Enfados

—Vení... —dijo de pronto. Se puso de pie y me hizo agacharme delante él.

—No quiero hacerlo —me apresuré a aclararle, creyendo que me haría... bueno, eso.

—Tranquila, de esta forma va a ser más cómodo para vos.

Tenía su pene justo delante de mi cara, firme y esperando a mi proceder. Ahora sí que me había fijado en su tamaño, y si bien no había visto otro más que el de mi novio en toda mi vida, no era tonta y sabía que ese, en particular, era grande. Lo volví a sujetar y realicé el mismo movimiento que me había marcado Fernando hacía apenas unos minutos. Me centré en ese sube y baja, imprimí una velocidad ni rápida, ni lenta, y estuve así un rato. Pero, una vez más, no volví a durar mucho tiempo. Mi brazo se cansó a los cinco minutos de empezar, y el meneo ya no era como al principio. Él no dijo nada sin embargo, y me dejó continuar a mi ritmo, que terminó siendo lento y con movimientos torpes. Debido a ello, el ímpetu de ambos fue decayendo, porque la masturbación ya no era tal. Y empecé a deprimirme...

—¿Qué te pasa? —me preguntó al ver mi cara llena de lágrimas.

—Que soy una inútil, no puedo hacer nada bien...

—¡No! ¡Para nada, Salo! —me respondió enseguida y agachándose a mi lado—. Lo estás haciendo muy bien, en serio. Lo que pasa es que no estás acostumbrada y es normal que te canses.

—Lo dices para que no me sienta mal... —añadí entre pucheritos.

—Para nada, yo estoy acá para ayudarte a aprender, no tengo ninguna necesidad de mentirte. Pero bueno, vamos a terminar las cosas igual que ayer, acostate en el sillón.

—¡No! —respondí con seguridad—. Si me rindo ahora, me voy a terminar arrepintiendo —y armándome de valor y sin darle tiempo a decir nada, lo empujé sobre el sofá y me acomodé entre sus piernas.

—¡Perfecto! —dijo entonces—. Tus tetas, Salomé, usá tus tetas.

—¿Mis...? Yo iba a seguir con las manos...

—No importa, esto es un paso de gigante, haceme caso. Poné mi ver... mi pene entre tus pechos y hacé el mismo movimiento que harías con tus manos.

—¿Eh? ¿Cómo? —respondí sin entenderlo mucho. No sabía qué hacer, me había tomado por sorpresa, tampoco había hecho eso nunca en mi vida. Estaba perdida de nuevo.

—Mirá, Salo, agarrámela —me guió—. Ahora acercate y metela entre tus pechos...

—No sé... ¿No es mejor que siga con las manos? —pregunté dubitativa, pero esta vez estaba no me sentía capaz de oponérmele.

—Dale, Salomé, si pasás esta... En serio, es un paso de gigante para tu propósito, en serio —volvió a asegurar repitiéndose. Ya no me hablaba con ningún tipo de delicadeza, parecía apurado, como si tuviera miedo de que alguien fuera a interrumpirnos o de que algo pasara. Mi mente me decía que me detuviera ahí y me fuera a dormir, pero mi cuerpo me pedía otra cosa...

—Está bien... —dije, y sus ojos se iluminaron cuando acomodé su miembro entre mis pechos.

—Ahora tenés que apretarlas contra mi pene, si usás las manos va a ser mucho más fácil. Dale, empezá —me ordenó. Y así lo hice.

No sabía si lo estaba haciendo bien, simplemente me limité a seguir sus indicaciones y a esperar. Mis pechos bajaban y subían sobre su pene ayudados por mis manos. No me gustaba mucho eso que estábamos haciendo, porque no tenía visión de nada y no me proporcionaba ningún tipo de placer, pero al juzgar por la expresión de Fernando, supuse que a él sí que le estaba gustando mucho. Así que con la cabeza puesta en que algún día le haría eso también a Damián, traté de continuar con la mejor predisposición posible.

Pero la cosa se estaba haciendo interminable. Yo no me sentía nada cómoda y Fernando parecía más concentrado en terminar él y no en darme placer a mí, y eso me hizo enfadar, porque hacía unas horas se había llenado la boca hablando de "cómo debía ser un hombre" y ahora estaba ahí con la cabeza echada para atrás mientras yo hacía todo el trabajo. Inevitablemente fui perdiendo las ganas en continuar. Ya ni pensar en Damián me ayudaba, y mis movimientos así lo reflejaron.

—¿Salomé? ¿Te cansaste de nuevo? —me preguntó extrañado.

—No... Pero me quiero ir a dormir... —le dije con desgana.

—¿Qué? Ya me falta poco, te lo juro.

—Me da igual, me quiero ir —insistí.

—Ahhh, ya sé lo que pasa —dijo entonces—. No es que te querés ir, vos te querés "venir", jajaja.

—Vete a la m****a. Me voy —le contesté enfadada. No era normal en mí decir palabrotas, pero en ese momento estaba muy enfadada.

Y cuando me dispuse a irme, él se levantó tras de mí, me agarró por la espalda y me empujó contra la puerta del balcón.

—Suéltame —le dije enseguida.

—Te voy a dar lo que querés, así que preparate —me respondió con chulería. Ya no se parecía en nada al Fernando amable y sumiso con el que había estado viviendo esos días.

—No quiero que me des nada, déjame ir a dormir —contraataqué tratando de no mostrarle debilidad.

—Lo estás deseando, Salomé, a mí no me engañás.

Estaba completamente inmovilizada. Me tenía aprisionada contra la puerta del balcón y yo sólo podía sujetarme de las cortinas. Él estaba detrás mío besándome el cuello y masajeándome los pechos. De vez en cuando me susurraba cosas al oído que me molestaban muchísimo, pero que por alguna razón hacían que me derritiera. Entonces, de repente, acomodó su pene en medio de mis piernas. Movimiento que me hizo entrar en pánico.

—Espera, ¡¿qué estás haciendo?! —dije.

—Tranquila, no te la voy a meter, aunque sé que lo estás deseando.

—Eres un idiota...

—Cerrá las piernas ahora, apretalas con fuerza. —me ordenó, y le hice caso una vez más a pesar de todo. Estaba sumamente enfadada con él, pero las ganas que tenía de llegar al orgasmo superaban cualquier cosa en ese momento.

—No me quites las bragas —le dije al notar que quería bajarme los elásticos.

—Como quieras, pero piel contra piel es mucho mejor...

No le hice caso y tampoco hubieron más palabras. A partir de ahí, sólo me dediqué a esperar el gran momento. Él comenzó a moverse tan pronto terminamos de hablar, yo apretaba mis piernas sobre su miembro con las pocas fuerzas que me quedaban, y poco a poco la cosa volvió a calentarse. El ritmo era ya muy violento, sus manos sujetaban con mucha fuerza mis caderas y sus besos en mi cuello se habían transformado prácticamente en mordiscos constantes. Ambos gemíamos aireadamente, la excitación volvía a ser demasiada para mí, ya no me importaba si él había sido un cabrón o no, ni tampoco me importaba el motivo por el que estaba haciendo todo eso, yo sólo quería mi maldito orgasmo de una vez. Y, por suerte, no tardó en llegar...

—No pares ahora, por favor te lo pido... —supliqué para que no volviera a pasar lo de antes.

—Tranquila, yo me encargo de todo —respondió él también entre jadeos.

Entonces, todo mi cuerpo se tensó, mi voz dejó de resonar por la habitación y finalmente estallé. Hasta ese momento, nunca en mi vida había pasado por semejante placer, fueron 15 segundos en los que fui trasladada a lo más alto del Olimpo, 15 segundos que me provocaron sensasiones indescriptibles por todo mi cuerpo. Sin exagerar, fui durante 15 segundos, la mujer más feliz del mundo.

Y me dejé caer en el suelo, sobre la alfombra, disfrutando de los últimos espasmos que me había dejado el orgasmo. Ahí se terminan mis recuerdos sobre esa noche. No tengo ni idea de qué fue lo que hizo Fernando después. Lo único que sé, es que al día siguiente, amanecí en mi cama y con ropa interior limpia puesta.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP