Ya estoy perdido

El estruendo de los aplausos aún suena en mis oídos cuando bajo del escenario con pasos medidos. Mantengo una expresión neutral, imperturbable, pero por dentro, una tormenta se agita en mi pecho. La diferencia de puntuación entre Andrea y yo me pesa más de lo que quiero admitir. He sido superado. No solo en números, sino en presencia, en impacto. Y la persona que lo logró es nada más y nada menos que mi esposa.

Los murmullos de los asistentes son una sinfonía de comentarios y felicitaciones. Algunos se acercan, me dan palmadas en la espalda, mencionan lo reñida que está la competencia. Otros intentan animarme con palabras vacías sobre el prestigio de mis logros y el respeto que inspiro.

Pero todo me resbala; porque mi mente está en otro lado. En mi esposa.

Con cada paso que doy entre los invitados, la observo en la periferia de mi visión. No debería, pero lo hago. Su postura erguida, la seguridad con la que se mueve entre los asistentes, la forma en que su sonrisa encantadora parece a
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