Volviendo al control

Me despierto con la iluminación de un sorprendente sol que atraviesa las cortinas de mi habitación. El contraste con el cielo gris de la tormenta de ayer me recuerda que hoy todo parece más claro, más despejado, como mi mente y mi corazón. Una sensación de determinación se instala en mí mientras me incorporo y dirijo hacia el baño.

El agua caliente del duchazo me envuelve, como si lavara no solo mi cuerpo sino también los restos de la angustia de la noche anterior. Mi mente repasa las decisiones que debo tomar. Hoy todo cambiará. Mientras me alisto, tomo mi teléfono y grabo un mensaje de voz para mi asistente:

—Anastasia, informa que he vuelto de mis vacaciones. Quiero que todo esté listo para mi llegada esta mañana. Gracias.

La respuesta llega minuto después:

—Señorita Rojas, ya todo está preparado. El equipo está al tanto y esperan su llegada.

Sonrío levemente al escucharla. Esa confirmación me llena de energía. Camino hacia mi armario, donde una variedad de trajes elegantes y sobrios cuelgan impecables. Hoy elijo algo que no solo refleja mi confianza, sino que también realza mi figura. Opto por un vestido entallado color esmeralda que cae justo por debajo de la rodilla, con un cinturón dorado que acentúa mi cintura. Lo acompaño con tacones de aguja beige y un collar delicado que agrega un toque sofisticado. Al mirarme en el espejo, casi no reconozco a la mujer que he sido los últimos tres años. Ahora, veo a la Andrea segura y decidida que siempre estuvo allí, esperando para resurgir.

El reloj en mi tocador indica que Santiago ya debe estar en su empresa, como de costumbre. Bajo las escaleras y encuentro a Clara en la cocina. Su figura familiar, con su cabello casi canoso y ojos sabios, se mueve con gracia mientras prepara el desayuno. Clara ha sido mi nana desde que era una niña, y ahora es la única presencia cálida en esta casa fría. Desde hace tres años, viene todas las mañanas para ayudar con pequeñas tareas domésticas y se marcha antes del atardecer.

—Mi niña, ¿desea que le prepare un jugo? —pregunta desde la cocina, su voz dulce y tranquila resonando en el vacío.

—Por favor, nana. Lo necesito.

Mientras espero, me siento en el banco cerca de la barra y la observo trabajar. Mi nana se mueve con una soltura natural, como si flotara en lugar de caminar. Su presencia me transporta a recuerdos de mi niñez, cuando sus manos amorosas y palabras sabias llenaban mis días de calidez. Pero incluso con ella aquí, la soledad persiste.

Cuando coloca el jugo en la mesa, su mirada se fija en mí con preocupación.

—Mi niña, su esposo est… —su voz se detiene cuando mi teléfono suena.

Lo tomo y contesto. Y en un susurro le digo un momento por favor.

—¡Hola, Anastasia! ¿Algo urgente?

—Señorita Rojas, confirmo la reunión con el secretario del nuevo socio a las once. Está ansioso por hablar sobre el nuevo proyecto.

—Perfecto, Anastasia. Gracias por organizarlo. Llegaré a tiempo.

Cuelgo y dirijo mi atención a Clara, que me mira expectante.

—Nana, a partir de ahora todo lo relacionado con Santiago ya no es de mi incumbencia. Vamos a divorciarnos.

La sorpresa cubre su rostro.

—¿Qué pasó, mi niña? Usted lo ha dado todo por él.

Me quedo en silencio por un momento, llevando mis dedos a los labios. Luego me acerco y le doy un beso en la frente.

—Las cosas han cambiado. Nadie debe saber lo que he hecho por él, nana. Todo volverá a ser como antes de casarme.

Mi nana asiente, aunque sus ojos reflejan una mezcla de tristeza y preocupación.

—Bueno, me voy. Me están esperando. Nana mañana podrás ir al departamento que tengo necesito hacer algunos cambios para mudarme lo antes posible. Cuídate, nana.

—Siempre, mi niña. tu también.

Tomo las llaves de mi auto en la cochera y salgo rumbo a mi compañía, Ardent Rise Construction. Mientras conduzco, el camino despejado y el cielo azul refuerzan mi renovado propósito. Al llegar al edificio, la fachada moderna de vidrio y acero refleja la solidez de todo lo que he construido.

En la entrada, Anastasia me recibe con una sonrisa profesional.

—Señorita Rojas, me alegra que este de regreso, todos la esperan en la sala de juntas.

Camino con paso firme hacia el ascensor, sintiendo cómo cada mirada de mis empleados me reconoce como la líder que soy. En la sala de juntas, el equipo está reunido, y al entrar, las conversaciones cesan.

—Buenos días. Gracias por estar aquí. Antes de empezar, quiero dejar algo claro: estoy de vuelta, y esta vez no me detendré ante nada. Tenemos grandes metas por delante, y cuento con todos ustedes para lograrlas.

Las miradas de admiración y respeto me llenan de energía mientras inicio la reunión. Durante las siguientes dos horas, repasamos estrategias, proyectos y objetivos. Hacemos un análisis detallado de nuestras metas, y menciono una prioridad clave:

—Recuerden, Benavides Company siempre busca adelantarse. Nosotros no solo seremos mejores; seremos los primeros. Quiero que todos los proyectos se ejecuten impecablemente y que no quede margen de error.

Uno de los ingenieros asiente.

—Está claro, señorita Rojas. Nuestros planes actuales nos ponen en ventaja, pero debemos mantenernos firmes.

—Exacto —respondo—. Cada detalle importa. Si trabajamos juntos, este año será nuestro mejor logro.

Anastasia, siempre impecable y atenta a cada detalle, me acompaña por el pasillo hasta la sala de reuniones privadas. El suave tintineo de sus tacones sobre el suelo de mármol resuena, marcando el ritmo de mis pensamientos.

Al cruzar la puerta, me recibe un hombre de aspecto profesional, vestido con un impecable traje gris. Su sonrisa cortés y su postura denotan una mezcla de respeto y eficiencia. Es el secretario del nuevo socio.

—Buenos días, señorita Rojas. Antes que nada, mi jefe me ha pedido expresarle su profunda admiración por su trabajo —dice con tono sereno, pero firme—. Está fascinado con lo que ha logrado en su carrera y está deseoso de colaborar pronto con usted. Le traigo los primeros documentos para que puedan revisarlos y proceder con las firmas correspondientes.

Me extiende una carpeta de cuero negro perfectamente organizada. Tomo los documentos mientras está sentado con una sonrisa de agradecimiento.

—Gracias. Es un placer trabajar con alguien que valora la excelencia —respondo, mirando al secretario con confianza—. ¿Cuándo podré conocerlo en persona?

El hombre ajusta levemente su corbata antes de responder con cortesía.

—Está concluyendo unos asuntos importantes fuera de la ciudad, pero estará aquí muy pronto. Me aseguraré de transmitirle sus palabras.

Nos despedimos con un apretón de manos firmes, un gesto que sellaba el inicio de lo que promete ser un proyecto cargado de posibilidades. Mientras el secretario se aleja, cierre la carpeta con cuidado, sintiendo que cada página representa una nueva oportunidad para avanzar.

Más tarde, me dirijo a la casa de mis padres. Mientras camino hacia la puerta, mi corazón tarde con fuerza y ​​mis pensamientos se entrelazan en un torbellino de emociones. Cuando toco el timbre, la familiaridad del lugar y el cálido sonido de la voz de mi madre al abrir la puerta me reconfortan ligeramente. "¡Hija, qué sorpresa!", exclama con una sonrisa, mientras me envuelve en un abrazo que huele a hogar. Mi padre aparece detrás de ella, con la misma mirada tranquila que siempre me ha transmitido seguridad.

Nos sentamos en la sala, rodeados de muebles que han sido testigos de tantos momentos familiares. Ellos me preguntan cómo estoy, notando quizás un destello de preocupación en mi rostro. Me tomo un instante para reunir el valor y, con voz pausada, comienzo: "Necesito contarles algo importante... Santiago y yo hemos decidido divorciarnos".

La habitación parece detenerse por un momento. Mi madre deja de acariciar el borde de su taza de té y sus ojos se llenan de sorpresa y preocupación. "¿Divorciarse? ¿Qué ha pasado, hija?" pregunta suavemente, mientras mi padre se inclina hacia adelante con el ceño fruncido, mostrando interés, pero sin interrumpir.

Les explico, con calma y honestidad, cómo hemos llegado juntos a esa decisión, asegurándoles que no ha sido fácil, pero que es lo mejor para ambos. Mi madre me escucha atentamente, sus ojos húmedos, mientras de vez en cuando asiente para mostrarme que comprende. Mi padre se mantiene en silencio por unos minutos, procesando lo que acaba de decir. Luego, toma una profunda bocanada de aire y dice: "Si esto es lo que tú sientes que es correcto, entonces aquí estamos para ti. Siempre lo estaremos".

Mi madre, aún conmovida, me toma de las manos y me dice: "Sabes que te queremos, ¿verdad? No importa lo que pase, siempre serás nuestra hija y siempre tendrás un lugar aquí". Sus palabras me envuelven con una calidez que no esperaba, y un nudo en mi garganta comienza a deshacerse.

Cuando llega el momento de despedirme, ambos me abrazan con fuerza, como si quisieran transmitirme toda su fortaleza. Al cruzar la puerta, siento que el peso en mi pecho se ha aligerado. El alivio de haber compartido mi verdad con ellos me da una sensación de paz que hacía mucho tiempo no experimentaba.

De regreso en casa, abro la puerta y mientras camino hacia mi habitación, perdida en pensamientos, cuando algo me hace detenerme. Una presencia, mi corazón da un vuelco, y me giro lentamente hacia el comedor.

 Me cuesta creer lo que veo. En el comedor, Santiago está sentado cenando, algo que no había ocurrido en años. El cuchillo y el tenedor se colocan a un costado del plato y Santiago levanta la vista, sus ojos se encuentran con los míos, y sin prisa, dice en voz baja:

—Buenas noches, Andrea.

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