**SANTIAGO**
El dolor de cabeza es insoportable, como un tambor constante que no deja de resonar en mi mente. Anoche no dormí ni un segundo. Me quedé atrapado en mis pensamientos, girando en un remolino de arrepentimientos por decisiones pasadas, dudas que no tienen respuesta, y el futuro que intento construir pero que, en este momento, parece una figura borrosa en la distancia.
Estoy sentado en el sillón de mi despacho, el lugar donde me desplomé esta mañana, vencido por el cansancio y el insomnio. Mis ojos arden, pero lo peor es este mareo que me invade cuando intento levantarme. Apoyo las manos en el escritorio, buscando estabilidad, pero no el encuentro ni en mi cuerpo ni en mi mente. Esta migraña no cede, como si fuera un castigo por todo lo que llevo acumulando dentro. Me dejo caer de nuevo en la silla, incapaz de ignorar el peso de mis propios pensamientos.
Andrea. Su nombre me golpea como un eco en la cabeza. Desde que conocí a Andrea en la universidad, supe que había algo en ella que me resultaba familiar. Por un tiempo, creí que podía ser la niña que me salvó en mi infancia, y esa idea me llevó a confundir lo que sentía por ella con algo más profundo. Me casé creyendo que era amor, pero ahora sé que fue un error.
Tres años han pasado desde ese día, y la ilusión se ha ido desmoronando poco a poco, ya que oficialmente nunca hemos convivido como marido y mujer, y no entiendo porque nunca quise estar en esta casa. Cuando apareció Valeria, todo cambió. Sus ojos me devolvieron una sensación que había olvidado, y supe que era la pieza que me faltaba. Ella no solo se parecía a la niña que recordaba, estoy seguro de que es ella.
Y entonces llegó la culpa, arrasando con todo. Me di cuenta de que había proyectado mis esperanzas y mis recuerdos en Andrea, confundiendo lo que sentía por ella con lo que en realidad buscaba.
Valeria es la persona que he estado buscando toda mi vida. Para estar con ella, he tomado una decisión...
Pedirle el divorcio a Andrea, al principio no sabía cómo decirle, pero cuando lo hice, ella lo aceptó sin resistencia. Pero su aceptación me desconcertó. Sin embargo, no puedo evitar pensar que es lo mejor para los dos.
Hoy he decidido no ir a trabajar. Mi cabeza no me lo permite, y mi despacho se siente como el único lugar donde puedo refugiarme. Mientras intento, aunque sea dormir un poco, escucho pasos. Al levantar la vista, veo Andrea cruzar el pasillo. Me quedo anonadado.
Andrea parecía otra persona. Su vestido entallado no solo realzaba su figura, sino que proyectaba una seguridad que nunca antes había percibido en ella. Por primera vez, no era la mujer que parecía querer desaparecer en el fondo de esta casa, sino alguien que ocupaba el espacio con determinación.
—¿Quién era esta nueva Andrea?
La observo hablar por teléfono. Su tono es firme y profesional, como toda una empresaria.
—Anastasia, sí, llegaré a tiempo. Gracias por avisarme.
Cuelga y se despide de su nana; camina hacia la puerta principal sin siquiera notar mi presencia. Estoy paralizado, incapaz de apartar la mirada. Andrea está completamente transformada, y no puedo evitar sentir una mezcla de curiosidad y desconcierto.
—Señor Santiago —me interrumpe Clara desde la cocina—, el desayuno está listo.
—Gracias, Clara —respondo sin mucho ánimo.
Ella se retira, y yo me quedo de pie en el pasillo, con la imagen de Andrea grabada en mi mente. Algo ha cambiado desde anoche en esta casa, y no estoy seguro de cómo sentirme al respecto.
Mientras intento concentrarme en mis pensamientos, mi teléfono suena. Es Valeria. Respondo de inmediato.
—¡Hola, Valeria! ¿Cómo estás?
—No muy bien, Santiago. Creo que tengo fiebre. Me siento terrible. ¿Podrías venir a verme?
Su voz suena débil, casi susurrante. La preocupación me invade.
—Por supuesto, Valeria. Dame unos minutos y estaré allí.
Me preparo rápidamente y salgo de la casa, aun con el dolor de cabeza, pero no importa. Durante el trayecto hacia el departamento de Valeria, mi mente divaga entre la decisión que tomó. Me convenzo de que estoy haciendo lo correcto. Valeria es mi futuro.
Cuando llego, Valeria me recibe en pijama, envuelta en una manta. Su rostro luce pálido, y sus ojos reflejan cansancio.
—Gracias por venir, Santi —dice con una sonrisa débil.
—Siempre estaré aquí para ti, Valeria. ¿Cómo te sientes? —Un poco mejor ahora que estás aquí. Solo necesito tomar la medicina y descansar.Nos sentamos en el sofá y comenzamos a hablar de cosas triviales. Trato de distraerla, de hacerla reír. Después de un rato, decidí hablarle de mi decisión.
—Valeria —digo, tomando su mano—. Necesito decirte algo importante. Él tomó la decisión de divorciarme de mi esposa.
Ella me mira con sorpresa, su expresión cambiando de inmediato a una mezcla de emociones.
—¿De verdad, Santi? —pregunta con un brillo de esperanza en sus ojos.
-Si. Quiero que lo sepas porque deseo formar un futuro contigo. Tú eres la persona con la que quiero estar.Valeria se queda en silencio por un momento, procesando la noticia. Su mirada se llena de emoción, pero también de preocupación.
—Santi, eso me hace muy feliz, pero… ¿qué va a pensar tu familia? Van a creer que yo me metí en tu matrimonio y que soy la culpable de tu separación.
La miro a los ojos, firme en mi respuesta.
—No te preocupes por eso, Valeria. Yo te voy a defender de toda calumnia. Esta decisión es completamente mía, y nadie tiene derecho a juzgarte por ello.
Ella asiente, conmovida. Nos abrazamos en silencio, y en ese momento siento que, pese a los obstáculos que vendrán, estamos listos para enfrentarlos juntos.
Después de un rato, Valeria se queda profundamente dormida. Me quedo a su lado un momento más, asegurándome de que esté cómoda antes de levantarme con cuidado para no despertarla. Decido regresar a mi departamento.
El camino de vuelta es silencioso, pero dentro de mí hay un ruido constante, un eco de pensamientos desordenados que no me deja en paz. De repente, una sensación extraña me invade, como si algo estuviera fuera de lugar. Es un pensamiento intruso, difícil de ignorar. Una corazonada me golpea con fuerza, casi como una advertencia: necesito ir a casa.
Sin cuestionar demasiado esa intuición, cambio de rumbo y me dirijo hacia allá. A medida que me acerco, el malestar en mi interior crece. Algo no está bien, lo sé.
Cuando llego, la vista de la casa me deja helado. Todo está oscuro, las luces apagadas hacen que el lugar parezca deshabitado. Al abrir la puerta, un aire frío y pesado me envuelve, intensificando la sensación de vacío.
Camino lentamente hacia el comedor. La luz de la calle apenas ilumina el interior, revelando la mesa aún cubierta con los platos del desayuno.
—¿Qué está pasando? —murmuro, desconcertado.
Recojo los platos con movimientos automáticos, mientras los llevo al fregadero, un pensamiento aterrador se formula en mi mente: ¿Andrea no regresó desde que salió esta mañana? ¿Dónde está?
El pensamiento me golpea con fuerza, pero no tengo respuesta. Me apresuro a limpiar la mesa, intentando ocupar mi mente, con el estómago vacío y los nervios a flor de piel, pido algo de cenar a través de una aplicación.
Cuando llega la comida, me siento frente a la mesa, ahora limpia, y dejo que el silencio de la casa me envuelva. Miro el reloj. Las agujas avanzan con una lentitud insoportable. Las horas pasan, y Andrea no llega.
—¿Acaso ella no duerme en esta casa? —murmuro para mí mismo,
En ese momento, el sonido de la cerradura girando me saca de mis pensamientos. La puerta se abre lentamente, y aparece Andrea. Su porte es impecable, elegante, y su andar seguro, pero hay algo en su expresión que me resulta impenetrable, como si llevara una máscara que no puedo descifrar.
—Buenas noches —digo, esforzándome por sonar casual, aunque mi voz tiembla ligeramente.
—Buenas noches —responde ella, con un tono distante, mientras camina directamente hacia su habitación.La veo avanzar con determinación, y algo dentro de mí grita que no puedo dejar que se marche sin hablar.
—Andrea, tenemos que hablar.
Ella se detiene con una calma casi calculada, girándose lentamente hacia mí. Sus brazos se cruzan frente a su pecho, y sus ojos, fríos y cargados de un desafío silencioso, se clavan en los míos. Por un momento, me siento como un extraño en mi propia casa.—Si es sobre el divorcio, no te preocupes —dice con una voz firme, cargada de una calma que resulta casi inquietante—. Ya hablé con mi abogada, y mañana te estará visitando para coordinar todo. Si no es nada más, me retiro.
Sus palabras son como un golpe directo al pecho. Frías, calculadas, sin un atisbo de emoción. Mi mente se queda en blanco por un instante. ¿Cómo es posible que ya haya hablado con su abogada? ¿Cómo pudo adelantarse cuando yo, que fui quien pidió el divorcio, ni siquiera he contactado a la mía?
Abro la boca para responder, para decir algo que rompa esa pared de hielo entre nosotros, pero antes de que pueda formular una palabra, mi celular vibra en la mesa. Lo tomo, y la pantalla ilumina un mensaje que congela mi respiración:
"Santi, estoy en el hospital. Me siento muy mal, y estoy sola. Por favor, ven."
Una alarma ensordecedora se enciende en mi mente. Mi corazón late con fuerza, y no pienso, solo actúo. Tiro el teléfono en el bolsillo, tomo las llaves del auto de la mesa y me dirijo apresuradamente hacia la puerta. En mi prisa, paso junto a Andrea y, sin querer, la empujo.
Ella pierde el equilibrio por un instante y se tambalea, casi cayendo.
—Lo siento —murmuro, sin detenerme, mientras me acerco a la puerta.
Antes de que pueda abrirla, su voz se escucha detrás de mí, llena de un cansancio contenido que no había percibido antes.
—Siempre has pensado que todo gira a tu alrededor, Santiago. Algún día lo entenderás.
Me detengo en seco. Sus palabras, dichas con tanta certeza, se clavan en mí como un dardo. Me quedo inmóvil por un instante, pero no me giro.
Mi celular vuelve a vibrar en el bolsillo, trayéndome de vuelta al presente. Lo saco, miro la pantalla y la urgencia del mensaje me empuja a seguir adelante.
—Adiós, Andrea —digo, sin mirar atrás, mientras cruzo la puerta.
Llegué al hospital con el corazón acelerado, una mezcla de preocupación y cansancio reflejada en mi rostro. Me acerqué a recepción, donde una enfermera me recibió con una mirada profesional pero amable.—Buenas noches. Estoy buscando a la paciente Valeria Rojas —dije, tratando de sonar sereno, aunque mi voz traicionaba mi nerviosismo.La enfermera tecleó algo en su computadora y luego levantó la vista hacia mí.—¿Qué relación tiene con la paciente?Por un momento dudé. La palabra “pareja” se atascó en mi garganta, pero finalmente la pronuncié con firmeza.—Soy su pareja.La enfermera asintió, sin mostrar sorpresa alguna.—Se encuentra en el quinto piso, habitación 514.—Gracias.Me dirigí hacia el ascensor, sintiendo un nudo en el estómago. Mientras ascendía, mi mente no paraba de divagar. Pensaba en lo que encontraría al llegar, en si Valeria estaría bien, y también en cómo todo esto afectaba mi vida.Cuando llegué a la habitación, la encontré acostada, conectada a una intravenosa. S
Al escuchar esas dos preguntas de Andrea, algo dentro de mí explotó. Fue como si un muro se rompiera en mi interior, liberando una marea de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Sentí un calor abrasador subiendo desde mi pecho hasta mi garganta. Mis manos se cerraron en puños, y antes de darme cuenta, las palabras ya habían salido como un disparo—¿Acaso necesito algo para estar en mi propia casa? —espeté, con un tono que más parecía bien un grito.Andrea se levantó del sofá con una calma que me resultó insoportable. Esa mirada suya, cargada de un desdén tranquilo, me hizo sentir pequeño y furioso al mismo tiempo. Entonces, habló, y su sarcasmo fue como un cuchillo que se hundió en lo más profundo:—Ah, cierto, es tu casa, pero no vives aquí.Mis latidos se aceleraron, martilleando mis oídos con un ritmo ensordecedor. Esa frase, tan sencilla y cruel, me golpeó como un puñetazo en el estómago. Por un segundo, me quedé sin palabras, pero el silencio se hizo poco.Saque mi celular y
**ANDREA**El frío de la noche se cuela en mi piel mientras cierro la puerta detrás de mí. La casa en la que pasé los últimos tres años, aquella que alguna vez soñé que se convertiría en un hogar, ahora es solo un recuerdo. Con cada paso que doy alejándome de ella, siento un peso levantarse de mis hombros, pero también una punzada en el pecho, como si una parte de mí se quedara atrapada dentro de esas paredes.No miro atrás. Si lo hago, temo que una parte de mí intenta quedarse. Y ya no hay espacio para la nostalgia. Solo para el futuroLa ciudad aún duerme mientras conduce hacia mi departamento. Las calles desiertas y las luces titilantes de los semáforos me acompañan en el trayecto, como si el mundo entero estuviera en pausa. Respiro hondo y aprieto el volante con más fuerza de la necesaria. No puedo evitar pensar en lo irónico que resulta volver a este lugar después de tantos años, después de todo lo que ha pasado.Este departamento fue mi refugio durante la universidad. Aquí celeb
El amanecer se cuela por las cortinas, llenando la habitación de una luz cálida y dorada. Por primera vez en mucho tiempo, siento que respiro con libertad. No hay un peso sobre mis hombros ni una sombra que me siga. Solo yo y este nuevo comienzo. Me estiro lentamente en la cama, disfrutando la sensación de despertar en un espacio que verdaderamente me pertenece. El sonido de la ciudad comienza a filtrarse a través de la ventana abierta, recordándome que el mundo sigue girando, y que yo, por fin, estoy lista para girar con él.Me levanto con energía, dirigiéndome al baño. El agua caliente cae sobre mi piel, envolviéndome en un abrazo reconfortante. Cierro los ojos, dejando que el vapor relaje mis músculos. En este instante, me permito saborear la realidad de mi nueva vida. No más noches frías esperando a alguien que nunca llegó. No más miradas vacías o silencios incómodos. Soy libre, y esta vez, no voy a desperdiciar esa libertad.Salgo de la ducha con una determinación renovada. Abro
Gracia nos observa con esa mirada perspicaz que la caracteriza. Sé que ha notado el sutil coqueteo en la conversación, esa chispa que flota en el aire cada vez que él me mira con esa mezcla de curiosidad y confianza. No me sorprende cuando decide jugarme una de sus bromas clásicas.Fingiendo que recibe una llamada, se levanta con una sonrisa traviesa. Puedo leerla como un libro abierto; Sé exactamente lo que estás haciendo. Me guiña un ojo antes de desaparecer entre la multitud del bar, y yo solo alcanzo a soltar una leve risa mientras la veo irme.No protesto, aunque en mi interior sé que me ha dejado sola con él a propósito. Ahora no hay más distracciones ni barreras. Solo estamos él y yo, con la tenue luz del bar creando una burbuja de intimidad inesperada.Él se acomoda en el asiento frente a mí con una seguridad que no pasa desapercibida. Su presencia es firme, natural, como si hubiera estado esperando este momento.—Así que tu nombre es Andrea —dice con una voz que parece desliz
El restaurante estaba bañado en una luz tenue y cálida, lo suficientemente acogedor como para envolver cada mesa en una burbuja de intimidad. El murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas llenaban el aire con un ritmo cómodo, casi hipnótico. Me acomodé en mi asiento con la espalda recta y la barbilla en alto, deslizando los dedos alrededor del tallo de mi copa de vino con estudiada calma. Inhalé suavemente, dejando que la familiaridad de este entorno me envolviera. Había olvidado lo reconfortante que era sentirme así: en control.Pero entonces, nuestros ojos se cruzaron.Santiago.Su porte impecable, como siempre, pero su mirada... su mirada lo delataba. Esa tensión apenas disimulada, el ligero endurecimiento de su mandíbula, la rigidez en sus hombros. No me había esperado. No me había querido encontrar. Y eso hizo que mi sonrisa se afilara apenas un poco.Valeria, completamente ajena a la corriente eléctrica que se había instalado entre nosotros, se inclinó con su entu
**SANTIAGO**Valeria me había sorprendido hoy en la oficina, emocionada porque había encontrado un restaurante nuevo y quería que cenáramos allí. Acepté sin pensar demasiado en ello, sin imaginar que me encontraría con ella.Ahora estoy sentado en la mesa, con el eco de aquella sorpresa aún resonando en mi cabeza. Andrea. Su silueta se aleja con paso firme, desapareciendo entre la multitud del restaurante. Exhalo despacio, tratando de deshacerme de este peso incómodo en el pecho. Es extraño, verla después de tanto tiempo… Mi ex esposa. O, mejor dicho, mi esposa, porque aún no estamos oficialmente divorciados.En estos días que han pasado desde nuestra última conversación o mejor dicho discusión, algo en ella ha cambiado. Ya no es la mujer que solía conocer. Antes, cuando nuestros caminos se cruzaban, su mirada tenía un atisbo de esperanza, como si aún esperara algo de mí. Pero ahora… ahora es diferente. Sus ojos ya no me buscan de la misma manera. Hay una distancia que no estaba antes
El dolor punzante en mi cabeza es lo primero que siento al despertar. Mis párpados pesan como si llevaran horas cerrados y mi cuerpo se siente rígido. Me incorporo lentamente y un suspiro áspero escapa de mis labios. No hace falta mirar a mi alrededor para recordar la noche anterior. La botella de whisky vacía en la mesa es suficiente prueba de mi insomnio. Frente a mí, el cuadro de nuestra boda sigue colgado en la pared, con esa imagen congelada de Andrea sonriendo, como si se burlara de mi estado actual.Me paso una mano por el rostro. ¿Qué demonios me está pasando? Yo decidí esto. Yo fui quien quiso que Andrea saliera de mi vida.Me levanto con dificultad, sintiendo el mareo golpearme por la resaca. Camino al baño y me detengo frente al espejo. El reflejo que me devuelve no es el del hombre impecable y seguro de sí mismo que suelo ser. Mi cabello está desordenado, mis ojos enrojecidos y la sombra de una pequeña barba desaliñada cubre mi mandíbula. Exhalo con frustración. No puedo s