**VALERIA**El dolor en mis muñecas es lo primero que siento al abrir los ojos. Mis brazos están tensos, la piel arde donde las ataduras han dejado su marca. Intento moverme, pero la cuerda se clava más en mi piel. Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de mi situación.Levanto la cabeza y lo veo. Santiago está de pie frente a mí, con el celular en la mano, mirándome con una expresión que no puedo descifrar del todo. Sus ojos oscuros reflejan una mezcla peligrosa de frialdad y determinación.—¿Disfrutando la vista?Mi tono sale más áspero de lo que pretendía, como si el aire se negara a salir con fluidez de mis pulmones.Santiago no responde de inmediato. En su lugar, inclina lentamente la pantalla del celular hacia mí, con una deliberación casi cruel.Y entonces lo veo."Caída de los Rojas: la red de corrupción llega a su fin. Fraude, lavado de dinero y conexiones peligrosas."No. No. No puede ser.La sangre abandona mi rostro. Un latido ensordecedor retumba en mis oídos. E
**SANTIAGO**Piso el acelerador con más fuerza de la necesaria, sintiendo la vibración del auto extendiéndose hasta mis brazos, hasta mi pecho, como si pudiera arrancar de cuajo esta sensación de impotencia que me carcome.Mientras sigo manejando mis dedos se cierran con tal fuerza sobre el volante que los nudillos palidecen. Estoy furioso, sí, pero esa palabra se queda corta. Lo que arde dentro de mí es algo más profundo, una mezcla de angustia y frustración que me consume desde adentro.Andrea confía en él.Aprieto la mandíbula hasta que un latido sordo me retumba en las sienes. Ella no sabe quién es realmente Leonardo. No sabe lo que es capaz de hacer. Ve en él a un socio confiable, un aliado, alguien con quien puede trabajar codo a codo. Y yo… yo no puedo hacer nada sin que parezca que estoy metiéndome donde no me llaman.El pensamiento me revuelve el estómago. No es por orgullo, no esta vez. Se trata de que corre peligro y ni siquiera lo sospecha. Se trata de que me aterra que cu
El sol se desvanecía tras el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas de ámbar y carmín, mientras la ciudad despertaba con el titileo intermitente de sus luces. Sin embargo, nada de eso tenía importancia. Desde el asiento del auto, todo se desdibujaba en una neblina de dolor y frustración. El cristal reflejaba mi propio rostro surcado por lágrimas silenciosas, testigos mudas de mi impotencia.No podía permitirme este abandono. No ahora. Tenía que levantarme, tenía que luchar. No importaba cuántas veces hubiera tropezado o cuántas heridas me hubiera causado mi propia ceguera. Si aún existía una oportunidad de enmendarlo, debía aferrarme a ella con todo lo que tenía.Llené mis pulmones de aire en un intento desesperado por recuperar el control. Pasé la manga de mi chaqueta por el rostro, borrando el rastro de lágrimas que ardían en mi piel, y cerré los dedos con firmeza alrededor del volante. No había más tiempo para lamentos. La decisión estaba tomada.Encendí el motor y empecé a con
El amanecer se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación con tonos cálidos, pero la luz dorada no bastaba para disipar el peso que se aferraba a mi cuerpo. Sentía los párpados pesados, la mente atrapada en una bruma densa de pensamientos inconclusos. Abrí los ojos con lentitud, esperando encontrar algo de alivio en la mañana, pero en su lugar, solo me recibió un agotamiento punzante. Como si la noche no hubiera sido suficiente. Como si arrastrara los días anteriores conmigo.Con un suspiro resignado, me incorporé en la cama y llevé una mano a mi frente. Un leve mareo me recorrió, y cerré los ojos un instante, obligándome a ignorarlo. No era nada. No podía ser nada.Me forcé a levantarme y dirigirme a la cocina, siguiendo una rutina que mi cuerpo conocía de memoria. Me movía en automático, sin detenerme demasiado en lo que sentía. Había aprendido a hacerlo. A seguir adelante incluso cuando todo en mí gritaba lo contrario.Café. Tal vez eso ayudaría.Vertí el líquido oscu
La luz tenue del dormitorio se filtraba entre las cortinas, proyectando sombras suaves en las paredes. La penumbra convertía la habitación en un refugio silencioso, pero mi mente no encontraba descanso. Mi cuerpo aún estaba tenso, atrapado entre la emoción y la incertidumbre del susto de la mañana. Sentía el eco de mi propio latido en las sienes, un recordatorio constante de que algo dentro de mí seguía en estado de alerta.Me pasé la mano por el rostro y exhalé despacio, intentando disipar la sensación de ahogo que me oprimía el pecho. Era absurdo sentirme así, como si estuviera al borde de algo que no lograba comprender del todo. No quería pensar más, pero mi cabeza seguía hilando posibilidades, temores, preguntas sin respuesta.Mis ojos se desviaron hacia la mesita de noche. Tome mi teléfono sin pensarlo demasiado, el frío del dispositivo en mi mano me ancló a la realidad. Mi dedo se deslizó casi por inercia sobre la pantalla hasta encontrar el nombre de Leonardo en la lista de con
**ANDREA**Camino por el pasillo amplio y silencioso de nuestra casa, una mansión más grande de lo necesario, fría como nuestro matrimonio. Las paredes están decoradas con un minimalismo impersonal, como si alguien hubiese contratado a un decorador con la única instrucción de que eliminara cualquier rastro de calidez. Cada rincón parece gritar que aquí no hay lugar para mí, como si fuese una intrusa en mi propia vida.He sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años. Tres largos años en los que él apenas ha notado mi presencia. Desde el principio, nuestro matrimonio fue un acuerdo más que una unión. Dormimos en habitaciones separadas; las de él son amplias y lujosas, en cambio yo prefiero que las mías sean prácticas y sobre todo que estén apartadas. Él solo aparece para desayunar, y algunas noches duerme aquí, aunque nunca conmigo. En el fondo, esta casa es más su escondite que un hogar compartido. Lo veo tan poco que a veces me pregunto si realmente vivimos bajo el
Me despierto con la iluminación de un sorprendente sol que atraviesa las cortinas de mi habitación. El contraste con el cielo gris de la tormenta de ayer me recuerda que hoy todo parece más claro, más despejado, como mi mente y mi corazón. Una sensación de determinación se instala en mí mientras me incorporo y dirijo hacia el baño.El agua caliente del duchazo me envuelve, como si lavara no solo mi cuerpo sino también los restos de la angustia de la noche anterior. Mi mente repasa las decisiones que debo tomar. Hoy todo cambiará. Mientras me alisto, tomo mi teléfono y grabo un mensaje de voz para mi asistente:—Anastasia, informa que he vuelto de mis vacaciones. Quiero que todo esté listo para mi llegada esta mañana. Gracias.La respuesta llega minuto después:—Señorita Rojas, ya todo está preparado. El equipo está al tanto y esperan su llegada.Sonrío levemente al escucharla. Esa confirmación me llena de energía. Camino hacia mi armario, donde una variedad de trajes elegantes y sobri
**SANTIAGO**El dolor de cabeza es insoportable, como un tambor constante que no deja de resonar en mi mente. Anoche no dormí ni un segundo. Me quedé atrapado en mis pensamientos, girando en un remolino de arrepentimientos por decisiones pasadas, dudas que no tienen respuesta, y el futuro que intento construir pero que, en este momento, parece una figura borrosa en la distancia.Estoy sentado en el sillón de mi despacho, el lugar donde me desplomé esta mañana, vencido por el cansancio y el insomnio. Mis ojos arden, pero lo peor es este mareo que me invade cuando intento levantarme. Apoyo las manos en el escritorio, buscando estabilidad, pero no el encuentro ni en mi cuerpo ni en mi mente. Esta migraña no cede, como si fuera un castigo por todo lo que llevo acumulando dentro. Me dejo caer de nuevo en la silla, incapaz de ignorar el peso de mis propios pensamientos.Andrea. Su nombre me golpea como un eco en la cabeza. Desde que conocí a Andrea en la universidad, supe que había algo en