¿Quién es ella?

10:15 hs. - Salomé.

—Miau.

—No estoy de humor, Luna. Vete a jugar por ahí...

Otra vez ese remordimiento de consciencia. Otra vez ese mal cuerpo por haber hecho lo que no debería haber hecho. Otra vez esas ganas de que se abriera la tierra y me tragara para siempre. Por segunda noche consecutiva, había roto todo tipo de barreras con mi mejor amigo de la infancia pese a haberme prometido que no volvería a suceder.

Yo sabía que necesitaba soltarme más a la hora de intimar, me había quedado bien claro en la playa con Damián. Pero ya no quería seguir recibiendo ayuda de Fernando, no porque desconfiara de sus intenciones, sino porque ya no me parecía correcto ni justificable lo que estábamos haciendo. Había aceptado la primera vez porque estaba desesperada y porque no me parecía tan mala idea, pero nunca creí que fuéramos a traspasar tantos límites.

No podía dejar de pensar en lo que había hecho la noche anterior, en cómo había transcurrido todo y en las cosas que estuve a punto de hacer... y en las que hice. Parte de la culpabilidad recaía justo ahí, me lo había vuelto a pasar en grande. La borrachera había ayudado y mucho, pero ya no podía justificar mis acciones con eso. Sí, la cita fallida con Damián había tenido mucho que ver también en que me volviera a lanzar a los brazos del que fue mi mejor amigo, pero tampoco era excusa. No podía seguir por ese camino, tenía que poner fin a lo que fuera que tuviera con Fernando. Y sabía tenía que demostrar esa firme convicción con acciones, pero en ese momento no me sentía con ganas de verlo.

—¿Cuándo me vas a llamar? —me preguntaba mientras miraba el móvil. Damián solía llamarme sobre esas horas, por eso estaba tan impaciente. Y los sucesos de los últimos días me hacían pensar mal de lo que podría estar haciendo en ese momento. Lo más seguro es que tuviera durmiendo, pero yo ya no sabía qué pensar.

Era todo muy desesperante: mi novio fuera de casa, mi hermana trabajando, no tenía amigas, mis padres estaban lejos, y no tenía ganas de hablar con el único con el que me podía desahogar. Sólo me quedaba seguir encerrada en esa habitación con mi linda gatita, o...

—¡Buenos días, Salomé! ¿Adónde vas tan arreglada? —me preguntó apenas aparecí en el salón.

—No te incumbe... Eh... Cuida a Luna, por favor.

—¿Eh? Sí... No hay problema... ¿Pero no desayunás nada?

—Ya tomaré algo en la calle. Nos vemos luego.

—Bueno... Chau...

Sabía que lo que estaba a punto de hacer me podía traer muchos problemas con Damián, pero era la única salida que veía a mi encierro. Y, además, ya estaba harta de quedarme en casa y no hacer nada más que limpiar y cocinar.

Hacía unas semanas, antes de que todo estallase, Zamira me había dado el número de teléfono de una familia que buscaba una profesora particular para su hijo mayor. Antes de salir, llamé con la esperanza de que todavía estuviera el puesto vacante, y, para mi suerte, así fue. Y ahí es dónde me dirigía, a la primera entrevista de trabajo de mi vida. Sí, sé que tal vez exagero un poco con el término, pero así es como lo veía yo y cómo me lo tomé, como si me fueran a entrevistar en la mejor universidad del mundo.

La casa quedaba a una media hora en tren, bastante lejos. Ya no se podía considerar como parte de la ciudad ese lugar, era más como un pueblito a las afueras. Pensé que ese sitio tendría que ser aterrador de noche. No había gente por la calle y las pocas casas que habían eran enormes y estaban muy separadas las unas de las otras. Parecía el típico lugar donde turistas extranjeros alquilan casas para pasar el verano sin que nadie los moleste.

Llegué a mi destino a eso de las once de la mañana. La casa era tan grande y moderna como las otras, y también estaba alejada de ellas. Supuse que esos diseños tan separados eran para respetar la intimidad de los propietarios, o para que tuvieran un cierto margen para moldear sus patios traseros y delanteros a placer.

Toqué el timbre y me abrió la puerta una señora muy mayor que no me dijo ni "hola", simplemente me hizo señas con la mano para que la siguiera. Por dentro la casa era tal y como me la imaginaba, enorme, llena de muebles y cuadros, el suelo alfombrado y un olor a limpieza que invitaba a quedarse a vivir ahí.

—¡Hola! —me recibió una mujer de muy buen ver. Reconocí su voz enseguida, era la madre del chico al que tendría que enseñarle, Mariela, con la que programé la entrevista por teléfono—. ¡Vaya, chica, qué guapa eres!

—Buenos días. Perdón por llegar tarde, pero es que este lugar está más lejos de lo que parece.

—Me lo vas a decir a mí que estuve viviendo aquí un año entero sin coche... Imagínate. Así que no te preocupes, querida.

—Cielos, debió ser difícil —reí.

—No te das una idea... En fin... ¿Vamos a lo que vamos?

—¡Como usted diga!

La entrevista duró como una hora. Bueno, más que una entrevista parecía una charla entre dos amigas que querían conocerse mejor. Me hizo un montón de preguntas personales, y con cada respuesta mía, salía una anécdota suya que le llevaba no menos de diez minutos contarla. De su hijo no hablamos en ningún momento, ni de cuáles eran los objetivos, ni qué tendría que enseñarle, ni siquiera me había dicho su edad. Estaba perdidísima yo, pero igual no me atreví a preguntarle nada. Y al final hice bien, porque todo salió a pedir de boca, me dio el trabajo y yo no cabía en mí del gozo.

—Bueno, Salomé, ¿qué te parece venir los fines de semana? El horario puedes elegirlo tú. Pero que sea siempre el mismo, por favor.

—Estupendo, Señora Mariela...

—¡Oye! ¡Sin el "señora" o vamos a empezar con mal pie! —me dijo con un falso enfado.

—Disculpe, Mariela.

—¡Tutéame! Vamos, querida, no soy tan vieja... —se rió. Se notaba mi falta de experiencia para tratar con las personas.

—Vale, Mariela. Te agradezco mucho que me des este trabajo. La verdad es que tenía muchas ganas de empezar a ejercer mi profesión, aunque fuera de profesora particular.

—El favor me lo estás haciendo tú a mí, muchacha, te lo aseguro. En fin, ¿me vas a decir el horario o no?

—¡Sí! Pero me gustaría consultarlo primero con Guillermo, y ya nos ponemos de acuerdo a ver cuándo nos viene mejor a ambos —dije refiriéndome a su hijo.

—Eres un cielo, Salomé. Sígueme y así aprovechas para conocerlo también. Debe estar arriba jugando al ordenador.

—¿Hoy no tuvo clases? —pregunté extrañada. Era jueves y estábamos en pleno horario escolar.

—Ya te iré contando cómo son las cosas, querida. Ven, sígueme —concluyó con resignación.

No dejaba de sorprenderme la pedazo de casa que tenía esa gente. Las escaleras estaban también alfombradas y las barandillas reCamilan. Parecía que caminaba por los pasillos de la Casa Blanca.

—¡Guillermo! ¡Voy a entrar! —gritó Mariela.

La habitación del chico ya se asemejaba más a lo que estaba acostumbrada a ver en el mundo normal. Bueno, "acostumbrada", la única habitación de chico que había visto en mi vida había sido la de Fernando en mis tiempos de estudiante, aunque ésta no estaba tan desordenada.

—Mira, Guille, ella es Salomé, tu nueva maestra particular —dijo mientras me indicaba que pasara. Pero el muchacho no le hizo ni caso.

—¡Ve a por la puta torre, Enrique! ¡A por la puta torre! Es que me cago en la puta. No sirves para nada, joder. Sólo tenías que hacer una cosa, ¡una sola cosa! ¿Cómo cojones puedes ser tan malo? —gritaba con los auriculares puestos. Al parecer estaba en comunicación con alguna persona que no parecía caerle demasiado bien. Pero su madre se encargó de sacarlo de su mundo de improperios y maldiciones quitándole los cascos de la cabeza.

—Oye, ¿me estás escuchando? —le dijo enfadada.

—Ah, hola, mamá. Discul... ¿Quién es ella? —preguntó señalándome a mí.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App