Leonardo y yo salimos del edificio, y al instante el chofer abre la puerta del auto para que subamos. Me acomodo en el asiento del copiloto mientras él toma el del volante. No esperaba que él mismo condujera, pero no hago ningún comentario al respecto. El trayecto es tranquilo, pero sé que su mente está tan activa como la mía.—Te gustará este lugar. Es exclusivo y muy discreto —comenta, desviando la mirada hacia mí por un breve instante.Me limito a asentir. No suelo aceptar este tipo de invitaciones con clientes, pero hay algo en Leonardo que me intriga. No solo por su propuesta de negocios, sino porque su interés en mí parece ir más allá del ámbito profesional.Al llegar al restaurante, un valet nos recibe con eficiencia impecable y nos conduce a una mesa en un rincón apartado, lejos del bullicio. El lugar desprende una elegancia sutil, con luces cálidas que resaltan la madera oscura y reflejan reflejos dorados en las copas de cristal. Cada detalle ha sido cuidadosamente pensado pa
**SANTIAGO**La discusión con Andrea sigue sonando en mi cabeza mientras espero en el estacionamiento. Me acomodo en el asiento del auto, apoyando la cabeza en el respaldo y cerrando los ojos por un momento. Su voz sigue repitiéndose en mi mente, especialmente sus palabras sobre su empresa. ¿Desde cuándo Andrea tiene una empresa? ¿Cómo es que nunca supe nada de esto?La frustración crece dentro de mí. Desde que le pedí el divorcio, no puedo reconocer a la mujer que ha estado a mi lado todo este tiempo. Es como si se hubiera convertido en alguien completamente diferente, alguien inalcanzable. Apretando los puños, respiro hondo y me obligo a mantener la calma. No me iré sin obtener respuestas.Pasan cerca de treinta minutos y, finalmente, la veo salir del restaurante. Camina erguida, sonrisa relajada… y al lado de ella, ese hombre. Leonardo. La rabia que había contenido comienza a crecer como lava de un volcán cuando lo veo abrirle la puerta del auto con una actitud caballerosa. Ella si
**ANDREA**El sonido del grito de la madre de Santiago me paraliza por un instante. Mi corazón se acelera, y aunque mi instinto me dice que simplemente siga caminando y me aleje de esa casa de una vez por todas, mis pies no obedecen. Me doy la vuelta y entro de nuevo a la mansión con el pecho oprimido por una sensación que no puedo ignorar.—¡Suegra, por Dios! —La voz de la madre de Santiago resuena en la sala.Mis ojos se dirigen al suelo, y el aire abandona mis pulmones cuando veo a la abuela desplomada, su figura frágil tendida en la alfombra con los ojos cerrados.—¡Llamen a una ambulancia! —grito sin dudarlo, corriendo hacia ella.Me arrodillo a su lado y le tomo la mano, que se siente fría y débil entre las mías. Mi mente trabaja rápido, repasando lo que sé de su salud. Ella siempre fue fuerte, pero la edad y la presión emocional de lo que acaba de suceder debieron haber sido demasiado.—Abuela… abuela, ¿puedes escucharme? —susurro, sintiendo un nudo en la garganta.Santiago est
**VALERIA**Entro a mi departamento y cierro la puerta de un golpe. Mi respiración es agitada, mi cuerpo tiembla de pura frustración. Aprieto los puños hasta que mis uñas se clavan en la piel. Todo está saliéndose de control. Santiago está distante, Andrea sigue demasiado cerca y, lo peor de todo, los papeles del divorcio siguen sin ser firmados.Camino de un lado a otro, mi mente trabajando a mil por hora. No puedo permitir que todo lo que he construido se derrumbe. Me miro en el espejo del recibidor, mi reflejo me devuelve una imagen de furia pura, mis ojos inyectados en rabia, mi pecho subiendo y bajando con rapidez.—No puedo perderlo… —susurro con los dientes apretados.Tomo aire y trato de calmarme, pero la ira me consume. Arrojo el florero de la mesa contra la pared, escucho el cristal romperse en mil pedazos y eso me da un fugaz alivio. Pero no es suficiente. Me quito los tacones con rabia y los lanzo, uno golpea la lámpara, la otra choca contra el sofá. Camino hasta la cocina
**ANDREA**El ambiente en la habitación se carga de tensión con la mirada inquisitiva de la abuela sobre Valeria. Esa mujer no se inmuta, pero puedo notar cómo su sonrisa se tensa por un breve instante. Yo, en cambio, me obligo a respirar hondo y contener la rabia que me quema por dentro.—No tienes derecho de estar aquí —digo con voz firme, sin apartar la mirada de su rostro cínico.Valeria suelta una risa forzada y se cruza de brazos.—Ay, querida prima, creo que no entiendes… Santiago me necesita a su lado, y si estoy aquí es porque tengo todo el derecho. Ya deberías acostumbrarte.La audacia de sus palabras me desborda. Aprieto los puños hasta que mis uñas se clavan en mi palma. La abuela, que sigue atenta, mueve la cabeza con un gesto de desaprobación.—Siempre supe que la ambición es peligrosa… —murmura la anciana con voz rasposa, y sus ojos se fijan en Valeria—. Pero lo que tú tienes no es ambición, es descaro.Valeria le sonríe como si nada.—Oh, abuela, qué cruel… Solo quiero
La voz del presentador resuena en el gran salón, captando la atención de todos los presentes. —Damas y caballeros, ahora que todos los participantes han llegado, procederemos a escuchar las propuestas de cada empresa concursante.Uno a uno, cada representante avanza hacia la mesa central con seguridad, exponiendo sus planes; desplegando sus estrategias con discursos bien ensayados y argumentos calculados. Algunos se apoyan en gráficos impresionantes, otros en cifras prometedoras. La competencia es feroz, y cada presentación parece elevar aún más la expectativa.Cuando llega el turno de Santiago, él se levanta con aplomo y se acerca a la mesa con paso firme. Su discurso es claro, meticuloso, con la confianza de alguien que conoce el mercado a la perfección. Los jueces asienten con interés, y algunos miembros de la audiencia murmuran en aprobación. Su propuesta es fuerte, pero yo no me permito distraerme.Entonces, finalmente, me llaman.Respiro hondo, ajusto un mechón de cabello detrás
SANTIAGODías atrásEl silencio de la casa me golpea en cuanto cruzo la puerta. Demasiado grande, demasiado vacía. El eco de la discusión con Andrea en el hospital sigue presente en mi cabeza, como un martilleo constante. Aún puedo ver su rostro furioso, su mirada desafiante, el desprecio en sus palabras. Me paso una mano por el cabello y exhalo con frustración.Voy directo al estudio, buscando algo que me distraiga, pero en cuanto enciendo la luz, mis ojos caen sobre el sobre grueso sobre el escritorio.Los papeles del divorcio.Camino hacia ellos con un peso en el pecho que no entiendo. Los recojo y los abro con calma, hojeando cada página. Al llegar a la parte de la división de bienes, una sensación extraña me recorre. Andrea no pide nada. Ni un solo centavo. Ni siquiera acciones de mi empresa. Absolutamente nada.Frunzo el ceño. No es normal. No es lo que cualquier persona haría en su lugar. La Andrea que yo creía conocer nunca habría renunciado así. Siempre pensé que quería parte
El estruendo de los aplausos aún suena en mis oídos cuando bajo del escenario con pasos medidos. Mantengo una expresión neutral, imperturbable, pero por dentro, una tormenta se agita en mi pecho. La diferencia de puntuación entre Andrea y yo me pesa más de lo que quiero admitir. He sido superado. No solo en números, sino en presencia, en impacto. Y la persona que lo logró es nada más y nada menos que mi esposa.Los murmullos de los asistentes son una sinfonía de comentarios y felicitaciones. Algunos se acercan, me dan palmadas en la espalda, mencionan lo reñida que está la competencia. Otros intentan animarme con palabras vacías sobre el prestigio de mis logros y el respeto que inspiro.Pero todo me resbala; porque mi mente está en otro lado. En mi esposa.Con cada paso que doy entre los invitados, la observo en la periferia de mi visión. No debería, pero lo hago. Su postura erguida, la seguridad con la que se mueve entre los asistentes, la forma en que su sonrisa encantadora parece a