Llegué al hospital con el corazón acelerado, una mezcla de preocupación y cansancio reflejada en mi rostro. Me acerqué a recepción, donde una enfermera me recibió con una mirada profesional pero amable.
—Buenas noches. Estoy buscando a la paciente Valeria Rojas —dije, tratando de sonar sereno, aunque mi voz traicionaba mi nerviosismo.
La enfermera tecleó algo en su computadora y luego levantó la vista hacia mí.
—¿Qué relación tiene con la paciente?
Por un momento dudé. La palabra “pareja” se atascó en mi garganta, pero finalmente la pronuncié con firmeza.
—Soy su pareja.
La enfermera asintió, sin mostrar sorpresa alguna.
—Se encuentra en el quinto piso, habitación 514.
—Gracias.
Me dirigí hacia el ascensor, sintiendo un nudo en el estómago. Mientras ascendía, mi mente no paraba de divagar. Pensaba en lo que encontraría al llegar, en si Valeria estaría bien, y también en cómo todo esto afectaba mi vida.
Cuando llegué a la habitación, la encontré acostada, conectada a una intravenosa. Su semblante era pálido, pero se veía tranquila. Un doctor entró en ese momento, revisando su historial clínico.
—¿Cómo está? —pregunté, tratando de ocultar mi ansiedad.
—Nada grave, solo un resfriado fuerte. Con el tratamiento intravenoso se sentirá mejor. Requiere descanso, y podrá ser dada de alta mañana si no hay complicaciones.
Asentí, aliviado por su respuesta.
—Gracias, doctor.
El médico se retiró, y yo me acerqué a la cama. Valeria abrió lentamente los ojos, tratando de incorporarse. Su debilidad era evidente.
—¿Santi? —dijo con voz apenas audible.
—Shhh, descansa —respondí mientras la cubría con la manta—. Estoy aquí. Me quedaré esta noche para cuidarte.
Ella esbozó una sonrisa leve antes de cerrar los ojos nuevamente y caer en un sueño profundo. Me dejé caer en el sofá de la habitación, exhausto, pero sabiendo que debía estar presente. Saqué mi teléfono y comencé a deslizar publicaciones en I*******m, buscando distraerme.
De repente, una imagen me dejó congelado. Era Andrea. Vestida de manera seductora, estaba en una discoteca junto a un grupo de amigas. El texto que acompañaba la foto decía: “Se pasa rico siendo soltera”, estaba acompañado de la canción “Soltera” de Shakira. Y había varios comentarios donde le decían lo hermoso que se veía.
Algo dentro de mí explotó. Mi mente comenzó a girar en un torbellino de emociones: confusión, enojo. ¿Cómo podía comportarse como si estuviera soltera si aún no habíamos formalizado el divorcio? Golpeé el posa brazo del sofá con frustración. Mi mirada se volvió hacia Valeria, quien seguía dormida, ajena a mi tormenta interna.
Unos minutos después, la puerta se abrió y entró la madre de Valeria. Su rostro reflejaba alivio al verme.
—¡Santiago! Gracias por venir a ver a mi hija. Está mejor ahora, ¿verdad?
Asentí, intentando parecer calmado.
—Sí, está mejor. Pero discúlpeme, se me presentó una situación con la empresa, y debo irme. ¿Podría quedarse con ella?
—Claro, no te preocupes. Yo me quedaré.
Sin más, salí de la habitación y llamé a mi asistente.
—Necesito que averigües dónde está Andrea —ordené con tono seco.
—Enseguida, señor Benavides.
Mientras esperaba información, decidí buscarla por mi cuenta. Conduje de discoteca en discoteca, pero no logré encontrarla. Intenté llamarla, pero su número estaba apagado. Un pensamiento inquietante cruzó mi mente: ¿me habrá bloqueado? La frustración me consumió mientras las horas avanzaban, y la madrugada me alcanzó. Exhausto, regresé a mi departamento, con la determinación de hablar con ella por la mañana.
Más tarde en la mañana.
El sol entraba por las cortinas cuando finalmente desperté. Aunque había dormido unas pocas horas, mi dolor de cabeza seguía ahí, un recordatorio constante del día anterior. Me preparé para ir a la oficina, tratando de enfocarme en algo productivo. Mientras me ajustaba la corbata, las noticias en la televisión llamaron mi atención.
“La ciudad ha lanzado un nuevo concurso para la construcción de un conjunto de edificios icónicos que transformarán el paisaje urbano. Empresas destacadas ya están mostrando interés en este ambicioso proyecto.”
Me quedé inmóvil, absorbiendo la información. Esta era una oportunidad que no podía dejar pasar. Ganar este contrato no solo pondría a Benavides Company en la cima, sino que también me daría el reconocimiento que había estado buscando.
Mientras reflexionaba sobre las posibles estrategias para involucrarme en el proyecto, el sonido familiar de mi teléfono interrumpió mis pensamientos. Lo tomé de la mesa y observé la pantalla: era mi asistente, Gabriel.
—Buenos días, señor Benavides —saludó con su tono profesional habitual, aunque notó un ligero matiz de urgencia.
—Adelante, Gabriel —respondí, esforzándome por sonar tranquilo, aunque en mi mente ya estaba anticipando alguna novedad importante.
—Quiero informarle algo interesante —continuó—. Me acabo de enterar de que el CEO de Ardent Rise Construction ha anunciado su regreso después de una larga ausencia. Parece que su reaparición está provocando bastante revuelo en el sector.
Sus palabras hicieron que me detuviera por completo. Mi ceño se frunció mientras procesaba la noticia. AR Construction siempre había sido un competidor tenaz, aunque su liderazgo era un misterio para muchos. La compañía se había mantenido sorprendentemente eficiente pese a la ausencia de su líder, algo que siempre me había intrigado.
—Sabemos ¿quién es ese CEO? —pregunté, intentando que mi voz no delatara la mezcla de curiosidad y preocupación que sentía.
—Aún no, señor, pero estoy trabajando en ello. Le tendré información en cuanto la obtenga.
—Bien. Hazlo lo antes posible —dije, con un tono más firme.
Colgué la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa, pero mi mente seguía atrapada en la noticia. Una sensación incómoda comenzó a instalarse en mi pecho, algo que no podía ignorar. Si el CEO de AR Construction había regresado, el panorama cambiaría drásticamente. Esto no era una simple coincidencia; entonces el sabe del concurso de la ciudad. Esto quiere decir que la competencia será feroz, y no podía permitirme quedar rezagado.
Me dirigí a la oficina, pero no podía dejar de pensar en Andrea. La imagen de su publicación seguía quemándome la mente. ¿Qué estaba planeando? ¿Por qué ahora, de repente, actuaba como si otra persona?
Al llegar a mi despacho, comencé a revisar los informes pendientes, pero mi concentración estaba dispersa. Cada tanto, miraba mi teléfono, esperando una llamada o mensaje que Andrea me explique lo de anoche pero no llegaba. Finalmente, mi asistente entró con un sobre en la mano.
—Señor Benavides, esto llegó hace unos minutos. Es sobre las bases del concurso de la ciudad... y las empresas que ya están participando.
Tomé el sobre y lo abrí rápidamente. Mientras revisaba los documentos, algo captó mi atención: el nombre de Ardent Rise Construction estaba en la lista de empresas interesadas en el proyecto. Una nota al pie mencionaba que su CEO ya había solicitado una reunión con los organizadores.
—¿Algo más? —pregunté sin levantar la vista.
—Sí. Parece que AR Construction está preparando una presentación masiva para este proyecto. Algunos de nuestros contactos han mencionado que su CEO es extremadamente reservado, pero es muy influyente en el sector.
Asentí, dejando el informe a un lado. Pero mi atención no estaba realmente en los documentos del proyecto. Mi mente volvió una y otra vez a Andrea: su cambio arrepentido, esa actitud desafiante que parecía surgir de la nada. Una idea comenzó a formarse en mi cabeza, ¿estaba haciendo todo esto para llamar mi atención? Pero casi de inmediato sacudí la cabeza, descartando el pensamiento. Andrea no era así. O al menos, no lo había sido.
Mientras trataba de centrarme, Gabriel interrumpió mis pensamientos.
—Señor Benavides, la señorita Isabel Mejía está aquí y desea verlo —dijo desde la puerta de mi oficina.
Levante la mirada, sorprendido.
—¿Tiene cita? —pregunté, tratando de recordar si había algo programado.
—No, señor. Pero mencionó que es la abogada de la señorita Andrea Rojas.
Mi mandíbula se tensó al escuchar el nombre. Tomé un respiro profundo y asentí.
—Está bien, hazla pasar.
Un momento después, Isabel Mejía entró con paso firme, su presencia era tan profesional como intimidante. Llevaba un traje impecable y sostenía una carpeta en una mano. Sus ojos mostraron determinación, como si estuviera acostumbrado a situaciones tensas.
—Señor Benavides —saludó, extendiéndome la mano.
—Señorita Mejía —respondí, estrechando su mano. Luego señale una silla frente a mi escritorio—. Tome asiento, por favor.
Ella no perdió tiempo en ir al grano.
—Estoy aquí en representación de mi cliente, la señorita Andrea Rojas, para movilizar la firma de los documentos de divorcio. Mi cliente desea resolver este asunto de manera rápida y eficiente.
Asentí lentamente, aunque algo en mí se resistía a aceptar la frialdad del trámite.
—Entiendo. Sin embargo, mi abogado no está presente en este momento. Y necesitamos negociar los términos del divorcio. La llamaré para coordinar una reunión.
Isabel Mejía no pareció sorprendida por mi respuesta. Sacó una tarjeta de su carpeta y me la entregó.
—De acuerdo, señor Benavides. Espero su llamada. —Se levantó, pero antes de dar la vuelta, añadió con un tono casi cortante—. Por cierto, mi cliente no desea nada de usted. Solo que los documentos sean firmados lo antes posible.
Su comentario me tocó más fuerte de lo que esperaba. La observé salir de la oficina, dejando tras de sí una sensación de vacío y frustración.
Intenté volver al trabajo, pero mi concentración estaba hecha añicos. Con cada minuto que pasaba, la sensación de que algo más grande estaba ocurriendo no me dejaba en paz.
El día transcurrió con una lentitud insoportable. Cuando finalmente llegó la noche, me encontré frente a la casa. Entré, y allí estaba Andrea, sentada en el sofá, mirando la televisión mientras comía helado, con ropa holgada que contrastaba con lo había visto el día anterior.
—Por fin te encuentro en casa —dije, intentando sonar casual, aunque mis palabras llevaban una carga de reproche que no pude ocultar.
Andrea ni siquiera se molestó en levantarse del sofá. Sus ojos, apenas interesados, se clavaron en mí con una mezcla de indiferencia y desafío.
—¿Qué haces aquí? ¿Necesitas algo? Su tono era tan distante que por un momento pensé que estaba frente a una desconocida.
Al escuchar esas dos preguntas de Andrea, algo dentro de mí explotó. Fue como si un muro se rompiera en mi interior, liberando una marea de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Sentí un calor abrasador subiendo desde mi pecho hasta mi garganta. Mis manos se cerraron en puños, y antes de darme cuenta, las palabras ya habían salido como un disparo—¿Acaso necesito algo para estar en mi propia casa? —espeté, con un tono que más parecía bien un grito.Andrea se levantó del sofá con una calma que me resultó insoportable. Esa mirada suya, cargada de un desdén tranquilo, me hizo sentir pequeño y furioso al mismo tiempo. Entonces, habló, y su sarcasmo fue como un cuchillo que se hundió en lo más profundo:—Ah, cierto, es tu casa, pero no vives aquí.Mis latidos se aceleraron, martilleando mis oídos con un ritmo ensordecedor. Esa frase, tan sencilla y cruel, me golpeó como un puñetazo en el estómago. Por un segundo, me quedé sin palabras, pero el silencio se hizo poco.Saque mi celular y
**ANDREA**El frío de la noche se cuela en mi piel mientras cierro la puerta detrás de mí. La casa en la que pasé los últimos tres años, aquella que alguna vez soñé que se convertiría en un hogar, ahora es solo un recuerdo. Con cada paso que doy alejándome de ella, siento un peso levantarse de mis hombros, pero también una punzada en el pecho, como si una parte de mí se quedara atrapada dentro de esas paredes.No miro atrás. Si lo hago, temo que una parte de mí intenta quedarse. Y ya no hay espacio para la nostalgia. Solo para el futuroLa ciudad aún duerme mientras conduce hacia mi departamento. Las calles desiertas y las luces titilantes de los semáforos me acompañan en el trayecto, como si el mundo entero estuviera en pausa. Respiro hondo y aprieto el volante con más fuerza de la necesaria. No puedo evitar pensar en lo irónico que resulta volver a este lugar después de tantos años, después de todo lo que ha pasado.Este departamento fue mi refugio durante la universidad. Aquí celeb
El amanecer se cuela por las cortinas, llenando la habitación de una luz cálida y dorada. Por primera vez en mucho tiempo, siento que respiro con libertad. No hay un peso sobre mis hombros ni una sombra que me siga. Solo yo y este nuevo comienzo. Me estiro lentamente en la cama, disfrutando la sensación de despertar en un espacio que verdaderamente me pertenece. El sonido de la ciudad comienza a filtrarse a través de la ventana abierta, recordándome que el mundo sigue girando, y que yo, por fin, estoy lista para girar con él.Me levanto con energía, dirigiéndome al baño. El agua caliente cae sobre mi piel, envolviéndome en un abrazo reconfortante. Cierro los ojos, dejando que el vapor relaje mis músculos. En este instante, me permito saborear la realidad de mi nueva vida. No más noches frías esperando a alguien que nunca llegó. No más miradas vacías o silencios incómodos. Soy libre, y esta vez, no voy a desperdiciar esa libertad.Salgo de la ducha con una determinación renovada. Abro
Gracia nos observa con esa mirada perspicaz que la caracteriza. Sé que ha notado el sutil coqueteo en la conversación, esa chispa que flota en el aire cada vez que él me mira con esa mezcla de curiosidad y confianza. No me sorprende cuando decide jugarme una de sus bromas clásicas.Fingiendo que recibe una llamada, se levanta con una sonrisa traviesa. Puedo leerla como un libro abierto; Sé exactamente lo que estás haciendo. Me guiña un ojo antes de desaparecer entre la multitud del bar, y yo solo alcanzo a soltar una leve risa mientras la veo irme.No protesto, aunque en mi interior sé que me ha dejado sola con él a propósito. Ahora no hay más distracciones ni barreras. Solo estamos él y yo, con la tenue luz del bar creando una burbuja de intimidad inesperada.Él se acomoda en el asiento frente a mí con una seguridad que no pasa desapercibida. Su presencia es firme, natural, como si hubiera estado esperando este momento.—Así que tu nombre es Andrea —dice con una voz que parece desliz
El restaurante estaba bañado en una luz tenue y cálida, lo suficientemente acogedor como para envolver cada mesa en una burbuja de intimidad. El murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas llenaban el aire con un ritmo cómodo, casi hipnótico. Me acomodé en mi asiento con la espalda recta y la barbilla en alto, deslizando los dedos alrededor del tallo de mi copa de vino con estudiada calma. Inhalé suavemente, dejando que la familiaridad de este entorno me envolviera. Había olvidado lo reconfortante que era sentirme así: en control.Pero entonces, nuestros ojos se cruzaron.Santiago.Su porte impecable, como siempre, pero su mirada... su mirada lo delataba. Esa tensión apenas disimulada, el ligero endurecimiento de su mandíbula, la rigidez en sus hombros. No me había esperado. No me había querido encontrar. Y eso hizo que mi sonrisa se afilara apenas un poco.Valeria, completamente ajena a la corriente eléctrica que se había instalado entre nosotros, se inclinó con su entu
**SANTIAGO**Valeria me había sorprendido hoy en la oficina, emocionada porque había encontrado un restaurante nuevo y quería que cenáramos allí. Acepté sin pensar demasiado en ello, sin imaginar que me encontraría con ella.Ahora estoy sentado en la mesa, con el eco de aquella sorpresa aún resonando en mi cabeza. Andrea. Su silueta se aleja con paso firme, desapareciendo entre la multitud del restaurante. Exhalo despacio, tratando de deshacerme de este peso incómodo en el pecho. Es extraño, verla después de tanto tiempo… Mi ex esposa. O, mejor dicho, mi esposa, porque aún no estamos oficialmente divorciados.En estos días que han pasado desde nuestra última conversación o mejor dicho discusión, algo en ella ha cambiado. Ya no es la mujer que solía conocer. Antes, cuando nuestros caminos se cruzaban, su mirada tenía un atisbo de esperanza, como si aún esperara algo de mí. Pero ahora… ahora es diferente. Sus ojos ya no me buscan de la misma manera. Hay una distancia que no estaba antes
El dolor punzante en mi cabeza es lo primero que siento al despertar. Mis párpados pesan como si llevaran horas cerrados y mi cuerpo se siente rígido. Me incorporo lentamente y un suspiro áspero escapa de mis labios. No hace falta mirar a mi alrededor para recordar la noche anterior. La botella de whisky vacía en la mesa es suficiente prueba de mi insomnio. Frente a mí, el cuadro de nuestra boda sigue colgado en la pared, con esa imagen congelada de Andrea sonriendo, como si se burlara de mi estado actual.Me paso una mano por el rostro. ¿Qué demonios me está pasando? Yo decidí esto. Yo fui quien quiso que Andrea saliera de mi vida.Me levanto con dificultad, sintiendo el mareo golpearme por la resaca. Camino al baño y me detengo frente al espejo. El reflejo que me devuelve no es el del hombre impecable y seguro de sí mismo que suelo ser. Mi cabello está desordenado, mis ojos enrojecidos y la sombra de una pequeña barba desaliñada cubre mi mandíbula. Exhalo con frustración. No puedo s
**ANDREA**Camino por el pasillo amplio y silencioso de nuestra casa, una mansión más grande de lo necesario, fría como nuestro matrimonio. Las paredes están decoradas con un minimalismo impersonal, como si alguien hubiese contratado a un decorador con la única instrucción de que eliminara cualquier rastro de calidez. Cada rincón parece gritar que aquí no hay lugar para mí, como si fuese una intrusa en mi propia vida.He sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años. Tres largos años en los que él apenas ha notado mi presencia. Desde el principio, nuestro matrimonio fue un acuerdo más que una unión. Dormimos en habitaciones separadas; las de él son amplias y lujosas, en cambio yo prefiero que las mías sean prácticas y sobre todo que estén apartadas. Él solo aparece para desayunar, y algunas noches duerme aquí, aunque nunca conmigo. En el fondo, esta casa es más su escondite que un hogar compartido. Lo veo tan poco que a veces me pregunto si realmente vivimos bajo el