Malentendidos

—¡No señales, maleducado! ¡Y quítate eso de la cara! Ella es Salomé. Y a partir del sábado te empezará a dar clases particulares —me presentó. El chico se me quedó mirando unos segundos, pero no pude ver su expresión. Ttenía una especie de bufanda que le tapaba toda la parte baja de la cara. También llevaba puesto un chaquetón de invierno. Frío no tenía, eso era seguro.

—¿Otra más? Ya te he dicho que no vale la pena...

—¡Oye! ¡Preséntate como es debido! —le gritó aún más enfadada.

—Hola, me llamo Guillermo y soy tonto. Te recomiendo que no pierdas el tiempo con alguien como yo —dijo mientras se daba la vuelta y volvía a centrar su atención en la pantalla. Yo estaba anonadada.

—Tú no le hagas caso. No es tonto, es vago, que es muy distinto —me dijo inmediatamente Mariela—. Y, a ver, tú, la chica quiere saber a qué hora te viene bien a ti para tomar las clases.

—¿Eh? —preguntó

—Hola, Guillermo. Yo soy Salomé y estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. Tú no te preocupes por nada —le dije en el tono más materno posible.

—... —se quedó otra vez mirándome fijamente sin emitir sonido. La madre parecía que se estaba aguantando para no golpearlo. Era bastante cómica la escena—. ¿De 5 a 7 está bien? —dijo de pronto.

—¡Sí! ¡Perfecto! ¡El sábado vendré a esa hora! ¿De acuerdo? —respondí con alegría.

—Sí.

Salimos dejándolo que siguiera con sus jueguitos. Y apenas cerró la puerta, me dijo riéndose:

—Te juro por lo más sagrado que es la primera vez que lo veo quedarse sin palabras delante de alguien. Suele ser muy chulito con todo el mundo, pero es que tú... tú lo dejaste mudo. Y es que no me extraña, chica, eres una preciosidad.

Sólo pude devolverle la sonrisa y decirle gracias. Nunca me había sentido cómoda antes los piropos y los halagos. Mi padre siempre me decía que tenía que tener cuidado con las personas que alababan más el físico que la mente. Y supongo que esas cosas, aunque sea en el subconsiente de cada uno, quedan marcadas de por vida.

Estuve hablando como una hora más con Mariela, pero esta vez de su hijo y sobre las cosas con las que tendría que ayudarlo. Resulta que el chico tenía 17 años y estaba pasando por un pésimo momento. Hacía cinco meses que se le había muerto su padre y desde entonces no levantaba cabeza. Había descuidado los estudios hasta el punto que sólo iba a la escuela una vez por semana, y lo único que hacía durante el día era quedarse encerrado en su cuarto jugando videojuegos con los pocos amigos que le quedaban. Porque claro, también su carácter había empeorado, insultaba y maldecía a las primeras de cambio, y así no había quien lo aguantara según su madre. Y la pobre estaba desesperada, ya había recibido varios avisos de los profesores de que podía perder el año si no empezaba a ir a clases. Ellos entendían perfectamente el momento por el que estaba pasando Guillermo, pero no podían hacer nada por él si no ponía un poco de su parte.

Lo cierto es que yo no era psicóloga y estaba muy lejos de ser alguien que pudiera ayudar a los demás a estabilizar sus emociones, y mucho menos en ese momento de mi vida. Pero estaba decidida a conservar ese trabajo, e iba a hacer todo lo posible para que ese muchacho, por lo menos, no perdiera un año de instituto.

—Bueno, encanto, que tengas un buen regreso a casa. Nos vemos el sábado. Cuídate mucho.

—Gracias por todo, Mariela. Te juro que no voy a defraudarte.

—Estoy segura que no, cielo mío.

—¡Hasta el sábado!

Salí de esa casa radiante y con grandes expectativas. Por fin tenía el primer trabajo de mi vida y no me importaba nada lo que pudiera decir Damián al respecto. Aunque estaba segura de que no se iba a enfadar, porque su argumento siempre había sido el de "no quiero que trabajes de cualquier cosa", y eso no era cualquier cosa, era un empleo de lo que yo había estudiado.

Media hora después me encontraba en el centro de la ciudad. Ya eran más de las dos de la tarde y no tenía ganas de volver a casa y encontrarme con Fernando, así que decidí ir a ver a mi hermana a su trabajo.

La felicidad que sentía en ese momento había hecho que me olvidara de todos los problemas que habían inundado mi vida esas últimas semanas. Por fin iba a poder ejercer mi profesión e iba a poder salir de esa cárcel sin barrotes que me tenía oprimida en más de un sentido. Sin embargo, parece que no estaba en los planes de quien fuera que manejara mi destino, que yo pudiera tener un momento de paz y alegría. Lo que encontré en mi camino a la cafetería donde trabajaba mi hermana, no me lo hubiese esperado ni en el más pesimista de mis sueños.

Dicen que son instantes precisos los que marcan el transcurso de las vidas de las personas. Pequeñas situaciones que provocan que la gente tome ciertas decisiones, ya sean acertadas o equivocadas, que hacen que ya nada vuelva a ser como era. En mi caso, se podría decir que algo así sucedió ese día, cuando caminando por pleno centro vi a una mujer que no conocía de nada, agarrada del brazo de mi novio en la barra de un bar, mientras él no hacía nada por separarse de ella.

Me quedé congelada en el lugar. No podía creer lo que estaba viendo. Eran las dos y veinte de la tarde y todavía no me había llamado. Se suponía que trabajaba hasta altas horas de la madrugada y que no venía a casa para así tener más tiempo para dormir. Entonces, ¿por qué estaba con esa mujer en ese bar? ¿Por qué prefería estar en la calle con ella en vez de venir a casa aunque sea a verme un rato? Todo mi mundo se estaba viniendo abajo -para variar-, y sabía perfectamente que todo era por mi culpa. Yo lo había empujado a abandonar nuestro hogar, a buscar consuelo en los brazos de otra mujer.

Me senté en un banco que había en esa esquina y perdí mi mirada en el cielo. En ese momento, nada me hubiese hecho más feliz que la tierra se abriera y me tragara para siempre.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Diga? —dije intentando disimular mi penuria.

—Hola, Salomé, ¿dónde estás? —era Fernando.

—En la calle. Iba a ir a ver a mi hermana al trabajo ahora...

—Ah... Perdón por molestarte. Es que como no me dijiste nada, me preocupé...

—Estoy viendo a Damián abrazado a otra mujer ahora mismo —le dije sin pensar.

—¿Qué?

—Están en un bar sentados en la barra. Él está comiendo y ella está sentada a su lado agarrada de su brazo y con la cabeza apoyada en su hombro.

—A la m****a... —dijo sorprendido.

—¿Crees que debería ir y preguntar qué está pasando? —continué ya sin esconder mi tristeza.

—¡No! Vos sabés muy bien lo que está pasando y por qué. Si vas ahí ahora y le hacés una escena, se va a pudrir todo.

—¿Entonces qué hago, Fernando? Estoy desesperada —las lágrimas ya caían por mi cara.

—Volvete a casa, no tenés nada que hacer ahí. No, mejor, ¿dónde estás? Yo te voy a buscar.

—¿Qué? No, tú no puedes salir a la calle, a ver si te encuentran esos matones de nuevo y...

—Me importa una m****a. Ahora estás desconcertada y te puede pasar cualquier cosa. Decime dónde estás.

—Está bien...

Al final terminé cediendo. Me quedé esperándolo sentada en ese banco mientras miraba como en la calle de en frente estaba mi novio almorzando con esa desconocida. Ya no estaban abrazados, ahora estaban sentados en una mesa uno frente al otro, y por las risas de ella, pude deducir que se lo estaban pasando fenomenalmente.

Quería que Fernando llegara de una vez y me sacara de ahí, no tenía ganas de seguir viendo como Damián se divertía con otra mujer. Y menos ganas tenía cuando pensaba lo tenso y soso que había estado las últimas veces que se había reunido conmigo. Todo era una auténtica m****a... Y más idiota era yo, que pudiendo ir a esperar a cualquier otro lado, prefierí quedarme ahí a seguir mortificándome.

—Dale, boluda, vámonos a la m****a de acá... —me dijo cuando llegó.

Me cogió de la mano y me sacó de ahí rápidamente. No me dijo nada durante el trayecto a casa, estaba demasiado pendiente de que nadie lo reconociera. Miraba para todos lados y en ningún momento aminoró la velocidad. Llevaba puesta una sudadera negra con una capucha que le cubría casi toda la cara. Y por si eso fuera poco, también traía una bufanda y unas gafas de sol negras. Parecía estar asustado de verdad de esa gente que le había pegado. Y yo ahí envolviéndolo en mis problemitas de niña malcriada. Cada vez me sentía peor conmigo misma.

Llegamos al apartamento y me tiré de boca contra el sofá. Ya no lloraba, las lágrimas no salían, solamente pensaba en lo que acababa de ver y en lo que lo había provocado. Fernando se sentó en el borde y me acarició la espalda. Yo estaba demasiado sensible y me aparté de una forma brusca apenas sentí el contacto. No pretendía hacerlo sentir mal, pero es que no era yo misma en ese momento. Me di cuenta enseguida y le pedí disculpas. Después me levanté y me fui a mi habitación, donde permanecí el resto de la tarde.

Y a eso de las nueve de la noche...

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—Hola.

—¡Mi amor! ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Aquí, trabajando... No doy a basto hoy.

—No me digas.

—Pues sí... Santiago no ha venido hoy y todo es un caos. Menos mal que está Lau aquí para ordenar un poco las cosas.

—¿Lau? ¿Tu ex-jefa? ¿No se había ido al extranjero?

—Sí, ella misma. Resulta que le fue mal en Alemania y decidió volverse... Ya te contaré con más detalles.

—Siempre me has hablado maravillas de ella... Me gustaría que me la presentaras algún día.

—¿Eh? ¿Hablas en serio?

—Sí, ¿o tú no quieres?

—¡No, no! Me hace muy feliz que me pidas eso. Lau siempre me ha insistido con que quiere conocerte.

—Pues cuando tú quieras, o puedas...

—Hoy mismo lo hablo con ella. Estoy seguro de que se va a aleg...

—¿Por qué no me has llamado a la mañana? Te estuve esperando...

—P-Pues... Es que anoche terminé muy tarde y hoy me levanté tarde, y luego se me echó encima la hora de entrada y no encontré un hueco hasta ahora... Lo siento mucho, mi vida.

—Ah, vale.

—¿Estás enfadada por eso?

—Yo no estoy enfadada.

—Es que te noto un poco seca hoy... Pero bueno, ¡debe ser mi imaginación!

—Sí, debe ser eso.

—¡Ah! ¡Mañana voy a hablar con Alutti por lo del piso! ¡Espero tenerte noticias a esta misma hora más o menos!

—De acuerdo. ¿Algo más?

—Eh... no... ¿Estás bien, Salo?

—Sí, Damián, estoy bien.

—Bueno... Mañana voy a tratar de llamarte temprano, te lo prometo.

—Como quieras.

—Vale... Pues, hasta mañana, mi amor.

—Adiós.

Y así fue como toda la tristeza que sentía se transformó en rabia. En el fondo todavía tenía la esperanza de que me contara la verdad, y que esa verdad demostrara que yo estaba equivocada, que todo había sido un malentendido. Pero no, Damián había preferido mentirme y así conseguir que mis sospechas se confirmaran.

—Así que no tienes lo que hay que tener para decirme las cosas a la cara... Pues perfecto, te voy a demostrar que puedo convertirme en la mujer que tanto anhelas tener.

Con las cosas más claras que nunca y con una convicción que no había sentido en la vida, me levanté de la cama y me fui a buscar a Fernando.

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