Pequeños Progresos

00:15 hs. - Salomé.

Lo siguiente que recuerdo es que cerré los ojos, tomé aire y...

—¡No! —logré decir a tiempo— No puedo hacerlo...

—Tranquila, Salomé, todo va bien... Relajate y...

—¡Te digo que no! ¡No puedo! ¡Y tampoco quiero! —dije ya un poco más nerviosa. Y como saliendo de un trance, me acomodé el camisón y me separé de él.

—Tranquila, no te enojés. Tenés miedo porque nunca lo hiciste, nada más... —dijo volviendo a acercarse.

—¡Te digo que no! —volví a gritar, y esta vez se detuvo. Se sentó de nuevo a mi lado y se hizo un silencio muy incómodo.

—Pensé que era un buen momento... —dijo por fin—. Perdoname.

—¿Un buen momento para qué? Ni siquiera estoy convencida de hacer esto...

—Vos lo que tenés es un lío tremendo en la cabeza, Salomé. Tenés que poner tus ideas en orden urgentemente.

—Mis ideas están perfectamente ordenadas...

—¿Entonces?

—¡Que no quiero hacer eso! ¡Nada más! —volví a gritar.

—Así no vamos a progresar nada...

—¿Progresar en qué? —le pregunté enfadada—. Está bien que ayer te vine a buscar para que me ayudaras, pero hoy todo sucedió sin que lo buscáramos y...

—No, Salomé, te equivocás. Yo, incluso hoy, estoy haciendo todo esto por vos, para que tu relación no termine como la mía, ya te lo dije. Y pensé que, con lo que pasó esta tarde, vos ya tenías bien claro cómo íbamos a continuar a partir de ahora. Por eso no me pareció necesario decir nada... —dijo muy serio.

En el fondo él tenía razón, tenía la cabeza hecha un completo lío. Estaba pensando en voz alta todo el tiempo y había cosas que no quería decir. Le había dado a entender que lo que me llevó a casi hacerle una felación, fue mi propia excitación y no mis ganas de solucionar las cosas con mi novio. ¿En qué posición me dejaba eso ante él? Ya ni siquiera el alcohol me ayudaba a tener unas horas de tranquilidad mental...

—Ya sé que todo esto lo haces por ayudarme, en ningún momento dudé de eso, pero es que todo es muy nuevo para mí, y muy repentino... Mira, estoy dispuesta a lo que sea por ser la mujer que Damián quiere, pero...

—Entonces tenés que dejarte de tantas dudas y hacer lo que tenés que hacer —dijo interrumpiéndome.

—¿Qué? ¡Ese es el problema! No dejas de presionarme, y yo así...

—No te presiono, pero tenés que entender que el tiempo no corre a tu favor. Cada día que Damián pasa fuera de casa es un paso más cerca de... —se detuvo de golpe.

—¿De qué? —pregunté intrigada y muy seria.

—No, nada, dejalo.

—No, dímelo —insistí casi al borde las lágrimas.

—Puede sonar muy duro, pero estoy seguro de que es algo que vos también debés de haber pensado... Damián se está planteando si seguir con vos o no... Y peleítas como la de esta tarde no son de mucha ayuda...

Y, nuevamente pasando de un extremo a otro, no aguanté más y me eché a llorar como una cría. Era una posibilidad que tenía muy en cuenta, pero que no quería pensar demasiado en ella. Y escucharlo de la boca de otra persona era mucho más doloroso todavía. Ahora sí que sentía que las cosas estaban fuera de mi control, que mi relación con Damián se estaba yendo a pique por ser una niña mimada y mal criada, y que encima estaba involucrando al pobre Fernando que no tenía nada que ver en eso.

Mientras lloraba como una recién nacida, me rodeó con ambos brazos y me abrazó con mucha fuerza. No intentó nada raro, simplemente se limitó a sostenerme y a darme besitos en la cabeza mientras me decía que me calmara. Y yo me aferré a él y lloré, lloré mucho, tanto y tan fuerte que en un momento tuve que pegar mi cara a su cuerpo para apagar mi llanto. No me tranquilicé hasta varios minutos después.

—¿Estás mejor ya? —me preguntó.

—No —le respondí con la voz todavía apagada.

—Sabés muy bien que no me gusta verte llorar... —me decía mientras me acariciaba la cara con la contracara de sus dedos.

—Lo siento...

—El que te tiene que pedir disculpas soy yo. No paro de darte disgustos...

—No, si tú sólo intentas ayudarme... Soy yo la que no para de fastidiarla con todo y con todos...

Nos quedamos un rato más abrazados y en silencio. La cabeza me daba vueltas. Estaba media grogui y algo desorientada. Ya había pensado suficiente ese día, tenía ganas de que el alcohol volviera a tomar posesión de mí cuerpo y dejar la fuerza de voluntar a un lado. Pero tampoco quería bajar demasiado la guardia...

—¿Te llevo a tu cama? —me sugirió gentilmente.

—No... Quedémonos así un rato más, por favor —le dije casi suplicándole.

—Como quieras.

Yo todavía me encontraba semi desnuda y él prácticamente también. Era consciente de que en cualquier momento podía suceder algo. Y sabía que estaba en mí detenerlo... o no...

—Salomé... —dijo mientras se separaba un poco y ponía una de sus manos en mi mejilla.

—¿Qué pasa?

—Tenés una cara preciosa, y no me gusta nada que una carita tan linda sonría tan poco...

—Ale... —dije. La delicadeza con la que me hablaba, la dulzura que imprimía en cada palabra... Por un instante creí que era Damián con el que estaba, y me sentí muy cómoda a su lado—. ¿Tú crees que todo va a salir bien? ¿Que Dami va a volver cuando le muestre todo lo que he aprendido?

—No me cabe la menor duda... —me respondió con mucha suavidad—. Pero sabés muy bien que todavía te queda mucho por aprender...

—Sí, lo sé... —dije mientras me acomodaba de manera que su cara volvía a quedar frente a la mía—. ¿Me vas a ayudar a hacerlo?

Y tras unos segundos mirándonos fijamente, me besó. Y al igual que lo había hecho esa tarde, usó su lengua, obligándome a que yo también utilizara la mía, volviendo a despertar en mí ese deseo ardiente por probar su boca. Luego, sin dejar de besarme ni un instante, me tumbó en el sofá y mandó a sus manos a explorar dentro de mis braguitas. Me acariciaba lentamente toda la zona, no se centraba en una sola parte, me recorría cada rincón con suma destreza, como ni siquiera yo lo había conseguido hacer en mi vida. Y mis gemidos no tardaron en hacerse escuchar, sobre todo cuando sus dedos empezaron a penetrarme. Inicio un mete-saca que hizo que perdiera la noción de la realidad, mis jadeos se desbordaron y ya ni me acordaba que había vecinos que podían escucharme. Pero él se dio cuenta de eso, por eso abrió su boca para aprisionar todavía más mis labios si se podía, y yo me volví a abrazar a él y acepté esa pasión. La escena ya no podía ser más caliente, me tenía apresada por la boca mientras sus dedos no paraban de entrar y salir de mi vagina. La delicadeza con la que me había tratado antes había desaparecido. Ahora Fernando parecía otra persona, y yo también, estaba completamente excitada, ya prácticamente no sabía lo que estaba sucediendo, sólo me dedicaba a mover mi lengua y a vivir, sentir y disfrutar el danzar de sus dedos dentro de mí.

Entonces me invadió la necesidad de hacerlo, quería hacerlo y ya no me importaba nada. Así que, sin interrumpir ninguna de las tareas que estábamos llevando a cabo en ese momento, me incorporé un poco y agarré su pene por primera vez. Me sentí rara al principio, pero después me llenó un sentimiento de liberación, como si hubiese estado esperando ese momento desde hacía mucho sin yo saberlo. Y entonces caí en lo que estaba haciendo, pero no en un sentido negativo, me di cuenta que tenía su herramienta en la mano y que tenía que hacer algo con ella. Me sorprendió lo caliente que estaba, y también su dureza. Me imagino que se debía a mi inexperiencia TOTAL con miembros masculinos, porque a Damián si se lo había tenido que tocar -que no agarrar-, había sido para ayudarlo en la penetración y poco más. Y tampoco se lo había mirado mucho, me daba mucha vergüenza hacerlo, cuando salía de la ducha o se desnudaba para que tuviéramos sexo, siempre miraba para otro lado o apagaba las luces. Por ese motivo, tampoco pude entrar en comparaciones, gracias al cielo.

Pero bueno, tenía que avanzar y no tenía la más mínima idea de cómo masturbar a un hombre. A ver, sabía lo que eran las bases, subir-bajar y poco más. No lo había visto nunca a Damián hacerlo, ni tampoco tenía ninguna referencia, ya que cuando mis amigas tocaban esos temas en el instituto, yo trataba de mandar mi cerebro a algún lugar lejano del universo y me desentendía de la conversación. Y ni hablar de películas pornográficas, término que yo conocía solamente porque en mi casa hablábamos de todas las cosas que teníamos que evitar en el mundo.

Fernando al notar que mi mano estaba fija sin moverse sobre su miembro, colocó la suya que tenía libre sobre la mía que se lo sujetaba, y empezó a marcarme el movimiento que tenía que hacer. Primero fue a un ritmo lento, supongo que para que me fuera acostumbrando, y después fue aumentándolo lentamente, enseñándome también hasta donde era el límite al cual podía llegar su piel. Cuando vio que había captado "las pautas", retiró la mano y me dejó hacerlo sola. No varié nada ni intenté nada diferente, simplemente seguí moviendo mi mano como él lo había estado haciendo. Ahora ya no me masturbaba, porque la posición no nos lo permitía, pero no paramos de besarnos en ningún momento. Estaba claro que lo que mantenía la llama viva en mí era el calor de su boca, me encantaba besarlo, me excitaba demasiado, y cuando lo hacía, sentía que no quería despegarme de él por nada del mundo. Entonces llegó un momento en el que empecé a sentir dolor en la muñeca, supongo que era porque no estaba acostumbrada a ese tipo de meneo, y poco a poco fui bajando el ritmo de la masturbación hasta casi dejar de sujetarle el pene.

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