"El Amigo"

- 23:25 hs. - Damián.

—¡Bueno! ¡Paramos un rato, gandules! ¡En una hora los quiero ver currando de nuevo!

A todos los que estábamos ahí nos tomó por sorpresa el anuncio de Santiago. No llevábamos ni cuatro horas trabajando y ya nos había dado el primer descanso, cosa poco común en él. Pero bueno, no iba a ser yo el que preguntara el motivo, y seguramente tampoco ninguno de mis compañeros.

—¿Vamos a la cafetería? —me preguntó Lau con una sonrisa. Eché un vistazo a la puerta de la oficina y vi que el mismo grupito del día anterior nos estaba esperando.

—¿Jéssica también? Ayer no lo pasó muy bien que digamos —le recordé mientras observaba a la chica nueva.

—Alejandra y yo la convencimos. Es mejor que dejarla aquí solita...

—Está bien. Vamos —respondí finalmente.

Nos reunimos con los demás y nos dirigimos hacia la cafetería. Cabe destacar que Lau y yo trabajábamos en una zona de la oficina y los demás del equipo en otra, por eso no salíamos todos al mismo tiempo en los descansos.

—Qué raro, ¿no? —comentaba Román mientras nos sentábamos en una de las mesas—. Que Santi nos deje descansar sin haber trabajado diez horas seguidas... ¿Tú sabes algo, Aleja?

—Bueno... —dudó al principio—. Os recomiendo que os vayáis acostumbrando, esta no va a ser la última vez...

—¿Qué? —saltamos todos al unísono.

—Pues... parece que Santiago tiene problemas en casa. Su mujer cree que la está engañanando, así que ahora tiene que ir todas las noches a cada para tranquilizarla.

—¿Y es verdad? —preguntó Román—. ¿Le está poniendo los cuernos?

—Yo creo que no... Todas las llamadas que recibe pasan por mí, y nunca he notado nada raro... Y prácticamente no usa el móvil, salvo para hablar con su mujer, claro.

—Entonces la amante trabaja aquí, Alejandra. Blanco y en botella.

—O a lo mejor es que no hay amante, Román —intervine yo.

—Tú es que eres demasiado ingénuo, ya te lo hemos dicho.

—A ver, aunque fuera así, yo no tengo forma de saberlo, porque el tío está todo el día subiendo y bajando por el edificio —aclaró Alejandra.

—De todas formas, ¿quién se querría acostar con Santiago? —dijo Román—. Seamos serios, chicos, es Santiago...

—¿Qué tiene de malo Santiago? —saltó Lau para sorpresa de todos.

—¿Te gusta Santi, picarona? —la incordió Alejandra después de un breve silencio.

—Vaya, Lourditas, no sabía que te iban los maduritos bigotones —se sumó a la burla Román— ¿No serás tú la amante? —añadió, provocando que Lau se sonrojara y se pusiera a la defensiva.

—¿P-Pero qué dicen? ¡No es nada de eso!

—Relájate—rió de nuevo Alejandra—. No hay forma de que una preciosidad como tú se líe con Santiago. Además, yo lo sabría.

—Tampoco te pases —dijo Lau ya un poco más tranquila—. Sólo decía que no todo tiene que pasar por el físico. A lo mejor el hombre tiene sus cualidades.

—Sí, ya. Seguro que las tiene... —conluyó Alejandra.

Quizás para otros podía parecer rara la reacción de Laura, pero para mí no. Santiago era algo así como su padre profesional. Cuando todos los demás le cerraron las puertas para dedicarse a lo que a ella le gustaba, ahí apareció él para darle el puesto y la confianza que necesitaba. Era su salvador. Por eso era entendible que saltara si hablaban mal de él delante de ella.

Ellos siguieron discutiendo, pero yo ya no les seguí el ritmo. Me tomé un momento para descansar la mente y aproveché para admirar la elegante decoración del lugar. Decoración digna de un pub nocturno más que de una cafetería de empresa. Las paredes estaban pintadas de rojo burdeos, las mesas y las sillas eran de madera, y estaban perfectamente barnizadas. La música de ambiente era cálida y sonaba a un volumen moderado. Era, con mucha diferencia, mi lugar favorito del edificio. No quería que el descanso se terminara nunca.

Mientras seguía divagando por mi mundo, me di cuenta de que Cristian no había participado en toda la conversación, cosa que me resultaba rara en él. Tampoco lo había hecho Jéssica, pero de ella me extrañaba menos. Justamente ellos eran los que estaban más cerca de mí en la mesa. Ella estaba sentada a mi derecha en un extremo, y él justo en frente mío. Me quedé un rato mirándolo de reojo. Notaba como, cada tanto, buscaba la atención de Jéssica, ya fuera con miradas o con susurros inaudibles para los demás. Pero ella siempre respondía agachando la cabeza o mirando para otro lado. No sé si la imaginación me jugó una mala pasada o qué, pero me pareció ver que Cristian también reclamaba su atención con movimientos de manos por debajo de la mesa. Y me sorprendió que los demás no se dieran cuenta de eso. Ojo, no era como si a mi me molestara o algo, porque sabía que Cristian no iba nunca a obligarla hacer algo que ella que no quisiera, pero me parecía raro que las chicas no intervinieran. Sobre todo Alejandra, que era la que solía mantenerlo en vereda.

—¡OYE, TÚ! —me gritó justamente ella a viva voz, haciéndome saltar de la silla y provocando que los compañeros de otras mesas se giraran a mirarnos.

—¡Un poquito de urbanidad, Aleja! ¡Por favor! —la regañó Lau.

—Pero es que casi se cae el muchacho... ¿Estabas pensando en tu novia?

—¿Eh? No... Es que tengo sueño... —contesté.

—Pues vete espabilando, porque todavía nos quedan muchas horas aquí dentro —me recordó.

—¿Ya has echado de tu casa al amiguito de tu novia, Damián? —preguntó de pronto Román.

—Ya estamos de vuelta... —se quejó Alejandra.

—Pues no, no lo he echado todavía. Ya les dije que hasta el viernes...

—Pues hasta el viernes pueden suceder muchas cosas... —continuó.

—¿Cosas como cuáles? —le pregunté desafiante.

—No me tires de la lengua, Dami...

—Es que, tío, yo ya te he dicho que no tengo nada que temer.

—¿Tú qué dices, Lucho? —dijo dirigiéndose a Cristian— ¡Lucho!

—¿Qué? Ah, sí, sí... Tienes toda la razón... —le respondió, pero claramente él estaba a lo suyo con la novata.

—Supongo que hoy habrás pasado la tarde con ella, ¿no? —me preguntó Alejandra.

—Sí, almorcé con ella y luego fuimos a la playa.

—¡Ouuu! ¡Qué envidia me dais! Yo desde la adolescencia que no hago ese tipo de cosas...

—¡Discúlpenme! —dijo de pronto Jéssica mientras se levantaba y se iba.

—Qué tía más rara... —dijo Román cuando la vio salir por la puerta—. ¿Qué coño le pasa?

—No tengo ni idea... —respondió Alejandra.

—Déjenla... No va a ser la primera persona con problemas para incluirse en un grupo de gente... —añadió Lau.

—Sí, seguro que es eso...

—Bueno, Dami, ¿cómo van las cosas con tu novia? —habló por fin Cristian. Normal, ya no tenía con qué entretenerse.

—Pero si lo acaba de contar, golfo. Hoy la llevó a almorzar y luego fueron a la playa —le respondió Lau por mí.

—¿Ah, sí? Pues estaría en las nubes, jaja. Pero bueno, me alegro, mientras la tengas contenta no tendrás que preocuparte de su amiguito —añadió.

—Otro más... —me quejé yo. Estaban erre que erre con el temita— Que no tengo nada de qué preocuparme. El tío no sale de la habitación, está todo el día encerrado ahí.

—¿Y tú cómo sabes eso? —insistió Cristian.

—Porque lo he visto yo mismo. O mejor dicho, no lo he visto cuando he ido a casa estos días.

—¿Y si sólo se está escondiendo de ti? —se metió Román

—¿Eh?

—Claro, a lo mejor esas veces llegaste en mal momento y no tuvo más opción que irse a esconder...

—Pues no, Sherlock, porque hoy mismo entré en casa sin que nadie me viera para darle una sorpresa a mi novia y todo estaba en orden.

—¿Tú qué opinas, Laura? —le dijo Cristian—. Todavía no le has dicho nada al chico.

—¿Como que no? —se defendió—. Si ayer le propuse que nos presentara a su novia...

—Me refiero a que todavía no has dicho nada sobre el "amigo" que metió su chica en su casa —aclaró.

—Es que no tengo nada para decir... Si él confía en su novia... entonces no debería haber ningún problema, ¿no? —respondió Lau sin mirarme a la cara en ningún momento.

—Pues yo sigo sin verlo así —volvió a intervenir Román—. El día menos pensado te vas a llevar una sorpresa, compañero.

—Que no, pesado... Salomé no es esa clase de mujer, ella nunca me haría algo como eso. Pongo las manos en el fuego por ella —dije ya un poco cansado del tema, pero con total sinceridad.

—Pues cuidado, porque te puedes quemar hasta los codos...

Diez minutos después y veinte minutos antes de lo esperado, Santiago entró en la oficina a los gritos y tuvimos que volver todos al trabajo.

—¡Les das la mano y te cogen hasta los hombros! ¡A currar, coño! Putos vagos de m****a...

—Pero si has dicho una hora y no han pasado ni cuarenta minutos.

—¡A callar! ¡Ahora vente conmigo que me vas a suministrar café toda la noche!

—¡Pero...!

—¡Ni pero, ni hostias!

Y eso le pasa a los que abren la boca cuando no tienen que hacerlo...

—Me cago en mi vida...

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