No somos una pareja

00:10 hs. - Salomé.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Salomé! ¡¿Estás ahí?! —insistió. Sentía que me iba a dar un ataque al corazón de un momento a otro.

—Fernando, escóndete rápido —le susurré con ímpetu. Pero el tío, lejos de hacerme caso, se tumbó en el sofá y se despatarró. Parecía que no se había dado cuenta de la gravedad de la situación.

—Salomé... ¿Sos boluda o te hacés? —dijo mientras me miraba como si le estuviera intentando tomar el pelo yo a él—. Hay una baranda a sexo que da miedo acá adentro. Si hacés pasar a tu hermana, va a sospechar enseguida. Despachala rápido y seguimos con lo nuestro.

—¿Que la despache? ¿Que sigamos con lo nuestro? Vete de aquí ya mismo antes de que te tire algo en la cabeza —le respondí con los dientes apretados. El timbre no dejaba de sonar.

—Está bien. No te enojes —dijo levantándose y recogiendo su ropa—. Ah, y no te olvides de... —añadió e hizo un gesto como si estuviera limpiándose la comisura de los labios. Pero ante la mirada asesina que le lancé, salió corriendo a su cuarto.

—¡Ya voy, Zami! —me apresuré a responderle.

—¿Qué pasa que no abres? ¿Estás bien?

—Dame 5 minutos, por favor —fue lo último que dije antes de salir disparada para el baño.

Me metí en la bañera, abrí la ducha y dejé que el agua cayera sobre mí un buen rato, y todo esto haciendo uso de la poca concentración que me quedaba para no caerme. Quizás el alcohol no afectaba tanto a mi raciocinio, pero si a mi estabilidad corporal, porque estaba mareada y me costaba dar dos pasos seguidos sin tambalearme un poco. Y pensando en eso fue como me iluminé. Mientras me apoyaba en los azulejos para no caerme, se me ocurrió la excusa perfecta para no tener que abrirle la puerta a Zamira.

—Ya estoy. Perdón, Zami, pero tenía que darme una duchita rápida sí o sí —dije abriendo la puerta con la trabilla puesta.

—¿Qué haces? ¡Ábreme la puerta! —me respondió enfadada.

—No puedo, Zami, tengo todo muy desordenado —y entonces levanté la mano con la botella de vodka vacía para que la viera.

—¿Has estado bebiendo, Salomé? ¿Y sola? —exclamó con sorpresa.

—Sí, y no empieces a exagerar, que fueron tres o cuatro sorbitos nada más, jiji.

—¿Tres o cuatro sor...? —se interrumpió a si misma y luego dio un largo suspiro—. ¿Puedes abrirme la puerta, por favor?

—Te he dicho que no te voy a abrir.

—¿Pero por qué no? ¿Qué has hecho, Salomé?

—No he hecho nada, ¿por qué estás tan histérica? —trataba de sonar lo más ebria posible, y por el momento parecía estar saliéndome bien la tonadita. —¿Sabes Doña Oriana? ¿La señora del piso de abajo? Me la acabo de encontrar mientras subía las escaleras. Me dijo que escuchó gritos y que estuvo a punto de llamar a la policía —dijo finalmente trantando de no elevar demasiado el tono de su voz. Mi semblante cambió por un momento al oír eso, porque si me habían escuchado desde el piso de abajo, entonces los vecinos de al lado...

—Vale, te lo voy a decir, he discutido con Damián por teléfono y he pegado alguna que otra voz, sí. Pero nada de lo que tengas que preocuparte... —respondí tratando de mantener la calma, todavía estaba pensando con qué cara iba a mirar a los vecinos cuando me los cruzara por el edificio.

—Vaya... ¿Entonces es por eso que estás bebiendo? —me dio la sensación de que su enfado se había convertido en lástima de un segundo a otro.

—Puede ser... Pero ya te digo, no tienes que preocuparte... Vete a la cama que debes estar agotada.

—¿No quieres hablar del tema? Sabes que no me molesta escuch...

—¡Que no! ¡Zamira, vete a casa! —estallé al ver que no podía hacer que se fuera. Mi hermana se quedó callada y mirándome con una expresión de asombro que no sabía de qué manera tomarme.

—De acuerdo... —dijo después de un breve silencio—. Voy a dar por hecho que todo esto es por culpa del alcohol. Mañana tengo turno partido, así que voy a venir por la tarde a verte y me vas a contar qué coño te pasa. Buenas noches.

—Buenas noches...

Cerré la puerta, me di la vuelta y me deslicé por ella hasta quedar sentada en el lugar. Desde ahí observaba los restos de la escena que acababa de tener lugar en ese salón; el sofá movido de su sitio y con la mitad de su funda desacomodada, mis diferentes prendas de vestir repartidas por el suelo, los vasos de plástico volcados en la mesita de café... y una gran mancha de una sustancia blanca semi-transparente que todavía no se había secado decorando el centro de todo.

No tenía intención de levantarme, ya había agotado lo que me quedaba de fuerzas tratando de disimular delante de mi hermana. Cerré los ojos y me dispuse a esperar a que el bueno de Morfeo hiciera su trabajo.

—Levantate, tarada. ¿Cómo te vas a quedar ahí? Dale, vamos —dijo Fernando de pronto.

—No, déjame. Estoy enfadada contigo —respondí, aunque sin ánimos de iniciar una discusión. Estaba ya totalmente off a esa altura de la noche.

—Está bien, enfadate conmigo, pero dejame llevarte a tu cama al menos. Yo me quedo a limpiar todo acá.

—Me eyaculaste en la cara... —le reproché con la misma cara de póker.

—Bueno... —dijo riéndose—. Entiendo que hayas podido sentir un poco de asco, pero es algo normal en una pareja.

—No somos una pareja.

—No, pero estamos haciendo todo esto por el bien de la tuya. ¿O me equivoco?

No le respondí. Me levanté yo sola, recogí toda mi ropa y me fui a mi habitación. Una vez dentro, agarré a mi gata Luna y me abracé a ella hasta quedarme dormida.

* * *

08:40 hs. - Fernando.

—Hola, Ramón.

—¿Pichón?

—Sí, soy yo.

—Eres un puto insensato, muchacho. Me llamas al móvil sabiendo que me tienen controlado.

—¿Y? El riesgo lo tomo yo. No creo que te hagan nada por recibir una llamada.

—Pero si me llamas y resulta que estoy vigilado en ese momento, no me quedaría otra que entregarte. Y yo no quiero hacer eso, Pichón.

—Bueno, da lo mismo. Te llamo porque decidí darte un voto de confianza. Después de todo fuiste vos el que más me apoyó cuando las cosas se torcieron.

—Me alegra oír eso. Pero a estas alturas no hay mucho en lo que te pueda ayudar...

—Me podés ayudar y más de lo que te imaginás.

—¿Con qué? Date prisa.

—Mirá, ahora mismo estoy metido en algo que quizás me pueda salvar la cabeza.

—¿En qué te has metido?

—Eso no te importa una m****a. Resulta que a partir de mañana voy a tener que empezar a moverme por la ciudad, y ahí es donde entrás vos.

—No pienso encontrarme contigo. Ni lo sueñes.

—No es eso. Dejame hablar, carajo. La data que me diste el otro día, lo de las zonas vigiladas, ¿era verdad?

—Por supuesto que era verdad. Estaba intentando ayudarte.

—Bueno, voy a necesitar que me mandes informes detallados como ese todos los días.

—No te preocupes, Pichón, ya no hay necesidad de eso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—El miércoles trincaron a Gary, uno de nuestros mejores repartidores. Creo que tú lo conoces.

—Sí, me acuerdo de él. Era un buen pibe.

—Bueno, el "buen pibe" no aguantó la presión y se fue de la lengua. Delató a su reclutador y le dio a la pasma las direcciones de diez pisos francos. Fernando, ¡diez pisos francos!

—¿Y...?

—Los de arriba entraron en pánico y se volvieron para África hasta que se calmen un poco las cosas. Nos dejaron la orden de que tengamos cautela y que no hagamos nada que llame demasiado la atención hasta nuevo aviso.

—Es decir...

—Que ahora mismo es más importante cuidar el negocio que andar persiguiendo a un pobre infeliz que debe dos monedas.

—¿Y entonces a qué m****a vino todo eso de que te tienen controlado y de que soy un insensato y qué se yo?

—Vamos a ver, el negocio todavía sigue activo, y todos los putos días llegan mulas llenas de mercancía. Los que se fueron son los cuatro o cinco de la cúpula, nosotros los mindundis tenemos que seguir haciendo que esto continúe, sólo que sin llamar la atención. ¿Qué quiero decir con todo esto? Que lo único que cambió fue el orden de prioridades. Que no te estén buscando no significa que no te vayan a meter dos balazos en la nuca si te ven por la calle.

—Bueno, como sea, siguen siendo grandes noticias...

—Otra cosa; cuando las cosas se calmen, van a centrar todos sus esfuerzos en ir en busca de Gary y toda su familia, lo que te va a dar unos cuantos días más de tranquilidad. Yo que tú aprovecharía todo esto y me iría del...

—Escuchame una cosa, ¿todavía seguís en contacto con el tipo aquél que llevaba ese local de alterne importantísimo en las afueras de la ciudad?

—¿Don Bou? Sí, es uno de nuestros mejores clientes.

—¿Te acordás que una vez de pasada me contaste que le hizo una oferta a una de tus sobrinas?

—Sí... No lo eché a patadas ese día por el bien de nuestras relaciones con él y su grupo, que si no... Mira que ofrecerle a una niña de 18 años ser prostituta de lujo...

—¿Cómo era? ¿Él organizaba la reunión con el cliente y ella sólo tenía que ir y abrirse de piernas?

—No te pases, Fernandito...

—¡No se trata de tu sobrina, pelotudo! Respondeme a la pregunta.

—A ver... Se supone que el viejo reclutaba "jovencitas de bien" y las convertía en putas de lujo. Ese día nos contó que sus clientes eran todos hombres de mucho dinero y poder, y que pagaban verdaderas fortunas por pasar una noche con chicas como ella... como mi sobrina. Nos dijo varias cosas más: que no teníamos de qué preocuparnos, que él organizaba todo y que sus chicas recibían el pago a la mañana siguiente y no recuerdo que más. Lógicamente le dijimos que no.

—¿Vos creés que me podrías conseguir el número de teléfono de ese tipo?

—Sin problemas, pero... Pichón, no me digas que...

—¿Y para cuándo lo tendrías?

—Lo debo tener en una de mis agendas. Es cuestión de buscar y...

—Bárbaro. En una hora te llamo. Tenémelo listo, por favor.

—Vale... pero...

—Gracias por todo, Ramón.

—Espe...

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