¿Me ayudas?

—No sé si está permitido, pero los que quieren conservar su trabajo tienen que acatar las órdenes de arriba. Lamentablemente, es lo que hay.

—Uh, qué cagada... Me imagino que le deben pagar bastante bien para que aguante todo eso, ¿no?

—Sí, bueno, no nos falta de nada, pero para mí no compensa todo el tiempo que le saca.

Zamira me había contado todo lo que había pasado en el trabajo de Damián, desde el fracaso por culpa de la ausencia de mi novio, hasta las consecuencias que eso había traído, y que seguiría trayendo. Igual, no quise entrar en detalles con Fernando, no tenía muchas ganas de hablar del tema.

—¡En fin! ¿Me ayudas a hacer la cena? —dije.

—¿Ayudarte? Disculpame, nena, pero vas a ser vos la que me ayude a mí —decía mientras hacía que se sacudía polvo del hombro.

—¿Perdón? —dije sorprendida.

—Que te voy a mostrar que no estuve al pedo todos estos años. Vení, vamos a ver qué tenés en la despensa. —dijo mientras se levantaba con decisión y se frotaba las manos.

Me sorprendía cómo había cambiado Fernando, ya no sólo físicamente, sino también su manera de pensar. Toda su vida había dicho que las cosas de la casa no eran para él, que él era un espíritu libre y que en el futuro iba a pagarle a alguien para que hiciera esas cosas en su lugar. Pero nada más lejos de la realidad, esa noche, aquél chico que decía que la cocina era cosa de mujeres, hizo un 'Nam Tok' que cualquier chef profesional hubiese envidiado.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Hola?

—Hola, Salo, ¿todo bien por ahí? —preguntó Damián.

—Sí, nene, todo bien. Te estamos esperando para cenar.

—Sí... sobre eso... vayan cenando ustedes, yo me voy a retrasar, no damos a basto por acá. Hasta Santiago está corriendo de un lado para otro, así que imagínate... —dijo bastante resignado.

—No te preocupes, en serio —dije tratando de sonar comprensiva.

—¿Y tú qué tal? ¿Cómo va esa pierna?

—Me pica mucho —dije riéndome—, pero ya casi no siento dolor, ni siquiera cuando apoyo el pie.

—Eso es bueno, pero igual, sigue como hasta ahora, no hagas esfuerzos innecesarios, ¿vale?

—Que sí.

—Bueno, ¿y tu amigo?

—Ahí está. Le cuesta un poco caminar todavía, pero fuerzas no le faltan, si vieras la pedazo de cena que preparó.

—¿Hizo la cena? Mira tú qué bien, al menos está siendo de ayuda —decía mientras suspiraba, lo que me hizo creer que no se había ido del todo tranquilo esa mañana—. ¿Y Zamira? ¿Fue para allá?

—Estuve toda la tarde esperándola para tomar el té, pero no vino.

—Qué raro... Pero bueno, la pobre estuvo toda la semana con nosotros, también querrá hacer un poco su vida.

—Sí, eso mismo pensé, por eso no quise llamarla.

—Sí... En fin, te dejo, que me comen los papeles. Te amo, Salo.

—Yo también te amo, cuídate —me despedí antes de colgar.

Yo ya tenía asumido que los días venideros serían así, pero igualmente no pude evitar sentirme decepcionada. Lógicamente, no quise que Damián lo notara, así que traté de mantener la calma mientras hablaba con él.

Al que no había logrado engañar era a Fernando, mi cara me delataba.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—¿Eh? Sí, ¿por qué? —dije haciéndome la distraída.

—Y... tenés los ojos llenos de lágrimas, Salomé.

—No es nada, Fer... ¡Vamos a comer antes de que se enfríe!

No insistió más. Durante la cena se dedicó a intentar levantarme el ánimo, contándome anécdotas divertidas de sus viajes por Asia, y también recordando más momentos de nuestros días de secundaria.

—¿Te puedo preguntar algo? —dijo mientras fregaba los platos.

—¿El qué? —dije extrañada.

—¿Qué hacías ese día en la calle a las 11 de la noche con la tormenta que había?

La pregunta me cogió por sorpresa, no me acordaba que había hablado con él sobre el accidente por w******p. Esos días, yo estaba hecha un lío y me desahogaba con cualquiera con el que tuviera un poco de confianza. Me sentí como una idiota cuando lo recordé.

—Vos me contaste algo de una rabieta o algo así, pero no me dijiste nada más —prosiguió.

—Vamos a dejarlo así, Fernando, —dije intentando zanjar el asunto—. Ese accidente es algo que quiero olvidar rápido.

—Mi vieja siempre me decía una cosa —añadió—, "los errores del pasado es mejor recordarlos, para no volver a repetirlos".

—Me parece bien, pero yo no quiero recordarlos, ¿vale? —dije al borde del enfado— Además, no creo que sea de tu incumbencia.

—Perdón, me dejé llevar. Como que mi mente asimiló que estaba de nuevo en esos días en los que vos me contabas todo y yo te contaba todo. Disculpame.

No dije nada más, pero sus palabras me hicieron sentir mal. Él había estado tan amable todo el día y me había ayudado con todo, y a la primera que intentó tomar un poquito más de confianza, yo le paré el carro de esa manera.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Dami?

—Hola, Salo, ¿cómo va todo?

—Bien, recién terminamos de cenar. Fernando está fregando los platos.

—Ah, qué bien...

—¿A qué hora vas a venir? Ya son casi las once.

—Llamaba para eso... Nos vamos a quedar toda la noche en la oficina, Salo...

—¿Cómo que toda la noche? —pregunté asustada.

—Creo que ya te contó tu hermana lo que pasó el fin de semana pasado... —dijo con todo el tacto posible— Y esto es sólo el principio...

—Es todo culpa mía, perdóname Damián, perdóname —dije mientras rompía a llorar.

—¡No! ¡No es tu culpa! ¡En serio! —dijo tratando de tranquilizarme— Me contaron que el inversor chino vino con muy poca predisposición, que aceptó negociar con nosotros porque le debía un favor al embajador. En serio, mi amor, tú no tienes la culpa de nada.

—¿Y entonces por qué los hacen quedarse toda la noche trabajando? —pregunté dubitativa.

—Ya sabes cómo son los de arriba, invirtieron mucho dinero en todo este asunto y ahora quieren recuperarlo cuanto antes, no les importa una m****a de nosotros.

—Deja ese trabajo, Damián, ya sé que no quieres que yo...

—Basta, Salomé, por favor —me interrumpió—. Te necesito a mi lado ahora más que nunca.

—Lo siento, es sólo que... Sabes que tienes mi apoyo... —dije ya un poco más calmada— ¿Mañana a qué hora tienes que entrar?

—A las tres de la tarde.

—¿A las tres? ¿Pero vas a venir a casa?

—Si terminamos antes de las seis, sí... Si no, Rabuffetti ya me dijo que puedo quedarme en su casa.

—Está bien, mi amor, no quiero molestarte más.

—Calculo que esta explotación no va a durar mucho más de dos semanas, chiquita. Vamos a superar esto juntos.

—Como siempre, Dami. Te amo.

—Yo también te amo, mi vida. Bueno, me tengo que ir, Santiago está que trina con todo esto, no sé si va a aguantar hasta el final. Cualquier cosa que necesites llámame, en serio, si te empieza a doler la cabeza o la pierna, llámame, y si pasa cualquier otra cosa, llámame también.

—Está bien, no te preocupes, cualquier cosa yo te llamo. Buenas noches.

—Buenas noches...

Tras colgar, me llevé las manos a la cara y me puse a sollozar en silencio, otra vez volvía a tener un montón de cosas en la cabeza. La noche anterior creía tenerlo todo claro, pero al tener a Damián nuevamente lejos de mis brazos, todos los miedos y dudas volvieron a invadir mi corazón.

Quería dormir y no despertar hasta que todo hubiese pasado, así que, sin decir nada, me dispuse a irme a mi habitación. Pero entonces pasó algo que no me esperaba. Cuando me di la vuelta y arranqué hacia mi cuarto, Fernando se acercó por detrás y me dio un abrazo, rodeándome el cuello con ambos brazos y pegando su mejilla a la mía. Me sorprendió tanto que mi reacción fue la de sacármelo de encima como si fuera un bicho.

—¡¿Qué haces?! —exclamé con enfado.

—Pe-Perdoname... es sólo que...

—¿Es sólo que qué? ¿Qué pretendes?

—Lo siento... —dijo descolocado— Antes cuando estabas triste o tenías algún problema, mis abrazos te hacían sentir mejor, así que...

—Otra vez con eso... —lo interrumpí— ¡Éramos unos críos! ¡Esos días no van a volver, Fernando!

—Decí lo que quieras, pero a mí verte triste me sigue molestando lo mismo o más que hace diez años.

Otra vez había vuelto a contestarle mal ante un nuevo intento de él de acercarse un poco más a mí, pero no podía evitarlo, ya que en el fondo no terminaba de acostumbrarme al nuevo Fernando, pero no por él, sino porque no se parecía en nada al chico que había sido mi mejor amigo. El Fernando que yo conocía no tenía pendientes, ni los brazos llenos de tatuajes, ni tampoco esas pintas de macarra y tipo duro, parecía una persona completamente diferente. A pesar de que decidí abrirle las puertas de mi casa, me estaba costando demasiado asimilar que era realmente él.

—Lo siento, Fer —dije tratando de tranquilizarme—. No quiero que te sientas mal, pero, por favor, no vuelvas a hacer algo como eso.

—No te preocupes, ya entiendo cómo son las cosas —dijo mientras me miraba fijamente—. Yo creía que las cosas podían volver a ser como antes entre nosotros, no me refiero a ir caminando agarrados de la mano a todas partes, ni quedarnos abrazados durante horas en el parque, pero me imaginaba que un mínimo de confianza iba a haber. Pero veo que me equivoqué. Evidentemente, nuestra amistad no significó lo mismo para vos que lo que significó para mí.

—No es eso, Fernando, escúchame... —dije sin saber realmente lo que quería decirle.

—No, dejá. Vine a esta casa esperando encontrarme a la que fue mi mejor amiga durante toda mi adolescencia, pero me encontré con una persona completamente diferente. Te agradezco de corazón que vos y tu novio me hayan ayudado, pero mañana mismo me voy.

Luego de decir eso, se metió en el cuarto de baño y yo me quedé en el medio del pasillo con ganas de llorar. Sus palabras me habían afectado, sumado a que todavía tenía fresca la llamada de Damián, me sentía como una verdadera m****a, no hacía más que lastimar a los que me rodeaban.

No sabía qué hacer, porque aunque Fernando saliera del baño dispuesto a hablar, no iba a saber qué decirle, no quería mentirle diciéndole que todo iba a volver a ser como antes, porque yo no me sentía de esa forma, pero tampoco quería que pensara que para mí nuestra amistad no había significado nada.

Echa un mar de dudas, fui a mi habitación y me preparé para dormir, ya hablaría con Fernando al día siguiente. Me puse mi camisón favorito y me metí en la cama. Justo cuando empezaba a auto-arroparme, me acordé de las pastillas para dormir que me había recetado el médico. Me había dicho que era la forma más eficaz de combatir la incomodidad de la escayola. "Estúpida", pensé, la noche anterior me había costado horrores conciliar el sueño.

Me volví a meter en la silla de ruedas y fui al salón nuevamente. Me resultaba muy difícil manejar esa maldita silla, y ya había tenido suficiente ese día como para hacerme mala sangre con eso, así que a medio camino de mi objetivo, me levanté y recorrí el resto saltando en una pata.

Cuando por fin llegué, bañada en sudor y con un dolor punzante en el talón derecho, tomé la pastilla y me dejé caer sobre el sofá. Y mientras pensaba lo que le iba a decir a Fernando el día siguiente, me quedé dormida.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP