El restaurante estaba bañado en una luz tenue y cálida, lo suficientemente acogedor como para envolver cada mesa en una burbuja de intimidad. El murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas llenaban el aire con un ritmo cómodo, casi hipnótico. Me acomodé en mi asiento con la espalda recta y la barbilla en alto, deslizando los dedos alrededor del tallo de mi copa de vino con estudiada calma. Inhalé suavemente, dejando que la familiaridad de este entorno me envolviera. Había olvidado lo reconfortante que era sentirme así: en control.Pero entonces, nuestros ojos se cruzaron.Santiago.Su porte impecable, como siempre, pero su mirada... su mirada lo delataba. Esa tensión apenas disimulada, el ligero endurecimiento de su mandíbula, la rigidez en sus hombros. No me había esperado. No me había querido encontrar. Y eso hizo que mi sonrisa se afilara apenas un poco.Valeria, completamente ajena a la corriente eléctrica que se había instalado entre nosotros, se inclinó con su entu
**SANTIAGO**Valeria me había sorprendido hoy en la oficina, emocionada porque había encontrado un restaurante nuevo y quería que cenáramos allí. Acepté sin pensar demasiado en ello, sin imaginar que me encontraría con ella.Ahora estoy sentado en la mesa, con el eco de aquella sorpresa aún resonando en mi cabeza. Andrea. Su silueta se aleja con paso firme, desapareciendo entre la multitud del restaurante. Exhalo despacio, tratando de deshacerme de este peso incómodo en el pecho. Es extraño, verla después de tanto tiempo… Mi ex esposa. O, mejor dicho, mi esposa, porque aún no estamos oficialmente divorciados.En estos días que han pasado desde nuestra última conversación o mejor dicho discusión, algo en ella ha cambiado. Ya no es la mujer que solía conocer. Antes, cuando nuestros caminos se cruzaban, su mirada tenía un atisbo de esperanza, como si aún esperara algo de mí. Pero ahora… ahora es diferente. Sus ojos ya no me buscan de la misma manera. Hay una distancia que no estaba antes
El dolor punzante en mi cabeza es lo primero que siento al despertar. Mis párpados pesan como si llevaran horas cerrados y mi cuerpo se siente rígido. Me incorporo lentamente y un suspiro áspero escapa de mis labios. No hace falta mirar a mi alrededor para recordar la noche anterior. La botella de whisky vacía en la mesa es suficiente prueba de mi insomnio. Frente a mí, el cuadro de nuestra boda sigue colgado en la pared, con esa imagen congelada de Andrea sonriendo, como si se burlara de mi estado actual.Me paso una mano por el rostro. ¿Qué demonios me está pasando? Yo decidí esto. Yo fui quien quiso que Andrea saliera de mi vida.Me levanto con dificultad, sintiendo el mareo golpearme por la resaca. Camino al baño y me detengo frente al espejo. El reflejo que me devuelve no es el del hombre impecable y seguro de sí mismo que suelo ser. Mi cabello está desordenado, mis ojos enrojecidos y la sombra de una pequeña barba desaliñada cubre mi mandíbula. Exhalo con frustración. No puedo s
El peso del silencio se hace insoportable mientras veo a mi abuela acercarse a mí. Su expresión es dura, su mirada, llena de decepción. Me niego a dejar que esto se descontrole más de lo que ya lo ha hecho. Tomo mi teléfono y marco rápidamente al chofer de la familia.—Lleva a la abuela de regreso a la mansión de mis padres —ordeno con un tono que no admite discusión.Ella me lanza una última mirada severa antes de salir por la puerta.—Espero que esto sea un error, Santiago. Te voy a estar esperando en la mansión para una explicación —dice con un tono que me hace sentir como un niño al que acaban de reprender.Antes de cruzar la puerta, su mirada se posa en Valeria. Fría, despectiva. No necesito palabras para entender lo que piensa de ella. Aprieto los puños. No es el momento para esto.Miro a Valeria, que está parada junto a mí con una sonrisa nerviosa. Tomo su mano y la guío al interior de la casa.—Pasa, tenemos que hablar —le digo, sintiendo la tensión acumulada en mi cuerpo.Mie
Leonardo y yo salimos del edificio, y al instante el chofer abre la puerta del auto para que subamos. Me acomodo en el asiento del copiloto mientras él toma el del volante. No esperaba que él mismo condujera, pero no hago ningún comentario al respecto. El trayecto es tranquilo, pero sé que su mente está tan activa como la mía.—Te gustará este lugar. Es exclusivo y muy discreto —comenta, desviando la mirada hacia mí por un breve instante.Me limito a asentir. No suelo aceptar este tipo de invitaciones con clientes, pero hay algo en Leonardo que me intriga. No solo por su propuesta de negocios, sino porque su interés en mí parece ir más allá del ámbito profesional.Al llegar al restaurante, un valet nos recibe con eficiencia impecable y nos conduce a una mesa en un rincón apartado, lejos del bullicio. El lugar desprende una elegancia sutil, con luces cálidas que resaltan la madera oscura y reflejan reflejos dorados en las copas de cristal. Cada detalle ha sido cuidadosamente pensado pa
**SANTIAGO**La discusión con Andrea sigue sonando en mi cabeza mientras espero en el estacionamiento. Me acomodo en el asiento del auto, apoyando la cabeza en el respaldo y cerrando los ojos por un momento. Su voz sigue repitiéndose en mi mente, especialmente sus palabras sobre su empresa. ¿Desde cuándo Andrea tiene una empresa? ¿Cómo es que nunca supe nada de esto?La frustración crece dentro de mí. Desde que le pedí el divorcio, no puedo reconocer a la mujer que ha estado a mi lado todo este tiempo. Es como si se hubiera convertido en alguien completamente diferente, alguien inalcanzable. Apretando los puños, respiro hondo y me obligo a mantener la calma. No me iré sin obtener respuestas.Pasan cerca de treinta minutos y, finalmente, la veo salir del restaurante. Camina erguida, sonrisa relajada… y al lado de ella, ese hombre. Leonardo. La rabia que había contenido comienza a crecer como lava de un volcán cuando lo veo abrirle la puerta del auto con una actitud caballerosa. Ella si
**ANDREA**El sonido del grito de la madre de Santiago me paraliza por un instante. Mi corazón se acelera, y aunque mi instinto me dice que simplemente siga caminando y me aleje de esa casa de una vez por todas, mis pies no obedecen. Me doy la vuelta y entro de nuevo a la mansión con el pecho oprimido por una sensación que no puedo ignorar.—¡Suegra, por Dios! —La voz de la madre de Santiago resuena en la sala.Mis ojos se dirigen al suelo, y el aire abandona mis pulmones cuando veo a la abuela desplomada, su figura frágil tendida en la alfombra con los ojos cerrados.—¡Llamen a una ambulancia! —grito sin dudarlo, corriendo hacia ella.Me arrodillo a su lado y le tomo la mano, que se siente fría y débil entre las mías. Mi mente trabaja rápido, repasando lo que sé de su salud. Ella siempre fue fuerte, pero la edad y la presión emocional de lo que acaba de suceder debieron haber sido demasiado.—Abuela… abuela, ¿puedes escucharme? —susurro, sintiendo un nudo en la garganta.Santiago est
**VALERIA**Entro a mi departamento y cierro la puerta de un golpe. Mi respiración es agitada, mi cuerpo tiembla de pura frustración. Aprieto los puños hasta que mis uñas se clavan en la piel. Todo está saliéndose de control. Santiago está distante, Andrea sigue demasiado cerca y, lo peor de todo, los papeles del divorcio siguen sin ser firmados.Camino de un lado a otro, mi mente trabajando a mil por hora. No puedo permitir que todo lo que he construido se derrumbe. Me miro en el espejo del recibidor, mi reflejo me devuelve una imagen de furia pura, mis ojos inyectados en rabia, mi pecho subiendo y bajando con rapidez.—No puedo perderlo… —susurro con los dientes apretados.Tomo aire y trato de calmarme, pero la ira me consume. Arrojo el florero de la mesa contra la pared, escucho el cristal romperse en mil pedazos y eso me da un fugaz alivio. Pero no es suficiente. Me quito los tacones con rabia y los lanzo, uno golpea la lámpara, la otra choca contra el sofá. Camino hasta la cocina