Andrea Rojas ha sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años, sin que él sospeche que ella es la niña que lo salvó de ahogarse en su infancia, la misma que ha buscado toda su vida. Todo cambia cuando Valeria se hace pasar por esa niña, y Santiago, engañado, pide el divorcio. Mientras los tramites van en proceso, ellos se enfrentan como rivales en el mundo empresarial, y Santiago comienza a descubrir la verdadera Andrea, despertando sentimientos que creía imposibles. Justo cuando descubre todo y decide luchar por ella, el destino juega su mejor carta. ¿Será capaz Santiago de recuperar el amor de Andrea, o será demasiado tarde?
Leer másLa luz tenue del dormitorio se filtraba entre las cortinas, proyectando sombras suaves en las paredes. La penumbra convertía la habitación en un refugio silencioso, pero mi mente no encontraba descanso. Mi cuerpo aún estaba tenso, atrapado entre la emoción y la incertidumbre del susto de la mañana. Sentía el eco de mi propio latido en las sienes, un recordatorio constante de que algo dentro de mí seguía en estado de alerta.Me pasé la mano por el rostro y exhalé despacio, intentando disipar la sensación de ahogo que me oprimía el pecho. Era absurdo sentirme así, como si estuviera al borde de algo que no lograba comprender del todo. No quería pensar más, pero mi cabeza seguía hilando posibilidades, temores, preguntas sin respuesta.Mis ojos se desviaron hacia la mesita de noche. Tome mi teléfono sin pensarlo demasiado, el frío del dispositivo en mi mano me ancló a la realidad. Mi dedo se deslizó casi por inercia sobre la pantalla hasta encontrar el nombre de Leonardo en la lista de con
El amanecer se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación con tonos cálidos, pero la luz dorada no bastaba para disipar el peso que se aferraba a mi cuerpo. Sentía los párpados pesados, la mente atrapada en una bruma densa de pensamientos inconclusos. Abrí los ojos con lentitud, esperando encontrar algo de alivio en la mañana, pero en su lugar, solo me recibió un agotamiento punzante. Como si la noche no hubiera sido suficiente. Como si arrastrara los días anteriores conmigo.Con un suspiro resignado, me incorporé en la cama y llevé una mano a mi frente. Un leve mareo me recorrió, y cerré los ojos un instante, obligándome a ignorarlo. No era nada. No podía ser nada.Me forcé a levantarme y dirigirme a la cocina, siguiendo una rutina que mi cuerpo conocía de memoria. Me movía en automático, sin detenerme demasiado en lo que sentía. Había aprendido a hacerlo. A seguir adelante incluso cuando todo en mí gritaba lo contrario.Café. Tal vez eso ayudaría.Vertí el líquido oscu
El sol se desvanecía tras el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas de ámbar y carmín, mientras la ciudad despertaba con el titileo intermitente de sus luces. Sin embargo, nada de eso tenía importancia. Desde el asiento del auto, todo se desdibujaba en una neblina de dolor y frustración. El cristal reflejaba mi propio rostro surcado por lágrimas silenciosas, testigos mudas de mi impotencia.No podía permitirme este abandono. No ahora. Tenía que levantarme, tenía que luchar. No importaba cuántas veces hubiera tropezado o cuántas heridas me hubiera causado mi propia ceguera. Si aún existía una oportunidad de enmendarlo, debía aferrarme a ella con todo lo que tenía.Llené mis pulmones de aire en un intento desesperado por recuperar el control. Pasé la manga de mi chaqueta por el rostro, borrando el rastro de lágrimas que ardían en mi piel, y cerré los dedos con firmeza alrededor del volante. No había más tiempo para lamentos. La decisión estaba tomada.Encendí el motor y empecé a con
**SANTIAGO**Piso el acelerador con más fuerza de la necesaria, sintiendo la vibración del auto extendiéndose hasta mis brazos, hasta mi pecho, como si pudiera arrancar de cuajo esta sensación de impotencia que me carcome.Mientras sigo manejando mis dedos se cierran con tal fuerza sobre el volante que los nudillos palidecen. Estoy furioso, sí, pero esa palabra se queda corta. Lo que arde dentro de mí es algo más profundo, una mezcla de angustia y frustración que me consume desde adentro.Andrea confía en él.Aprieto la mandíbula hasta que un latido sordo me retumba en las sienes. Ella no sabe quién es realmente Leonardo. No sabe lo que es capaz de hacer. Ve en él a un socio confiable, un aliado, alguien con quien puede trabajar codo a codo. Y yo… yo no puedo hacer nada sin que parezca que estoy metiéndome donde no me llaman.El pensamiento me revuelve el estómago. No es por orgullo, no esta vez. Se trata de que corre peligro y ni siquiera lo sospecha. Se trata de que me aterra que cu
**VALERIA**El dolor en mis muñecas es lo primero que siento al abrir los ojos. Mis brazos están tensos, la piel arde donde las ataduras han dejado su marca. Intento moverme, pero la cuerda se clava más en mi piel. Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de mi situación.Levanto la cabeza y lo veo. Santiago está de pie frente a mí, con el celular en la mano, mirándome con una expresión que no puedo descifrar del todo. Sus ojos oscuros reflejan una mezcla peligrosa de frialdad y determinación.—¿Disfrutando la vista?Mi tono sale más áspero de lo que pretendía, como si el aire se negara a salir con fluidez de mis pulmones.Santiago no responde de inmediato. En su lugar, inclina lentamente la pantalla del celular hacia mí, con una deliberación casi cruel.Y entonces lo veo."Caída de los Rojas: la red de corrupción llega a su fin. Fraude, lavado de dinero y conexiones peligrosas."No. No. No puede ser.La sangre abandona mi rostro. Un latido ensordecedor retumba en mis oídos. E
**ANDREA**Han pasado varios días desde aquella noche. Desde que mis emociones se convirtieron en un caos imposible de ordenar. Desde que Santiago y yo cruzamos una línea que habíamos pasado años ignorando. Desde que Leonardo me miró de esa manera que aún me atormenta cuando cierro los ojos.Pero el mundo no se detiene porque yo esté confundida. No importa lo que haya pasado, ni lo que siento, ni las preguntas sin respuesta que me atormentan. La vida sigue. Y yo tengo que seguir con ella.El día transcurre en una rutina monótona, pero necesaria. Me aferro al trabajo como un náufrago a un salvavidas, convencida de que, si mantengo mi mente ocupada, podré ahogar el torbellino de emociones que se niegan a abandonarme.Desde el momento en que abro los ojos, siento el peso de la realidad hundiéndose en mi pecho. No me permito pensar demasiado. Me levanto de la cama con movimientos automáticos, casi mecánicos, como si fuera un engranaje más de la rutina que me he impuesto. Una ducha rápida,
El frío de la noche calaba mis huesos, pero no era nada comparado con la sensación helada que se extendía dentro de mí mientras la observaba. Valeria estaba allí, con la barbilla en alto, como si no hubiera hecho nada, como si no acababa de cruzar una línea de la que no había retorno. Su arrogancia seguía intacta, incluso cuando mi mirada la atravesaba como una daga afilada.Inhalé profundamente. La rabia me quemaba la garganta, tensaba mis músculos, instándome a hacer algo que luego lamentaría. Mantener la calma no era fácil.— ¿Vas a hablar o tendré que hacer esto más difícil? —mi voz salió baja, controlada, pero cada palabra llevaba el filo de una amenaza latente.Ella soltó una risa seca, una burla descarada que solo avivó la furia dentro de mí. Ladeó la cabeza, con esa expresión de falsa inocencia que conocía demasiado bien.—Santiago, amor, ¿en serio crees que esto es necesario? —su tono era meloso, casi condescendiente—. Solo cometí un pequeño error… lo hice porque últimamente
**SANTIAGO**La luz del mediodía se filtra por las cortinas, bañando la cama con un resplandor tenue. Su calor choca contra el ardor que aún persiste en mi piel, un eco de la noche que quedó grabado en mi memoria. Respiro hondo, disfrutando de la inusual tranquilidad que me envuelve. No hay prisas, solo la certeza de que ella está aquí, conmigo.Extiendo la mano, buscando su cuerpo, ansioso por atraerla una vez más, por alargar este momento un poco más. Pero el espacio a mi lado está vacío, la sábana fría.Abro los ojos, desconcertado. Paso la palma sobre el colchón, pero no hay rastro de su calor. Como si llevara mucho tiempo fuera de la cama.La sensación de paz se disuelve al instante, reemplazada por una inquietud que se instala en mi pecho. Me incorporo con rapidez, observando la habitación. Todo sigue impregnado con su presencia: su aroma en el aire, la evidencia de nuestra entrega desperdigada por el suelo. Y, sin embargo, ella no está.Me levanto sin pensarlo y camino hacia el
El frío de la mañana me despierta antes de lo esperado. Me remuevo ligeramente, buscando el calor, y entonces lo siento. Algo fuerte, sólido y cálido me envuelve. Es un refugio involuntario, un escudo contra la frialdad de la madrugada.Por un instante, me abandono en esa sensación. Es reconfortante, demasiado. Casi olvido la realidad. Pero cuando mis sentidos se despiertan por completo, el pánico se apodera de mí.Mi respiración se vuelve errática, mi piel se eriza, pero no por el frío. Estoy en la cama de Santiago. En sus brazos.La certeza me golpea como un torrente de agua helada. Mi corazón late con violencia, ahogando cualquier otro sonido en la habitación. Cierro los ojos con fuerza, como si eso pudiera borrar lo que pasó anoche. Como si el simple acto de no mirar pudiera deshacer cada caricia, cada susurro, cada beso que compartimos.Una culpa densa y sofocante se instala en mi pecho, enredándose en mis pensamientos, convirtiéndose en un peso insoportable. Lo que pasó anoche..