Me pones caliente...

21:15 hs. - Damián.

—¡Damián! —me llamó una vocecita molesta.

—Si vas a estar jodiéndome todo el día, al menos podrías tomarte la molestia de llamarme por mi nombre.

—¡¿Por qué sigues siendo tan borde conmigo?! —dijo mientras agarraba una silla y se sentaba a mi lado.

—Mmm... ¿Enumeramos? Uno: Me chantajeas con decirle a mis jefes que soy un acosador si no hago lo que tú dices. Dos: Me obligas a ir almorzar contigo y haces que me olvide de llamar a mi novia. Tres: Ahora mi novia está enfadada conmigo por el punto dos.

—Pues si te olvidaste de llamar a tu novia por estar conmigo, eso quiere decir que te caigo mejor de lo que dices, jiji. Por cierto, ¿sabe tu novia que acosas a una compañera de trabajo?

—Venga, nos vemos —dije levantándome. No estaba de humor para sus tonterías.

—¡Oye! ¡Espera!

—¿Qué quieres?

—Hoy prácticamente no me hiciste caso, y eso, como mujer joven y bonita que soy, me dolió mucho. Así que mañana quiero que repitamos.

—¿Qué? No, ni lo sueñes.

—Pues se lo cuento todo al jefe —dijo dándome vuelta la cara.

—¿Piensas utilizar eso en mi contra toda la vida? —le recriminé.

—No te estoy pidiendo que bailes desnudo en medio de la oficina, te estoy pidiendo que almuerces conmigo y que me trates bien, nada más —me reprochó. Esta vez parecía ofendida de verdad.

—Bueno, está bien. Pero nada de ir abrazándome cuando te plazca ni tonterías de ese estilo, ¿de acuerdo?

—Vale, vale, me comportaré —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento me di cuenta por primera vez de lo bella que era. Era una pena que en el fondo fuese una arpía de mucho cuidado.

—Pues eso, mañana a las dos. Ahora si no te importa, tengo trabajo que hacer.

—¡Ok! Ah, mira quién viene por ahí. Te dejo acosar tranquilo, jiji. ¡Adiós!

Supuse enseguida a quien se refiería. Lau venía caminando a lo lejos y parecía que se dirigía directamente hacia donde estaba yo.

—Listo, ya terminé de organizar todo... —dijo exhausta sentándose en la silla que acababa de dejar Clara.

—Buen trabajo, jefa.

—¿Y tú qué? ¿Cómo lo llevas?

—Pues mal... Tengo un retraso bastante importante...

—Normal... Si te pasas el día coqueteando con becarias... —soltó de la nada.

—¿Pero qué dices?

—Me han dicho que llevas todo el día tonteando con Clara.

—¿Tonteando con Clara? Mira, no sé quién te ha dicho eso ni me importa, pero te garantizo que no es así. Por alguna razón que desconozco, la cría me cogió cariño y ahora no me deja en paz.

—¿Estás seguro? —me preguntó con un semblante bastante serio.

—¿Qué? Me extraña que me preguntes eso precisamente tú, que sabes lo que quiero a Salomé.

—¡Es broma, tonto! Más me extraña a mí que no la hayas pillado al vuelo —rió.

—Vaya... Pues el triple me extraña a mí, porque tú nunca has sido de hacer bromas...

—¡Bueno, basta! Sólo déjame advertirte una cosa. Ten cuidado con esa chica...

—¿Por qué?

—Santiago la aprecia mucho, y no me gustaría que por un malentendido terminaras en la calle —dijo de nuevo en tono serio.

—¡¿En la calle?! Deja las bromas de una vez, Lu.

—No es una broma. Tú hazme caso, trata de mantener cierta distancia con Clara.

—Sí... —dije sin entender del todo por qué me lo decía.

—Bueno, Dami, por hoy ya he terminado. Mañana nos vemos, que te sea leve.

—¿Te vas tan pronto? Vaya suerte. Cuando yo era jefe de equipo me explotaban tanto como al resto

—Porque Santi espera grandes cosas de ti, por eso te exije tanto. Venga, nos vemos.

—Seguro que es por eso, sí... Adiós, Lu, cuídate.

En serio, no me parecía normal que Lau estuviera trabajando tan pocas horas. Mientras los demás nos pegábamos entre 12 y 15 horas por día, ella no superaba las 7 ni de casualidad. No me molestaba, ni mucho menos, es sólo que me parecía raro...

—¿Quieres que te cuente algo interesante? —dijo de nuevo esa vocecita tan molesta.

—¿No te ibas?

—¿Sabías que Santiago no ha venido hoy porque su mujer se fue de casa? —me dijo pegándose a mí y susurrándomelo al oído.

—¿Qué?

—Lo que has oído. ¿Y sabes por qué se fue de casa?

—Clara...

—Porque descubrió que está engañándola con otra...

—¡Suficiente, Clara! ¡No está bien que vayas contando por ahí las intimidades de Santiago! —me enfadé de verdad. Esa chiquilla podía poner en riesgo todo el esfuerzo que estábamos haciendo todos los que trabajábamos ahí.

—Tranquilo, Dami, sólo te lo he contado a ti, porque tú sabes muy bien quién es su amante.

—Mira, ya basta...

—Los trabajadores, en especial los jefes de equipo, llevan días preguntándose por qué "Lau" entra tan tarde y se va tan pronto... Pues bueno, de toda la vida, esos privilegios sólo se consiguen de una sola forma... —continuó susurrándome. Menos mal que había demasiado ajetreo alrededor y que nadie nos ponía atención, porque Clara estaba demasiado cerca y eso podía invitar a más de una confusión.

—Los empleados están demasiado ocupados con su trabajo como para preocuparse por lo que hacen los demás —le respondí en referencia a lo que había dicho.

—Yo estoy todo el día dando vueltas de aquí para allá, sé perfectamente lo que comentan tus compañeros. Bueno, como te iba diciendo...

—No, Clara, no me interesa. Ya te he dicho que conozco perfectamente a Laura y a Santiago, y sé que no...

—Ven un momento conmigo —volvió a interrumpirme.

—¿Puedes parar de interrum...

—Cállate y sígueme.

Me cogió de la mano y, sin darme tiempo a reaccionar, me arrastró en dirección al despacho de Santiago. Abrió la puerta y me hizo señas de que mirara por la ventana.

—Clara, estamos en un decimosexto piso... ¿Qué quieres que mire desde aquí?

—Toma —dijo mientras me acercaba unos prismáticos.

—Estás de coña, ¿no?

—Calla y mira hacia la cafetería de la esquina, donde solemos tomar el café en los turnos de mañana.

—Sí, la San Mostaza, sí...

—Sí, esa. Ahora date prisa y mira hacia allí.

La miré unos segundos como si estuviera loca y después hice lo que me indicó. Al principio no noté nada raro, la San Mostaza estaba abarrotada como siempre. Pero luego, cuando miré hacia la calle, reconocí el coche blanco de Santiago, y después me di cuenta de que él mismo estaba apoyado en una de las puertas...

—Vale, sí, es Santiago, ¿qué quieres demostrar con eso?

—Tú sigue mirando, ya debe estar por llegar...

La miré mal de nuevo y después volví a apuntar los prismáticos hacia la calle. Luego de unos cuarenta segundos esperando que pasara algo, vi acercarse de frente a una chica con una melena rubia que me resultó muy familiar. Acto seguido, la misma joven de la cabellera rubia se subió en el coche de Santiago, y fui testigo de como el vehículo arrancaba y se alejaba del edificio en el que me encontraba yo.

Dejé los prismáticos encima del escritorio y encaré directamente a Clara.

—Esto no significa nada.

—¿Los has visto? ¿A dónde te crees que van?

—No me incumbe, y a ti mucho menos.

—Yo ya te he enseñado lo que te tenía que enseñar, ahora eres tú el que tienes que decidir qué creer...

—¿Lo que me tenías que enseñar? ¿Puedes decirme qué pretendes con todo esto, Clara? Digamos que tienes razón y están sucediendo las cosas que tú insinúas, ¿qué ganas contándomelo a mí?

—Es que... —dijo mientras se acercaba lentamente—. No quiero que pierdas el tiempo con una mujer que se está tirando a tu jefe cuando podrías poner tu atención en otros objetivos...

—Ya te he dicho que te... que te equivocas... —estaba demasiado cerca y yo ya me estaba poniendo nervioso. Su pecho ya chocaba con el mío y me miraba directamente a los ojos mientras sonreía pícaramente.

—Tranquilízate, Dami... Aquí estamos solos... —dijo a la vez que ponía una mano en mi nuca y se ponía de punta de pie para susurrarme al oído— Me pones muy caliente, Damián...

La aparté de un empujón considerablemente fuerte y me fui cagando leches de ese despacho. Eran demasiadas emociones en tan corto intervalo de tiempo. No podía creer que Lau fuera la amante de Santiago. No podía creer que ella fuera la que estuviera provocando la destrucción de un matrimonio que llevaba vivo más de 20 años. Pero mucho menos podía creer que la cría estúpida de Clara me hubiera calentado tanto. Porque sí, me había puesto a mil, y sólo con un leve y mísero contacto y un susurro en la oreja.

—¡Oye! ¡Lo de mañana sigue en pie! ¡Ni se te ocurra faltar a tu palabra! —escuché que me gritaba antes de cruzar la puerta que me llevaba a la oficina principal.

Ya no podía quedarme solo, estaba demasiado nervioso y todavía algo excitado, así que cogí mis cosas y me fui a trabajar con el equipo de Cristian, que me recibió con los brazos abiertos. Me quedé ahí el resto de la jornada y no me separé de ellos hasta que tuve que llegó la hora de irnos.

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