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¿Aprendiendo a ser mujer?

—Vamos a ver cuánto aprendiste —respondió él ayudándome a desabrochar su pantalón.

Se levantó y se quitó toda la ropa, quedando desnudo al igual que yo. Luego se sentó a mi lado y puso a mi disposición su miembro que ya estaba completamente erecto. Lo sujeté con mi mano izquierda y comencé a masturbarlo imprimiendo la misma fuerza y llevando el mismo ritmo que él me había enseñado la otra noche; primero despacio y aumentando la velocidad a medida que iba tomando más confianza. Yo era diestra, me costaba el doble usar la otra mano, pero esa era la posición en la que estábamos y no quería perder el tiempo recolocándonos. A la vez que lo hacía, no perdía detalle de su cara. Quería saber en todo momento si lo estaba haciendo bien o no. Buscaba adivinar en sus gestos los resultados de mi maniobra. Después de todo, quería devolverle el "favor" que acababa de hacerme minutos atrás, y esta vez quería hacerlo bien. Cuando se dio cuenta que yo lo observaba, inclinó su cuerpo un poco para adelante y me besó otra vez. Era increíble la pasión que emanaban esos besos. Nos comíamos la boca casi literalmente. Nuestras lenguas jugueteaban entre ellas y nuestros labios trataban de abarcar lo máximo posible de la boca del otro. Parecía que no íbamos a poder despegarnos nunca.

—Salomé —dijo de pronto—. ¿Podrías chupármela otra vez? —y volvió a besarme. Parecía que no tenía prisa por obtener una respuesta.

—No sé... No... lo sé... —respondí alternando besos con palabras.

—Por favor...

—No quiero que vuelvas a venirte en mi cara...

—Eso no va a volver a suceder, te lo juro...

—No sé... —dije haciéndome de rogar un poco. Mi mano no dejaba de moverse.

—Dale, Salo, anoche estuviste espectacular. Vas a ver que cuando se lo hagas a Damián, ya no te lo vas a poder sacar de encima nunca más...

"Damián...". El nombre de mi novio retumbó varias veces dentro de mi cabeza luego de que Fernando lo pronunciara. Nuevamente me shockeé. Increíblemente, no había pensado en él hasta que lo mencionó. Se suponía que estaba haciendo esas cosas por el bien de mi relación con Damián, pero esa mañana no lo había tenido en cuenta en ningún momento.

"¿Qué me está pasando?", "¿por qué estoy disfrutando tanto de esto?" Eran algunas de las preguntas que me hacía en ese preciso instante. ¿Cómo iba a justificar esas cosas si en el momento en el que las hacía ni me acordaba de la causa por la que las hacía? Necesitaba una respuesta y rápido para todas esas dudas.

Me detuve en seco. Dejé de masturbarlo y me volví a sentar. Fernando se quedó mirándome un rato extrañado, hasta que, aparentemente, cayó en que no debería haber mencionado a Damián en un momento así. No dijo nada, pero se levantó con la intención de recoger su ropa y dejar las cosas de esa manera.

—¡No! —exclamé. Lo hice de forma espontánea. Estaba grogui de verdad, pero algo me había hecho detenerlo de esa manera. Sujetándolo de la mano tiré de él hacia mi lado para que volviera a sentarse—. Espera, no te vayas...

Nos quedamos en silencio un rato. Yo pensaba y pensaba, pero en vano. Me arrepentí enseguida de haber detenido a Fernando. Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Pensaba en Damián, y todo, pero absolutamente todo, me decía que dejara de hacer inmediatamente lo que estaba haciendo y terminara de una vez con esa relación rara que tenía con mi amigo de la infancia.

—¿Salomé? —me llamó mi acompañante. Su mirada derrochaba incertidumbre. Me observaba entre extrañado y preocupado.

"¿Qué estoy haciendo?". Me pregunté de nuevo. Otra vez estaba causándole problemas a Fernando. Otra vez estaba involucrándolo en mis problemas. Como si no tuviese suficiente con lo suyo. Miraba como me miraba, y lo único que podía sentir era vergüenza. Damián era importante, sí, pero nada justificaba que estuviera jugando de esa manera con una persona que lo único que quería era ayudarme.

Entonces tomé una decisión. Tenía que dejar de poner mis necesidades siempre por encima de las de los demás. Además, ya le había traído demasiados dolores de cabeza a Fernando como para también añadir esto a la lista. Tenía que hacer mis líos mentales a un lado por una vez en mi vida.

—Te he dicho que ahora te toca a ti disfrutar —le dije con toda la decisión del mundo.

Volví a cogerle el miembro, que todavía seguía duro como una estaca, y reanudé la masturbación. Me había enfriado un poco, y supongo que él también. El haber mencionado a Damián había arruinado el momento. Yo quería con todas mis fuerzas que Fernando tuviera el final que se merecía, pero ya no era lo mismo, ya no lo hacía porque quisiera, lo hacía por mera obligación. Fue por eso que el ambiente se volvió tenso e incómodo. Él parecía haberse dado cuenta también, y no insistió más con lo de la felación, simplemente echó la cabeza para atrás y esperó a que su momento llegara.

Lo masturbé con fiereza hasta que, avisándome él con bastante antelación, conseguí que eyaculara. Puse la mano que tenía libre sobre la cabeza de su pene, e hice que toda su carga fuera a parar a mi palma. Ni Fernando ni yo dijimos nada. Ni siquiera intercambiamos una mísera mirada. Los otros días me había dicho cosas bonitas al terminar, o se había preocupado por mí y me había ayudado a acomodar todo. Pero esa vez no, ni un mísero gesto. Lo noté seco y quizás enfadado. Una vez más las cosas me volvían a salir mal.

Recogí mi ropa interior con la mano que tenía limpia, y me dirigí al baño para darme una nueva ducha. Mi hermana iba a venir a casa más tarde, y no quería apestar a sudor, ni a ningún otro tipo de fluido corporal cuando la recibiera.

Cuando terminé de ducharme, recordé que todavía tenía que decirle a Fernando lo de la reunión de esa noche. No sabía cómo iba a hacerlo, cómo iba a hablarle, pero era algo que tenía que hacer sí o sí. Así que, después de pasar por mi habitación para vestirme, me armé con todo el valor que pude, y fui a buscarlo al salón.

—Fer —lo llamé. Estaba sentado leyendo en una de las sillas de la mesa, que funcionaba también como división entre el salón y la cocina.

—¿Qué pasa? —respondió serio y sin mirarme.

—Hoy es viernes.

—Sí. ¿Y? —volvió a responderme sin devolverme la mirada.

—Lo de el piso al que vas a ir a vivir, ¿te acuerdas? Bueno, al que supuestamente vas a ir. Antes hablé con Damián, y me ha dicho que programó una entrevista hoy contigo y con su compañero para hablen del tema.

—Ah, bueno. Está bien, gracias. ¿A qué hora es y dónde tengo que ir? —dijo poniéndome por fin un poco de atención.

—¡No, no! Ellos vienen aquí a las siete. Tú no te preocupes por eso.

—Bueno —concluyó antes de volver a darse la vuelta y darme la espalda.

No me gustaba nada que me tratara de esa forma. No sé si me lo merecía o no, pero no me gustaba nada. ¿Por qué razón? No lo sé. Pero estaba empezando a angustiarme por esa indiferencia que me estaba mostrando.

—Fer... —volví a llamarlo.

—¿Qué pasa? —respondió igual que antes.

—¿Estás enfadado?

—¿Yo? No, ¿por qué? —pero seguía sin mirarme.

—¡Que me mires cuando te hablo! —estallé.

—Me parece que la única que está enfadada acá sos vos —me dijo dándose por fin la vuelta.

—Quiero que hablemos, Fernando.

—¿De qué querés hablar? —ahora sí que me ponía atención, aunque no por voluntad propia.

—De... nosotros —titubeé.

—Te escucho.

—No, no me escuches, sólo quiero que me digas lo que está pasando aquí.

—No sé, decime vos. ¿Hay algo mal?—se desentendió del asunto. Cada vez que me respondía de esa manera, me hacía pensar si en realidad eran todas paranoias mías.

—Fernando, ¿por qué estoy disfrutando tanto esto que estamos haciendo? Yo no tengo ninguna duda de que todo lo hago por Damián, pero es que... mientras estamos... practicando... —intentaba sincerarme con él, necesitaba respuestas urgentemente.

—¿Te lo pasás bien y te olvidás de todo? —respondió. Y ante mi mirada de asombro, rió—. Es normal, Salomé. Ya no sólo estás aprendiendo a perder la vergüenza, también estás aprendiendo a ser mujer.

"¿Aprendiendo a ser mujer?". Era cierto que con él había conocido sensaciones absolutamente nuevas. Él me había enseñado a disfrutar como mujer, sí. Antes, ni siquiera sabía lo que era un orgasmo. Lo que había descubierto con Fernando era un mundo completamente distinto, ni de cerca se podía asemejar a lo poco que ya conocía. Pero... ¿justificaba todo eso que me olvidara de Damián? ¿Que perdiera de vista mi verdadero objetivo cuando "practicaba" con Fernando?

—Quedate tranquila. Si no disfrutaras lo que estamos haciendo, entonces sería todo en vano, ¿no te parece?

—Sí, pero...

—Tenés que tener en cuenta que cuando hacemos lo que hacemos, tu mente se traslada a otro lugar. A un lugar donde no hay cabida para nada más que el placer.

—Ya, pero...

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