las lágrimas.

—No llores más, tonta. Eres mucho más guapa cuando te ríes y te burlas de mí.

—Eres un sol, Dami. Es una verdadera lástima que tengas novia...

—No digas eso. Debes tener mejores candidatos revoloteándote alrededor.

—Pero ninguno como tú... —dijo recortando la distancia entre los dos—. Me muero por besarte, Damián.

—Bueno, vete buscando un buen ataúd, entonces... —dije riendo y tratando de mantenerme alejado.

—Cállate y deja que te bese —insistió.

—No puedo, Clara, no...

Cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté pensar en Salomé, y estoy seguro de que hubiese funcionado si la becaria no hubiese agarrado y llevado mi mano a su teta. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un apasionado beso y que mi fuerza de voluntad duró menos que la blusa de Clara cubriendo su cuerpo.

—Te voy a hacer mío, Dami...

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